Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 4 de junio de 2012

Yahdih quiere conocer mundo

Había una vez una familia tonta y otra inteligente. Ambas tenían un niño de la misma edad. Un día se juntaron en una fiesta y al irse, sin darse cuenta, se cambiaron los hijos. Pasa­ron los años y los niños crecieron.
La familia inteligente se dio cuenta de que su hijo era muy torpe y se enteraron de que la familia tonta tenía un hijo listí­simo, por lo que decidieron ir a reclamarles el muchacho, in­sistiendo en que se trataba de su hijo. La otra familia se negó a sus deseos y decidieron ir ante un cadí.
Éste, después de escuchar sus peticiones, decidió poner una prueba a los dos muchachos: deberían ir los dos juntos a conocer mundo; hablarían con la gente, descubrirían su for­ma de ser, sus costumbres, observarían todo lo que ocurriese a su alrededor y, al cabo de un cierto tiempo, volverían a pre­sentarse ante él para contarle lo que habían visto.
Transcurrido ese tiempo el cadí les preguntó qué habían observa-do. El chico tonto no supo qué responder. El mucha­cho listo con-testó:
-He encontrado las señales de un frig que acababa de levantar el campamento. Había atravesado un uad mojado con agua de lluvia. En el frig había un camello que tenía el rabo cortado, otro cargado con las crías de una perra recién pari­da, otro camello que era tuerto y también una mujer encinta.
El cadí, sorprendido, le preguntó cómo había podido co­nocer todos estos detalles con tanta precisión.
-He dicho que había un camello con el rabo cortado por­que sus excrementos estaban todos juntos en el mismo sitio. Dije un camello tuerto porque sólo comía la mitad de las plan­tas y también un camello con las crías de una perra recién parida porque estaban sus huellas dando vueltas alrededor del camello. Mencioné que había una mujer en estado porque en­contré las huellas que habían dejado sus manos al apoyarse en el suelo para poderse levantar.
El cadí supo quién era cada uno y mandó al chico listo con la familia inteligente y al chico tonto con la suya.
Al cabo de un tiempo el muchacho inteligente le dijo a su padre:
-Tengo que marcharme, padre, necesito conocer mun­do, viajar y ver nuevas tierras. Dame esta oportunidad.
El hombre quedó satisfecho con la petición de su hijo y le con-testó:
-De acuerdo. Aquí tienes un caballo y una espada. Cuan­do quieras volver ésta será tu casa.
El hijo inició su viaje. Tras unos días de camino llegó a un lugar y supo que allí habitaba una chica muy hermosa que tenía cuarenta pretendientes, todos ellos de familias podero­sas y adineradas. Buscó un lugar para dejar su caballo, su ar­mamento y su ropa y se vistió con ropas viejas, sucias y rotas.
Se dirigió al lugar donde estaban reunidos los pretendien­tes. Cuando entró todos se burlaron de él diciendo:
-¿Tú también quieres casarte con la chica? ¡Ja, ja!
-No. Yo soy pobre. Sólo busco a alguien que quiera dar­me trabajo como criado -y empezó a trabajar ayudando a los sirvientes de la casa.
La chica, que siempre estaba informada de lo que ocurría entre sus preten-dientes, de quién llegaba nuevo y quién se marchaba, pidió a sus criados una explicación completa de lo que había ocurrido.
-Vino un hombre mal vestido y pobre que buscaba trabajo.
-Observadlo bien y me informáis de todo lo que haga -ordenó la muchacha.
Unos días más tarde a la chica se le ocurrió una idea para ponerlo a prueba y dijo a los criados:
-Hoy, para comer, ponéis una gasha [1] de cuscús [2] con carne de camello. Pero antes, en el fondo habréis puesto car­ne de corderito asado con edhin [3], de tal manera que quede completamente cubierta por el cuscús con camello.
Los criados así lo hicieron y los pretendientes, huéspedes de la familia, nada percibieron del suculento manjar que esta­ba escondido y comieron el cuscús. Invitaron al muchacho a comer con ellos, pero éste les dijo humildemente:
-¿Cómo es posible que un pobre criado coma con tan notables señores? No, yo esperaré a que ustedes terminen.
Los pretendientes no insistieron porque en el fondo les mo­lestaba que se sentara con ellos.
Una vez saciados tras la comida, le dieron la gasha al chi­co y éste, que tenía muy buen olfato, apartó el cuscús y em­pezó a comer el delicioso cordero mientras exclamaba:
-¡Qué sabroso!
Los pretendientes quedaron muy sorprendidos de que hu­biese sido capaz de oler tan exquisito manjar.
La chica fue informada inmediatamente y reiteró a sus cria­dos que siguiesen observándole atentamente.
Aquella misma noche raptaron a la muchacha y sus pre­tendientes se prepararon para perseguir al gazi que la había cogido. Salieron detrás de él, pero no consiguieron darle al­cance y regresaron. El muchacho decidió partir en su busca, cogió un palo y un caballo y empezó a cabalgar. Los preten­dientes se rieron de él una vez más.
Al alcanzar a los secuestradores hizo galopar más rápida­mente a su caballo hasta sobrepasarlos. Luego se dio la vuel­ta y arremetió con fiereza contra el grupo, derribando a uno de ellos. Repitió esta acción varias veces, hasta derrotarlos a todos.
Regresó con la muchacha sana y salva y todos quedaron muy sorprendidos de su hazaña. Ella dijo que sólo se casaría con este muchacho tan valiente, y su familia aceptó. Los cua­renta pretendientes no tuvieron otra opción que marcharse.
Se hicieron todos los preparativos para la ceremonia de la boda y se casaron.
El chico la esperó la primera noche y ella no se presentó. No dijo nada. Ni al día siguiente con su noche, ni al otro supo nada de ella. Y después de tres noches y tres días de espera, al fin preguntó:
-¿Qué pasa con la novia? ¿Va a venir o no?
-Tiene un pelo muy largo -le respondieron- y necesi­ta siete días con sus noches para trenzarlo.
-¡Menudo fastidio! ¡Tardar tantos días para eso...!
La muchacha, al conocer su reacción ante esta nueva prue­ba, ordenó:
-Decidle que se vaya. No quiero ser su mujer. Si ya em­pieza a criticar desde ahora, ¿cómo va a ser nuestra vida?
Los padres intentaron hacer reflexionar a la joven, pero ella no cambió de opinión. Cuando le comunicaron su deci­sión al muchacho, contestó-:
-De acuerdo -y se marchó.
Regresó a buscar sus pertenencias, el caballo, las armas y sus ropas, y las vendió. Vestido todavía de pobre fue en bus­ca de un nuevo trabajo. En el camino encontró a un viejo que parecía extran-jero y le dijo:
-Busco trabajo, ¿me puedes ayudar?
El viejo, que necesitaba a alguien para cuidar de su gana­do, le contestó:
-Si quieres, yo te doy trabajo de pastor.
Aceptó y continuaron juntos el camino.
Después de unos días de viaje llegaron a una comarca don­de había mercado y se podía comprar de todo. El viejo apro­vechó para abastecerse de cuanto necesitaba y el chico le dio un querch [4] diciéndole:
-Cómprame algo para montar.
El viejo, sorprendido, le contestó:
-Con un querch no se compra un camello. 
-Bueno -respondió el chico.
Y siguieron su marcha. Andando, andando, encontraron un rebaño de machos cabríos y el muchacho exclamó al verlos:
-¡Qué rebaño más tuerto!
-¡Qué tonto eres! ¿No ves que todos ven, que tienen unos ojos muy grandes? -respondió el viejo empezando a enojarse.
Reanudaron la marcha hasta que divisaron un rebaño de ovejas. El chico comentó:
-Este rebaño no tiene cabezas.
El viejo, ya harto de sus observaciones, le gritó:
-¡Sinceramente, eres tonto de remate! ¿Cómo puedes afirmar que este rebaño no tiene cabezas si todas las ovejas la tienen en su sitio?
Siguieron de nuevo su camino y el viejo empezaba a arre­pentirse de haberlo tomado como pastor. Tras un largo reco­rrido encontraron una jaima, y la familia que en ella habitaba los invitó a entrar. Les ofrecieron su hospitalidad, tal como es costumbre entre los nómadas, y la mujer les dio de beber en una gira [5] muy bonita. El chico la cogió y se la pasó al vie­jo, quien tras beber en ella se la devolvió diciendo: -¡Qué gira más preciosa!
-Lo sería si no tuviese una ferra [6] -añadió el muchacho. El pobre viejo, ya fuera de sí, exclamó:
-¡Ahora sí que veo que eres un idiota! ¡No sé lo que voy a hacer contigo! ¿Tú no ves que es una gira nueva? ¿Cómo quieres que tenga una ferra?
Tras el descanso continuaron su camino hacia el lugar don­de habitaba el viejo. Después de andar un buen trecho llega­ron por fin a su destino, donde la familia del hombre le estaba esperando.
Todos se alegraron mucho de ver a los recién llegados y la hija del viejo le preguntó:
-¿Quién es ese muchacho que traes contigo?
-Es un joven que va a cuidar del ganado, pero es muy tonto. Creo que no tiene remedio. Espero que al menos para pastor sí sirva, aunque no estoy muy seguro de ello.
La chica se quedó algo inquieta y, tras un momento de reflexión, le preguntó sorprendida a su padre:
-Papá, ¿puedes decirme cómo has sabido que es tonto?
-No merece la pena contarlo. Vamos.
-Por favor, papá. Cuéntame algo sobre vuestro viaje. El buen hombre empezó a contar con desgana:
-Bueno, lo primero que dijo ese tonto al llegar al merca­do fue que le comprase algo para montar con un querch.
¿Cómo se puede comprar un camello con esa cantidad?
-Pero, papá... Ese chico no se refería a un camello sino a unas sandalias. ¿Cuánto cuestan?
-Un querch.
-¿Ves, papá, cómo tengo yo razón? Cuéntame más, venga...
Al buen hombre no le quedó más remedio que seguir re­latando su viaje:
-Una vez que encontramos un rebaño de machos cabríos se le ocurrió decir que eran todos tuertos.
-¿En el rebaño sólo había machos, verdad? Pues tiene razón de nuevo: era un rebaño tuerto porque le faltaban las hembras y donde faltan las hembras falta la mitad. ¿Qué más te dijo?
-Cuando nos tropezamos con un rebaño de ovejas me dijo que no tenían cabeza.
-Pero, papá... ¡Ese chico vuelve a tener razón! El reba­ño era de ovejas solas y necesitaban al macho; una hembra necesita siempre a alguien que la defienda. ¿Qué más ocurrió?
-Un día que una mujer muy hermosa nos ofreció leche en una gira nueva y muy bonita, se le ocurrió decir que tenía una ferra.
-¿Había algo raro en la jaima? ¿Alguien de la familia te­nía algo especial?
-La mujer que nos ofreció la leche era muy bella, pero tenía un ojo tuerto.
-¡Papá, ese chico es muy inteligente! Lo que dijo se refe­ría a la mujer, no a la gira.
Al fin, el viejo se convenció de que era un muchacho muy listo y decidió casar a su hija con él. Después de celebrarse la boda los dos jóvenes marcharon a otra comarca, con otra gente distinta, donde fueron muy felices, vivieron muchos años y tuvieron muchos hijos, que crecieron sanos y fuertes y se hicieron mayores.
El padre de esta familia gozó de buena salud durante mu­chos años. Era un hombre fuerte, que se dedicó a la ganade­ría y llegó a poseer grandes rebaños. Tenía una yegua muy bonita, a la que alimentaba exclusivamente con la leche de una camella blanca, que era su preferida.
Así pasaron los años, hasta que un buen día desapareció la camella blanca. El hombre preguntó a sus criados:
-¿Cómo no ha vuelto todavía hoy? Es una camella adies­trada que cada día, al llegar, se sienta bajo el faldón de mi jaima. ¿Por qué no está aquí?
El criado, temeroso, empezó diciendo:
-Señor, no sé si contároslo o no, estoy asustado.
El señor insistió una vez más:
-¿Dónde está la camella blanca? ¿Por qué no ha venido esta noche?
-Señor, os lo diré con una condición: tenéis que prome­terme que no iréis donde está vuestra camella.
-No te preocupes. Dilo ya.
-Señor, la camella blanca no es la única que ha desapa­recido estos días. Ha ocurrido lo mismo con otras. Últimamente toda la gente que vivía en esta zona se ha marchado por cau­sa de un yinn [7] que cada noche se lleva una camella y se la come. Vive en aquella montaña, pero, por favor, no vayáis allí.
-De acuerdo -contestó pensativo el señor.
Al día siguiente cogió su yegua y la preparó para ir a la montaña, a la cueva del yinn. Al llegar ante ella se encontró con que éste acababa de traer una nueva camella y le invitó a compartirla.
-Yo sólo quiero verte a ti.
-¿Para qué?
-Para pelearme contigo, porque estoy harto de que me robes cada día un camello. Y ayer cogiste mi camella blanca, a la que sólo ordeño para alimentar a esta yegua.
-No pienso pelearme contigo hasta que almorcemos. Pasa.
El señor entró, el yinn preparó la comida y se sentaron a almorzar juntos. Mientras comían, el yinn empezó a hacer muecas grotescas y horribles para impresionar al señor y co­mió de un solo bocado la carne del muslo de un camello. El señor hizo lo mismo. El yinn cogió el hueso, lo partió con las dos manos y sorbió ruidosamente el tuétano. El hombre co­gió otro hueso igual, lo rompió sólo con los dedos e hizo lo mismo. Y así siguieron, intentando impresionarse mutuamen­te, hasta que no quedó ni rastro de comida.
Dijo el señor al yinn:
-¿Quieres que luchemos a pie o montados a caballo?
-Lo haremos sobre los caballos.
Acordaron el sitio donde tendría lugar la lucha y echaron a suertes quién de ellos daría el primer golpe.
Empezó el yinn y con un golpe de su espada quitó el tur­bante al señor. El segundo golpe era para él. Dieron una vuelta a galope y se preparó para atacar. Cuando vio que el yinn se agachaba para no recibir un golpe en la cabeza y captó su intención, bajó la espada tanto como le fue posible y la levan­tó hacia arriba rápidamente, cortándole así la cabeza, que rodó por los suelos dando terribles aullidos.
El señor recogió la camella y volvió con su familia. A par­tir de aquel momento volvió a reinar la paz en aquella comar­ca y los que se habían ido volvieron.
Pasaron muchos años y se convirtió en un viejo muy vie­jo. Era un anciano venerable y respetado por todos, que po­seía numerosas riquezas.
Una vez que estaban levantando el frig para acampar en otra zona donde había llovido, dijo:
-Yo quiero ir montado sobre una camella que haya aca­bado de parir.
Su mujer y sus hijos le contestaron sorprendidos:
-¿Por qué tú que eres un hombre rico, de buena posi­ción y muy conocido quieres montar en esa camella? Tienes muchas más, escoge otra.
-Pero yo sólo quiero montar en esa camella.
-Eso está mal visto que lo haga una persona rica, sólo montan en camellas recién paridas los pobres. La gente se va a reír de ti.
Por mucho que dijeron y dijeron, no hubo forma de di­suadirle. Subió en la camella que acababa de tener un cría e iniciaron todos juntos la marcha. Tras algunos días de viaje, llegaron a un lugar en el que se encontraba gente acampa­da y pasaron cerca de unas muchachas que estaban jugando. Estas se sorprendieron al verlos y los observaron con curiosi­dad. Una de ellas empezó a reírse del viejo y las demás la imitaron.
El viejo dijo:
-Hijos, yo voy a quedarme aquí. Seguid vuestro camino.
Le ayudaron a desmontar y llamó a las jóvenes, que acu­dieron riéndose aún. Hizo que se sentasen a su alrededor y empezó a contarles su historia.
La joven que había empezado a reír lo escuchaba atenta­mente y comenzó a llorar. El viejo iba contando su vida lentamente. Las demás muchachas se fueron y sólo quedaron ellos dos.
El viejo seguía hablando, hablando y la muchacha seguía llorando, hasta que se murió.
El hombre siguió contando su historia, hasta que murió también él.


 051 Anónimo (saharaui)



[1] Gasha: Plato grande del que todos pueden comer.
[2] Cuscús: Plato a base de sémola de trigo cocida al vapor, a la que se añade carne y verduras. Es una comida típica de los pueblos norteafricanos.
[3] Edhin: Grasa de cordero muy refinada, usada para elaborar guisos muy exquisitos.
[4] Querch: Moneda de un real.
[5] Gira: Cuenco de cerámica usado para beber.
[6] Ferra: Agujero dejado por un diente delantero roto. En sentido figurado significa «roturas».
[7] Yinn: Demonio, espíritu malvado que ocasiona daño a las personas.

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