Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 29 de mayo de 2012

La ciudad sumergida (2ª variante)

Segunda variante (2)

Un niño notó, luego de varios paseos por el bosque con su abuela, que había animales con costumbres bien extrañas. El truwi[2], por ejemplo, que vivía escondido en los huecos de los árboles. Le preguntó sobre esto a su abuela, y la anciana le dijo que le contaría la historia. Que es ésta:
Muchos años atrás no era ése el hábitat de los truwi, que vivían a cielo abierto en el bosque. Cierta vez, un truwi participó de una apuesta con los otros animales de la comarca, y le tocó perder. El pago prometido era una comida para todos los contrincantes.
Al principio el truwi se preocupó, ya que no le sería fácil complacer a sus acreedores: algunos sólo comían pasto, otras raíces, otros se alimentaban exclusivamente de carne, otros de lo que pescaban en las lagunas... Iba a ser muy difícil complacerlos a todos por igual.
Pero, como se lo indica su naturaleza perezosa, muy pronto el truwi simplemente olvidó el problema. Se acercaba el día de la comida, y su compañera truwi le preguntó cómo pensaba solucionar las cosas. Irritado ‑y además sin respuesta para dar‑, el truwi hizo un gesto soberbio, se dio media vuelta y se retiró hacia el bosque.
Porque éste era el carácter típico de un truwi: perezoso y a la vez soberbio.
Caminó un buen rato, hasta que se dijo que algo tendría que intentar, aunque más no fuera para que no lo molestaran con reclamos. Decidió comenzar a conseguir los elementos para su comida.
Llegó hasta el lago Lácar, se sentó dentro del hueco de un tronco que había junto a la orilla, y comenzó a silbar.
Momentos después, entre los juncos de la orilla asomó la cabeza de una curiosa trucha, muy intrigada por aquel árbol que silbaba.
Entonces el truwi impostó una voz muy grave ‑a la que ayudaba el eco por estar dentro del tronco‑ y dijo:
‑Soy el Gran Rayo... ¡El Gran Rayo...!
Mientras la trucha escuchaba maravillada, el truwi la espiaba para evaluar el buen estado de su presa. Para seguir distrayéndola, continuó de esta manera:
‑¿Has oído hablar de mi esposa? ¡Oh, es de un hermoso color rojo! ¿Te gustaría que viniera para que la vieras? Su nombre es Amankay[3]. ¿Quieres que te haga una visita?
La trucha confesó que nunca había oído ese nombre, pero se sentía conmovida ante tanto honor y rogaba al Gran Rayo que propiciara esa visita de Amankay.
El pícaro se sonrió para sí mismo, y siempre con la voz retumbando en el hueco del tronco dijo a la curiosa trucha que con un silbido haría venir a Amankay
Por supuesto que nadie respondería al silbido... o eso suponía el truwi, porque el sonido despertó a un águila cazadora que dormía en un árbol vecino. Al ver a la apetitosa trucha lista a ser devorada sobre la orilla, el águila se lanzó a atraparla. Pero el truwi reaccionó con rapidez y, siempre aprovechando el sugestivo eco que daba a su voz el hueco del tronco, dijo para asombro de la trucha:
‑¡Qué oportuna eres, águila! Estábamos a punto de competir a ver quién podía contar el cuento con mayor cantidad de personajes, y tú puedes hacer las veces de juez para proclamar un ganador entre la trucha y yo. ‑Y agregó‑: Comienza tú, hermosa habitante del lago, que cuando mi esposa venga premiará a quien el águila declare vencedor.
La trucha no tenía muchas ideas acerca de narrar cuentos, pero le gustó tanto ser elegida para hacerlo en primer término que intentó contar algo:
‑Una vez... se acercó a la orilla un puma y... se miró en el agua. Y después... vino un zorro colorado y se miró también. Y... vino un jabalí... y se miró, al igual que hizo un gato montés, y... también vino un huemul a mirarse en el agua... y un zorrino... y un animal más asqueroso aún, el vago y despreciable truwi, y también se miró en el agua...
El truwi se enfureció ante esta descripción de su especie y estuvo a punto de salir del tronco hecho una furia, pero para su fortuna la voz del águila le hizo refrenar su impulso:
‑Es tu turno, misteriosa voz del árbol. Mantengamos lo convenido, como corresponde a buenos amigos.
El águila pensaba, en realidad, en ganar tiempo hasta poder averiguar quién se ocultaba en ese árbol. La voz sonaba tan terrible, que el águila temía que se tratara del trauko[4], y por eso aún no se había animado a caer sobre la trucha y devorarla.
Retomando su compostura y la paciencia que su astucia le indicaba, el truwi relató la siguiente historia:
‑Donde está ahora el lago, hubo hace muchos años una gran ciudad en la que reinaba un inca cruel y perverso. Maltrataba a la gente y la hacía matar por cualquier motivo, sin piedad alguna.
"Sus súbditos eran tan perversos e intolerantes como él. Odiaban a todo el que no perteneciera a su comunidad, a los que llamaban huincas[5] porque los veían vestir con plumas extrañas y pieles desconocidas en la zona de las montañas.
"Aquel inca llegó a ser tan desalmado y violento que Dios decidió intervenir y castigarlo. Pero antes decidió que incluso ese perverso merecía su oportunidad, y pensó probar su corazón enviándole a su propio Hijo disfrazado de mendigo.
"Vestido apenas con harapos, el Hijo de Dios se presentó ante el inca y le rogó que se apiadara de sus sufrimientos. Esto pareció una terrible imper-tinencia al inca, que montó en cólera y al instante ordenó que ese mendigo atrevido fuera empalado.
"Pero, cuando iban a prenderlo, el Hijo de Dios se convirtió en arroyo y escapó a través de la ciudad.
"Cuando relataban al inca este prodigio, de pronto el malvado oyó una atronadora Voz que le decía:
"Tu maldad será castigada de la peor manera.
"El inca no temió, sino que por el contrario se sintió aún más furioso que antes de oír la Voz. Pero entonces fue informado de que su propio hijo había sido hallado muerto en su casa.
"Toda la ciudad se sumió en luto, y el viento no transportaba otra cosa que lamentos y llantos. Todos aquellos sacerdotes, chamanes y videntes que allí había supieron que aquello había sido una muestra de la cólera de Dios, por lo que se lanzaron a realizar toda clase de oficios y sacrificios para calmar la ira divina. Estas prácticas habían sido prohibidas desde mucho tiempo atrás por el inca, que cuando se enteró decidió matar a todo creyente que las hubiera realizado.
"Ya casi demente de ira, el inca mandó izar una bandera negra, y con sus propias manos tomó un hacha y taló el árbol sagrado.
"Entonces volvió a oír aquella voz:
"Ahora el castigo te llegará directo a ti. ¡Morirás!
"Entonces los restos del arroyuelo en que se había convertido el Hijo de Dios para escapar comenzaron a crecer sin parar, y se desataron lluvias torrenciales que multiplicaron la masa de aguas hasta lo imposible, y el palacio del inca y todos los hombres y cada calle de la ciudad desaparecieron en esa inundación.
"El resultado de aquello es este lago que ven aquí. Pero de mi historia pasaron demasiados años y hoy casi nadie recuerda que aquí hubo una ciudad, una ciudad muerta que yace en el fondo del Lácar.

"Y bien, éste fue mi relato, que juzgo de todos modos superior en cantidad de personajes al de mi querida adversaria ya que hablaba de los habitantes de toda una ciudad y hasta del propio Dios, así que el premio me corresponde a mí, ¿verdad? El premio, que consiste en...".
Diciendo esto intentó un rápido movimiento para salir del hueco y abalanzarse sobre la trucha, pero la vista del águila era muy rápida e identificó enseguida al truhán que la había tenido engañada con su voz tenebrosa. Le cerró el paso, decidida a ser ella quien se comiera la trucha.
Pero fue entonces cuando se dieron cuenta de que la trucha no era tan tonta como la creían, porque se había percatado del truco antes de que finalizara el relato del truwi y, sin que ninguno de ellos lo notara, se escabulló con disimulo de regreso a las profundidades del lago.
Muy irritada, el águila decidió que entonces se comería al truwi, que además de merecerlo se veía bastante suculento y redondeado. Pero el pícaro animalito no le dio oportunidad y se zambulló de nuevo en el hueco del tronco.
Es desde entonces y por estas razones que el truwi vive en los huecos de los árboles, donde las aves depredadoras no pueden alcanzarlo.

Fuente: Néstor Barrón

066. anonimo (patagon)


[1] Hay distintas versiones de esta leyenda, de las cuales expondremos las dos más difundidas (la primera de ellas en dos variantes).
[2]Especie de chinchilla de la zona andina (Lagidium vulcani).
[3] Este nombre, mencionado en la versión recogida por Bertha Koessler‑llg (Cuen­tan los araucanos, Ediciones Mundo, Santiago de Chile, 1996), es de indudable procedencia quechua, lo cual indicaría las huellas del contacto con el Imperio Inca, que tan presente está en la historia del Lácar propiamente dicha.
[4] Duende u hombrecito macabro cuyas ropas están confeccionadas con plantas rastreras y trepadoras.
[5] La palabra "huinca" tiene distintas acepciones. Aquí, por el contexto de la frase, significaría ladrón de animales". Pero, por supuesto, su significado más difundido es el de "hombre blanco español” (quién sabe por qué relacionaron a los conquistadores con ladrones...).

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