Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 14 de junio de 2012

El árbol del paraíso


141. Cuento popular castellano

Este era un rey que estaba en la guerra y había dejado a su esposa encinta. Y estaba su esposa al cuidado la hermana. Y llegó la hora del parto y tuvo dos gemelos, un niño y una niña, el niño con una bola en la mano, y la niña con una estrella en la frente.
Y la hermana era muy envidiosa y le comunicó al rey que había dado a luz su hermana dos perros, la perra con una estre­lla en la frente; que qué iban a hacer con ellos. Y el rey la con­testó que los tirasen al río y que a la reina la meterían entre dos paredes.
Entonces la hermana hizo un cajoncito muy mono, con un taponcito de cristal muy bien colocadito, y los tiró al río abajo. Y el cajoncito fue a parar a un molino. Y el molinero, como vio que no molía la rueda, se tuvo que meter al río y se tropezó con el cajoncito. Y se lo enseñó a la molinera -donde estaban los dos niños metidos, aún con vida.
La molinera estaba criando un niño de ella y crió a los dos niños. Los criaba muy hermosos, muy gordos y muy hermosos. Ya iban siendo mayorcitos, y como la molinera tenía bastante que hacer, porque eran muchos ya en la familia, pues decían ellos que se iban por ahí a ganar la vida.
Se marcharon los dos y en mitad del camino se encontraron con una señora que les preguntó que adónde iban. Y la contes­taron que iban a trabajar, a buscar trabajo para comer. Enton­ces les dio una varita de siete virtudes y les dijo que cuando querrían hacer alguna cosa, que no tenían más que decir, «Varita de siete virtudes, con la virtud que tú tienes y la que Dios te ha dao», y podían hacer lo que quisieran -un palacio, un castillo, o lo que querrían hacer.
Ya llegaron al pueblo aquel donde vivía su padre y su tía. Al lado del palacio de su padre no había casas ni nada. Y a la varita de las siete virtudes la dijeron:
-Varita de siete virtudes, con la virtud que tú tienes y la que Dios te ha dao, haznos aquí un palacio muy hermoso, con todas las comodidades que haya.
Y en el momento se quedó hecho el palacio, con jardines y habitaciones y todo muy bien. Y al día siguiente se estaban pa­seando por el jardín los dos hermanos, y la tía los vio desde uno de sus balcones y reconoció que eran sus sobrinos. Y había teni­do noticia de que iba a venir su padre muy pronto. Y mandó a una bruja a que enterase de ver quiénes eran y cómo estaban allí, porque comprendía que eran ellos.
Y fue la bruja al día siguiente y llamó. Y bajó la hermana, y la dio la bruja que cómo habían venido allí, que cómo habían hecho aquello tan pronto, que cuánto tiempo llevaban allí. Y la dijeron que llevaban dos días. Y les dijo la bruja que la harían el favor de enseñarla la casa, para ver si les hacía falta alguna cosa. Y la hermana la dijo que con mucho gusto, que pasara adelante. Y la estuvo enseñando todo, primero el palacio con todas las habitaciones y después el jardín.
Después de ver el palacio y el jardín, la bruja les dijo que, hacía falta allí un árbol muy bonito, que se llamaba el árbol del Paraíso. Y los hermanos la dijeron que dónde podrían encontrar eso. Y les dijo que en un castillo que había que se llamaba el Castillo de Irás y No Volverás.
-¡Uy, Dios mío ¡Qué mal nombre tiene eso! -dijo la hermana.
-Pues, mire usted; sí es un poco peligroso -dijo la bruja.
Se abre el castillo a las doce en punto y no dura más que una hora abierto, y tiene usted que salirse corriendo. Cuando entra usted allí, verá usted un árbol muy hermoso. Cogen ustedes una ramita y se salen corriendo.
Efectivamente, fue corriendo al castillo el hermano y estuvo allí aguardando hasta que se abriese el castillo, hasta que diesen las doce. Y se abrió ila puerta a las doce en punto. Entró muy de prisa, vio el árbol, cogió una ramita y se salió corriendo. Y al salir, le pilló 1a puerta un poquito el tacón de la bota.
Llegó a casa, pusieron la ramita, y en seguida se hizo un árbol muy hermoso. Y como la tía los vio otro día a los dos otra vez, la dijo a la bruja que, ¡por Dios!, ya estaban allí otra vez, que viese cómo podía ser que se quedasen los dos allí en el castillo.
Y la bruja dijo que ya miraría a ver; pero que ella hacía todo lo que podía para que se quedasen allí en el castillo.
Y fue la bruja a ver el árbol, a ver cómo había venido el her­mano y cómo lo había traído.
-¿Qué tal el arbolito? -les preguntó.
-¡Uy, muy hermoso! -dice la hermana-. ¡Suba usted para que le vea!
-Sí, es muy hermoso -dice la bruja-. Ahora les hace falta aquí una fuentecita.
-¿Y de dónde la traeremos? -preguntó el hermano.
-Pues del mismo castillo donde fue usted ayer. Allí entra usted, y hay una fuente muy hermosa. Bebe usted un poquito de agua y se sala
Y así lo hizo el hermano. Al día siguiente fue al castillo y es­tuvo esperando hasta que se abriese la puerta, hasta las doce. Y vio una fuente preciosísima. Bebió un poco de agua y se salió corriendo. Y al salir le pilló la puerta un poquito la capa. Pero pudo salir y llegó a casa.
Llegó al jardín y echó un poco de saliva y se formó una fuen­te como en el castillo. Y al día siguiente, la tía los vio otra vez en el jardín a los dos. Y llamó otra vez a la bruja y la dijo que otra vez estaban allí los dos hermanos. Y otra vez dijo la bruja que los mandaría al Castillo de Irás y No volverás; pero que no sabía si se quedarían allí.
Al día siguiente volvió a casa de los dos hermanos y les pre­guntó que si había venido el señorito con bien y que qué tal la fuente. Y claro, la hermana dijo que era una fuente muy hermo­sa y que subiese a verla. Entonces les dijo que ahora les hacía falta un pajarito de muchos colores, que los había preciosos, que en el castillo donde había ido el hermano, tras de la puerta había muchos; y decían los pájaros: «Cógeme a mí, cógeme a mí». Y tenía que andar muy listo, que si no, se quedaría dentro.
Y la hermana no quería dejarle ir; le decía que no fuera, no sea que se quedase allí. Y por fin fue. Llegó al castillo y estuvo aguardando a que se abriese la puerta. A las doce entró y tras de la puerta vio que había muchos pájaros, todos muy preciosos. Y todos decían:
-Cógeme a mí, cógeme a mí.
Pero antes de que pudiera coger uno, se cerró la puerta, y se quedó dentro hecho una estatua de mármol.
La pobre hermana estaba con mucha pena, porque no venía su hermano. Al día siguiente volvió la bruja, y la hermana, muy afligida, la dijo que su hermano no había venido y que qué haría para poderle traer. Y la bruja la dijo que no había más remedio que ir ella y que estaría aguardando a la puerta hasta que dieran las doce. Y entrase y cogería un pajarillo y daría un cachete a una estatua que había allí de mármol y se saldrían los dos pin­tos. Que no se tenía que entretener más que coger el primer pa­jarito que viese, dar el cachete y salirse.
Y así lo hizo. Se marchó al castillo y estuvo aguardando a que diesen las doce. Se abrió la puerta, entró, cogió el pajarito, dio un cachete al mármol, y se salieron los dos en seguida. Y vinieron muy contentos a casa.
Al día siguiente, que los vio su tía, se puso muy enfadada y la dijo a la bruja que, ¡por Dios!, cómo no les había hecho desapa­recer de allí. Y la bruja la dijo que había hecho todo cuanto había podido, que ya no podía hacer más.
A los pocos días vino el padre de los hermanos, o sea el rey. Y paseándose por los balcones, vio el jardín tan hermoso y a los niños, paseándose por allá. Y la dijo a su cuñada que desde cuán­do estaba aquel palacio allí, que quiénes eran aquellos niños. Y ella dijo que no sabía, que había aparecido allí; pero que no sabía de qué manera.
Y un día dijo el rey que los tenía que invitar a comer. Los her­manos aceptaron y, cuando iban a ponerse a comer, ya -que habían llevado el pajarito con ellos- les empezó a decir que no comieran, que no probarían nada de aquello.
Entonces dijeron que no, que no comerían, que todo lo que decía el pajarito estaba bien mandao, que ellos no comerían si lo decía el pajarito.
Entonces el rey les preguntó cómo estaban allá y quiénes eran. Y ellos le contaron que les habían tirao en un cajoncito al río abajo y el molinero los había sacado y los crió la molinera y luego se marcharon porque eran muchos y no podían estar en el molino; y se encontraron con una señora y les dio una varita y con aque­lla varita habían hecho lo que la mandaron y hablan formao aquel palacio.
Entonces el rey reconoció que eran sus hijos y mandó matar a su cuñada y sacar a su mujer a ver si tenía vida. Y entonces la sacaron a su mujer y aún estaba viva. Y colorín colorao, este cuento se ha acabao.

Peñaranda de Duero, Burgos. Narrador LVIII, 17 de julio, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)


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