Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 4 de junio de 2012

Las manzanas de oro


Había una vez un hombre muy rico que tenía tres hijos y un bello jardín en el que cultivaba una clase de manzanas tan hermosas que las llamaban «manzanas de oro». Alrede­dor del jardín había montada vigilancia constante-mente y el hombre prodigaba todos los cuidados necesarios para que si­guiese siendo el mejor jardín.
Pero un día se dio cuenta de que faltaban algunas manza­nas. Mandó llamar a sus hijos y les dijo:
-Hijos míos, esto no puede volver a ocurrir. Hay que montar guardia cada noche y os tocará por turno a cada uno de vosotros. El que atrape al ladrón será mi heredero.
Los hijos obedecieron a su padre y empezó el mayor a ha­cer la primera guardia. Estuvo vigilando toda la noche, pero al amanecer le venció el sueño y se quedó dormido.
Por la mañana fue a ver a su padre y le dijo:
-Padre mío, he estado velando toda la noche y el ladrón no ha aparecido.
Fue el padre a dar una vuelta por el jardín y vio que falta­ban manzanas.
Regresó muy enfadado junto a sus hijos y le dijo al se­gundo:
-Esta noche te toca vigilar a ti y debes estar alerta para que no se te escape el ladrón.
Pero le ocurrió lo mismo que a su hermano mayor.
A la noche siguiente le tocó al más pequeño. Antes de sen­tarse a vigilar dio una vuelta por el jardín para observar los árboles y se dio cuenta de que el ladrón nunca robaba del mis­mo árbol, por lo que decidió quedarse junto al que no le fal­taba ningún fruto.
De madrugada vio llegar a un pájaro muy grande, con un cesto entre las garras que llenaba con las mejores manzanas. Se le acercó silenciosamente para cogerlo pero como era muy fuerte le dio un gran golpe con sus alas y se escapó volando. Sin embargo, el joven consiguió arrancarle alguna de sus plu­mas, que guardó celosamente.
Cuando por la mañana se presentó ante su padre y éste le preguntó si había atrapado al ladrón, le contestó:
-No lo he cogido, pero sé quién es.
Y le relató toda la historia del pájaro.
El padre fue a dar una vuelta por el jardín y encontró al­gunas plumas donde le había dicho su hijo.
Al regresar les dijo:
-Sabemos quién es el ladrón, pero hay que atraparlo. Esta misma noche saldréis cada uno en una dirección distinta a buscarlo, pues aquí ya no volverá.
Entregó a cada uno un caballo bien equipado y les man­dó partir. Apenas hubieron pasado una colina más allá de la casa de su padre, los dos hermanos mayores se reunieron y se fueron juntos. El más pequeño siguió cabalgando en la di­rección del pájaro y después de dos noches y dos días acam­pó en un valle y se quedó dormido.
Al despertar no vio a su caballo por ninguna parte, empe­zó a buscarlo por los alrededores y encontró sólo su pata de­lantera. Se subió a una colina y se sentó a pensar qué podía hacer. De repente vio que se le acercaba un león y ya iba a huir, lleno de terror, cuando oyó que el león le decía:
-No te asustes, y cuéntame qué te ocurre.
-Me he quedado sin caballo porque alguien se lo ha co­mido -dijo el chico.
-Tu caballo me lo he comido yo, pero no debes preocu­parte, haré todo lo que tú me pidas.
Le contó toda la historia del pájaro que robaba las manza­nas a su padre y cómo él había salido en su busca. El león le escuchó atentamente y le explicó:
-Este pájaro está a setenta años de camino. Si sigues buscándolo te morirás de viejo sin encontrarlo. Pero si quieres yo puedo ayudarte a volver con tu familia.
-De ninguna manera. Voy a seguir con su búsqueda, aunque me muera de viejo. Tengo un compromiso con mi padre, he de llevárselo o morir en el intento.
-Puesto que demuestras una voluntad tan inquebranta­ble, yo te llevaré hoy mismo, pero tienes que seguir mis ins­trucciones. Sube y no abras los ojos.
Así lo hizo el muchacho y al instante le dijo el león:
-Ya puedes bajarte y mirar. En este palacio vive el pája­ro y pertenece a la hija del emir [1]. Se halla en su habitación, en una jaula de oro. Ahora los guardias están dormidos y po­drás entrar sin dificultad para llevártelo. Pero debes tener mu­cho cuidado en no tocar para nada la jaula de oro, si no te cogerán preso.
El muchacho se acercó cuidadosamente al hermoso pala­cio y llegó hasta la habitación de la hija del emir sin ninguna dificultad. Allí vio al pájaro posado en la cama, lo cogió y se disponía a marcharse cuando de repente vio la magnífica jau­la de oro y piedras preciosas. Se sintió tan fascinado por ella que decidió llevársela consigo. En cuanto la tocó le rodearon los guardias y lo hicieron prisionero.
A la mañana siguiente el emir lo mandó llamar a su pre­sencia y le ordenó que le contara qué buscaba en su palacio y cómo había llegado hasta allí. Al acabar el muchacho con su relato le dijo el emir:
-Ya que eres tan decidido y valiente, hubieses podido pedirme el pájaro a mí y yo te lo hubiese dado.
-Creía que no me lo daríais y tampoco tengo con qué comprarlo. Así que decidí cogerlo y ahora soy vuestro prisio­nero -respondió.
-Si quieres ser libre y conseguir además el pájaro y la jaula de oro, voy a proponerte un trato. Tienes que ir donde habita un emir enemigo mío, y tienes que traerme un caballo, el más veloz que se conoce, que guarda celosamente en su palacio.
Accedió el muchacho y salió en busca del león. Le contó el motivo de su tardanza y lo que le había pedido el emir. El león le recriminó que no hubiese hecho caso de sus consejos, pero añadió:
-Bien, súbete y cierra los ojos.
Al momento estaban ante el palacio del otro emir. El león le explicó en qué cuadra se encontraba el caballo:
-Vas a encontrar en ella muchos más caballos, pero el blanco es el que tú buscas. Tiene al lado su montura de oro, pero no debes tocarla.
Entró en la cuadra y buscó al caballo blanco. Cuando se disponía a irse con él vio la montura, tan resplandeciente, que no pudo resisitr la tentación de llevársela con él.
Al tocarla aparecieron los guardias del emir y lo cogieron preso de nuevo. Lo llevaron ante el emir quien le ordenó que le contara qué hacía allí y cómo había llegado.
Así lo hizo. Y el emir le contestó:
-Ya que eres tan decidido y valiente podías habérmelo pedido y te lo hubiese dado de buen grado.
Le respondió el joven que no creía que se lo hubiese re­galado tan fácilmente. Pero el emir continuó diciéndole:
-Voy a proponerte un trato. El caballo y su montura se­rán tuyos si consigues traerme a la hija del emir, pues es la muchacha más bonita que existe.
Accedió el joven y volvió con su amigo el león. Le contó lo ocurrido y le pidió su ayuda. Este le contestó:
-Si no fuera por el compromiso que tengo contigo me separaría de ti ahora mismo. ¡Venga, súbete!
Volvieron ante el palacio del primer emir y el león le dio de nuevo sus consejos:
-Ahora seré yo el que traiga a la hija del emir y tú te que­das esperando aquí.
La encontró refrescándose en un lago y se la llevó consigo. Mandó montar también al chico sobre sus lomos y los llevó a los dos al palacio del otro emir. Al llegar le dijo:
-Ahora ya puedes llevar la muchacha al emir y que te dé el caballo y la montura, tal como te prometió.
-No seas tonto, ¿tú crees que voy a cambiar esta joya por un caballo y una montura de oro? Quiero vivir con ella, aunque tenga que esconderme por estos bosques -le respon­dió el joven.
-Muy bien -añadió el león-, puesto que no quieres en­tregarla al emir, escóndela aquí. Yo me transformaré en ella y me llevas a mí en su lugar. Coges el caballo, la recoges a ella y seguís vuestro camino.
Así lo hicieron. El emir estuvo tan contento de ver a la chica que mandó anunciar por todo el país que iba a casarse con la joven más bonita que se conocía. Y empezaron en seguida los preparativos para la boda.
Cuando llegó el emir acompañado de la muchacha, ésta se volvió a transformar en el león. Ante el asombro de todos salió huyendo velozmente y nadie volvió a saber de él.
Logró el león dar alcance a su amigo y juntos fueron al palacio del emir. Cuando llegaron le dijo al muchacho:
-Ve a entregarle el caballo y recoge el pájaro, tal como acordas-teis.
-No puedo hacerlo. ¿Cómo voy a cambiar un caballo tan veloz por un pájaro? Prefiero quedarme viviendo en el bosque con la muchacha y el caballo antes que entregarlo -protestó.
-De acuerdo. Yo me convertiré en caballo y tú me en­tregas al emir. El te dará el pájaro y podrás seguir tu camino -contestó el león.
Así lo hicieron. Y cuando el chico ya estaba lejos, el león recobró su figura y salió corriendo hasta darles alcance. Los subió a todos, el joven, la hija del emir, el caballo y el pájaro, en sus lomos y, en un abrir y cerrar de ojos, los llevó al lugar donde había devorado al caballo.
Se despidieron y el león le prometió que algún día volve­rían a verse.
Emprendieron el camino hacia la casa de su padre y al lle­gar la noche se pararon a descansar. Mientras dormían, llega­ron los hermanos del joven y lo degollaron. Cogieron a la chi­ca, al caballo y al pájaro y se fueron.
Cuando estuvieron algo alejados apareció el león y le or­denó al joven que se levantase. Este así lo hizo, totalmente recuperado, como si nada le hubiese ocurrido.
El león le explicó lo que habían hecho con él sus hermanos y le prometió que él los mataría por su mal comportamiento. Le ordenó de nuevo que subiese sobre sus lomos y empeza­ron a perseguirlos.
Cuando los alcanzaron y el león iba a matarlos, el joven le suplicó que no lo hiciese, pues eran sus hermanos y quería perdonarlos.
Se despidió de nuevo, el león. Pero le puso una condición al muchacho: que le contase a su padre todo tal como había ocurrido, incluso lo que sus hermanos habían hecho con él.
El padre estuvo muy contento de volver a ver a sus hijos. Y una vez enterado de lo sucedido nombró heredero a su hijo menor.

 051 Anónimo (saharaui)


[1] Emir: Gobernador de un territorio (cargo más propio de la cultura árabe oriental o de la mauritana).

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