Narran y susurran los
indios que, en muy lejanos tiempos -cuando todo era distinto y en la Tierra existía una verdadera
paz, los dioses y diosas de las selvas siempre procuraban y miraban por el bien
del hombre, y además de cuidarle y velar por él en todos los aspectos, iban creando
las cosas que necesitaba y podían hacerle muy grata la vida.
Además, parece ser que
les gustaba y les divertía mucho tomar diferentes formas o transformarse en
seres humanos para enseñar a los indios.
Así, un buen día, la Luna , a quien los indios
guaraníes llaman Yasi y tienen como diosa protectora, paseaba por el cielo
contemplando el sueño del bosque y de las aguas que se deslizaban en silencio.
Todo dormía y la quietud respiraba queda y ensoñadora en medio de la paz
profunda. Yasi se deleitaba viendo la grandiosidad de la selva, observando
cómo la montaña lucía el manto azul de la noche y cómo los ríos brillaban bajo
su fulgor. Sus rayos marcaban senderos plateados donde las arenas brillaban
intensamente y los arbustos se convertían en atractivos destellos de plata
dormida.
Todo era paz y serenidad.
Los animalitos del bosque descansaban del ajetreo del día, porque durante las
horas que el Sol andaba por los senderos celestes, cada quien debía cumplir
una misión que le había sido encomendada, además de buscarse el sustento
diario. Para algunos de ellos resultaba difícil y tenían que ingeniárselas si
deseaban conseguirlo.
Estaba la Luna a más de la mitad de su
carrera, cuando vio avanzar hacia ella una pequeña nube, que los indios llaman
Ara¡, o pequeño cielo.
-¡Hola, Yasi!
-¡Hola, Ara¡! ¿Qué haces
a estas horas por los caminos del cielo?
-Debo ir al otro lado del
bosque y, como no tardará en amanecer, he querido caminar ahora para no hablar
mucho con el curioso Sol, que siempre me deslumbra y a veces me desvía de mi
camino.
-Está bien. Si quieres,
te acompaño. Cuando el Sol se despierte y salga, estaremos casi al otro lado
y, si nos damos prisa, podremos pasear un rato por allá.
-Y ¿cómo lo haremos?
-Pues muy sencillo. Nos
convertiremos en dos indias.
-¡Qué divertido! Eso no
lo he hecho nunca. Y la verdad que me encantaría.
-Pues no hay nada más que
hablar. ¡Vamos!
Cuando el Sol hizo su
aparición, las sombras se desvanecieron y sus rayos iluminaron con el color
dorado que le caracteriza. La luz era intensa y deslumbrante. El calor también
salió de su gruta para acompañar al Sol, y la humedad de la selva,
desperezándose, se extendió sobre los grandes árboles y la tierra.
-¡Adiós, señor Sol!
-dijeron la Luna
y la Nube , sin
dar tiempo a que hablara.
-¡Eh, eh! ¿Qué prisa
lleváis? -preguntó el Sol elevándose hasta alcanzar el cielo.
-¡Sí, sí! Tenemos mucha
prisa. Otro día hablaremos. Yasi y Ara¡ corrieron hasta la casa y allá, en un
decir Jesús,
se convirtieron en dos
hermosas y jóvenes indias.
-Me gustaría tener los
cabellos dorados -dijo Ara¡.
-Las indias no tienen los
cabellos dorados. Además llamaríamos la atención y a lo mejor alguien nos
reconocería.
-Tienes razón, Yasi.
Y dicho y hecho, se
cogieron de la mano y muy contentas bajaron a la tierra.
-¿Por dónde te gustaría
pasear, Arai?
-Creo que lo más bonito
es el río.
-A mí también me gusta
mucho. ¡Vayamos!
Con las manos enlazadas
se acercaron a las orillas del Paraná y decidieron avanzar por las márgenes,
como si lo remontaran. Es decir, iban en contra de la corriente.
-¡Qué distintas son las
flores!
-Claro -dijo la nube,
ahora el Sol las despierta y las ilumina, mientras que en la noche, tú las
duermes y les das otro color muy diferente.
-Es verdad. ¿Quieres que
hablemos con las aguas del río? -Me parece bien. ¿No te gustaría, así como
estamos, entrar en ellas?
-¡Oh, sí! Creo que será
muy divertido -contestó la
Luna. Se quitaron sus túnicas y llegaron al borde del río que
las miró muy extrañado. Poco a poco fueron entrando en las aguas.
-Esto es delicioso -dijo la Luna.
-Me gusta mucho -dijo la Nube mientras chapoteaba refrescándose.
Y contentas, saltaron y
rieron jugando. Hablaron con los peces, con las flores acuáticas y con las
hermosas achiras que vivían en las márgenes. Casi bajaron hasta el fondo del
río para ver y hablar con las blancas piedrecillas y las algas de la
profundidad. Nadie las conocía, pero todos se sintieron subyugados por la
alegría y la belleza de las que creían dos jóvenes.
Muy entrada la mañana y
cuando el Sol dejaba caer verticalmente sus rayos, decidieron salir del agua.
Se secaron y de nuevo se pusieron las túnicas para seguir paseando.
De pronto, y sin saber de
dónde, apareció ante ellas un furioso yaguareté, que es el tigre de las
selvas. La Luna
y la Nu be
quedaron paralizadas por el miedo y la sorpresa. Ninguna
supo reaccionar ante la temible aparición. El yaguareté las miraba sombrío y
amenazante, dispuesto a lanzarse sobre ellas. Sus fauces se abrieron dejando al
descubierto la blancura de sus afilados dientes, y la lengua salía de su boca
como un mal presagio.
Una veloz y mortífera
flecha fue a clavarse temblorosa pero certera en el cuerpo de la fiera. Y ahí, en ese
preciso instante, la Luna
y la Nube
recobraron su verdadera forma y subieron corriendo al cielo. Ya en él, y
sintiéndose seguras, miraron hacia la tierra a ver qué pasaba.
Un joven indio las había
visto en presencia del yaguareté y, cuando éste fue a saltar sobre las que
creía dos indias, le disparó una flecha. Pero la herida no era mortal y el
yaguareté, más enfurecido aún y antes de que el indio le pudiera arrojar otra
flecha, saltó sobre él. Pero el joven era un experto cazador, se tiró al suelo
en dirección opuesta a la de la fiera, lo que le permitió flecharle de nuevo,
y esta vez, sí mató al tigre.
Se acercó donde había
caído para cerciorarse de que no volvería a saltar y cuando comprobó la muerte,
le ocultó entre el follaje y comenzó a buscar a las asustadas indias.
Naturalmente no pudo
encontrarlas, porque las dos estaban ya seguras en lo más alto del cielo. Pero
Yasi, aunque muerta de sueño y aún de miedo, al ver cómo el indio se afanaba
en buscarlas, bajó hasta él y le dijo:
-No busques más. Las
indias a quienes has salvado del yaguareté somos la Nube y yo.
El joven, asombrado y más
que sorprendido, no sabía qué decir ni qué pensar; porque a pesar de que están
acostumbrados a que los animales y las plantas tomen formas distintas y se
transformen en lo más inverosímil, era la primera vez que la Luna y una Nube habían tomado
la forma humana.
-Has sido valiente y muy
gentil con nosotras. En pago de tu acción vamos a premiarte. Mañana cuando
luzca muy bien el Sol, cerca de donde está el yaguareté, encontrarás una planta
llamada Ca-á. Es muy venenosa, pero si la cortas en las primeras horas de las
noches de Luna llena, será muy beneficiosa. Después de recogerla, la tostarás. Luego la
hervirás. Y de esta forma, la puedes tomar siempre que quieras sin ningún
temor. Por el contrario, comprobarás que tu cansancio desaparecerá y te
sentirás muy bien. Y si la ofreces de esta forma que te digo a tus hermanos o
amigos, y juntos la bebéis, los lazos de hermandad serán más fuertes. Además,
comprobarás que reconforta al enfermo. Este jugo, será por siempre la bebida de
la amistad y la llamarás "yerba-mate", que refresca, tonifica y une a
los hombres.
Y es así cómo nació la
"yerba-mate", que refresca, tonifica y une a los hombres.
No sé si será verdad o
no, pero como me lo contaron lo cuento y lo contaré yo.
0.081.1 anonimo (sudamerica) - 070
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