Ésta
que era una magre pobre, y que tenía un hijo único, llamado Juan.
Cuando tenía la edá de ocho años, la magre quería conchabarlo,
para ayudarse con el salario que gane, pero como el muchacho era tan
flojo, no quería levantarse de las piegras del juego adonde se
encontraba cáido. La madre insistía en que se pare y cambie de
lugar, para poder ella trajinar libremente en la cocina. Él
respondía:
Al
día siguiente, como ya se encontraba cansau con la insistencia de la
magre, se levantó haciendo un gran sacrificio, y se fue al campo, a
trai leña. Llegó hasta la sombra de un frondoso árbol donde se
echó a descansar al lau de un pocito con agua. Mientras estaba áhi,
salió una rana a la orilla del agua y le dijo:
-Ya
te dije, rana, que no puedo estar de pereza y dejame estar tranquilo.
Como
la rana insistió por tercera vez, Juan resolvió hacer un gran
sacrificio y recibirla a esta pata, y para probar su poder le dijo:
A
lo que se sintió rápidamente que juntaban la leña, y se amontonó
muy cerca donde él estaba. Como ya se hacía tarde, Juan ya quería
volver a la casa, y como la pereza lo dominaba, pidió nuevamente a
la pata, por la virtú que tenía que lo lleve de inmediato a su
casa. Tan pronto como hizo el pedido, ya se encontró montado en la
leña, y con una velocidá regular ganó por una calle del pueblo
vecino, con dirección hacia donde quedaba su casa. Al pasar frente
al palacio del Rey, se hallaba una de sus hijas parada en la puerta
del zaguán. Mucho le llamó la atención ver pasar este muchacho
montado en una carga 'e leña. Lo habló para preguntarle cómo hacía
él para viajar en esa forma, sobre la leña. Pero él no se detuvo
para escucharle a esta muchacha que le hablaba. Tenía muy poca
educación. Como sentía que la muchacha siempre lo hablaba y se
reía, como señal de protesta en contra de ella, volvió a pedirle a
la pata que por la virtú que Dios le dio, le conceda un hijo varón
de él, y que nazca con un ramito de flores en la mano. El Rey había
dicho que la iba hacer casar con el que la hiciera reír.
Poco
tiempo después empezó a sentirse la novedá que había en la hija
del Rey. Cuando él supo que lo que pasaba, empezó a llamar todas
las clases de la sociedad. Primero, a la clase noble, y como comprobó
que de ninguno de ellos era, llamó a la clase mediana. Y habiendo
comprobado que ninguno de éstos era tampoco, el padre de este niño,
que estaba próximo a nacer, resolvió llamar a la clase plebe, o sea
la clase inferior. Mientras se producía este llamado, el niño ya
nació. Por lo que el Rey se encontraba más enfurecido, y más lleno
de ira.
Desfilaba
y más desfilaba la gente de esta clase, hasta que por fin pasó Juan
el Flojo, habiéndose comprobado que él era el padre del niño que
provino de la hija del Rey. Éste, indignado, los casó y les dio por
vivienda, el corral de los chanchos, donde pasaron malamente el día.
Cuando se hizo la noche y toda la ciudad ya dormía, le hizo un nuevo
pedido a la pata, que guardaba en su poder:
-Rana,
por la virtú que Dios te dio, haceme esta misma noche un palacio que
tenga más comodidá y más brillo que el palacio del Rey. Que
amanezca lleno de todas las comodidades que se requieren en él, todo
ordenado y tapizado con los mejores materiales conocidos.
Todo
se cumplió al pie de la letra. Cuando amaneció al día siguiente,
toda la ciudá se encontró con la novedá de la presencia de este
magnífico palacio, al cual acudió el Rey acompañado de su
comitiva. Éste, al verlo a Juan, acudió a interrogarlo sobre cómo
había hecho semejante maravilla en tan poco tiempo. A lo que le
respondió Juan:
-Todos
me llaman Juan el Flojo, y para demostrarle a usté que soy más
capaz que un Rey con toda su comitiva, hi resuelto hacer este humilde
rancho en una noche.
Ramón
Gómez, 82 años. El Verde. General Ocampo. La Rioja, 1950.
En
este cuento el pescadito encantado ha sido substituido por una ranita
mágica.
Cuento
1088. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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