Hacía ya cerca de seis meses que Blondina se había
despertado de su sueño de siete años; el tiempo le parecía largo y el recuerdo
de su padre la
entristecía. Buena-Cierva le había dicho va tres o cuatro
veces:
-¡Blondina, volverás a ver a tu padre cuando hayas
cumplido los quince años!
Una mañana Blondina estaba triste y sola. De
repente dieron tres golpes en el cristal de la ventana. Levantó
la cabeza sorprendida y vió a un papagayo de un color verde precioso, con el
cuello y el pecho de color naranja. Corrió a abrir y su extrañeza no fu¿ poca
cuando el pájaro le dijo con una vocecita agria:
-¡Buenos días, Blondina! Sé que te aburres y vengo
a conversar contigo. Pero no digas a nadie que me has visto, porque Buena-Cierva
me retorcería el cuello.
-¿Y por qué? Buena-Cierva no aborrece más que a los
que son malos.
-Blondina, quiero que me prometas no decir nada de
mi visita a Buena-Cierva y Misino, pues, de lo contrario, me iré para no volver
más.
-Bueno, te lo prometo. Pero hablemos un poco.
Blondina escuchó los cuentos del papagayo y quedó
encantada de su talento. Al cabo de una hora el pájaro se fué, prometiendo
volver al día siguiente. Estas agradables visitas duraron varios días. Una
mañana el papagayo llamó a la ventana y dijo:
-¡Blondina, Blondina, ábreme! Te traigo noticias de
tu padre. Pero sobre todo no hagas ruido.
Blondina abrió y dijo:
-Habla pronto. ¿Qué hace mi padre? ¿Le sucede algo?
-A tu padre, Blondina, no le pasa nada, pero le he
prometido emplear todo mi poder para sacarte de esta cárcel. Sólo que me tienes
que ayudar.
-¡Mi cárcel! -exclamó Blondina. ¡Pero si yo no
estoy en una cárcel y Buena-Cierva y Misinito me quieren mucho! Ven, papagayo,
que te presentaré a Buena-Cierva.
-¡Ay Blondina! -dijo agriamente el pájaro. No
conoces a Buena-Cierva ni a Misino. Me detestan porque he conseguido
arrancarles algunas de sus víctimas. Nunca verás a tu padre, Blondina, ni
saldrás de este bosque si no te apoderas del talismán Tic aquí te retiene.
-¿Qué talismán?-dijo Blondina.
-Una rosa.
-Pero si en el jardín no hay ninguna rosa, ¿cómo
voy a poderla coger?
-Ya te lo diré otro día, Blondina.
Y el papagayo se marchó volando muy contento por
haber hecho germinar en el corazón de Blondina la ingratitud y la desobediencia.
Apenas se había marchado cuando entró Buena-Cierva
en el cuarto. Parecía muy agitada.
-¿Con quién hablabas, Blondina? -dijo mirando con
desconfianza a la ventana abierta.
-Con nadie, señora -respondió Blondina.
Buena-Cierva ni replicó; estaba triste y algunas
lágrimas brotaron de sus ojos. Blondina también estaba preocupada. En vez de
decirse que una cierva que habla y que tiene el poder de hacer inteligentes a
las bestias, que consagra siete años a la fastidiosa tarea de educar a una
jovencita ignorante, no es una cierva ordinaria; en vez de reco-nocer todo lo
que había hecho por ella; Blondina creyó ciegamente al papagayo, a quien no
conocía, y resolvió seguir sus consejos.
-¿Por qué, Buena-Cierva -preguntó, no veo entre
todas vuestras flores a la más bella de todas, la rosa?
-Blondina, no me pidas esa flor pérfida que pica a
los que la tocan. Tú
no sabes lo que te amenaza en esa flor.
Al día siguiente Blondina corrió a su ventana y el
papagayo entró al momento.
-¡Ya has visto cómo se ha turbado Buena-Cierva
cuando le has nombrado la rosa! Sal del parque del castillo y vete al bosque.
Una vez allí, yo te llevaré a un jardín en donde se halla la más hermosa rosa
del mundo.
Después del almuerzo, Blondina bajó al jardín según
su costumbre. Mismo la siguió a pesar de la mala cara que le ponía Blondina.
-Quiero estar sola -dijo la muchacha. ¡Vete,
Misinito!
Pero el gato hizo como que no la oía y Blondina,
impacientada, perdió la calma hasta el punto de golpearle con el pie. El pobre
Misino huyó hacia el palacio mayando lúgubremente.
Blondina, al oír este grito, se detuvo y estuvo a
punto de llamar a Misino y contar a Buena-Cierva lo que le sucedía. Pero no
acabó de decidirse y, abriendo la puerta del parque, se halló en el bosque.
El papagayo apareció en seguida.
-¡Valor, Blondina! Dentro de una hora verás a tu
padre.
Estas palabras devolvieron a Blondina la resolución
que empezaba a faltarle. Anduvo, pues, tras el papagayo, que iba volando de
rama en rama ante ella. El bosque que le había parecido tan hermoso desde el
palacio de Buena-Cierva era cada vez más enmarañado. No se oía cantar a ningún
pájaro y las flores habían desaparecido. Blondina sintió que poco a poco le
invadía un malestar inexplicable. El pájaro la instaba ahora vivamente:
-¡De prisa, de prisa, o me retorcerán el cuello y
no verás nunca más a tu padre!
Blondina, fatigada, jadeante, con los brazos llenos
de arañazos y los zapatos destrozados, iba a renunciar a ir más lejos cuando el
papagayo gritó:
-¡Ya hemos llegado, Blondina! ¡Aquí está la rosa!
Y Blondina vió a la vuelta de un sendero un recinto
minúsculo cuya puerta le abrió su acompañante. El terreno del interior era
árido y pedregoso, pero en el centro se elevaba un magnífico rosal con una rosa
sola, pero indudablemente la rosa más hermosa del mundo.
-¡Cógela, Blondina, pues te la has ganado bien!
-dijo el papagayo.
Blondina se apoderó de la rama y, a pesar de las
espinas que le picaban cruelmente en los dedos, arrancó la rosa. Apenas la tuvo
en su mano cuando oyó una carcajada y la rosa huyó de ella gritándole :
-Gracias, Blondina, por haberme librado de la
cárcel en donde me retenía Buena-Cierva. Ahora me perteneces.
-¡Ah, ah, ah! -chilló a su vez el papagayo.
Gracias, Blondina, ya puedo ahora tomar mi forma acostumbrada de encantador.
Adulando tu vanidad te he vuelto fácilmente ingrata y mala. Has causado la
pérdida de tus amigos, de los que yo soy su peor enemigo. Adiós, Blondina.
Y dichas estas palabras, el papagayo y la rosa
desaparecieron, dejando a la muchacha sola en medio del bosque.
0.012.1 anonimo (alemania) - 066
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