Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 4 de junio de 2012

Historia de sahara occidental


Breve noticia sobre el Sahara occidental
Los acontecimientos políticos y la guerra que se ha de- El pueblo sarrollado en el Sahara occidental desde 1975 han hecho saharaui saltar a la actualidad internacional la existencia y la iden­tidad del pueblo saharaui, habitante de este trozo del de­sierto; pero su historia, sus vicisitudes y su especial modo de vida se remontan muchos siglos atrás. Dos son las ca­racterísticas peculiares de este pueblo: su absoluta inde­pendencia, hasta la llegada de la coloniza-ción española, de todo poder estatal, y su economía y supervivencia, basa­das en el nomadeo de sus ganados en busca constante de los mejores pastos.
Esta característica de independencia de todo poder, así como el nomadeo, han determinado la idiosincrasia y la cultura saharauis a través de los tiempos, configurándo­los absolutamente distintos de sus vecinos marroquies del Norte y de los habitantes de los núcleos sedentarios o se­minómadas de la actual Mauritania. Entre las mues-tras de esta peculiar cultura destacan los cuentos populares, cuya tematica recurre reiteradamente al medio geográfico del desierto circundante, al camello como elemento básico de transporte y supervivencia y a los constantes desplazamien­tos de los nómadas.
En líneas generales, el territorio habitado por los sa­harauis desde una época precolonial está delimitado al Nor­te por el río Dra, constituyendo una absoluta frontera natural que separa el desierto de Marruecos; al Sur, los límites son la región de Uadibe, Cabo Blanco, el Adrar Sotuf y el Azefal arenoso y, por el Este, la sebja o depre­sión salina de Iyil, Bir Um Grein y la hamada o llanura de Tinduf.
Pero el Sahara occidental, como todo el Gran Desierto, Prehistoria no fue siempre una zona árida desprovista de vegetación perma-nente. En épocas prehistóricas, el Sahara estuvo po­blado por elementos sedentarios, quienes han dejado abun­dantes huellas de una cultura lítica, correspondiente tan­to al Paleolítico como al Neolítico, así como grabados en piedra de los animales que poblaban la zona: cérvidos, aves­truces, rinocerontes e incluso elefantes. A las glaciaciones clásicas europeas corresponden períodos pluviales africa­nos, lo que llevaba consigo una abundante vegetación y una amplia red hidrográfica, cuyo testimonio lo constitu­yen, hoy día, los cauces secos de los ríos saharianos. En la progresiva desecación, que más tarde se convertiría en de­sertización, los habitantes hamitas blancos emigraron con preferencia hacia el Norte, mientras que los antecesores de los negros emigraban hacia el Sur.
Algunos grupos de pastores blancos, nómadas y jinetes, se mantuvieron, sin embargo, en las zonas desecadas, adap­tándose a una vida errante; hasta el principio de la era cris­tiana, el Sahara podía aún alimentar a sus caballos. En la época de los Tolomeos de Egipto, a partir del 323 a. C., tiene lugar la introducción en el desierto de un elemento fundamental, el camello, o más exactamente el dromeda­rio, de una joroba. Trashumando así por los itinerarios jalonados de pozos y siguiendo las lluvias, los nómadas mantuvie-ron el contacto con los negros sudaneses y los intercambios hacia el litoral mediterráneo.
Al comienzo de la era cristiana, sobre el 25 a.C., las últimas teorías de historiadores canarios, como Alvarez Delgado, señalan el poblamiento de las islas las Afortuna­das, conocidas desde tiempo antes, con habitantes del oeste africano, en contra de la teoría que situaba el poblamien­to canario a finales del neolítico europeo (2500-2000 a. C.). La tesis de tal poblamiento, propiciado y dirigido por los romanos, según Delgado, y la relación de la costa atlánti­ca sahariana con las islas, se asienta sobre varios testimo­nios etnológicos y arqueológicos. En análogos términos se manifiestan otros historiadores como Balout, Camps y Diego Cuscoy. El hecho de que los canarios prehispá­nicos desconociesen la navegación y de que las siete islas fueran pobladas en la misma época por idénticas gentes, sin conexión posterior entre sí, que 1.400 años más tarde, durante la conquista española, hablasen formas dialecta­les, parece avalar la veracidad de esta migración, dirigida posiblemente por los romanos, de los que también han quedado en las islas huellas arqueológicas.
En cuanto a la lingüística, son tan evidentes los para­lelismos de la toponimia entre lugares del Sahara occidental (Tafraut, Tigsert, Tuifidiret, Tuifinad, Tifariti, etc.) y otros de las Canarias (Tenerife, Teror, Tuineje, Timanfaya, Teguise, Tías, Tirajana, Telde, Tejeda, Tegueste, Tejina, Teide), en los que el prefijo bereber te-ti-tui se repite insistentemente, que la existencia de un substrato idioma­tico común parece evidente. Según Georges Marcy (Une province lointaine du monde berbére: les Iles Canaries), la misma palabra «guanche» procede del bereber wantcha, «indígena».
También han quedado huellas de la cultura bereber en la epigrafía canaria. El alfabeto de los antiguos bereberes, unos 30 caracteres de tipo geométrico, extendido por todo el noroeste africano, se ha perpetuado hasta nuestros días en el Sahara central, en la forma conocida como tifinar, que es usada aún por los tuareg del Hoggar para cortas frases grabadas sobre las rocas, en las armas y en las joyas.
Pues bien, las epigrafías en alfabeto tifinar en Cana­rias son abundantes en todas las islas, menos en Tenerife y Gomera. Los creadores o transmisores de estas inscrip­ciones, cuyo contexto de frases cortas es muy similar al del Sahara, habrían llegado en arribada posterior, situán­dola Pérez de Barradas entre los siglos VIII y IX d. C. La inscripción en tifinar sobre un tablón funerario, caso muy especial, hallada en 1973 en El Hierro, se remonta al año 750 d. C., según la datación por el carbono 14. Una prueba más de la interesante relación entre Canarias y la próxi­ma costa africana bereber.
Pero esta etnia y cultura van a ser progresivamente ane- Invasión gadas en el Sahara por las invasiones árabes. En el 640, árabe sólo ocho años después de la muerte del Profeta, los ára­bes musulmanes, conducidos por el califa Omar, penetran en Egipto y empiezan a extenderse por el norte de África. En el 681, Sidi Ocba ben Nafi, primer gobernador, en nombre del califa omeya de Damasco, realiza una incur­sión hasta los valles del Sus y del Dra y, según sus histo­riadores, llega hasta el nacimiento de la Saguia el Hamra, siendo éste el primer contacto árabe con los bereberes de las zonas predesérticas y desérticas, con resultados de una escasa islamización y ninguna arabización. En general, los dominadores árabes sienten muy poco interés por el de­sierto, donde casi no penetran.
Al principio del siglo XI va a tener lugar el curioso fenómeno de la islamización del Sahara por sí mismo. Yahia ben Ibrahim regresa en el 1040 fanatizado de su peregrinación a La Meca y, en contacto con el letrado y teólogo de Sijildmassa, Abdalah ben Yasin, empieza la pre­dicación de un islamismo rigorista. Sus primeros esfuerzos son mal acogidos y tiene que refugiarse con pocos compañeros en una isla del Senegal o de Río de Oro, punto en el que varían las interpretaciones, donde fundan un con­vento o cofradía, almorabetin, de donde procederá luego el nombre de almorávides. Algunos meses más tarde ya son un millar de fieles y, en 1042, se lanzan a la conquista y conversión de sus hermanos de raza. Hacia el Norte in­vaden todo Marruecos, fundan Marrakech en 1062 y, al año siguiente, conquistan Fez. Hacia el Sur dominan todo el Sahara y llegan hasta los países negros. Con la petición de ayuda hecha por los reyes de taifas de Sevilla, Badajoz y Granada, los almorávides se trasladan a la Península y, al vencer a Alfonso VI en Zalaca el año 1086, dominan un inmenso imperio que se extiende desde Castilla hasta el Níger.
Pero los nómadas almorávides se desinteresan del Sa­hara, su cuna de origen, y el imperio se desintegra. En 1147, el último soberano es aniquilado por los bereberes mon­tañeses masmuda, quienes consquistan Marrakech; surge entonces una nueva concepción islámica, el movimiento almohade, que se impone en todo el Mogreb y en parte de la Península, hasta su derrota en Las Navas de Tolosa en 1212.
Ni los almohades ni la dinastía de los Beni Merin tie­nen actuación en el desierto, pero en la época de éstos se produce la lenta arabización del mismo. En el siglo XI, los soberanos fatimidas han enviado al norte de África dis­tintas tribus puramente árabes, como los Beni Hilal y Beni Maquil, que propagan por doquier la destrucción, insta­lándose más tarde en el Tuat, en los límites occidentales del desierto. Hacia 1250 alcanzan los valles del Sus y del Dra, llegando hasta el Atlántico. Los sultanes merinidas rechazan a estas tribus árabes, propagadoras de la anar­quía, hacia el sur del Dra, y en los siglos XIII-XV, estos árabes nómadas en constante oposición a los bereberes del Norte se expanden lentamente por el desierto, no como una invasión en masa, sino en pequeños grupos, desbor­dando o subyugando a los pobladores y llegando hasta el recodo del Níger. Los Beni Hassan de los Maquil son los que más se infiltran hacia el Sur y los que darán lugar al nacimiento de las tribus saharauis llamadas hassan o arab, así como a la propagación de un idioma propio, el hassa­nía, más próximo al árabe literal. Las simbiosis entre ára­bes y bereberes, lejos de la autoridad de los sultanes, va a dar lugar progresivamente a la formación de la sociedad sahariana.
Entre los siglos XIV y XV tiene lugar el primer contacto de los pueblos del Sahara con los europeos. Las Canarias, conocidas de los romanos, habían caído en el olvido durante el Bajo Imperio y la Alta Edad Media; es preciso llegar hasta 1312 para encontrar la fecha del arribo a las islas del genovés Lanceloto Malocello, quien conquistó la que lleva su nombre, Lanzarote, aunque es muy dudoso que pasara al continente; antes, en 1291, la expedición tam­bién genovesa de los hermanos Vivaldi habla desapareci­do en las costas occidentales de África, en su búsqueda de un nuevo camino para comerciar con la India. De abril de 1342 son las expediciones a las islas de la Fortuna, «no­bellament trobades», de los mallorquines Francesc Des­valers y Domingo Gual, aunque no se tiene constancia de sus resultados. En agosto de 1346, salió de Mallorca una nave dirigida por Jaume Ferrer, «per anar el riu de l'Or», pero se perdió y nunca más se tuvieron noticias de esta expedición. Este Río de Oro, que ya empieza a aparecer en las crónicas y en los mapas, no era más que el Senegal, de cuya cuenca muy al interior procedía el oro que llega­ba por tierra hasta el Mediterráneo; pero más tarde, equi­vocadamente, tal denominación fue asignada a la bahía y península donde luego se asentaría Villa Cisneros, Dajala hoy día.
Las primeras expediciones castellanas a las islas y a la vecina costa de Berbería son de 1385 o de 1393, según distintos autores; a partir de estas fechas la presencia de na­ves castellanas en esta zona es muy frecuente, naves dedi­cadas con preferencia al intercambio de productos y a la captura de esclavos. En 1449, Juan II de Castilla concede al duque de Medina Sidonia un amplísimo señorío sobre la costa «desde el cabo de Aguer hasta la Tierra Alta y el cabo de Bojador, con todos los ríos y pesquerías y res­cates», aunque no existen trazas de la intervención del du­que en aquellos parajes.
Los verdaderos descubridores de la costa sahariana son los portugueses, en su propósito de llegar a Guinea y conseguir nuevas tierras, oro y esclavos. El impulsor del des­censo a lo largo de las costas africanas, que más tarde lle­gará hasta la India con paciencia y método, es el infante don Enrique el Navegante, desde la escuela náutica de Sa­gres. En 1434, Gil Eanes dobla por primera vez el cabo de Bojador, un punto esencialmente difícil por las corrien­tes y los vientos contrarios para el regreso. En 1436, Bal­daia alcanza una bahía de la costa a la que llama Río de Ouro, creyendo haber encontrado el origen del codicia­do metal. En 1441, Antao Gonçalves y Nuno Tristao tocan en cabo Blanco, Uadibe, donde comprueban haber llegado al límite del mundo de habla árabe porque el intérprete ya no es comprendido por todos.
No deja de sorprender que sean los europeos los pri­meros en navegar por las islas y las costas del Sahara, que se encontraban al alcance de la mano para los habitantes de Marruecos. Los navegan-tes árabes, que conocían bien el Mediterráneo, tenían muy pocas informaciones sobre la costa atlántica, aunque sabían de la existencia de las Afor­tunadas, Al Khalidat, por las reminiscencias llegadas des­de Tolomeo; pero nunca trataron de localizarlas. Sólo na­vegaban hasta algo más al sur de Agadir, porque, aunque resultaba fácil seguir la costa, para retornar era necesario adentrarse en una navegación de altura poniendo rumbo al Noroeste para evitar los alisios costeros del Nordeste. Al final de la Edad Media, los árabes no navegaban en el África occidental más allá que durante los primeros siglos del Islam.
Coincidiendo con la conquista de Gran Canaria por los Reyes Católicos, en 1478 se establece la primera forta­leza castellana en el litoral sahariano, llamada Santa Cruz de Mar Pequeña, construida por Diego García de Herre­ra, señor de las Canarias menores, y situada, según las más verosímiles interpretaciones, en la boca del río Chebeica, entre el Dra y cabo Juby. Más tarde, se construyeron otras torres, también portuguesas, pero no hay seguridad sobre su localización. La edificación tenía más bien un carácter defensivo y político, intentando crear una zona de influen­cia y de tráfico comercial; a ella acudirían los nativos para trocar ganados, cueros y oro contra el trigo, el azúcar o las telas de Canarias. Muy distintas eran las entradas o ca­balgadas que se producían en gran número en la costa africana desde mediados del siglo XV, propiciadas por los señores y caballeros de Canarias y más tarde por los ade­lantados. Las cabalgadas iban en busca de botín en los cam­pamentos nativos, ganado, cueros, armas, esclavos berbe­riscos o negros y el polvo de oro, el marfil o las plumas exóticas procedentes del sur sub-sahariano, que se pudie­ran encontrar.
La torre de Santa Cruz de Mar Pequeña siguió mante­niendo su influencia hasta su desaparición de la historia entre 1524 y 1527, perdiéndose luego hasta la memoria de su emplazamiento; en 1860 serviría como base para la concesión de Ifni a España por parte de Marruecos, aunque era muy poco probable que hubiese estado allí la desapa­recida torre.
El comercio con el Sahara quedó anulado y las entra­das o cabalgadas fueron prohibidas por una Real Cédula de Felipe II de febrero de 1572. Aunque hay alguna que otra acción guerrera posterior, las entradas en Africa ter­minan con el siglo XVI y toda relación desaparece con esta centuria, si no es la de los pescadores canarios, que faena­ban en aquellas costas desde tiempos de la conquista por la gran abundancia de pesca en el litoral sahariano. Con el permiso de los jefes de la zona, desembarcaban para sa­lar y secar su pescado y buscar agua y víveres. Esta rela­ción se man-tendría hasta la nueva llegada de España en el siglo XIX.
Durante el siglo XVI se consolida la sociedad saharaui; realizada la simbiosis árabe-bereber, unas tribus se precian de su mayor pureza en la ascendencia árabe, y son las lla­madas hasan o arab, compues-tas por hombres guerreros con características de violencia y orgullo; habitan con pre­ferencia en la zona del Río de Oro. Otras son de linaje santo, cherif, como descendientes del Profeta, hasta cuyo nombre puede remontar su ascendencia un saharaui de este reconocido linaje. Varios prestigiosos y milagrosos fun­dadores se establecen en esta época en la Saguia el Ham­ra, que es conocida como tierra de santos.
Las tribus más guerreras o poderosas se asientan en el interior, en las mejores zonas de pastos, hasta la llamada Jat al Jaof, frontera colectiva del Este, o línea de peligro; al Norte, esta frontera es el río Dra. A su resguardo están las tribus zuaia, la gente de libros, compuestas de juris­colsultos de prestigio y expertos en cuestiones coránicas, que se dedican a la enseñanza y al estudio. Otras tribus no guerreras, que gozaban de la protección de las más fuer­tes, a las que pagaban tributo, nomadeaban sus ganados en la zona costera. Esta composición y distribución tri­bal es característica del Sahara y no tiene relación con el entramado social marroquí del norte del Dra, en cuyos avatares intervienen los fenómenos políticos internos de su país, sobre todo en relación con el apoyo o ataque a las diferentes dinastías reinantes.
La unidad cultural saharaui se configura a lo largo de los siglos en su economía, su lengua y literatura, la música, el derecho y las costumbres. Mientras en Marruecos la moneda entraba en el circuito económico mediterrá-neo, en el Sahara no se utilizaba tal instrumento de cam­bio, difundido sólo con la llegada de los europeos a fines del XIX. La economía sahariana se basaba en el trueque; no se conocía la acumulación de capital, y la riqueza con­sistía en la posesión de seres vivos, camellos, ovejas, ca­bras, esclavos, o en la de joyas, vestidos, armas y objetos domésticos. Un hombre poseedor de cien camellos era un hombre rico.
Al sur del Dra existía una lengua propia, el hasanía, más próximo al árabe literal que las variantes habladas en el norte de África. La literatura del Sahara posee unas ca­racterísticas peculiares, tanto se trate de una obra culta como de la tradición popular. En la primera destacan los eruditos del Tiris, procedentes de tribus zuaias, que en el siglo XVIII y principios del XIX producen importantes obras de derecho, gramática y poesía. Entre la literatura popular destaca el género llamado lejna, poemas guerreros que se recitaban incluso en las batallas. El cuento popular tiene sus raíces, como dijimos, en el medio circundante y en la forma de vida nómada. Pero también influyen en él la religiosidad islámica y los hechos milagrosos, la valía del hombre enfrentado a un entorno hostil y su ingenio, así como las hazañas guerreras y la fantasía oriental. La música saharaui posee sus propios instrumentos y su rit­mo característico, así como una figura básica, el iggauen, poeta, bardo o trovador, quien dirige un concierto perso­nal dividido en cinco partes inalterables.
Creadas por las tribus saharauis nacen unas institucio­nes que desempeñan la administración del poder. La ye­maa, o asamblea de notables, tiene funciones legislativas y gubernativas y, en general, interviene en todas las cues­tiones importantes que afectan a la supervicencia del gru­po. Sus decisiones de tipo democrático son obligatorias y el que no las acepta es segregado de la unidad social. El shej es el jefe de la tribu, aunque en las tribus grandes sólo se tiene en cuenta al shej de la fracción. Es una figura de prestigio por su ascendencia, sabiduría y religiosidad, y es también un jefe de guerra, pero con carácter básicamente ejecutivo y las decisiones de la yemaa tienen primacía
La escasa actividad agrícola que ha podido mantenerse es típica del desierto. No existe una propiedad reconoci­da sobre la tierra. Las graras de terreno apto para el culti­vo son pequeñas extensiones donde siembran cebada los miembros de un mismo grupo después de las lluvias, de­jando una parte libre para el que llega más tarde.
En un pueblo fundamentalmente nómada no existe la vivienda estable, salvo en la avanzada colonización. La ha­bitación es la tienda o jaima, una gran cubierta formada por tiras entretejidas de pelo de camello o cabra, sosteni­da por diversos palos, a cuyo alrededor se sitúan arbustos espinosos para protegerse de algún animal salvaje; cerca se colocan los ganados, sobre todo las cabras y ovejas. Una característica especial del desierto es la hospitalidad: la jaima se abre tanto para el amigo, el pariente, el desconocido o el enemigo, que se encontrará en un recinto sagrado; lo mejor de su comida o de sus escasos bienes será puesto a disposición del recién llegado. La alimentación, que está condicionada por el medio, es característica del Sahara. Leche de camella o cabra, harina de cebada y, más tarde, de trigo europeo, algo de carne en circunstancias especia­les, algunas verduras y los escasos frutos de una vegetación desértica; la carne de camello es despreciada fuera del Sa­hara. El gran consumo de té y azúcar, que eleva la baja tensión, son probablemente fruto del tráfico caravanero introducido en el siglo XIX.
El Sahara occidental permanece sumermgido en sí mis­mo, casi olvidado de la historia, durante los siglos XVII, XVIII y gran parte del XIX. Los sultanes marroquíes en­vían en estas épocas algunas expediciones esporádicas, sin dominio efectivo, al interior del desierto mauritano y ar­gelino, pero sin adentrarse en el Sahara occidental, por­que en el sur de Marruecos las poblaciones comprendidas entre el río Sus y el Dra constituían el bled siba, el territo­rio insumiso al sultán, que le impedía el paso. También ha desaparecido la relación del Sahara con los europeos. Hay que llegar hasta los últimos años del siglo XIX y pri­meros del XX para encontrar de nuevo la relación del Sahara con Europa.
De esta época, es también la presencia española con carácter continuo, presencia que corresponde a diferentes motivaciones: la Conferencia de Berlín de 1884 sobre el reparto de África entre los europeos, la factoría inglesa de cabo Juby, que suponía una alarma para Canarias y el aumento de la actividad pesquera de las islas en la costa sahariana. Ya en 1881 se había fondeado un pontón junto a la península de Río de Oro para facilitar el trabajo de los pesqueros. Por su parte, también los ingleses habían visitado Río de Oro con la intención de establecerse allí. El gobierno de Cánovas decidió antici-parse y envió a Emi­lio Bonelli, militar y arabista de prestigio, con tres barcos que reconocieron la costa desde cabo Bojador a cabo Blan­co. Finalmente, se estableció una factoría en la península de Río de Oro, siendo llamada Villa Cisneros. La proyec­ción política del estableci-miento sería muy amplia. Bonelli firmó con los nativos un tratado por el cual éstos coloca­ban el territorio bajo el protectorado de España, tratado del que arrancaron los derechos españoles sobre el Saha­ra. En diciembre de 1884, el gobierno español comunica­ba a todas las potencias que tomaba bajo su protección los territorios de la costa occidental de África compren­didos entre cabo Bojador y cabo Blanco. Ninguna nación, incluida Marruecos, presentó controversia alguna sobre el protectorado español y sólo Francia especificó la nece­sidad de fijar los límites meridio-nales, que afectaban a su progresión en Mauritania.
También la expedición de José Álvarez Pérez recorrió en 1886 la costa desde el Uad Nun a cabo Bojador con tres barcos enviados por las sociedades africanistas. Álva­rez Pérez entró en contacto con los naturales de la Saguia el Hamra y algunos jefes se trasladaron a Lanzarote y ex­tendieron ante notario un documento por el que se colo­caban bajo la protección de la Sociedad Española de Geo­grafía Comercial. Pero el gobierno de Sagasta no quiso hacerse responsable de tales acuerdos por la indefinición de la zona y de los jefes que dominaban en ella. Otra ex­pedición, en mayo del mismo año, fue propiciada por la citada sociedad y dirigida por el capitán Julio Cervera, el naturalista Francisco Quiroga y el arabista Felipe Rizzo. Desembarcaron en Villa Cisneros y, el 12 de julio, llega­ron a la salina de Iyil, siendo los primeros europeos en alcanzar tal punto, donde firmaron con los jefes nativos un tratado según el cual se anexionaban a España los te­rritorios que se extendían hasta la costa. Pero el gobierno de Sagasta, tal como había ocurrido con Alvarez Pérez, se negó a la publicación oficial de los tratados y a hacerse cargo de los mismos, por las complicaciones que podría acarrear la fundación de un establecimiento fijo en el in­terior.
En octubre de 1902, Francia organizaba el Gobierno General del África Occidental Francesa y el Territorio Ci­vil de Mauritania. Los emiratos mauritanos al sur del Sa­hara occidental constituían entidades políticas bastante es­tables, con habitantes nómadas y sedentarios, en las cuales la autoridad del emir se perpetuaba en una misma fami­lia. Surge entonces el fuerte rechazo y la hostilidad decla-rada de las tribus saharianas contra la penetración francesa. Su principal impulsor es el jefe religioso Ma El Ainin, de origen mauri-tano, que sobre 1870 se había establecido en la Saguia el Hamra; entre 1898 y 1902 funda la ciudad de Smara, la primera ciudad del desierto, de donde parten los ataques contra la penetración francesa y que intentaba con­vertirse también en un centro comercial carava-nero y en un foco religioso.
En marzo de 1912 se establece el protectorado de Fran­cia y España sobre Marruecos, y los hijos de Ma El Ainin, a la muerte de su padre en 1910, continúan la lucha contra los europeos, tanto en el desierto como en aquel país. El mayor, El Heiba, se proclama sultán en mayo de ese año, apoderándose de Marrakech más tarde, aunque es derro­tado en septiembre por los franceses. En 1919, al morir El Heiba, su hermano Marabbi Rebbu se proclama tam­bién sultán, siendo conocido generalmente como el Sul­tán Azul. La lucha continúa tanto en el sur de Marruecos como contra los destacamentos franceses de Mauritania, hasta que en 1934, ante fuerzas muy superiores de Francia y del sultán marroquí, Marabbi Rebbu se refugia en el cabo Juby español, muere en 1943 y es enterrado en la Saguia.
Estas circunstancias fueron determinantes para que la coloniza-ción española no pasara de algunos puntos costeros. Ocupada la península de Río de Oro en 1884, cuan­do el gobernador Francisco Bens llega a Villa Cisneros en 1904 apenas se conocían los contornos de la bahía. En 1907, Bens pasa a Aargub, al otro lado del entrante marino, y en 1910 realiza una expedición a Atar, bajo dominio francés ya. Hasta 1916 no se ocupa cabo Juby, en calidad de pro­tectorado, y en 1920 Bens ocupa La Güera, en cabo Blanco, que serviría de base de apoyo para los pesqueros cana­rios. La implantación española no pasó de tales puntos hasta 1934, en que cesa la resistencia saharaui contra los europeos. En ese año se ocupa Daora, cerca de la frontera de Marruecos, y en julio se iza la bandera tricolor de la II República en la mítica Smara, la ciudad que los euro­peos no conocían. Para ello, fue necesaria la aceptación generalizada de los nativos.
Anteriormente, los límites internacionales del Sahara habían sido fijados en los tratados con Francia de 1900, 1904 y 1912. Por este último se definía ya totalmente la delimitación a base de meridianos y paralelos, no apar­tándose excesivamente de lo que los saharauis considera­ban su territorio, pero asignando a Marruecos, aunque bajo portectorado español, la provincia de Tarfaya, compren­dida entre el río Dra y el paralelo 27° 40', en el cual se encontraba cabo Juby.
Sólo durante la Guerra Civil española, y por necesida­des militares, se empieza a recorrer todo el territorio y se fundan nuevos puestos y poblados; El Aaiun, en 1938, por el teniente coronel De Oro, Tantan en Tarfaya, Guel­ta, Auserd, etc.
En 1956, la independencia de Marruecos supone am­plias alteraciones en el territorio. El ejército de liberación marroquí, que ha contribuido a esta independencia luchan­do contra los franceses, penetra en el Sahara en 1957, manipulado, dirigido y pagado por el gobierno de Moha­med V; para Marruecos es un brazo armado con el que intenta anexionarse las regiones que reivindica, Maurita­nia incluida. En febrero de 1958 tiene lugar la reacción europea mediante la «Operación Ecouvillon», llamada «Teide» en las fuerzas españolas, con la colaboración de éstas y de las fuerzas francesas de Mauritania. La opera­ción, llevada a cabo con fuertes efectivos, se realiza pri­mero en la Saguia el Hamra y luego en Río de Oro. Las bandas de liberación son destruidas o forzadas a refugiar­se en Marruecos. A partir de entonces la reivindicación de Marruecos sobre el Sahara, y sobre Mauritania hasta 1969, será constante, tanto en sus relaciones con España como en la ONU.
En esta época, el gobierno español está dispuesto a una perma-nencia indefinida en el territorio, según las tesis de Franco y de Carrero, análoga-mente a la posición de Por­tugal en sus colonias, sin un proyecto político determina­do. De acuerdo con ello, en enero de 1958, el Sahara es convertido en provincia española, con capital en El Aaiun y con una legislación específica. A partir de entonces se desarrolla una época de relativo progreso con el aumento y crecimiento de los poblados, los pozos y las obras pú­blicas. La población saharaui comienza a sedentarizarse, creando problemas de falta de viviendas y de puestos de trabajo. La sociedad nómada entra en crisis y, para 1970, se ha convertido en un 80 por 100 en urbana y rural.
En 1963 se descubre un importante yacimiento de fos­fato en Bu Cra, aunque las investigaciones se remontaban a años atrás; ello, junto con las posibilidades petrolíferas que se investigan en múltiples prospecciones y la riqueza pesquera, convierte al Sahara en un país con grandes po­sibilidades económicas.
El 17 de junio de 1970 surge un brote importante de nacionalismo en una manifestación saharaui en El Aaiun, cuyos dirigentes, encabezados por Bassiri, exponen sus pro­pósitos de tomar las riendas de la política en su propio país, ante el acoso reivindicativo de Marruecos, la actua­ción de las Naciones Unidas y la pasividad española. El movimiento, enraizado en un partido clandestino, pero insuficientemente fortalecido, termina con la disolución de la manifestación por fuerzas del Tercio, que causan al­gunas víctimas. Pero el gobierno español continúa en su postura inmovilista y no toma medida alguna para la evo­lución política del Sahara hacia su auto-determinación, como preconizan las resoluciones de las Naciones Unidas.
En mayo de 1973 el nacionalismo, que ha aumentado su fuerza e implantación en la clandestinidad, vuelve a resurgir con un renovado vigor, planteando claramente la independencia. Se concreta entonces en la creación del Frente Polisario, (Frente Popular de Liberación de Sagula el Hamra y Río de Oro), de características básicamente anticoloniales. Se producen a partir de entonces una serie de ataques contra puestos, patrullas y convoyes españo­les, ataques que continuarán al año siguiente y hasta junio de 1975. El movimiento de liberación adquiere pronto una extensión y una aceptación generales; su principal dirigente, nombrado más tarde para el cargo de secretario general, es El Ueli uld Mustafa, originario de la Saguia, que ha rea­lizado estudios en el extranjero. Pero al mismo tiempo, gran parte de la juventud y de las mujeres se van uniendo también a la corriente nacionalista e independentista.
El gobierno español, que había mantenido la línea de una permanencia indefinida hasta la muerte de Carrero Blanco a fines de 1973, comienza al año siguiente una tra­yectoria distinta, con objeto de llevar al país hacia una in­dependencia tutelada. Fruto de ello es la elaboración de un estatuto de autonomía, pero éste ni siquiera ve la luz oficial a causa de las presiones que Marruecos lleva a cabo en Madrid, oponiéndose al nacimiento de un Estado in­dependiente en su frontera sur.
España cambia de política y el 20 de agosto de 1974 anuncia que realizará durante los seis primeros meses de 1975 un referéndum de auto-determinación, bajo el con­trol de la ONU, para que los saharauis elijan su propio destino; tal referéndum había sido solicitado por las Na­ciones Unidas desde 1966. Ante lo que se puede prever como un referéndum de marcada tendencia independentista, Marruecos maniobra en las sesiones de las Naciones Unidas a fines de ese año y ofrece a Mauritania claramen­te el reparto del territorio; ello, unido a la colaboración de los países occidentales en apoyo de Marruecos, conduce a una votación en la que se decide enviar el contencioso del Sahara al Tribunal Internacional de justicia de La Haya, para que determine los lazos que unían al territorio con Marruecos y con el conjunto mauritano en la época de la llegada española, 1884, al tiempo que se solicita a Espa­ña que paralice el anunciado referéndum.
A mediados de 1975 finalizan los enfrentamientos del Frente Polisario con las fuerzas españolas. El 16 de octu­bre, el Tribunal de La Haya hace público su dictamen se­gún el cual no se han encontrado lazos de soberanía de Marruecos ni de Mauritania sobre el territorio, y solamente alguna relación de dependencia de las tribus que llegaban en sus nomadeos hasta Marruecos y algunos derechos de Mauritania sobre zonas de pastos. No hay nada que se oponga a la autodeterminación saharaui.
Pero ello es suficiente para que Hassan II ponga en ac­ción sus propósitos preparados desde meses antes, con ayuda de los EE.UU. y de medios financieros árabes, anun­ciando ese mismo día su derecho a recuperar el Sahara por medio de una marcha civil de 350.000 personas, la llamada Marcha Verde.
El 17 de octubre, el gobierno español, en decisión se­creta, firma la orden para evacuar el Sahara a partir del 10 de noviembre, dejándolo en manos de los marroquíes. La Marcha Verde supone una cobertura para el abando­no de la idea de autodeterminación mantenida en la ONU y prometida a los saharauis, porque la línea geopolítica occidental es opuesta al nacimiento en esta zona del Atlán­tico de un Estado independiente, propiciado y ayudado por Argelia y Libia y dentro de la línea progresista árabe; al mismo tiempo, el Alto Estado Mayor Español teme que un Sahara inde-pendiente sea un peligro político para Ca­narias.
Entre estas fechas y el 14 de noviembre, se perfilan los acuerdos de Madrid por los que se da entrada en la admi­nistración del Sahara a Marruecos y Mauritania, que más tarde se repartirán el territorio, retirándose España el 28 de febrero de 1976. Mientras tanto, y a partir del 30 de octu­bre, bajo la cortina de humo de la Marcha Verde, las fuerzas marroquíes han invadido el territorio por varios puntos al Este, en medio del silencio y la pasividad españolas, que no denuncian estos hechos ni a la opinión pública ni a la ONU. El 6 de noviembre, la Marcha Verde penetra en el Sahara sólo diez kilómetros en dirección a El Aaiun, según el acuerdo con el gobierno español, perma-necien­do en esta zona tres días y retirándose luego. A partir del 30 de octubre se producen los primeros combates de los saharauis contra las fuerzas marroquíes en Hausa, Echdeiría y Farsía.
La población huye en masa de las ciudades y poblados ante la invasión extranjera y se refugia en varios campamentos del desierto; estos campamentos son bombardeados por la aviación marroquí en febrero y marzo de 1976, cau­sando numerosas víctimas, principal-mente en Um Dreiga y en Tifariti. Los saharauis huyen entonces a territorio argelino, refugiándose en otros campamentos improvisa­dos cercanos a Tinduf. Pero los que llegan hasta allí lo hacen en condicio-nes desastrosas, heridos y agotados, des­pués de haber dejado numerosas bajas por el camino; en los primeros meses, las condicio-nes sanitarias y de alimen­tación fueron pésimas, hasta que llegó la ayuda inter­nacional y argelina sobre todo. A lo largo de 1976 su número fue aumentando hasta sobrepasar los 100.000 re­fugiados.
El 27 de febrero, ante el vacío jurídico que creaba la salida de España, se proclamaba en el Sahara aún libre de invasores la República Árabe Saharaui Democrática y, el 4 de marzo, se formaba el primer gobierno. Se promulgaba también una Constitución pro-visional, de marcado carácter social y progresista, según la cual el poder supremo co­rrespondía al Comité Ejecutivo del Frente Polisario.
A partir de entonces se iniciaba una larga guerra contra la invasión, en la que los saharauis recibirían la ayuda de liberación de Argelia. En 1979, Mauritania, con grandes dificultades internas causadas por una guerra que no podía sostener, a pesar de la intervención directa realizada por Francia en 1978, se veía obligada a retirarse de la lucha y renun­ciaba a cualquier reivindicación sobre el Sahara. Los sa­harauis continuaron su combate contra el enemigo único marroquí en una guerra de guerrillas que, no obstante, uti­lizaba también un avanzado armamento moderno, eligien­do sus puntos de ataque y los momentos más adecuados en un terreno que conocían perfectamente. Inclusive, los ataques fueron llevados al interior de Marruecos contra las ciudades de Tantan, Assa, Saac, Akka y Tata, ponien­do al gobierno marroquí en serios apuros.
Desde 1980 a 1987, los marroquíes, con objeto de con­trolar el territorio, procedían a la construcción de una in­mensa línea de fortificaciones, con elementos de detección a base de radares, que partiendo del este del río Dra en una longitud de más de 2.000 Km, llegaba hasta el norte de La Güera. La estrategia de los muros convirtió la gue­rra del Sahara en una serie de ataques esporádicos contra las posiciones estables marroquíes, las cuales no salían de unas fortificaciones que les servían tanto de defensa como de cerco. Sin una solución militar posible, se imponía una solución política.
La República Saharaui había sido reconocida hasta 1990 por 74 Estados, principalmente africanos y americanos; ingresó en la Organización de la Unidad Africana en 1982 y obtuvo, a partir de 1979, una progresiva aceptación en la ONU, que propugnaba constantemente en sus resolu­ciones un referéndum de autodeterminación y unas con­versaciones preliminares entre Marruecos y el Frente Po­lisario para llegar a un alto el fuego. Aunque Marruecos se negaba a ello, finalmente, en enero de 1989, Hassan II recibió a los responsables del Frente, pero sin que se al­canzaran resultados positivos.
Los esfuerzos del secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar, hasta 1991 daban forma por fin a un plan para el Sahara, que, en abril de ese año, Marruecos se veía obli­gado a aceptar y que el Frente Polisario también admitía. Las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU ava­laban también el plan de paz de Pérez de Cuéllar. El punto fundamental era la realización de un referéndum de auto­determinación de los saharauis, con las opciones de in­dependencia o integración en Marruecos, bajo el control y los auspicios de la ONU. El plan era muy detallado y comprendía el alto el fuego, canje de prisioneros, libertad de detenidos políticos, retirada de parte de las fuerzas ma­rroquíes, confinamiento de los combatientes, regreso de los exiliados, confección de un censo electoral, libertad de propaganda, anulación de leyes represivas, etc. La lar­ga trayectoria de un pueblo, con una personalidad y una cultura propias y una tradición de independencia a través de los siglos, llegaba así a un punto crucial de su historia, tras enormes y dolorosas vicisitudes.

José Ramón DIEGO AGUIRRE


Fuente: Carme Aris/Lluisa Cladellas

051 Anónimo (saharaui)

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