Blondina durmió durante toda la noche y no se
despertó hasta muy entrada la
mañana. Se frotó los ojos muy sorprendida por verse rodeada
de árboles en vez de encontrarse en su camita.
Llamó a su doncella y le respondió un maullidito
cariñoso. Extrañada y asustada, miró al suelo y vió a sus pies un magnífico
gato blanco como la nieve que la miraba con dulzura.
-¿Ay, Misinito, qué bonito eres! -exclamó Blondina
mientras le acariciaba el lomo. Estoy muy contenta por haberte encontrado, pues
tú me conducirás a casa. Pero antes necesito comer, pues si no, no podría dar
un paso.
Apenas hubo dicho estas palabras cuando Misino mayó
otra vez y, alargando la patita, le enseñó un paquete cerca de ella. Blondina
abrió el paquete y halló dentro bollos de manteca. Mordió uno de ellos y como
lo halló delicioso dió algunos trozos a Misino, que se relamió de gusto.
Cuando hubieron comido los dos, Blondina acarició
al gato y le dijo:
-Gracias, Misinito, por el suculento almuerzo que
me has traído; pero, ahora, ¿puedes conducirme hasta mi padre, que debe de
estar desolado por mi ausencia?
Misino denegó mientras soltaba maullidos
lastimeros.
-Veo que me comprendes, Misinito -dijo Blondina.
Entonces, ten piedad de mí; llévame hasta una casa cualquiera para que no me
muera de hambre, de frío y de terror en este horrible bosque.
Misino la miró y, dando unos pasos, volvió la
cabeza para ver si Blondina le seguía.
-Sí, sí, ya te sigo -dijo Blondina levantándose a
su vez. Pero ¿cómo podremos guiarnos por entre estos arbustos tan frondosos,
pues no veo ningún camino?
Misino, por toda respuesta, se lanzó a través de
los arbustos, que se abrieron para dejarle pasar a él y a Blondina. Después de
su paso las ramas volvían a juntarse.
Al cabo de una hora de caminar, Blondina vió un
castillo magnífico rodeado de una verja dorada. La Princesa no sabía qué
hacer para entrar, pues Misino había desaparecido.
0.012.1 anonimo (alemania) - 066
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