Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 11 de enero de 2015

El rapto de la cristiana

Cuenta esta historia proveniente de España, específicamente de la zona de Andalucía, que por la región vivía una joven llamada Cristina. Dicen que su aspecto era el de una mujer alta y un poco excedida de peso que siempre tenía en los labios una sonrisa. Era muy amable con todos y también muy trabajadora. Cuando llegaba la tarde y tenía algún momento libre, lo aprovechaba para sentarse bajo las ramas de un gran árbol que estaba en el extenso fondo de su casa, y allí leía la Sagrada Biblia.
Pero sucedió que una tarde de primavera, Cristina terminó con sus quehaceres cotidianos y, mientras el resto de la familia se disponía a dormir una corta siesta, ella se fue a sentar bajo las frondosas ramas de aquel árbol que la cobijaba mientras leía distintos pasajes de la Biblia y deleitaba su espíritu.
Sin embargo, cuando todos se levantaron de dormir, no encontraron a Cristina por ningún lado. Una de las hermanas recordó su afición por leer la Biblia bajo el árbol, pero cuando lle,garon hasta allí sólo encontraron el santo libro de tapas negras en el suelo.
La desesperación los volvió locos. ¿Dónde estaba Cristina? Rápidamente la gente del pueblo se reunió y formaron cuadrillas de búsqueda para encontrarla. Y el sacerdote de la iglesia congregó a todos los fieles para hacer una misa en su nombre y para orar por su pronto regreso.
Lo que había sucedido era lo siguiente: Cristina se hallaba leyendo la Biblia muy concentrada, y por eso no escuchó los pasos de una gigantesca figura que se aproximaba. Era negra como el carbón y enorme como dos hombres juntos. De su boca sobresalían agudos colmillos y sus ojos brillaban con el color rojo del infierno.
La monstruosa criatura extendió una mano peluda y atrapó a Cristina por la boca, impidiéndole gritar. Tanto por la sorpresa como por el apretón en su boca, Cristina se desmayó. El ogro la arrastró hasta ponérsela sobre los hombros y se lanzó a correr con toda la velocidad que le proporcionaban sus poderosas piernas.
El ogro, que apestaba con un olor nauseabundo, corrió durante un buen trecho hasta que llegó a una zona boscosa. Allí Cristina, cabeza abajo, recuperó la conciencia. Pero sabía que si gritaba o intentaba pelear no lograría nada, sino que, por el contrario, enfurecería a la maléfica criatura todavía más.
El ogro se detuvo ante una gigantesca piedra, mucho más grande que él, y se puso a girar a su alrededor. Siete vueltas dio en el sentido de las agujas del reloj. Y cuando se detuvo frente a la roca, ésta tembló.
A pesar de que Cristina veía todo esto cabeza abajo, no podía creer lo que sus ojos le mostraban.
En la roca gigantesca, de color tan oscuro como el ogro, se hizo una fisura por la que se coló una ráfaga de luz. Luego se produjo otra y otra más.
Pronto se formó una puerta que se abrió para dejarle paso al ogro, que se internó en aquella caverna secreta portando sobre sus hombros a la pobre Cristina, que se moría del miedo.
El interior de la caverna era luminiscente, como si una extraña pintura reflejara cierta luminosidad. El ogro avanzó rápidamente por los corredores, que comenzaron a extenderse y multiplicarse como un laberinto.
Pronto comenzó a descender las escaleras, mientras Cristina oraba a Dios para que la guardara y salvara de todo mal y peligro.
Finalmente el ogro se detuvo y con un rápido movimiento la arrojó al suelo. Cristina estaba mareada y agotada, dolorida por el viaje y los golpes. Sin embargo, pudo distinguir que a su lado flameaban las llamas de un fuego y a su alrededor se encontraban varios elementos de cocina: cacerolas gigantescas, ollas enormes, cucharones impresionantes...
De pronto escuchó un gemido de dolor. Cristina enfocó la vista y vio que del otro lado del fuego se encontraba otra criatura tan fea y negra como el ogro que la había secuestrado. Sin embargo, sufría.
Cristina quiso hacer el intento de acercársele pero el ogro la empujó con un terrible golpe que la envió contra la pared.
-¡No la toques! -dijo el ogro con la furia que se escapaba de sus colmillos.
-No quería hacerle daño. Sólo ayudarla.
-Ya la vas a ayudar: cuando te coma se recuperará.
Cristina no se sorprendió, pues sabía por varias historias que los ogros se comían a la gente y supuso que ésa era la causa de su rapto. Continuó hablando con el mismo tono tranquilo:
-¿Qué le ha pasado?
-Tuvo un mal parto y ha perdido mucha sangre.
Cristina pudo ver por entre las llamas los ojos de sufrimiento de la ogresa moribunda.
-¿Por qué me has traído?
El ogro la miró con despecho y respondió:
-Porque la mejor comida para un ogro es la carne humana.
-Yo puedo ayudar a tu mujer, así no tendrá la necesidad de comerme.
-¿Y cómo la ayudarás tú? -le dijo el ogro con desprecio.
-Oraré por ella a Nuestro Señor Jesucristo.
-¿Qué? -preguntó el ogro sin comprender lo que ella decía.
-Le pediré a Jesucristo Nuestro Señor que la sane y Él la sanará.
El ogro se levantó tan alto como era y respiró con brutalidad por sus fosas nasales, que se dilataban en cada inspiración:
-Está bien. Pero no te acercarás a ella, porque si lo haces, yo mismo te comeré. Puedes rezar todo lo que desees: si mañana a la mañana no ha mejorado, te partiré en pedazos y le daré tu cuerpo a mi esposa para que te devore.
La muchacha se arrodilló en el húmedo suelo de aquella caverna oscura y pútrida y comenzó a orar con la firme convicción de su fe. Sin embargo, a pesar del terrible terror que sentía, no rezó para que la ogresa sanara y así ella salvarse, sino que rezó por verdadera misericordia. Oró con todas sus fuerzas para que aquella criatura de Dios aceptara a Jesús en su corazón y fuera sana y salva.
Tanto rezó que se quedó dormida. A la mañana se despertó con las piernas entumecidas y el cuello dolorido por la posición que había adoptado.
A su lado estaba la ogresa, que con una mano se sujetaba el vientre y con la otra le ofrecía un cuenco de agua.
Cristina aceptó el agua y bebió algunos sorbos para aplacar su terrible sed, mientras la ogresa la observaba agradecida.
-Gracias Dios, Jesús y Espíritu Santo por haber ayudado y respondido a mis plegarias -dijo Cristina, mirando a la ogresa.
Ésta comenzó a balbucear las palabras para repetirlas, pues era la primera vez que escuchaba tales nombres.
Pero, de pronto, el ogro apareció con sus ojos brillantes, pues relucían mucho más que antes y parecía furioso. Todos sus músculos estaban tensos y el pelaje que cubría su cuerpo parecía erizado.
Se detuvo bruscamente junto a Cristina y ella bajó la cabeza.
-Cumpliré mi palabra.
Y el ogro la envolvió con sus brazos poderosos y la cargó sobre su cuerpo. El olor de la criatura era tan terrible e intenso que Cristina perdió la conciencia.
Cuando despertó se hallaba contra el tronco del árbol en el que siempre leía la Biblia. Corrió a casa para decirles a todos que ya estaba bien, pero no se animó a contar la historia de inmediato, pues sabía que no le creerían.
Los días pasaban y nunca la dejaban sola, ni a sol ni a sombra. Pero un día en que se hacía una gran fiesta, Cristina aprovechó la distracción de todos, se dirigió rápidamente a su cuarto, tomó la Biblia y corrió hacia el bosque.
Y una vez allí se internó por entre los árboles más antiguos y altos, hasta que llegó a un claro en el que había una gigantesca piedra, negra como la noche sin luna.
Depositó la Santa Biblia a los pies de la roca y retrocedió unos pasos.
La gran roca tembló y las fisuras luminosas comenzaron a formarse en su superficie. Finalmente una puerta se abrió y apareció la ogresa, que llevaba a uno de sus bebés en brazos, el cual succionaba de uno de sus enormes pechos. La criatura tomó la Biblia con respeto y saludó con la cabeza a la muchacha.
Cristina sonrió y la puerta de la roca se cerró. Entonces regresó corriendo a su casa antes de que alguien notara su desaparición y se preocupara. Pero su corazón estaba feliz pues había llevado la Palabra Sagrada hasta la morada de una pareja de ogros.

Cuentos de ogros

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