Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 7 de febrero de 2015

El muchacho flojo .1088

Ésta que era una magre pobre, y que tenía un hijo único, llamado Juan. Cuando tenía la edá de ocho años, la magre quería conchabarlo, para ayudarse con el salario que gane, pero como el muchacho era tan flojo, no quería levantarse de las piegras del juego adonde se encontraba cáido. La madre insistía en que se pare y cambie de lugar, para poder ella trajinar libremente en la cocina. Él respondía:
-¡Ay!... ¡Ay!... mi mama... vea que sólo por áca se le antoja pasar...
Entonces lo mandó que juera al campo a trai leña, y él respondía lo mesmo:
-¡Ay!, ¡Ay!... mi mama.
Al día siguiente, como ya se encontraba cansau con la insistencia de la magre, se levantó haciendo un gran sacrificio, y se fue al campo, a trai leña. Llegó hasta la sombra de un frondoso árbol donde se echó a descansar al lau de un pocito con agua. Mientras estaba áhi, salió una rana a la orilla del agua y le dijo:
-Tomá, Juan, esta pata mía, que te será útil.
Juan contestó:
-Callate rana, no puedo estar de pereza.
Volvió la rana a decirle:
-Juan, tomá esta pata mía, que te será útil. Le podís pedir lo que necesitís.
-Ya te dije, rana, que no puedo estar de pereza y dejame estar tranquilo.
Como la rana insistió por tercera vez, Juan resolvió hacer un gran sacrificio y recibirla a esta pata, y para probar su poder le dijo:
Pata, por la virtú que Dios te dio, hacé que se junte una carga grande y linda de leña.
A lo que se sintió rápidamente que juntaban la leña, y se amontonó muy cerca donde él estaba. Como ya se hacía tarde, Juan ya quería volver a la casa, y como la pereza lo dominaba, pidió nuevamente a la pata, por la virtú que tenía que lo lleve de inmediato a su casa. Tan pronto como hizo el pedido, ya se encontró montado en la leña, y con una velocidá regular ganó por una calle del pueblo vecino, con dirección hacia donde quedaba su casa. Al pasar frente al palacio del Rey, se hallaba una de sus hijas parada en la puerta del zaguán. Mucho le llamó la atención ver pasar este muchacho montado en una carga 'e leña. Lo habló para preguntarle cómo hacía él para viajar en esa forma, sobre la leña. Pero él no se detuvo para escucharle a esta muchacha que le hablaba. Tenía muy poca educación. Como sentía que la muchacha siempre lo hablaba y se reía, como señal de protesta en contra de ella, volvió a pedirle a la pata que por la virtú que Dios le dio, le conceda un hijo varón de él, y que nazca con un ramito de flores en la mano. El Rey había dicho que la iba hacer casar con el que la hiciera reír.
Poco tiempo después empezó a sentirse la novedá que había en la hija del Rey. Cuando él supo que lo que pasaba, empezó a llamar todas las clases de la sociedad. Primero, a la clase noble, y como comprobó que de ninguno de ellos era, llamó a la clase mediana. Y habiendo comprobado que ninguno de éstos era tampoco, el padre de este niño, que estaba próximo a nacer, resolvió llamar a la clase plebe, o sea la clase inferior. Mientras se producía este llamado, el niño ya nació. Por lo que el Rey se encontraba más enfurecido, y más lleno de ira.
Desfilaba y más desfilaba la gente de esta clase, hasta que por fin pasó Juan el Flojo, habiéndose comprobado que él era el padre del niño que provino de la hija del Rey. Éste, indignado, los casó y les dio por vivienda, el corral de los chanchos, donde pasaron malamente el día. Cuando se hizo la noche y toda la ciudad ya dormía, le hizo un nuevo pedido a la pata, que guardaba en su poder:
-Rana, por la virtú que Dios te dio, haceme esta misma noche un palacio que tenga más comodidá y más brillo que el palacio del Rey. Que amanezca lleno de todas las comodidades que se requieren en él, todo ordenado y tapizado con los mejores materiales conocidos.
Todo se cumplió al pie de la letra. Cuando amaneció al día siguiente, toda la ciudá se encontró con la novedá de la presencia de este magnífico palacio, al cual acudió el Rey acompañado de su comitiva. Éste, al verlo a Juan, acudió a interrogarlo sobre cómo había hecho semejante maravilla en tan poco tiempo. A lo que le respondió Juan:
-Todos me llaman Juan el Flojo, y para demostrarle a usté que soy más capaz que un Rey con toda su comitiva, hi resuelto hacer este humilde rancho en una noche.

Ramón Gómez, 82 años. El Verde. General Ocampo. La Rioja, 1950.

En este cuento el pescadito encantado ha sido substituido por una ranita mágica.

Cuento 1088. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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