Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 14 de mayo de 2012

Acero acerísimo

Erase una vez un zar que tenía tres hijos y tres hijas. Envejeció y le llegó la hora de la muerte. Antes de morir llamó a sus hijos y a sus hijas, a ellos les encomendó que concedieran las manos de sus hermanas a los que primero fueran a pedirlas. «Concededlas» -dijo- para que no os maldigan». Luego el zar murió.
Corría el tiempo tras su muerte, hasta que una noche alguien empezó a golpear las puertas estrepitosamente, todo el palacio se sacudió entre bramidos, gritos, chirridos y relámpagos, se diría que las llamas cercaban el palacio. Los del palacio se asustaron y temblaban de miedo. De repente se oyó una voz:
-¡Abrid las puertas, zaréviches!
Y el hijo mayor del zar:
-No abráis!
El mediano dice:
-No abráis de ninguna manera!
Pero el menor dijo:
-Yo abriré las puertas -y corrió a abrir.
Cuando abrió las puertas, entró en el palacio algo que lanzaba llamas sin que se pudiera ver lo que era, que va y dice:
-Yo he venido a pedir la mano de vuestra hermana mayor y quiero llevármela ahora mismo, pues ni yo espero ni vendré otra vez a pedir su mano, así que dadme una respuesta, o la dais o no la dais, es lo que quiero saber.
Dice el hermano mayor:
-Yo no la doy. ¿Cómo la iba a dar, si no sé qué eres ni de dónde vienes? Acabas de llegar, quieres llevártela en seguida y ni siquiera sé adónde podría ir a visitar a mi hermana.
El mediano dice:
-Yo no permito que se lleven a mi hermana esta noche.
Pero el más pequeño dice:
-Yo sí la doy aunque vosotros no la deis, ¿es que no recordáis lo que nos dijo nuestro padre? -y cogió a su hermana de la mano y dijo al entregarla-: ¡Que te sea una buena y honrada esposa!
Cuando la hermana cruzó el umbral, todos cayeron al suelo de miedo. Centelleaban los relámpagos, tronaba, todo retumbaba con gran estrépito, el palacio entero se agitaba, pero todo pasó y al día siguiente amaneció. En cuanto apuntó el día todos se pusieron a buscar por si había alguna huella que indicara por dónde se había marchado del palacio aquella fuerza misteriosa, pero no se encontró nada de nada, no había dejado ni rastro.
La noche siguiente, a la misma hora, de nuevo la misma fuerza misteriosa, rugidos y gritos que resuenan alrededor del palacio real, y alguien a la puerta que empieza a hablar:
-¡Abrid las puertas, zaréviches!
Ellos, atemorizados, abrieron las puertas, y unas espantosas fuerzas empezaron a hablar:
-Entregadnos a la doncella, a la hermana mediana, hemos venido a pedirla en matrimonio.
Dice el hermano mayor:
-Yo no la doy.
Y el hermano mediano:
-Yo no entrego a nuestra hermana.
Pero el más pequeño dice:
-Yo sí la doy; ¿es que no recordáis ya lo que nos dijo nuestro padre? -tomó a su hermana de la mano y dijo al entregarla-: Hela aquí, ¡que os sea una buena y honrada esposa!
Así que aquella fuerza se marchó con la doncella. Al día siguiente, en cuanto amaneció, salieron los hermanos a los alrededores del palacio e incluso más lejos, en busca de huellas que indicaran el camino que había seguido aquella fuerza, pero por nada del mundo se llegó a saber, como si no hubiera venido.
La tercera noche a la misma hora de nuevo una extraordinaria fuerza sacudió el palacio desde los mismos cimientos y todo retumbó, entonces se oyó una voz que gritaba:
-¡Abre la puerta!
Los hijos del zar fueron corriendo a abrir y entró una fuerza gritando: -Hemos venido a pedir la mano de vuestra hermana pequeña. El hermano mayor y el mediano gritaron:
-Ahora sí que no la entregamos, pues por lo menos tenemos que saber adónde irá nuestra hermana pequeña, y a quién se la damos para poder visitarla como hermana que es.
A lo que replica el hermano pequeño:
-Yo sí la doy, aunque vosotros no la deis; ¿o es que habéis olvidado lo que nos encomendó nuestro padre en su lecho de muerte no hace tanto tiempo? -tomó a su hermana de la mano y dijo-: ¡Llévatela y que te sea una buena y honrada esposa!
Y la fuerza se marchó en aquel mismo instante acompañada por un gran estrépito. A la mañana siguiente los hermanos, muy preocupados, se preguntaban qué les habría sucedido a sus hermanas.
Pasado mucho tiempo, cierto día los hermanos se pusieron a hablar:
-¡Dios santo, qué misterio tan grande! ¿Qué habrá pasado con nuestras hermanas que no han dado señales de vida y no sabemos ni adónde fueron ni con quién se casaron?
Al final los tres dijeron lo mismo:
-¡Vayamos a buscar a nuestras hermanas!
Inmediatamente se dispusieron para el viaje, tomaron dinero y se pusieron en camino. Anda que te anda se adentraron en un monte y estuvieron caminando todo el día. Cuando oscureció decidieron buscar un lugar en donde hubiera agua para pasar la noche y así lo hicieron; llegaron a un lago, acamparon junto a él y se pusieron a cenar. Cuando iban a acostarse, dijo el hermano mayor:
-Dormid vosotros que yo me quedaré de guardia.
Así que los otros dos hermanos se durmieron y el mayor se quedó vigilando. Ya entrada la noche, empezó a agitarse el lago, él se asustó muchísimo al ver que algo salía de allí y se dirigía directa-mente hacia él: era un espantoso culebrón de dos orejas que se abalanzó hacia él, pero él sacó su daga, se la clavó y le cortó la cabeza, después le cortó las dos orejas y se las metió en el bolsillo, el cuerpo y la cabeza los tiró al agua. En eso amaneció; sus hermanos todavía estaban durmiendo sin saber nada de lo que el hermano mayor había hecho. Los despertó pero no les dijo nada.
Se levantaron y emprendieron de nuevo el viaje. Cuando se acercaba el anochecer pensaron que era necesario encontrar algún lugar en donde hubiera agua, para pernoctar, además les entró miedo pues se habían adentrado en un peligroso bosque. Llegaron a un pequeño lago y decidieron pasar allí la noche; hicieron fuego y cenaron de las provisiones que tenían. Cuando se iban a acostar dice el hermano mediano:
-Dormid vosotros que yo me quedaré de guardia esta noche.
Los otros se durmieron y él se quedó vigilando. De repente se alborotaron las aguas, ¡y ahora verás lo que pasó! Un culebrón con dos cabezas que se los quería comer a los tres; pero se alzó de un salto, sacó la daga, aguardó al culebrón y le cortó las dos cabezas; luego le cortó las orejas y se las guardó en el bolsillo, el resto lo tiró al lago. A todo esto sus hermanos no se habían enterado de nada porque durmieron hasta el alba. Al amanecer los llamó el hermano mediano:
-¡Levantaos, hermanos, ya ha amanecido!
En seguida se levantaron, se prepararon y continuaron el viaje, aunque ni siquiera sabían en qué país estaban. Durante tres días vagaron por un desierto que parecía no tener ni principio ni fin, y se apoderó de ellos el miedo al pensar que morirían de hambre en aquel lugar deshabitado, entonces empezaron a rogar a Dios que apareciera un pueblo, una ciudad o al menos un ser humano. Por fin llegaron otra vez junto a un gran lago en donde pasar la noche, aunque era un poco temprano para acostarse «podría suceder» dijeron «que si continuamos andando no encontremos un lugar donde pernoctar», así que se quedaron allí. Encendieron una gran fogata, cenaron y se prepararon para dormir. Entonces el hermano más pequeño dice:
-Dormid vosotros dos, esta noche yo me quedaré de guardia -conque los dos se acostaron y se durmieron; el hermano menor estuvo observando a su alrededor y a menudo dirigía la vista hacia el lago.
Pasó una buena parte de la noche, hasta que todo el lago empezó a agitarse, una ola salpicó el fuego y casi lo apaga, él desenvainó el sable y se colocó junto al fuego, hete aquí que aparece un culebrón de tres cabezas y se lanza hacia los hermanos para devorarlos. El hermano pequeño, de corazón valeroso, no despertó a sus hermanos sino que se enfrentó con el culebrón, tres veces lo atacó y le cercenó las tres cabezas, a continuación le cortó las orejas y se las metió en el bolsillo, el cuerpo lo tiró al lago.
En tanto hacía todo esto, el fuego se apagó del todo a causa del agua que le había caído encima. Entonces, al no tener nada con qué encenderlo de nuevo, y como tampoco quería despertar a sus hermanos, se adentró un poco en el desierto a ver si encontraba algo, pero nada de nada. Al final se subió a un árbol alto, desde la copa se puso a mirar a su alrededor por si veía algo. Tras observar un largo rato, le pareció ver el resplandor de una lumbre que no estaba muy lejos, bajó del árbol y se fue hacia el fuego a fin de coger unas brasas y llevarlas a donde estaban sus hermanos. Anda que te anda, siempre le parecía que estaba cerca, cuando, de repente, llegó a una cueva, en la cueva ardía un gran fuego y allí estaban nueve gigantes asando en el fuego a dos hombres a los que habían clavado a ambos lados de la fogata y encima de ella había un gran caldero lleno de hombres troceados. Al ver esto, el hijo del zar se asustó tanto que quería marcharse, pero era imposible, no había forma de salir de allí. Así que gritó:
-Buenas noches, compañeros míos, os estoy buscando desde hace mucho. Ellos lo recibieron bien y le dijeron:
-¡Que Dios te ampare si eres de los nuestros! Él les respondió:
-Siempre seré de los vuestros y por vosotros daría mi vida.
-Eh -dijeron-, si piensas ser compañero nuestro, ¿comerás carne humana e irás con nosotros?
Respondió el zarévich:
-Sí, lo que vosotros hagáis lo haré yo también.
-Si es así, siéntate.
Todos se sentaron alrededor del fuego, bajaron el caldero, sacaron la carne y empezaron a comer. El zarévich también comía con ellos, pero los engañaba tirando la carne por detrás. Cuando se hubieron comido el asado, dijeron:
-Vamos de caza, porque mañana también hay que comer.
Se marcharon de allí los nueve, y el zarévich el décimo.
-Ven -le dijeron-, aquí hay una ciudad y en ella un zar, y ahí nos alimen-tamos nosotros desde hace ya varios años.
Cuando estaban ya próximos a la ciudad, arrancaron dos abetos con ramas y todo y se los llevaron consigo; al llegar a la ciudad arrimaron un abeto a la muralla y le gritaron al zarévich:
-Anda -dijeron-, súbete a la muralla para que te pasemos este otro abeto, y tú cógelo de la copa y échalo a la ciudad, pero deja la copa junto a ti para que bajemos por ella.
Se subió y entonces les dijo:
-No sé qué hacer ahora porque nunca había hecho nada parecido, no sé echarlo al otro lado, mejor que venga uno de vosotros para mostrarme cómo darle la vuelta.
Subió uno de los gigantes, cogió el abeto por un extremo y lo echó a la ciudad dejando la copa apoyada en el muro. Cuando el gigante hubo terminado, va el hijo del zar, saca el sable, lo agarra por el cuello y le corta la cabeza, así que el gigante cayó al interior de la ciudad. Entonces dijo:
-Eh, ahora subid uno por uno para que os vaya ayudando a bajar.
Los gigantes, al no saber lo que le había sucedido al que estaba arriba, fueron subiendo de uno en uno, de modo que el zarévich los iba agarrando por el cuello y así hasta que les cortó a todos la cabeza, entonces se bajó por el abeto a la ciudad. Recorrió toda la ciudad sin encontrar un alma en ella, ¡todo desierto! Durante un buen rato anduvo vagando por la ciudad y pensaba para sí: «Seguro que los gigantes los exterminaron a todos y se los llevaron», hasta que encontró una torre muy alta y vio que en una estancia ardía una vela. Abrió la puerta, subió y entró en el aposento. ¡Y ahora veréis lo que pasó! La estancia estaba decorada con oro, seda y terciopelo, en ella no había más que una doncella y la doncella estaba acostada en un lecho y dormía. En cuanto entró el zarévich en el aposento, clavó la mirada en la doncella que era muy hermosa. En ese mismo instante advirtió que una gran serpiente bajaba por la pared y se estiraba hasta aproximar su cabeza a la de la doncella, de repente se irguió para morderla entre las cejas. Entonces fue corriendo, sacó un pequeño puñal y se lo hundió a la serpiente en el entrecejo, dejándola clavada a la pared, luego dijo así: «¡Por Dios que este puñalito mío no lo pueda sacar otra mano que no sea la mía!». Entonces se apresuró a marcharse. Abeto arriba, abeto abajo, cruzó la muralla y bajó al suelo. Cuando llegó a la cueva de los gigantes cogió unas brasas, salió corriendo y llegó a donde estaban sus hermanos a los que encontró todavía dormidos. Encendió el fuego, al poco asomó el sol y amaneció, entonces despertó a sus hermanos, se levantaron y continuaron el camino.
Ese mismo día tomaron el camino que conducía a aquella ciudad. Vivía allí un zar muy poderoso que todas las mañanas salía a pasear por la ciudad y derramaba amargas lágrimas porque su pueblo padecía a causa de los gigantes y era devorado por ellos, también temía que un día su hija corriera la misma suerte; aquella misma mañana andaba el zar mirando por la ciudad, pero todo estaba desierto porque los gigantes se los habían comido a casi todos y ya quedaba muy poca gente, iba el zar de un lado para otro cuando, de repente, vio unos abetos que, arrancados de cuajo de la tierra, estaban arrimados a la muralla, al acercarse más vio que había sucedido un milagro: nueve gigantes, los mismísimos verdugos de la ciudad, y todos con la cabeza cortada. Al ver esto el zar se alegró muchísimo, la gente se reunió para pedir a Dios por la salud de aquel que los había matado. En ese mismo momento llegaron los criados del palacio para comunicar al zar que había faltado poco para que una serpiente mordiera a su hija. Cuando oyó eso el zar, se fue derecho al palacio, a la habitación de su hija, vio la serpiente clavada en la pared y quiso arrancar el puñal, pero no pudo.
Poco después emitió el zar un bando que hizo llegar a todos los rincones de su reino en el cual anunciaba: aquel que mató a los gigantes y apuñaló a la serpiente que venga para que el zar le dé una gran recompensa y le entregue a su hija por esposa. Se publicó esto por todo el reino y mandó el zar que se instalaran posadas en los caminos principales y que se preguntara a todos los viajeros si sabían quién había matado a los gigantes, y cuando se supiera algo que avisaran al zar y que esa persona se presentara inmediatamente ante el zar para recibir su recompensa. Se hizo tal como el zar había ordenado, se instalaron posadas en los principales caminos y se preguntaba a todos los viajeros sobre el particular.
Pasado cierto tiempo, los tres hijos del zar, buscando a sus hermanas, llegaron a una de esas posadas para pasar la noche y se albergaron allí, después de la cena se les acercó el posadero y, charlando con ellos, empezó a jactarse de sus hazañas, después les preguntó a ellos:
-Y vosotros, ¿qué habéis hecho hasta ahora? Entonces se puso a hablar el hermano mayor:
-Cuando emprendimos este viaje mis hermanos y yo, acampamos la primera noche junto a un lago que había en un vasto desierto, mis hermanos se fueron a dormir y yo me quedé de guardia, de repente salió el culebrón del lago para devorarnos pero yo saqué mi daga y le corté la cabeza; si no me creéis, ¡aquí están las orejas de aquella cabeza! -y sacó las orejas y las arrojó en la mesa.
Al oírlo, el hermano mediano dijo:
-Pues yo, cuando estaba de guardia la segunda noche, me enfrenté al culebrón de dos cabezas, si no me creéis, ¡aquí están las orejas de ambas cabezas! -sacó las orejas y se las mostró.
El menor de los hermanos permanecía callado. Así que empezó a pregun-tarle el posadero:
-Voto a Dios, muchacho, que tus hermanos son valientes, pero me gustaría oírte a ti también contar tus hazañas.
A lo que el hermano menor respondió:
-Yo también he hecho alguna pequeñez. Cuando pasamos la noche junto al lago en el desierto, vosotros dormíais, hermanos, y yo vigilaba. Bien entrada la noche, todo el lago empezó a agitarse, salió el culebrón de tres cabezas y se lanzó hacia nosotros para devorarnos, entonces desenvainé el sable y le corté las tres cabezas, si no me creéis, ¡aquí están las seis orejas del culebrón!
Ahora sí que se sorprendieron sus hermanos, pero él continuó contando:
-En eso se apagó el fuego y me fui en busca de algo para encender. Anduve dando vueltas por la montaña hasta que encontré a nueve gigantes en una cueva -y les fue contando todo lo que había hecho, todos se asombraron con tanto prodigio.
Al oírlo el posadero corrió a avisar al zar y se lo contó todo, el zar le dio mucho dinero y en seguida mandó a su gente para que le llevaran a los tres hijos del zar. Cuando estuvieron en su presencia, el zar preguntó al zarévich más joven:
-¿Eres tú el que ha realizado tantos prodigios en esta ciudad, el que ha acabado con los gigantes y ha salvado a mi hija de la muerte?
-Yo soy, buen zar -respondió el más joven de los zaréviches.
Entonces el zar le entregó a su hija por esposa y le concedió el cargo más importante de todo el reino, justo detrás del mismo zar; a los otros dos hermanos les dijo el zar: «Si lo deseáis, también os puedo casar a vosotros y os construiré ricos palacios», pero ellos le dijeron que ya estaban casados y le contaron que la verdadera razón de su viaje era encontrar a sus hermanas. Cuando se enteró el zar, retuvo consigo sólo al hermano menor que ahora era su yerno; a los otros dos les dio tanto dinero como podían cargar dos mulas, conque se volvieron ellos a los palacios que tenían en su reino.
Sin embargo, el hermano pequeño siempre estaba pensando en sus hermanas y quería ir a buscarlas, pero por otro lado sentía tener que dejar a su mujer -el zar tampoco se lo hubiera permitido-, de modo que se consumía de inquietud. Una vez que se marchaba el zar de caza, le dijo:
-Quédate tú en el palacio y toma estas nueve llaves, tenlas siempre contigo; puedes abrir -dijo- tres o cuatro estancias, verás que hay oro y plata, armas y muchos otros tesoros, en fin, puedes abrir ocho estancias, pero la novena ni se te ocurra abrirla, pues -dijo- si lo haces te sucederán grandes males.
Conque se marchó el zar y el yerno se quedó en casa. Éste, en cuanto se marchó el zar, empezó a abrir, de uno en uno, todos los aposentos, y así fue viendo las variadas riquezas que había en esas ocho estancias; al final, cuando llegó a la puerta de la novena estancia, dijo para sí: «¡Y que no pueda abrir yo esta habitación después de realizar tantas proezas!», y abrió la estancia. Cuando entró, ¡veréis lo que sucedió! En la estancia había un hombre aherrojado hasta las rodillas que también tenía los brazos cargados de cadenas hasta los codos; había cuatro estacas, una a cada lado de la estancia, y a cada una de ellas estaba atada una cadena de hierro, las cuatro cadenas, por el otro extremo, rodeaban el cuello de aquel hombre, tan encadenado estaba que no podía moverse de ninguna manera. Frente a él había una fuente con caño de oro, y el agua que daba caía en una pila de oro. Junto al hombre había un cáliz adornado con piedras preciosas. Aunque el hombre hubiera querido beber agua no habría podido alcanzar el cáliz. Al ver esto el zarévich se extrañó mucho, se echó para atrás, pero el hombre dijo:
-Acércate a mí y que Dios te bendiga.
Así que entró y el hombre le volvió a hablar:
-Hazme un favor, dame de beber con ese cáliz y puedes estar seguro de que te concederé una vida más.
El zarévich pensó: «¿Qué hay mejor que tener dos vidas?» y cogió el cáliz, lo llenó de agua y el otro se la bebió. Entonces preguntó el hijo del zar:
-Por Dios, ¿cómo te llamas?
El otro le responde:
-Me llamo Acero Acerísimo.
El zarévich se dirigió hacia la puerta y el otro empezó a suplicarle: -Dame otro cáliz de agua y te regalaré otra vida.
El zarévich pensó: «Ahora me regala dos vidas, la tercera ya la tengo, esto sí que es un gran prodigio», conque cogió el cáliz, se lo dio y el otro se lo bebió. Ya se marchaba el zarévich, iba a cerrar la puerta, cuando Acero Acerísimo le dice:
-Oh, valiente, vuelve conmigo, si ya me has hecho dos favores, hazme el tercero y te daré una tercera vida. Toma el cáliz, llénalo y échamelo sobre la cabeza que yo, por echarme el agua, te daré una tercera vida.
Al oír esto, el zarévich volvió, cogió el cáliz, lo llenó de agua y se lo vertió sobre la cabeza. En cuanto el agua le mojó la cabeza, se quebraron los grilletes que tenía al cuello y todas las cadenas que sujetaban a Acero Acerísimo. Y Acero Acerísimo saltó como un relámpago, extendió las alas, echó a volar y se llevó bajo un ala a la hija del zar, la mujer del que lo había liberado, en un instante lo habían perdido de vista. Y ahora oiréis otro prodigio: ¡el hijo del zar tenía miedo del zar! En eso volvió el zar de caza y su yerno le contó lo sucedido, al zar le entró una gran preocupación, y le dice:
-¿Por qué lo has hecho? ¿No te dije yo que no abrieras la novena estancia?
El zarévich le responde:
-No te enojes conmigo, iré en busca de Acero Acerísimo y traeré a mi mujer.
El zar intentó disuadirlo:
-¡No vayas! Tú no sabes quién es Acero Acerísimo, yo perdí muchos soldados y mucho dinero hasta que lo atrapé, quédate conmigo, te buscaré otra esposa, no temas, yo te quiero como a un hijo.
Pero el hijo del zar no lo quiso escuchar, por el contrario, tomó dinero para el viaje, montó en su caballo y se fue por el mundo en busca de Acero Acerísimo. Anda que te anda llegó a una ciudad. Entró y se puso a mirarlo todo, hasta que de repente lo llamó una doncella desde un mirador:
-Eh, zarévich, apéate del caballo y ven al patio.
Cuando entró el zarévich en el patio se acercó a la doncella, la miró bien y reconoció a su hermana mayor; se abrazaron, se besaron, y su hermana le dijo:
-Ven conmigo, hermano, al castillo.
Cuando estuvieron arriba, el zarévich le preguntó a su hermana quién era el hombre con el que se había casado, ella le respondió:
-Estoy casada con el zar de los dragones y mi marido es un dragón, pero, hermano, tengo que esconderte muy bien pues mi marido dice que si se encontrara con sus cuñados los mataría. Primero voy a tantearle un poco, si no te va a hacer daño le hablaréde ti.
Dicho y hecho: escondió a su hermano y al caballo.
Cuando anocheció prepararon la cena del dragón y se pusieron a esperarlo, ¡hete aquí al zar de los dragones! Llegó volando al palacio e inmediatamente todo se iluminó con un gran resplandor. En cuanto entró llamó a su mujer:
-Mujer -dijo- aquí huele a hueso de hombre, ¿quién está aquí?
¡Dímelo ahora mismo!
Ella le respondió:
-No hay nadie.
Y él insistía:
-No puede ser.
Entonces su mujer le contestó:
-Por Dios, respóndeme con sinceridad a lo que te pregunto: ¿qué harías si uno de mis hermanos llegara hasta aquí?
Y el zar de los dragones respondió:
-Al mayor y al mediano los degollaría y. los asaría, al menor no le haría nada.
Entonces le dice ella:
-Ha venido mi hermano pequeño, tu cuñado.
Al oírlo el zar gritó:
-Tráelo.
Cuando su hermana lo llevó delante del zar, éste se precipitó hacia su cuñado, se abrazaron y se besaron:
-¿Bienvenido, cuñado!
-¡Bienhallado, cuñado!
-¿Dónde estás?
-Heme aquí.
Y le contó sus aventuras de cabo a rabo. Entonces le dijo el zar de los dragones:
-¡Pero, adónde vas, por Dios! Anteayer mismo pasó por aquí Acero Acerísimo llevando a tu mujer, yo lo esperé con siete mil dragones, pero no pudimos nada contra él; no tires del rabo al diablo, te lo ruego, te daré tanto dinero como desees, vete a casa.
Pero el zarévich no quería ni oír hablar de eso, pues tenía pensado partir al día siguiente; cuando el zar vio que no lo podía detener ni disuadirlo de que hiciera el viaje, se arrancó una pluma y se la puso en la mano diciéndole:
-Escucha atentamente lo que te digo, aquí tienes esta plumita mía, cuando estés en un gran aprieto y encuentres a Acero Acerísimo, enciende esta pluma y en un santiamén volaré hasta donde tú estés para ayudarte con todas mis fuerzas.
El zarévich tomó la pluma y se puso en camino. Anda que te anda por el mundo, llegó a otra gran ciudad y, según la atravesaba, de nuevo lo llamó una doncella desde un mirador:
-Eh, zarévich, apéate del caballo y ven al patio.
El zarévich entró con el caballo al patio, y hete allí a su hermana mediana que lo recibe en el patio, se abrazaron y se besaron; condujo a su hermano a la torre. Tras conducir al caballo a las caballerizas y a su hermano a la torre, preguntó la doncella al hermano cómo había llegado hasta allí, y él le contó todo y a su vez preguntó:
-¿Con quién te has casado?
Y ella le contesta:
-Me he casado con el zar de los halcones y él vendrá esta noche; tengo que esconderte bien porque él amenaza á mis hermanos.
Así lo hizo, escondió a su hermano. No había pasado mucho tiempo y ¡hete aquí al zar de los halcones! Al llegar él la torre empezó a vibrar. En seguida sirvieron la cena, pero nada más entrar le dijo a su mujer:
-Aquí hay huesos de hombre.
Su mujer replicó:
-¡Qué va a haber, hombre!
Estuvieron charlando y por fin va ella y dice:
-¿Qué harías a mis hermanos si uno de ellos viniera aquí?
El zar le dice:
-Al mayor y al mediano los torturaría, pero al más pequeño no le haría ningún daño.
Entonces le habló ella de su hermano. El zar ordenó que lo condujeran a su presencia, al verlo corrió hacia él, se abrazaron y besaron. 
-¡Bienvenido, cuñado! -dijo el zar de los halcones.
-¡Bienhallado, cuñado! -le respondió el zarévich, luego se sentaron a cenar.
Después de la cena preguntó el zar a su cuñado adónde se dirigía, le contesta éste que va en busca de Acero Acerísimo, y le contó todo lo que había sucedido. Pero el zar empezó a aconsejarle:
-No continúes el camino -dijo-, te voy a hablar yo de Acero Acerísimo: el mismo día en que raptó a tu mujer yo lo esperé con cinco mil halcones, fue una cruenta batalla, la sangre nos llegaba hasta las rodillas, pero no pudimos nada contra él, ¡qué le vas a hacer tú solo! Por eso te aconsejo que te vuelvas a casa, aquí tienes mi hacienda, coge lo que quieras y llévatelo.
Mas dice el hijo del zar:
-Gracias por todo, pero yo de ningún modo me vuelvo, tengo que encontrar a Acero Acerísimo -y para sí pensaba: ¿por qué no habría de ir cuando tengo tres vidas más?
Cuando vio el zar de los halcones que no había modo de disuadirlo, se arrancó una plumita y entregándosela le dijo:
-Aquí tienes una pluma mía, cuando te encuentres en peligro atiza el fuego y enciéndela que entonces yo iré en tu ayuda con toda mi fuerza.
Así que el zarévich cogió la plumita y se fue a buscar a Acero Acerísimo. Anda que te anda por el mundo, llegó a la tercera ciudad. Al entrar en ella, hete aquí a una doncella que lo llama desde un mirador:
-Apéate del caballo y ven al patio.
El zarévich condujo a su caballo directamente al patio, y hete allí a su hermana menor; se abrazaron y se besaron, ella llevó a su hermano a la torre y al caballo a las caballerizas.
Preguntó el hermano:
-¿Con quién te has casado, hermana? ¿Quién es tu marido? Ella le contesta:
-Mi marido es el zar de las águilas, con él me he casado. Cuando a la noche el zar volvió a casa, su mujer lo estaba esperando, mas él en seguida le dice:
-Al palacio ha venido un ser humano, ¡dime ahora mismo quién es!
Ella le responde:
-No hay nadie -y se pusieron a cenar. Luego su mujer le dice-: ¿Qué harías a mis hermanos si vinieran hasta aquí?
El zar le contesta:
-Al mayor y al mediano los mataría, pero al más pequeño no le haría ningún mal, al contrario, le ayudaría en todo lo que pudiera. Entonces ella le cuenta:
-Aquí está mi hermano pequeño, tu cuñado, que ha venido a verme.
Luego el zar mandó que lo condujeran a su presencia, lo esperó de pie, se besaron, y le dice:
-¡Bienvenido, cuñado!
Y éste le contesta:
-iBienhallado, cuñado! -en seguida se sentaron a cenar.
Durante la cena hablaron de todo un poco, al final dijo el zarévich que iba en busca de Acero Acerísimo. En cuanto lo oyó el zar de las águilas empezó a disuadirlo diciéndole:
-Cuñado, apártate de ese grandísimo diablo y no sigas por ese camino, quédate aquí conmigo y no te arrepentirás.
Pero el hijo del zar no quiso hacerle caso, al día siguiente, en cuanto amaneció, se preparó y se dispuso a marcharse en busca de Acero Acerísimo. Entonces el zar de las águilas, viendo que no había modo de disuadirlo, se arrancó una plumita y se la dio a su cuñado:
-Para ti, cuñado, cuando te encuentres en peligro atiza el fuego y enciéndela, que yo en seguida iré en tu ayuda con mis águilas.
Tomó el zarévich la plumita y se fue en busca de Acero Acerísimo. Anda que te anda por el mundo, de ciudad en ciudad y cada día más lejos, al final encontró a su mujer en una cueva. Su mujer, al verlo, muy extrañada le dijo:
-Por Dios, hombre, ¿cómo has llegado hasta aquí?
Y él le contó todo tal como había sucedido, conque dice: ¡huye, mujer, huyamos los dos!
Pero ella le responde:
-¿Adónde quieres ir si Acero Acerísimo nos alcanzará inmediatamente y -dice- a ti te matará y a mí me traerá aquí de nuevo?
El zarévich, sabiendo que todavía tenía tres vidas por vivir, convenció a su mujer para que huyera, conque así lo hicieron. En cuanto emprendieron la huida Acero Acerísimo se enteró, salió corriendo, alcanzó al zarévich y le gritó:
-Eh, zarévich, ¿vas a quitarme tú la mujer? -se la arrebató y le dijo-: Te perdono la vida porque te dije que te daría tres vidas, vete ahora, pero no vuelvas en busca de tu mujer porque perecerás.
Le dijo eso, se llevó a la mujer consigo y de nuevo el zarévich se quedó solo sin saber qué hacer. Al fin se decidió a ir otra vez en busca de su mujer. Llegó cerca de la cueva y aprovechó que Acero Acerísimo había salido para llevarse a su mujer consigo y huir. Acero Acerísimo se enteró en seguida, echó a correr y alcanzó al zarévich, sacó las flechas y gritó:
-¿Prefieres morir -dice- a filo de sable o a punta de flecha? El zarévich empezó a suplicarle y Acero Acerísimo le dijo:
-Te perdono la vida por segunda vez, pero te prevengo para que no oses volver en busca de tu mujer, no te voy a regalar más vidas, sino que acabaré contigo en el acto.
Dicho esto cogió a la mujer y se la llevó, así que el zarévich se quedó solo de nuevo cavilando cómo salvar a su mujer. Finalmente se dijo: «¿Y por qué habría de temer a Acero Acerísimo cuando todavía me quedan dos vidas, una de las que él me regaló y la mía?» y decidió que volvería al día siguiente a por su mujer, cuando no estuviera con ella Acero Acerísimo:
-Anda -dice- vamos a huir.
Ella insistía en que no valía la pena huir porque los alcanzaría, pero su marido la obligó, conque se escaparon y en seguida los alcanzó Acero Acerísimo que gritaba:
-¡Espera, ya no te perdono más!
Al zarévich le entró miedo y se puso a suplicarle que lo perdonara, pero Acero Acerísimo le dijo:
-¿Recuerdas que te dije que te regalaría tres vidas? Pues aquí tienes la tercera y ya no te debo más vidas, conque vete a tu casa para no perder la que Dios te dio.
El zarévich, viendo que no podía hacer nada en contra de aquella fuerza, se marchó a casa aunque no dejaba de pensar en cómo le quitaría su mujer a Acero Acerísimo, hasta que, de repente, se acordó de lo que le habían dicho sus cuñados al darle las plumitas. Entonces se dijo para sí: «Pues voy a ir por cuarta vez en busca de mi mujer y si me encuentro en un aprieto, entonces encenderé las plumas para que mis cuñados vengan a socorrerme», en seguida volvió a la cueva en la que Acero Acerísimo retenía a su mujer y, al ver desde lejos que Acero Acerísimo se iba, la llamó y ella, sorprendida y muerta de miedo, le dijo:
-¡Por Dios, tanto aborreces la vida que has vuelto a por mí!
Entonces él le contó que cada uno de sus cuñados le había dado una plumita, y que vendrían en su ayuda si estuviera en peligro «por eso -dice- he venido una vez más a por ti; vamos a huir ahora mismo». Dicho y hecho, mas en cuanto se pusieron en camino Acero Acerísimo se enteró y gritó desde lejos:
-¡Deténte, zarévich, todavía no has conseguido escapar!
Nada más ver a Acero Acerísimo, el zarévich sacó las tres plumas y un pedernal con su eslabón, empezó a frotar hasta que saltaron chispas, entonces encendió las tres plumas, pero mientras las encendía llegó Acero Acerísimo, desenvainó el sable y cortó al zarévich por la mitad.
En ese mismo instante ¡hete aquí un verdadero prodigio! Llegó volando el zar de los dragones con sus dragones, el zar de los halcones con sus halcones y el zar de las águilas con sus águilas, combatieron terriblemente con Acero Acerísimo y se derramó mucha sangre, pero Acero Acerísimo de nuevo agarró a la mujer y se escapó.
Luego los tres zares se pusieron a mirar a su cuñado muerto y decidieron devolverle la vida, preguntaron a los tres dragones más veloces cuál de ellos podría traer agua del Jordán más rápidamente.
Uno dice:
-Yo podría en media hora.
El segundo dice:
-Yo podría en un cuarto de hora.
El tercero dice:
-Yo podría en nueve instantes.
Entonces gritaron los zares:
-¡Pues sal corriendo ahora mismo, dragón!
El dragón desplegó toda su energía de fuego y por cierto que trajo el agua del Jordán en nueve instantes. Los zares tomaron el agua, la rociaron en las heridas, justo allí por donde estaba cortado el zarévich. En cuanto les salpicó el agua, las heridas cicatrizaron y el zarévich se levantó de un salto y volvió a la vida. Entonces le aconsejaron los zares:
-Vete ahora a casa ya que te salvaste de la muerte.
El zarévich les dice que irá una vez más a probar su suerte y a recuperar a su mujer.
Los zares, sus cuñados, le dicen:
-No vayas, porque si vas ahora morirás ya que no te queda otra vida que la que Dios te dio.
Pero el zarévich no quiso ni oírlos. Así que le dijeron los zares:
-Bien, pues si a pesar de todo quieres ir, no te lleves a tu mujer inmediatamente, dile a ella que pregunte a Acero Acerísimo dónde reside su fuerza y vuélvete a decírnoslo, nosotros te ayudaremos a vencerlo.
Conque se fue el zarévich a escondidas, llegó a donde estaba su mujer, le explicó cómo tenía que sonsacar a Acero Acerísimo dónde estaba su fuerza, y se volvió a marchar. Al llegar a casa Acero Acerísimo, la mujer empezó a preguntar:
-Por Dios, dime de dónde sacas tu fuerza.
Y Acero Acerísimo le dice:
-Mujer, mi fuerza está en mi sable.
Entonces la mujer su puso a rezar delante del sable. Acero Acerísimo, al verla, se echó a reír y le dijo:
-Mujer insensata, no está mi fuerza en el sable sino en mi flecha.
Entonces ella empezó a rezar delante de la flecha, así que él le dice:
-Mujer, bien te adiestra alguien para que me sonsaques el secreto de mi fuerza. Yo diría que está vivo tu marido y él es quien te adiestra.
Ella juraba que nadie la adiestraba pues no había quien pudiera hacerlo.
Pasados unos días llegó su marido, ella le contó que todavía no se había podido enterar del origen de la fuerza de Acero Acerísimo, su marido le replicó: »Inténtalo de nuevo» y se fue.
Al llegar Acero Acerísimo, la mujer empezó de nuevo a preguntar dónde estaba su fuerza. Entonces él le respondió:
-Si tanto estimas mi fuerza, te voy a decir la verdad sobre ella -conque empezó a contarle-: Muy lejos de aquí hay una montaña muy alta, en aquella montaña hay una zorra, en la zorra un corazón, en el corazón un pájaro, en aquel pájaro está mi fuerza, pero esa zorra no se deja coger fácilmente, ella puede transformarse de muchas maneras.
Al día siguiente, cuando salió Acero Acerísimo, el zarévich de nuevo fue a ver a su mujer para que le dijera de qué se había enterado, así que ella se lo contó todo. Entonces el zarévich se fue derecho a donde estaban sus cuñados que aguardaban impacientes el momento de oír dónde residía la fuerza de Acero Acerísimo, conque en seguida estuvieron listos para irse con el zarévich. Cuando llegaron a aquella montaña, soltaron las águilas para que cazaran a la zorra, la zorra huyó a un lago que había en medio de la montaña y se convirtió en un pato de seis alas, pero al instante iban los halcones tras ella y la arrojaron de allí; entonces ella voló hacia las nubes intentando huir, pero salieron los dragones tras ella. En un santiamén se convirtió de nuevo en zorra y echó a correr, mas ahora la estaban esperando las águilas y el resto del ejército, la acorralaron y la capturaron. Luego los zares mandaron que abrieran en canal a la zorra y le arrancaran el corazón, del corazón sacaron un pájaro y lo echaron al fuego. En cuanto se quemó el pájaro Acero Acerísimo murió. Entonces el zarévich tomó a su mujer y se marchó con ella a casa.

090. anonimo (balcanes)

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