En la época en que el mundo estaba comenzando, los
animales no se devoraban unos a otros. Todos se contentaban con frutos,
semillas y plantas. Hoy, una serpiente pitón es capaz de comerse un antílope
entero después de haberle roto todos los huesos apretándolo en su abrazo
mortal. Pero en esa época la pitón se alimentaba de las deliciosas fresas
salvajes que crecían en un árbol muy alto al que ella misma cuidaba y protegía.
Cierta vez, una terrible sequía se abatió sobre la
llanura africana. Los pozos de agua se secaban, la tierra se agrietaba y se
convertía en polvo. Los animales todavía podían ir a buscar agua al río, pero
las plantas se morían de sed, y pronto no hubo nada que comer. Solo el árbol de
la pitón seguía verde, pero sus frutos estaban demasiado altos y su dueña era
la única que los podía alcanzar.
-Tenemos que pedirle a la serpiente que nos deje comer
de su árbol -dijo la liebre, en la asamblea de los animales.
Y todos estuvieron de acuerdo.
En nombre de todos los animales, el puercoespín fue a
pedir ayuda a la pitón.
-Estoy dispuesta a compartir con ustedes mi comida -dijo
la vieja y sabia serpiente. Este es un árbol mágico: cada vez que le quitan uno
de sus frutos, nace otro. Puede alimentarnos a todos. Pero hay una condición:
para que les deje comer sus fresas salvajes, tienen que repetir tres veces su
nombre. Se llama cunube. ¿Lo recordarás?
-¡Por supuesto! -dijo el puercoespín.
Y se fue saltando, haciendo entrechocar sus púas con
un ruido alegre. Iba cantando, de muy buen humor y solo pensaba en el banquete
que se iba a dar. Los demás animales lo esperaban ansiosos, hambrientos.
-Todo solucionado -les dijo el puercoespín. ¡Solo
tienen que pedirle al culume que les dé sus frutos!
Pero cuando se acercaron al árbol y le dijeron:
«Culume, culume, culume», lo único que lograron fue que con cada error el
tronco creciera varios metros hacia arriba, tan alto que los frutos terminaron
escondidos dentro de una nube.
Para recordar un nombre tan raro, tal vez fuera mejor
enviar a dos mensajeros en lugar de uno solo, pensaron los animales. Esta vez
dos búfalos se acercaron a pedirle ayuda a la pitón. Cuando
volvían, encontraron por el camino uno de los pocos pozos de agua que todavía
sobrevivían a la
sequía. Algunas matas de pasto verde, alto y jugoso, crecían
a su alrededor. Los búfalos se lanzaron desesperados a comer y se olvidaron de
todo lo demás. Estaba anocheciendo cuando llegaron de vuelta adonde los
esperaban, muertos de hambre, los demás animales.
-El árbol se llama quelube -dijo uno.
-Estás equivocado. Su nombre es cunibe -aseguró el
otro.
-¡Quelube!
-¡Cunibe!
Los búfalos terminaron enredando sus grandes cuernos
en una pelea, y por supuesto ninguno de los dos nombres sirvió para que el
árbol mágico entregara sus frutos.
-Yo quiero ir a hablar con la pitón -dijo entonces la
tortuga.
Pero la mayoría de los animales no estaba de acuerdo.
-Es demasiado lenta -decían algunos.
-Es demasiado tonta -decían otros.
-No tiene buena memoria -aseguraban los pájaros.
El león los hizo callar a todos de un rugido.
-Irá la tortuga -ordenó. Es mucho más inteligente de
lo que ustedes creen.
Y allá que se fue la tortuga con su pasito tranquilo.
La pitón la convidó a fresas salvajes, que calmaron su hambre; pero, en cambio,
no fue nada fácil convencerla de que dijera otra vez el nombre del árbol.
-¡Estoy harta! -dijo la serpiente. Ustedes
son demasiado tontos. Dos veces les dije ya que el nombre mágico era cunube y
lo olvidaron. ¡No voy a repetirlo otra vez!
-Pido disculpas y me retiro -dijo respetuosa la
tortuga.
Pero como de verdad era inteligente, había escuchado
el nombre. Para no olvidarlo, decidió inventar una canción. Mientras caminaba
pasito a paso, iba repitiendo:
Cunube,
cunube, cunube,
que hambre
tan grande que tuve,
cunube,
cunube, cunube,
veo tu
forma en las nubes,
cunube,
cunube, cunube,
tu nombre
recordaré,
cunube,
cunube, cunube,
ya ves que
no me olvidé.
Cuando los animales repitieron cunube, cunube, cunube,
el árbol mágico empezó a achicarse y achicarse hasta convertirse en un arbusto
tan bajito que hasta la tortuga podía alcanzar los frutos de sus ramas.
Y todavía hoy sigue dando para todos sus deliciosas
fresas silvestres, oscuras y jugosas.
0.009.1 anonimo (africa-bantu) - 059
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