Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 14 de junio de 2012

El castillo de irás y no volverás .068

68. Cuento popular castellano

Este era un pescador. Tenía siete hijos. No tenía más que la pesca. Y volvía un día, y salían los hijos:
-Padre, ¿qué ha cogido ustez? ¿Trae ustez algo?
-¡No, hijos!... Unas mermejillas que no pesan más que un cuarterón...
Al otro día iba a pescar y le sucedía lo mismo.
-Bueno..., ¡esto es terrible! No sé cómo podré vivir.
Al otro día se marchó bastante más allá que de costumbre. Le prepararon la comida -unos torreznos, su barril de vino. Y ya, según estaba pescando, desesperado, dijo:
-¡No vuelvo a pescar más en mi vida!
De pronto va a tirar de la caña y, como no podía con ella, dice:
-Pues, ¿ves? Tras de no sacar nada, se me enreda todo, y voy a perder la caña.
Y ya va tirando, tirando, y por fin pudo orillar un pescado muy grande. Y le dijo el pecezón:
-Pescador, pescadorcito, suéltame y tendrás toda la pesca que tú quieras.
-¡Bien, hombre!... Conque una vez que he cogido un poco de fortuna, ¿la voy a desperdiciar? No te suelto.
-Suéltame, y te daré lo que tú quieras. Podrás venir con un carro a por peces.
-Bueno, te voy a soltar. Pero me vas a dar todo lo que me has prometido.
Pues, le soltó el pescador, asustado de ver un bicho tan gran­dón. Llegó a casa, se preparó, y le pregunta la mujer:
-¿Adónde vas?
-¡Mira!... Voy a por el burro y la rede, que he cogido muchos peces.
Y la mujer se llenó de alegría. Y se fue al pescador, trajo la rede y fue al sitio donde pescó el pez. Pues, se asoma el pecezón y le dice:
-¡Echa la rede, echa!
Echó el pescador la rede y la sacó llena. Vuelve a tirar otra vez, y saca más. Carga el burro de peces y se va a casa tan con­tento el hombre. Salieron todos los hijos a recibirle como de cos­tumbre:
-Padre, ¿trae ustez muchos?
-¡Sí, hijos! ¡Hoy traigo! ¡Bien podéis llevarlos a vender!
Se acercan los chicos y ven que es verdaz. Bailaban de alegría todos.
-¡Padre, por Dios! Pues, ¿qué ha hecho ustez, padre? ¿Cómo ha sacado tantos peces?
-Pues, ¡hala, hijos! ¡Corriendo a venderlos, que he encontrao una fortuna en el río!
Bueno, ya vendieron los peces. Y al otro día fue y volvió con otros tantos. Claro, ya los vendieron lo mismo. Hicieron mucho dinero, compraron una casita y compraron ropa. Y ya no les fal­taba nada. Y la mujer le dice:
-¿En qué consiste esto que te has encontrao?
-Chica, no te lo digo, que sois unas parlonas las mujeres. -Pues, me lo tienes que decir, o, si no, no te voy a dejar en paz.
-Pues, no te lo digo -la dijo él.
Bueno, pues al otro día fue con un carro -pues se compró un carro- para traer la pesca. Pues, la mujer estaba embarazada, y todos los días le daba guerra para que la dijera en qué consistía la fortuna ésa.
-Bueno, chica, ya que te empeñas, te lo voy a decir. He sacao un pez muy grande, el rey de los peces, y me ha prornetido, si lo soltaba, darme toda la pesca que yo quisiera. Y ahí está la fortuna.
-Bueno, pues mira... Si le vuelves a coger otra vez, no te vengas sin él. Porque esto es un capricho mío. Ya ves que ya te­nemos casa..., ya tenemos todo. Así que, ¿me vas a dar gusto, o no?
-Sí... Si le vuelvo a coger, te prometo traerle.
Bien, a los dos días vuelve a ir a pescar y le coge. Y entonces le empieza a decir:
-Suéltame, que no te engañé, que te volveré a dar mucho más de lo que te di.
-Es verdaz que no me engañastes; pero ahora se trata de un capricho de mi mujer, y no puedo soltarte.
-Bueno, pues bien... Ya que te empeñas, te voy a decir una cosa -como me ties que matar, lo que ties que hacer conmigo: la cabeza se la das a la perra, la cola a la yegua, el cuerpo para tu mujer, y las tripas las entierras en el corral.
-Te podría vender y sacaría mucho dinero de ti.
-No. Haz como te digo.
-Bien. Así se hará.
Pues, llegó a su casa con el pecezón, y la mujer, loca de alegría, llamó a todo el pueblo. ¡Todo el mundo asombrao de ver aquel pez tan grande!... Y dijo el marido a la mujer:
-Pero esto no se vende. Mira, te voy a decir lo que me ha di­cho que hagamos con él: la cabeza se la das a la perra, la cola a la yegua, el cuerpo para ti, y las tripas se enterrarán en el corral.
Y así se hizo. A los tres meses nacieron tres perritos rubios, tres yeguas también rubitas y tres niños. Y en el corral, tres lan­zas. Y los niños tan guapos y tan iguales.
Y llegaron a ser mocitos ya los tres niños y dijeron:
-Mire ustez, padre... Nos marchamos. ¿Qué hacemos aquí los tres? Bueno, hijos, ya que os empeñáis. Os voy a dar un recuerdo de vuestro padre. Tomaz cada uno una lanza, un perro y un ca­ballo.
Y a todos les dio lo mismo. Y se dispusión todos a salir. Al despedirse de su padre y darle la mano y todo, el padre les dio a cada uno una botella de agua clara, y les dijo:
-Cuando se enturbie esta agua, es que os pasa algo.
Tomaron cada uno su dirección. Después de caminar mucho, mucho..., entra uno en un pueblo, y están todas las mujeres llo­rando. Y les preguntó:
-¿Qué les pasa, mujeres? ¿Por qué lloráis?
-Pues, mire ustez... Porque una serpiente de siete cabezas se presenta todos los años... Sortean a una moza -para entregársela. Y este año la ha tocao a la hija del rey, que es muy guapa. Y no hay salvación para ella.
Y dice el hombre:
-¡Pues, yo la mato!
-¡Ay, Dios mío! ¡Pues, inmediatamente decírselo al rey, que se casa con ustez la hija, y le da riquezas y todo lo que ustez quiera!
Y decía otra:
-¡Ay, por Dios! Pero, ¿usted tiene seguridaz, porque es una serpiente de siete cabezas?
-¡Sí, sí! ¡La tengo! ¡Me comprometo a matarla! Pues, ¿dónde es el sitio?
-Venga ustez, que se lo enseñaremos.
Llegaron al sitio donde estaba la hija del rey. Y al verla tan hermosa como era, tuvo más interés todavía. Y le dijo la hija del rey:
-¿Dónde va ustez, joven? ¡Márchese de aquí! -Vengo a salvarla, señorita.
-¡Márchese, que la serpiente le devorará, que es una serpien­te con siete cabezas!
Según estaba diciendo esto, a los pocos momentos llegó la ser­piente con unos rugidos terribles.
-¡Apártate, apártate! -le dice la serpiente. ¡Que te devoro y hago lo mismo que con la hija del rey!
-¡Que te va a matar! ¡Márchate! -dice la princesa y se des­maya.
Y dice él:
-¡Aquí mi perro, mi lanza y mi caballo!
Y el perro empezó a mordiscos, y él, en la yegua, se abalanzó sobre la serpiente. Él la dio con la lanza y la mató. Entonces sacó un pañuelo del bolsillo y la cortó las siete lenguas y las envolvió y las guardó. Y se marchó camino adelante.
Y comenzaron las mujeres a decir que se había salvao la nija del rey. Y empezaron a tocar las campanas, y todo el mundo co­menzó a gritar de alegría. Y dijo el rey:
-Pero, ¿qué pasa?
-¡Su hija está salvada!
-Pues, ¿qué ha pasao? -dijo el rey.
-Pues, que vayan por sú hija, que un señorito la ha salvao. Pues, fueron por ella. Y al llegar a palacio, dieron una fiesta
en honor de ella.
Pero pasó por allí un carbonero -¿sabe?- y cortó las siete cabezas. Y se presentó en palacio:
-Señor, vengo a casarme con sú hija, como prometió ustez. -Pues, ¿qué ha pasao?
-Pues, que he matao la serpiente de las siete cabezas, y, para demostrárselo, aquí traigo las siete cabezas.
Y una vez que se repuso la hija, dijo ella que era mentira, que aquel hombre no era el que la había salvao. Decía el carbonero que era incierto, que sólo porque era carbonero, y feo, no querían cumplir lo que habían dicho.
Bueno, pues decía una que sí, y otro que no. Y ya, convencido el rey, dijo que la palabra de rey tenía que cumplirse. Y ya iban a celebrar las bodas.
Pero, a todo esto, decidió el joven a volver a ver a la princesa. Llama y dice que quiere hablar con sú majestad. Le admiten, y dice:
-Vengo a ver qué tal está su hija que la salvé.
-Pero, ¡hombre! -dice. Es que la ha salvao un carbonero.
Y dice el joven:
-Pues, ¿cómo lo sabe usted? ¡Si la he matao yo!
Y dice el rey:
-Pues, ya se va a casar con el carbonero, porque ha traído las siete cabezas de la serpiente.
-Pues, ustez verá lo que falta en esas siete cabezas. 
-¡Hombre! ¡No falta nada! -Mire ustez si tienen lenguas.
Efectivamente, van a mirarlas, y faltan las lenguas. 
-Pues, mírelas ustez.
Saca el pañuelo y le presenta las siete lenguas. 
-Entonces, ¿quién ha sido quien la ha matao?
Y claro, dijo la hija del rey que había sido él.
-Pues, entonces, ¡mandar prender a ese hombre por embus­tero!
Y entonces la princesa se casó con el otro, y celebraron las bo­das con toda la alegría del mundo.
Una vez estaban en la galería del palacio, y dice el joven:
-Oye, ¿qué es aquello que ves allí?
-El Castillo de Irás y No Volverás. Y no te se ocurra nunca ir por allí, porque no vuelves.
-Pues, tengo que ir un día de caza. 
-Pues, todo el que va queda allí.
Y él, por no disgustar a su mujer, calló. Pero fue. Un día se le antojó marchar. Cogió sú yegua, sú perra y la lanza y se marchó al Castillo de Irás y No Volverás. Subió con dirección a él hasta que llegó allí. Y había allí un arbolado muy espeso y puertas grandes, con argollas de hierro. Llama y no le responden. Vuelve a llamar otra vez más fuerte, y aparece una vieja:
-¿Qué deseas, hijo?
-Pues, mire usted: quería ver este castillo. 
-Pero, ¿cómo vas a verle con la yegua? 
-¿Dónde voy a dejarla? No tengo con qué atarla. 
-Pues, toma un pelo de mí cabeza para atarla. Y él se echó a reír.
-¡No! ¡No te rías! Tan pronto como le cojas, se volverá una maroma.
Bueno... En efecto, así fue. La ató, bajó, y fue a ver el castillo. Y allí quedó encantao. Quedó encantao como un perro, pues to­dos quedaban como animales en aquel castillo. Se volvieron a cerrar las puertas en la misma forma.
La princesa estaba llena de pena porque suponía que había quedado en el castillo aquél. Pues, a todo esto, la botella del otro hermano se puso muy turbia. Cada día que pasaba, más turbia estaba la botella. El hermano decía:
-¿Qué le pasará a mí hermano, que cada vez se pone más turbia mí botella? Algo le pasa a mí hermano. Hay que irle a buscar.
Bueno, echó ándando, andando, hasta que llegó al pueblo don­de estaba casao sú hermano con la princesa. Y al llegar en el pue­blo, notó el hermano que decían:
-¡Viva el príncipe!
-Calla, pues ¿qué pasará? Pues, mi hermano, ¿será rey, o qué será? ¿Por qué dicen ustedes eso?
-Pues, hace quince días que faltaba ustez, y estaba tan intran­quila la princesa.
Y dice entonces él:
-Bueno... Se trata de mí hermano.
Y fue al palacio. Y al entrar, bajaron a recibirle todos. Y le dice la princesa:
-¿Por dónde has estao, hombre, que nos has tenido intranqui­los? Ya te dije que no irías al Castillo de Irás y No Volverás. ¿No te lo decía?
Y él no decía nada. Y cenaron y se acostaron.
Y a los pocos días vuelven a salir a la misma galería, y la vuel­
ve a hacer la misma pregunta que sú hermano:
-¿Qué es aquel castillo?
-Oye, pues, ¿no te lo dije hace días? ¿No has estado en él, el Castillo de Irás y No Volverás? ¿Dónde has estado de caza hace pocos días, que nos has tenido tan intranquilos?
Y él, claro, ya cayó en la cuenta.
-Pues, ¡date! Allí estará mi hermano, pues la botella está cada vez más turbia.
Y cuando pudo, se marchó en dirección al castillo. Y hizo lo mismo que el otro. Llegó allá, llamó a la puerta, salió la misma vieja:
-¿Qué deseas, hijo?
-Pues mire ustez, venía a ver el castillo.
-Pero, ¿cómo vas a verle con la yegua?
-¿Dónde voy a dejarla? No tengo con qué atarla.
Y le dijo lo mismo que antes -lo del pelo. Y le dio el pelo. Bajó y quedó encantado él como un lobo -pues todos quedaban como animales en aquel castillo.
Y, con todo esto, la botella cada vez más turbia... Y la mujer más intran-quila...
Y el otro hermano vio que sú botellaa se ponía cada vez más turbia. Y salió en busca de sus hermanos. Llegó por fin al pue­blo donde estaba casao su hermano. Y le pasó lo mismo que a su hermano.
-¡Viva el príncipe!
Y así se dio cuenta.
-¿Qué pasará? ¿Que si mi hermana sería rey? ¿Qué pasará aquí?
Hasta que preguntó como el otro.
-Pero, ¡hombre!... Ha faltao ya dos temporadas, y estába­mos muy intran-quilos.
-Pues ya estoy yo aquí. Y decía él:
-Pues ya veremos lo que pasa aquí. Y se dirige al palacio. Y le dice la reina:
-¡Que no te vuelva a ocurrir esto! Desde ahora en adelante me voy a ir contigo siempre. La primera vez me faltaste ocho días, y ahora van quince. No quiero que pase otra vez.
Pues, ¡claro!, después de varios días, salen a la galería, y vuel­ve a preguntar otra vez lo del castillo.
-Pero, ¡hombre! ¡Qué tonto eres! Has estado dos veces y no te acuerdas de cómo se llama. Y no vuelvas a ir, que hemos esta­do intranquilos todos en el pueblo.
Pues, como era más vivo que sus hermanos, se dio cuenta en seguida. Y como sú botella se ponía cada vez más turbia, pues al día siguiente se marchó, pues se daba cuenta, de lo que decían todos, que sus hermanos tenían que estar en ese castillo. Y hizo como los otros: cogió el perro, la yegua y la lanza, y llegó allá. Y llamó como los otros. Abrieron la puerta, y aparece la vieja:
-¿Qué quería?
-Ver el castillo y sacar dos hermanos que tengo aquí metidos. Y dice la vieja:
-Es mentira, hijo. Aquí no hay nadie. Ate el caballo y baje ustez.
-No ato el caballo. Aquí paso con caballo y todo. Se abalanza sobre ella y dice:
-¡Ahora mismo tienes que decir dónde están mis hermanos, o si no, te mato!
Se abalanza sobre ella con el caballo, el perro y la lanza.
-No me mates... Yo te diré de qué forma están encantados.
-Pues dime de qué forma están encantados.
-El uno está de perro y el otro de lobo.
-Pues dime qué hay que hacer para desencantarlos.
-Bien, hijo, no me mates, y yo te lo diré. Allí abajo hay un león que te enseñaré, que tiene un ojo abierto. Con esta flecha que tengo aquí, hay que darle en el ojo que tiene abierto.
El joven hizo como ella decía. Mató el león, y se desencanta­ron sus hermanos y todos los personajes que había allí. Volvieron al palacio, donde los recibieron con grandes ale­grías. Se casaron los dos hermanos, y colorín colorao, este cuento se ha acabao.

Peñafiel, Valladolid. Narrador LXXXIII, 28 de abril, 1936.
  
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

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