Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

lunes, 4 de junio de 2012

Momotaró ó el hijo del melocotón


Hace muchos, muchos años, vivían un viejecito muy viejecito y una viejecita muy viejecita. Un día, el viejecito, que era leñador, fué al monte á cortar un haz de leña; mientras tanto, la viejecita fué al río á lavar la ropa. Estando en esto, la viejecita vió un gran bulto que bajaba con la corriente, dando tumbos y zabullidas. Alegre y curiosa á la vez, decidió apoderarse de aquel objeto y, con ayuda de una caña de bambú que halló por allí, lo atrajo hasta la orilla. Cuando lo tuvo en sus manos vió que era un rico melocotón de extraordinario tamaño.
Ocurriósele al momento llevar á su marido como regalo hermosa fruta, y, con la impaciencia de dar al viejecito, aquella agradable sorpresa, despachó en un santiamén el resto de su tarea, y volvió á casa muy temprano.
La alegría del viejecito fué tan grande como la de su mujer, y ambos decidieron disfrutar por mitad del melocotón.
Pero, al partirlo la viejecita, ¿qué diréis que salió del interior del hueso? Salió un hermoso niño. Los dos viejecitos, que nunca habían tenido hijos, quedaron embobados al ver aquel inesperado don del ciclo (que tal le juzgaron), y, pasado el primer momento de asombro, resolvieron adoptar al niño y llamarle Momotaró, nombre significativo por el cual se recordaba su origen de un melocotón (momo) y se le daba el sobrenombre usual para los primogénitos (taró).
Como es natural, el niño, cuidado con el mayor esmero por sus ancianos y bondadosos padres adoptivos, que pusieron en él todas sus esperanzas, llego á ser un muchacho fuerte, valeroso y audaz.
Paso algún tiempo; y cuando Momotaró se vió tan fuerte y capaz como el que más, pensó acometer una aventura digna de él: marchar á la Isla de los Ogros y arrebatar á éstos sus inmensos tesoros.
Lo primero que hizo fue consultar su proyecto con sus padres adoptivos, los cuales, lejos de oponerse, aplaudieron con entusiasmo el plan.
Y, poniendo manos á la obra, en pocos días quedaron hechos los prepara-tivos, entre los cuales figuraba una bolsa, llena de ricos bollos, que Momotaró se colgó al cinto. Hete á nuestro héroe marchando alegre y decidido á la Isla de los Ogros.
Andando, andando, un perro le salió al encuentro, y le dijo: "Momotaró, ¿qué llevas ahí, colgado al cinto? Momotaró respondió: “Aquí llevo una provisión de bollos hechos, con el mejor mijo que se cosecha en Japón.” "Si me das uno, te acompaño á donde vayas.” "Trato hecho”, replicó Momotaró. Y sacando, un bollo, se lo dió al perro. Siguieron juntos su camino.
Después vino un mono, más tarde un faisán; y con ellos ocurrió lo mismo que con el perro.
En menos que os lo cuento, Momotaró y sus compañeros atravesaron el mar y llegaron á la Isla de los Ogros. Forzada la puerta, entra Momotaró seguido de sus tres fieles animales. La servidumbre de los Ogros, levantada en armas, trata de oponerse á la invasión; pero ¿quién podrá resistir el brazo invencible de nuestro héroe? Los pobres Ogros se retiran en tropel al cuerpo central de la fortaleza. En aquel momento crítico, el terrible Akandoyi, Rey de los Ogros, armado de su enorme maza de hierro, sale al encuentro de Momotaró, mas éste no se arredra: le espera, burla sus mandobles y finalmente, abrazados cuerpo á cuerpo, Momotaró derriba á Akandoyi y le ata tan fuertemente que el pobre diablo no podía ni mover un dedo. El combate fue, del principio al fin, noble y leal.
El Rey de los Ogros, después de esto, no tuvo más remedio que ofrecer todos sus tesoros á Momotaró. “¡Vengan acá!" dijo éste riendo. A sus órdenes, fueron los criados y volvieron trayendo innumerables objetos ricos y maravillosos, que depositaban en montón á los pies del vencedor
Momotaró cargó con los más preciosos un regular navío y se dió a la vela para su país, satisfecho de la victoria que atribuía á sus tres compañeros. Es verdad que los tres le habían  ayudado según sus aptitudes: el perro desde el suelo, el faisán desde el aire y el mono desde los tejados.
Grande fue la alegría de los dos viejecitos al recibir á su hijo adoptivo sano, salvo y vencedor. Momotaró festejó con liberidad á sus paisanos, que no se cansaban de admirar sus riquezas y escuchaban sus narraciones con la boca abierta; prosperó, fue hombre importante y vivió largos años honrado y respetado por todos, como merecía.

040 Anónimo (japon)

No hay comentarios:

Publicar un comentario