Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

La princesa que nunca se reia

Este era un rey que tenía una hija que nunca se reía. El rey mandó pregonar que el que hiciera reír a la princesa se casaba con ella, no importa quién fuera.
De todas partes venían al palacio pretendientes que se querían casar con la hija del rey y que trataban de hacerla reír. Pero ninguno lo conseguía, y a todos los iba metiendo en la mazmorra.
Vivía en aquel reino un pastor que tenía tres hijos. El más pequeño se llamaba Juanillo y era medio simplón. Cuando se enteraron de que cualquiera que hiciese reír a la princesa se casaría con ella, los tres quisieron probar fortuna. Los dos mayores se reían de Juanillo y le decían:
-Anda, so tonto, ¿tú qué vas a hacerle a la princesa? Tú te quedas aquí.
Salió el mayor en primer lugar y cuando llegó al palacio pidió permiso para hablar con la princesa. Se lo autorizaron y, cuando ya estaba delante de ella, le dice:

¿Eres tú, prenda adorada,
la que no te rís de nada?

Y la princesa muy seria. Y sigue el otro diciendo:

¿Sabes lo que comí ayer?
Pues garbanzos con sopa
almorcé y cené.

Y la princesa, muy seria, va y le dice:
-Lo primero que tienes que hacer es descubrirte. Entonces el pastor contesta:

Descubrirme sí me descubro;
pero no te quiero
aunque mil veces me quite el sombrero.

La princesa siguió sin reírse y además le molestó lo último que aquel había dicho. De manera que lo mandó a la mazmorra.
Viendo que no regresaba, dice el segundo de los hermanos:
-Ahora me toca a mí.
-No, hijo, no vayas, que te puede pasar lo que al mayor -dijo el padre. Pero el segundo insistió y se fue.
Cuando llegó al palacio, pidió permiso para ver a la princesa. Ya está delante de ella y le dice:

¿Eres tú, prenda adorada,
la que no te rís de nada?

Y la princesa muy seria, más seria que nunca. Siguió diciendo el segundo:

¿Sabes lo que comí ayer?
Pues de un solo bocao
la oveja más grande de mi ganao.

Y la princesa, sin sonreírse siquiera, le dice igual que al otro:
-Lo primero que tienes que hacer es descubrirte.
Dándose cuenta el pastor de que no se había quitado el sombrero,
contesta:

Descubrirme, sí me descubro.
Pero no te quiero
porque eres igualita que un mortero.

No solamente no se rió la princesa, sino que se indignó por lo que le había dicho y lo mandó a la mazmorra con su hermano y con todos los demás.
Al ver que sus hermanos no regresaban, dice Juanillo a su padre: 
-Padre, déjeme usted probar suerte.
-No, hijo, que tú eres medio tonto y te puede pasar lo peor.
Pero Juanillo le cogió las vueltas a su padre, y sin que se diera cuenta, una mañana muy temprano salió de su casa.
Juanillo era aficionado a la guitarra y por el camino fue parando en una venta y en otra, tocando para ganarse la vida.
Cuando le preguntaban que adónde iba, él contestaba: 
-Voy a hacer reír a la princesa para casarme con ella. Entonces se echaban a reír y le convidaban a comer. Le decían: 
-Anda, hombre, a esa ni Dios la hace reír.
En una venta tanto se rieron y se animaron con él, que una criada, después de pasar la noche con él, va y le' dice:
-Yo no tengo nada que darte más que esta servilleta. Pero cuando tú digas: «Servilleta, componte», y la extiendas así en el aire, en seguida aparecerá una mesa repleta de los manjares más ricos del mundo.
En otra venta le pasó lo mismo. Después de tocar su guitarra y de hacer reír a todo el mundo diciendo que se iba a casar con la princesa, otra criada, después de pasar la noche con él, le dijo:
-Mira, nada tengo que darte, pero llévate este vaso, y cuando tú digas: «Vasito, componte», en seguida aparecerá una mesa llenita de los mejores licores de todo el mundo.
Siguió Juanillo camino adelante y en otra venta también se puso a bailar, y cuando dijo que se quería casar con la princesa le advirtieron:
-Ten cuidado, no vayas a acabar tú también en la mazmorra, que a esa ni Dios la hace reír.
En aquella venta otra criada le dijo:
-Mira, Juanillo, lo único que puedo darte es esta guitarra, que, cuando la toques, todo el mundo se pondrá a bailar sin parar, hasta que tú no pares.
Pues así llegó Juanillo al palacio y pidió hablar con la princesa. Cuando estaba delante de ella, lo primero que hizo fue quitarse el sombrero. Después le dice:

¿Eres tú, prenda adorada,
la que no te rís de nada?
Pues verás con este tiro
si quedas desencantada.

Y se tiró un pedo tan grande, que se le rompieron los calzones y se le vio el culo. En ese momento la princesa empezó a reírse un poquito, pero el padre, que estaba allí, se puso indignado y dijo:
-¡Este es un grosero y yo no puedo casar a mi hija con él! ¡A la mazmorra!
Y en la mazmorra lo metieron. Allí se encontró Juanillo con sus hermanos y con un montón de gente la mar de triste y muy canijos, de lo poco que comían y bebían. Entonces Juanillo dice:
-¿Que no os traen de comer? No se apuren ustedes, que esto lo arreglo yo en un minuto.
Sacó su servilleta y le dice: «Servilleta, componte», y nada más extenderla en el aire apareció una mesa grandísima toda repleta de manjares exquisitos. Los presos se tiraron a ella y se pusieron a comer hasta que se hartaron y luego empezaron a cantar y a bailar.
Todo aquel jaleo llegó a oídos de la princesa, que preguntó:
-¿Qué pasa en la mazmorra?
Y mandó a averiguarlo a una doncella. Esta se enteró y le dijo:
-¡Ay, señorita, si viera usted la servilleta que tiene el tonto -y le explicó que solo con decir: «Servilleta, componte», aparecía una mesa con todos los manjares del mundo. Parece mentira que usted, siendo reina, no tenga esa servilleta.
-Pues anda y dile que cuánto quiere por ella.
Fue la doncella a la mazmorra a preguntarle a Juanillo, pero este le dijo:
-Dinero no quiero. Dígale usted a su ama que se la doy si me permite verle el dedo gordo del pie.
Cuando la doncella se lo dijo a la princesa, dice esta:
-¡Ay, qué grosero y qué atrevido! ¡Que lo maten! Pero la doncella le dice:
-Mire usted, señorita. Se puede usted hacer un agujero en el zapato. ¿Qué le importa a usted que un tonto le vea el dedo gordo del pie? ¡Y se queda usted con la servilleta!
La princesa no quería al principio, pero lo pensó mejor y dijo que bueno. Se hizo un agujero en el zapato y vino Juanillo, le vio el dedo gordo y le dio la servilleta. Cuando volvió a la mazmorra otra vez estaban sus compañeros muy tristes y dijo:
-Esto lo arreglo yo en un minuto.
Se sacó su vaso y le dijo: «¡Vasito, componte!». Al momento apareció una mesa llena de licores. Los presos se abalanzaron sobre ella y se pusieron a beber hasta que cayeron borrachos, y cantaban y bailaban que todo el palacio los podía oír. Entonces preguntó la princesa:
-Y ahora, ¿qué es lo que pasa en la mazmorra?
Mandó otra vez a su doncella y le dice Juanillo:
-Dinero no quiero, pero dígale usted a su ama que se lo regalo si me deja verle la rodilla.
-¡Ay, qué grosero! -dijo la princesa cuando se enteró. ¡Que lo maten ahora mismo!
-Mire usted, señorita, que total, porque un tonto le vea la rodilla... Se hace usted un agujero en el vestido, y ya está.
La princesa se hizo insistir por lo que le decía la doncella, pero al final consintió. Así que vino Juanillo, la princesa sacó su rodilla por un roto y el tonto le entregó el vaso. Cuando volvió a la mazmorra vio otra vez a todos los presos muy tristes y dijo:
-Esto lo arreglo yo en un minuto.
Y empezó a tocar su guitarra, de manera que todo el mundo se puso a bailar, y hasta los guardianes bailaban y se jaleaban. Se formó tal griterío, que llegó a oídos del rey, y este mandó averiguar lo que pasaba. Le explicaron entonces que Juanillo tenía una guitarra irresistible y que todo el que la oía se ponía a bailar sin remedio. Comprendiendo el rey que aquello podía ser un peligro para su reino, mandó a preguntarle que cuánto quería por la guitarra. Esta vez Juanillo contestó:
-Díganle ustedes al rey que le doy la guitarra con tal de que su hija me conteste que no a todo lo que yo le pregunte.
El rey se quedó un poco mosca y fue a contárselo a su hija. La princesa también se quedó pensativa, sin saber si aquello le convenía o no. Entonces la doncella dijo:
-Lo más que puede pasar es que el tonto le pregunte si quiere usted casarse con él y usted le dice que no.
Bueno, pues aceptó la princesa y vino Juanillo con su guitarra y se la entregó. Estaba todavía en la habitación de la princesa cuando le pregunta:
-¿Quiere usted que me salga?
-No -dijo la princesa, porque se había comprometido a decir a todo que no, y Juanillo dice:
-Pues aquí me quedo.
Después le pregunta:
-¿Va usted a salir del cuarto? 
-No.
Y la princesa se quedó en el cuarto con el tonto. Va este y le hace otra pregunta:
-¿Va a quedarse la doncella con nosotros?
-No.
Y la doncella se salió, con lo que se quedaron solos Juanillo y la princesa. Allí se estuvieron hasta que llegó la noche y la princesa se sentó en una silla.
-¿Va usted a quedarse en esa silla toda la noche?
-No.
Y tuvo que acostarse la princesa.
-Y yo, ¿me voy a quedar sin dormir toda la noche? -preguntó
Juanillo.
-No -contestó la princesa, y Juanillo se metió en la cama con ella.
De manera que durmieron toda la noche juntos y por la mañana la princesa estaba que se moría de risa. El rey no tuvo más remedio que consentir la boda. Y se casaron Juanillo y la princesa y fueron felices, y yo me vine con tres palmos de narices.

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