Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de noviembre de 2013

El anciano leñador y los ogros

Hace mucho tiempo, en algún lugar vi­vía un anciano leñador que tenía un bulto muy grande en la mejilla derecha, tan gran­de como su propio puño.
Al pobre leñador, cansado ya por los años y por el penoso trabajo que ejercía para ganarse su sustento, le mortificaba este bulto que le afeaba y era la causa de las burlas de la gente, además de dificul­tarle su trabajo, haciéndole sentirse muy triste y desgraciado.
Ocurrió que un día fue como de costum­bre al bosque a recoger encendaja a fin de tener provisiones para el invierno, y repen­tinamente el cielo oscureció, empezando a soplar un viento muy fuerte que hacía caer las hojas de los árboles; el anciano pensó que iba a llover y se apresuró a hacer un fajo con la leña recogida, pero no le dio tiempo ni a eso, enseguida se desencadenó una gran tempestad.
-No tengo otro remedio que pasar la noche en el bosque -se dijo.
Recordó que, no muy lejos de allí había un pequeño santuario muy antiguo y aban­donado.
Dándose prisa, pudo llegar a él sin mo­jarse demasiado. La estancia, aunque su­cia y oscura, le sirvió de refugio al leñador, que no tardó en caer dormido a causa de la fatiga.
Ya a medianoche, empezó a oírse músi­ca de flautas y tambores, procedente de la espesura del bosque. El anciano se desper­tó sobresaltado por aquel alboroto.
-¿Qué será a estas horas? ¡Pero si no vive nadie por estos alrededores!
Y, sin hacer ruido, se aproximó a la puerta del santuario y por una rendija qui­so observar qué ocurría. Pero, cuál no fue su asombro al ver que los que tal música tocaban eran un grupo de ogros de gran estatura, ogros rojos con vestidos azules y dos cuernos y ogros azules con vestidos rojos y un solo cuerno en medio de la frente.
-¡Ay de mí! ¡De ésta no salgo!
Y decidió permanecer en el mismo lu­gar, procurando no ser visto.
Los ogros se sentaron en el suelo ha­ciendo corro y empezaron a sacar toda clase de comidas y también sake para ha­cer un gran festín. Mientras comían y be­bían, no dejaban de tocar la alegre música.
De pronto, el jefe de los ogros dijo:
-¡Qué aburrido está esto! ¡Que baile alguien! Así será más divertido.
-¡Buena idea! ¡Baila tú! -le dijo un ogro rojo a otro que estaba a su lado.
-No, no, yo no sé bailar. Baila tú.
Y así se fueron pasando de uno a otro, sin que nadie se decidiera a salir a bailar.
Entre tanto el pobre abuelo, muerto de miedo, estaba aturdido y maravillado al mismo tiempo por tan placentera melodía. Poco a poco y sin poderlo evitar se le iban las piernas..., y saliendo del escondrijo se presentó ante los ogros y empezó a bailar y a cantar muy entusiasmado.
-¡¡Chingo, chango!! ¡¡Chingo, chango!!
-¡Mirad, pero si es un hombre!
-¡Esto sí que es divertido! ¡¡¡Je, je, je!!!
Los ogros se alegraron muchísimo y em­pezaron a rodearle para bailar y cantar juntos, pero estaban tan embriagados por la danza que se olvidaron de que la noche acababa y...
-¡Kikirikíííííí!
Se oyó el canto del primer gallo anun­ciando que ya amanecía, por lo tanto, de­bían retirarse.
Pero todavía seguían bailando y bailan­do mientras que...
-¡Kekerekeeeee!
El segundo gallo cantó y los ogros deci­dieron volver, no sin antes que el jefe de los ogros le dijera al leñador:
-Oye, abuelo, ven otra vez mañana y diviértenos como lo has hecho hoy. ¿De acuerdo?
-Sí, sí, de acuerdo.
Pero otro ogro dijo:
-Los hombres a veces mienten, es me­jor quitarle ese bulto que tiene en la mejilla y así seguro que mañana vendrá otra vez a buscarlo.
Y mientras decía esto, otro ogro se lo arrancó en un santiamén, sin que sintiera dolor alguno.
El leñador se pasó la mano por la meji­lla. Qué extraño. Estaba lisa completa­mente. Aquel repugnante bulto había desa­parecido como un sueño, sin dejarle ci­catriz.
Y muy muy contento, el leñador regresó corriendo al pueblo para contarle el prodi­gio a su esposa que seguramente estaría preocupada por la tardanza.
Daba la casualidad de que en el mismo pueblo vivía otro anciano que también te­nía un bulto parecido, pero en la mejilla izquierda. Y en cuanto le vio llegar, muy asombrado le preguntó:
-Oye, buen amigo: ¿cómo te libraste de tu bulto?
-Escucha, que voy a contarte cómo ocurrió todo.
Y le relató su experiencia con los ogros rojos y azules. El otro anciano, maravilla­do, exclamó:
-Si fue tan fácil como dices, voy a ir yo también para que me quiten ese bulto.
Y sin pérdida de tiempo, aquel mismo día se dirigió al santuario del bosque.
Tal como le había contado su vecino, al anochecer se reunieron los ogros en la pla­zoleta del santuario, empezando su habi­tual comilona.
Este anciano también tenía miedo, pero movido por el deseo de que le quitaran pronto el bulto, salió enseguida del escon­dite y empezó a bailar pero tan mal, que los ogros malhumorados le dijeron:
-¡Qué es eso!, ¡hazlo como ayer abuelo!
Sin embargo, por mucho que se esforza­ra, como no le gustaba bailar, no lograba complacer a los ogros; éstos se enfadaron más y le dijeron:
-Como lo prometido es deuda, te de­volvemos lo que ayer te tomamos presta­do-. Y uno de los ogros, con toda su fuerza le emplastó el bulto de su vecino en la otra mejilla y le dijo en nombre de todos:
-Bueno, ahora vete, no queremos verte más por aquí.
Con dos bultos, uno en cada carrillo, cuentan que el anciano volvió al pueblo muy triste y cabizbajo.

Explicaciones del cuento

Tokkuri: Botella de cerámica gris que sir­ve para poner sake japonés (bebida hecha de arroz fermentado).

0.040.1 anonimo (japon) - 028

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