Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de noviembre de 2013

El zorro mas astuto que el lobo

En una cueva del monte tenía una zorra su cubil, a donde volvía para sentirse a salvo luego de corretear por los montes y por los llanos. Aquella cueva, de tan protegida por los accidentes del terreno como estaba, apenas se podía ver desde la falda del monte.
La zorra, sin embargo, llevaba algún tiempo sin salir de allí más que para procurarse el alimento imprescindible. No quería alejarse de su guarida porque allí dentro, en la estupenda cueva, dormía el retoño recién parido: un hermoso y pequeño zorro al que cuidaba con mucha ternura.
Pero la zorra vivía llena de temor. Sabía de la existencia en el bosque vecino de animales dispuestos a Jevorar a su pequeño zorro. Pero al que más temía de entre todos era al lobo, cruel y capaz de matar por el simple hecho de ver correr la sangre y untarse en ella las patas. Por eso pasaba los días y las noches en vela, temerosa de que el lobo llegase hasta allí, y temerosa también de que al pequeño zorro, en alguno de sus juegos, se le ocurriera salir de la cueva para corretear por el bosque.
Poco a poco fue creciendo el zorro, sin embargo, y pronto tuvo la agilidad y la fuerza suficientes como para valerse por sí mismo. Un día a punto estuvo de salir de la cueva; si no lo hizo fue porque a la entrada se encontraba la zorra, su madre, la cual, si bien con mucho cariño, pero con no menos firmeza, le impidió el paso.
Temerosa, y como debía abandonar poco después al hijo para ir en busca del alimento de ambos, decidió entonces prevenír al pequeño zorro de los peligros que le acechaban.
-Hijo mío -le dijo, cuando yo salga de la cueva seguro que intentas salir tú también a ver mundo. Pero no deberás hacerlo, no deberás traspasar el umbral de nuestra guarida. Más adelante saldrás conmigo, que yo te iré enseñando poco a poco todo lo que hay en el bosque, así como los animales que serán tus amigos y los animales enemigos que tratarán de comerte.
-¿Pero hay animales malos? -preguntó el pequeño zorro lleno de asombro.
-Ya los irás conociendo -dijo la zorra acariciando a su retoño. Sobre todo, hay uno con el que jamás deberás intentar siquiera tener tratos. Ese malvado animal es el lobo.
-¿Me comería el lobo? -preguntó con ingenuidad el pequeño zorro.
-Sin ninguna piedad -respondió tristemente la zorra.
Creyó la zorra haber aleccionado suficientemente a su pequeño.
-¿Y qué es eso de matar? -preguntó entonces el cachorro, cuando la madre se disponía ya a salir en busca de alimentos.
-Mira, hijo mío; el lobo te mordería primero en el cuello con sus poderosos colmillos. Te haría tanto daño que jamás podrías volver a mi lado. Jamás volveríamos a estar juntos. Eso es matar.
-Me cuidaré de no acercarme nunca al lobo -dijo el pequeño zorro.
La zorra, entonces, quedó tranquila. No creyó que su hijo se atreviera a salir de la cueva, en donde, ciertamente, quedó el pequeño zorro muerto de miedo, sin atreverse siquiera a llegar hasta la entrada de la guarida.
Pero transcurrió un largo rato, y con su paso las palabras y las advertencias de la zorra fueron desvaneciéndose en los pensamientos del zorro. El sol, que penetraba por la estrecha entrada al cubil, llenaba toda la cueva con la luz tentadora del bosque. El zorrito, sin recordar ya su miedo de antes, se acercó a la entrada de la cueva, y al cabo se asomó. Todo estaba desierto, pero le pareció muy hermoso el paraje. Emocionado, entonces, salió de la cueva para mirarlo todo detenidamente, regocijándose en la contemplación de los frondosos árboles y de la fresca hierba que se extendía ante sus patas, así como con los tibios rayos del sol que acariciaban su pequeño cuerpo calentándole la piel.
Mas de súbito oyó un ruido, y se sobresaltó creyendo que se trataba del lobo, por lo que echó a correr hasta la cueva.
Poco después llegó la zorra, su madre, con una gallina.
-Ven aquí -dijo al pequeño zorro, soltando la gallina que revolo-teaba. Esta es nuestra comida.
El pequeño zorro parecía no comprender.
-Mira -le dijo la zorra; esto es la muerte.
Y con su pata hizo una profunda herida en el cuello de la gallina, de la cual manaba sangre en abundancia.
-Esto hará el lobo contigo si te caza. ¿Ves? La gallina ya no puede correr y ahora nos la comeremos.
El pequeño zorro, que nada decía, miraba con mucha compasión a la gallina muerta. Aunque en verdad no sintiese pena por ella, sino por él mismo. Pensaba en lo que podría sucederle de caer en las garras del lobo. Se dijo entonces que nunca desobedecería a la zorra.
Al día siguiente se decidió la zorra a llevar de paseo al zorrito por el bosque, pues deseaba mostrarle cuáles eran las astucias más imf escindibles para sobrevivir en aquel peligroso lugar. Quería enseñar-le, además, a cazar por sorpresa. Y, sobre todo, a librarse del lobo, su enconado enemigo.
Correteaba contento el pequeño zorro, sin el temor de verse desamparado, pues sentía junto a sí la presencia de la madre.
-Mira -dijo la zorra de repente: ése es el lobo.
El pequeño zorro, estremecido, se pegó a su madre para no ser visto.
Pasó el tiempo y creció el zorro, que ya correteaba por todas partes, aunque marchaba despavorido hacia la cueva en cuanto veía de lejos al lobo. Pero un día se topó de frente con el maligno, que no llegó a ver al zorro, pues un ruido a sus espaldas atrajo la atención de la fiera, y quedó paralizado por el horror que le produjo tan desagradable encuentro. Después, poco a poco y ocultándose en la hojarasca, retrocedió hasta llegar, casi sin aliento, a su cueva.
-¿Qué te ha sucedido? -le preguntó la zorra al verlo tan demu-dado.
-He visto al lobo.
-¿Y te ha perseguido?
-No, no me ha visto. Pero ya no volveré a salir solo.
Al día siguiente, sin embargo, lo hizo. Y correteando de un lado a otro volvió a distanciarse mucho de la cueva. De pronto sintió el rodar de unas piedrecillas, y al mirar hacia el lugar por donde cayeran, vio al lobo que estaba quieto, al acecho de un jabalí.
El pequeño zorro quedó inmóvil; el terror le había paralizado. Pero poco a poco fue recuperándose, y como era muy curioso, cuando se sintió seguro decidió acercarse hasta quien su madre le señalara como temible enemigo.
-¿Y si no es tan malo? -se dijo el zorro. ¿Y si no son más que suposiciones de mi madre?
El zorro, además, consideraba que poseía ya el valor suficiente como para defenderse de cualquier ataque.
-Buenos días, amigo lobo -dijo cuando estuvo cerca de la fiera.
El lobo se volvió, y de inmediato, al ver tan confiado al zorrito, pensó en vengarse en él de las muchas malas pasadas que le causaran otros zorros.
-Buenos días, amigo zorrito -dijo el lobo con mucha y fingida amabilidad. ¿Qué se te ofrece?
-Nada; estoy paseando. Me gusta pasear por el bosque.
-Pues yo -dijo el lobo- estaba descansando aquí, a la sombra de este árbol tan grande, y nada tengo que hacer. Si quieres puedo acompañarte. Yo te enseñaré el bosque; te enseñaré también dónde viven los hombres, pero no nos acercaremos a ellos, que esos sí que son fieros y malvados.
-¿De veras que quieres ser mi amigo? -preguntó admirado por la nueva el pequeño zorro. ¡Qué inocente es mi madre, la zorra!
-¿Por qué dices eso? -preguntó el lobo, poniéndose en guardia.
-Ella cree que vas a matarme en cuanto me descuide.
-No sé por qué dice eso. Mira, para demostrarte que en verdad soy tu amigo, no sóloo voy a acompañarte por el bosque, sino que, al llegar a mi guarida, cogeré una escopeta que allí guardo, y que robé a un hombre, para irnos juntos de caza. Yo te enseñaré a disparar.
El pequeño zorro dio muestras de mucha alegría, y juntos comen-zaron a caminar por la senda. Cuando al poco llegaron a la guarida del lobo, éste vio a lo lejos a un perro y su primer impulso fue el de echar a correr tras él. Pero se dominó a tiempo, a fin de no atemorizar al pequeño zorro.
-Espérame, que voy a entrar a buscar la escopeta -dijo.
Pero entonces algo insospechado aconteció. El perro, que había quedado al acecho entre los matorrales, se acercó al pequeño zorro.
-¿Cómo es que no echas a correr ahora que aún puedes hacerlo? -le preguntó.
-El lobo es amigo mío -dijo el pequeño zorro.
-¡Sí, sí, amigo! No seas tonto y escucha mi consejo: corre cuanto puedas para alejarte de aquí, como yo lo haré de inmediato, pues no quiero que esa fiera acabe conmigo.
Y acto seguido el perro echó a correr con todas sus fuerzas.
El zorro, no obstante, se quedó pensativo y a punto estuvo de seguir al perro, pero un momento de indecisión fue suficiente para que ya no pudiera hacerlo. El lobo acababa de regresar, armado con la escopeta que robase a un hombre.
-Bien, amigo mío -dijo al zorrito, ya estoy aquí.
-Ya veo que me has traído la escopeta -dijo el pequeño zorro mientras urdía estratagemas a toda prisa para jugarle una mala pasada al lobo.
El lobo notó algo raro en el pequeño zorro, pero como hasta el momento había dado muestras de ser más noble y confiado que un cordero, creyó que el pequeño estaba única y exclusivamente emocionado ante la contemplación de la escopeta.
-Toma, aquí tienes la escopeta -dijo entonces el lobo al zorro. Vas a aprender a cazar como lo hacen los hombres. Para empezar, dispara contra los mosquitos, que ese blanco, al ser pequeño y difícil, te ayudará a conseguir una buena puntería.
-Bueno -dijo el pequeño zorro; primero dispararé contra los mosquitos, y después contra algún otro animal que sea más grande, ¿no?
-Claro, claro -dijo el lobo. Verás qué sorpresa se lleva tu madre cuando le muestres las piezas cobradas -dijo el lobo malvadamente.
Pero el pequeño zorro, astuto como todos los de su especie, no se dejó engañar. En cuanto el lobo le enseñó a manejar la escopeta, dijo:
-Me gustaría probar mi puntería.
-De acuerdo, dispara contra lo que más te apetezca.
-Mira, veo un mosquito posado sobre el anca de ese buey. Voy a disparar.
El lobo reía para sus adentros. Creía haber engañado al pequeño zorro, el cual, en su deseo de aprender, veía mosquitos por todas partes.
-Anda, dispara ya -animó al zorro.
Apuntó el zorro, disparó y comenzó a dar saltos de alegría.
-¡Le he dado! ¡Le he dado! ¡He visto cómo le daba al mosquito en la cabeza!
A punto estuvo el lobo de abalanzarse contra el zorro, pero no pudo de tanta risa como tenía. Pensó, entonces, hacerlo un poco después, luego de que el pequeño zorro le divirtiera un rato.
-Ven conmigo, amigo lobo; vamos a ver al mosquito que he matado -dijo el zorro.
El lobo, aguantándose la risa, siguió al pequeño, que no paró de correr hasta llegar a donde pacía mansamente el buey.
-Amigo buey -dijo, ¿no has visto caer muerto de un balazo al mosquito que tenías encima?
El buey, que rumiaba pacientemente, miró con desconfianza al lobo y al zorro, y pensó que lo mejor y más acertado sería seguirles la corriente para que se fueran cuanto antes.
-Sí -dijo; he visto a un mosquito caer muerto de un balazo a mi lado. Pero me lo he comido con un poco de pasto.
-Gracias, amigo buey -dijo el zorro.
El lobo, entonces, se arrepintió de no haber hecho antes lo que pensara, y no tuvo otra idea que la de alejarse del buey enseguida para dar cumplida y definitiva cuenta del zorrito, que correteaba con la escopeta al hombro.
De pronto perdió de vista al pequeño zorro, para al instante oír su voz:
-Estate quieto, que tienes un mosquito en el lomo.
Disparó de inmediato el zorro. El lobo, sorprendido, apenas pudo dar un salto, pero suficiente para salvar su vida. La bala sólo le atravesó una pata, y sufriendo por el dolor echó a correr para esconderse en su cueva, de la que ya nunca se atrevió a salir y donde murió tiempo después.
Cuando el pequeño zorro volvió a su guarida, llevando consigo la escopeta, y contó a su madre lo sucedido, la zorra le dijo que de ahora en adelante podría salir solo, pues había demostrado suficientemente el valor y la astucia que son comunes a los zorros.

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