Quinientos
años después de la introducción del budismo en China, apareció un hombre que,
por su erudición y sus hazañas de la peregrinación a la India, se convirtió en
el monje más famoso de la religión budista de China. Su nombre de pila era Li
Hui pero fue popularmente conocido como Xuan Zhuang. Vivió y murió con
austeridad, pero con el noble ideal de defender la autenticidad del budismo.
Los
monjes budistas solían organizar frecuentes debates sobre los postu-lados de la
religión. Pero, debido a la mala traducción y a las distintas inter-pretaciones
de los cánones budistas en sánscrito, surgían frecuente-mente serias
divergencias imposibles de reconciliar. De este modo, el mundo espiritual de
armonía absoluta del budismo se prestaba a conflictos inex-plicables. Esa
situación forzó a Xuan Zhuang a tomar la decisión de ir a la India a aprender
la esencia del budismo. Preparó el viaje durante varios años, en los que
aprendió el sánscrito. No pudo conseguir el permiso de la corte para salir de
China, pero eso no le impidió emprender el viaje en una forma discreta.
Una
noche, dos meses después del inicio del viaje, mientras descansaba en una
posada tras una penosa jornada de marcha, llegaron unos soldados que le
perseguían con la orden de detenerlo. Sin embargo, cuando el oficial se enteró
del noble objetivo del peregrino, rompió la orden de detención, diciéndole:
-Maestro,
huya usted de esta posada. No se detenga hasta llegar a la muralla. El Paso de
la Puerta de jade se cierra por la noche. Franquéelo antes del crepúsculo.
El monje
peregrino, que se había salvado de milagro, montó en su caballo y se dirigió a
la muralla. En la primera atalaya le dieron de comer y beber. En la segunda le
ofrecieron alojamiento. Al llegar a la cuarta, una flecha se clavó en su
mochila, pero al saber que era monje le dieron suficiente agua y provisiones
para que se alejara de la muralla y cruzara el desierto de Gobi.
Se alejó
de la muralla y emprendió el penoso viaje por el inhóspito desierto. Al cabo de
la primera jornada, cuando se sentó para beber agua, por desgracia, se rompió
el recipiente y todo el líquido vital cayó a la arena. Con increíble estoicismo
siguió caminando durante cinco días sin agua, hasta que cayó desmayado. Por la
noche, el viento frío lo volvió en sí. Curiosamente sentía cierta humedad en
el aire que azotaba su deshidratada cara. Estaba cerca de un oasis. Se arrastró
penosamente hasta allí y cobró vida al saciarse de agua. Quince días después
salió del desierto de Gobi.
El
monarca del reino, Gao Chang, que era un devoto budista, lo recibió con
extraordinaria generosidad. Al final, le pidió que se quedara para predicar el
budismo entre sus ciudadanos. El monje peregrino lamentó no poder aceptar tan
noble encargo, pues tenía el firme propósito de llegar a la India. El monarca
se obstinó en que se quedara ofreciéndole elevadas retribuciones, lo que
rehusó nueva-mente el monje. Al ver que el monarca se empeñaba en el afán de
retenerlo, el monje hizo huelga de hambre:
-Su
Majestad podrá retenerme fisicamente, pero mi espíritu no se quedará en su
reino.
Después
de tres días de completo ayuno, el rey se presentó con una gran sonrisa en su
celda, seguido de un numeroso cortejo:
-Mi
distinguido bonzo, admiro su noble determinación. Le deseo buen viaje y mucha
suerte. Que el Creador lo proteja.
Le
otorgó abundantes provisiones, treinta caballos y una docena de peones para
acompañarle en el viaje.
Tras
otro año de penoso viaje, llegó por fin a la India. Allí vio la figura del Buda
que media casi cinco metros y visitó el famoso lugar donde el fundador del
budismo predicaba los postulados de su nueva religión.
Al
llegar al templo Narando, el centro de estudios más importante de la religión
budista, más de mil monjes lo recibieron con una efusiva ceremonia. El Gran
Bonzo, que tenía cerca de cien años y llevaba varios años sin impartir ninguna
clase, distinguió al monje con la decisión de darle las clases perso-nalmente.
Así, durante quince meses, el monje chino profundizó sus conocimientos budistas
con la más alta autoridad eclesiástica de la India antigua.
Permaneció
en total diez años, con plena dedicación al estudio de las teorías budistas.
Al final, no sólo dominó el sánscrito, sino también se destacó como una de las
figuras más relevantes en la erudición budista. No satisfecho con su posición
privilegiada, visitó todos los templos importantes de la India, intercambiando
criterios con las personalidades más sobresalientes de la misma creencia y
leyendo la valiosa bibliografia archivada en los lugares más sagrados de los
templos.
Quince
años después de haber llegado a la India, participó en un famoso debate en el
que tomaban parte seis mil monjes eruditos. Tras dieciocho días de
intervenciones, defendiendo o refutando las distintas interpretaciones del
budismo, Xuan Zhuang deslumbró al público con su extraordinario dominio de los
cánones religiosos y una acertada interpretación de la esencia budista. Los
reyes, que hacían acto de presencia en esa ocasión, le regalaron gran cantidad
de dinero al monje chino. Pero éste no se quedó con ninguna moneda. Los
repartió entre los pobres. Hubo un rey que le prometió construir cien templos
para que se quedara en el reino. Pero Xuan Zhuang tenía la firme determinación
de volver a China.
Así lo
hizo. Dieciocho años después de haber salido clandestinamente de la capital
de la Dinastía Tang, volvió allí con todo el honor. El emperador no sólo le
perdonó la falta, sino que le construyó un majestuoso templo donde guardó los
seiscientos cincuenta ejemplares de valiosas sutras religiosas. Allí también
fue el lugar donde durante diecinueve años estuvo traduciendo incansablemente
los libros traídos de la India, hasta que la muerte le sorprendió en el
escritorio.
005. anonimo (china)
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