Pues,
señor, esto era un rey que tenía tres hijos. Cierto día, que
estaban todos tan felices, le entró al rey una enfermedad en los
ojos y empezó a volverse ciego. Los médicos dijeron que solo había
una cosa en el mundo que pudiera curarlo, y esa cosa era la flor del
lililá. Pero nadie sabía dónde estaba esa flor. El rey mandó
entonces a sus tres hijos a buscar la flor por todas partes y les
dijo que aquel que se la trajera
heredaría su corona.
Salió
primero el hijo mayor en su caballo, y se encontró por el camino a
una pobrecita vieja que le pidió pan. Y él le dijo de muy malos
modos:
-¡Quítese
usted de mi camino, vieja bruja!
Siguió
el mayor su camino, pero pronto halló la desgracia. Se cansó de
andar de un lado para otro sin llegar a ningún sitio, y cuando quiso
volver atrás ya era demasiado tarde.
Al
ver que el hermano mayor tardaba en regresar, salió el de en medio
en su caballo a buscar la flor. Se encontró también a la pobrecita
vieja, que le pidió pan, y él le contestó de la misma manera que
el hermano mayor:
-¡Quítese
usted de mi camino, vieja bruja! -y siguió adelante, pero también
se perdió.
Al
ver que sus hermanos no llegaban, cogió el más pequeño su caballo
y salió a probar suerte. Se encontró con la pobrecita vieja, que le
pidió pan, y el muchacho le dio una hogaza entera. Entonces la vieja
le preguntó:
-¿Qué
andas buscando, hijo?
-Busco
la flor del lililá para curar a mi padre enfermo. Y le dijo la
anciana:
-Pues
toma este huevo y lo rompes contra una piedra negra que hallarás en
tu camino. La piedra se abrirá y aparecerá un jardín muy hermoso
guardado por un león. Si el león tiene los ojos abiertos es que
está durmiendo, y podrás pasar; si el león tiene los ojos cerrados
es que está despierto.
Un
poco más adelante se encontró el príncipe la piedra negra. Le
estrelló el huevo y se abrió, apareciendo un jardín muy hermoso,
donde estaba la flor del lililá, que era blanca y resplandeciente y
olía a gloria.
El
príncipe se fijó en que el león tenía los ojos abiertos. Pasó
por su lado y cogió la flor tan tranquilo.
Cuando
ya iba de vuelta se encontró con sus dos hermanos, que se habían
sentado a la orilla de un camino, cansados de dar vueltas sin llegar
a ningún sitio. Al pronto se pusieron muy contentos de saber que el
pequeño llevaba la flor del lililá, y se pusieron a cabalgar juntos
con él. Pero luego pensaron que si lo mataban y le quitaban la flor,
ellos se repartirían el reino. Así que lo mataron, le quitaron la
flor y lo enterraron.
Pero
no se dieron cuenta de que le habían dejado un dedo fuera. El dedo
se convirtió en una caña y acertó a pasar por allí un pastor, que
cortó la caña y se hizo una flauta. Al tocarla sonó una canción
que decía:
Pastorcito,
no me toques,
ni
me dejes de tocar,
que
me han muerto mis hermanos
por
la flor del lililá.
El
pastor siguió tocando y llegó al pueblo. Entonces la canción llegó
a oídos del rey, que ya había recuperado la vista con la flor, y
mandó llamar al pastorcito. Le pidió la flauta para tocarla y decía
la canción:
Padre
mío, no me toques,
que
tendré que denunciar
que
me han muerto mis hermanos
por
la flor del lililá.
El
rey entonces comprendió lo que había pasado. Fue corriendo al lugar
donde el pastor había cortado la caña y desenterró a su hijo, que
resucitó. A los dos mayores los mandó al destierro y al más
pequeño lo nombró su heredero universal.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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