Este
era un rey que tenía una hija que nunca se reía. El rey mandó
pregonar que el que hiciera reír a la princesa se casaba con ella,
no importa quién fuera.
De
todas partes venían al palacio pretendientes que se querían casar
con la hija del rey y que trataban de hacerla reír. Pero ninguno lo
conseguía, y a todos los iba metiendo en la mazmorra.
Vivía
en aquel reino un pastor que tenía tres hijos. El más pequeño se
llamaba Juanillo y era medio simplón. Cuando se enteraron de que
cualquiera que hiciese reír a la princesa se casaría con ella, los
tres quisieron probar fortuna. Los dos mayores se reían de Juanillo
y le decían:
-Anda,
so tonto, ¿tú qué vas a hacerle a la princesa? Tú te quedas aquí.
Salió
el mayor en primer lugar y cuando llegó al palacio pidió permiso
para hablar con la princesa. Se lo autorizaron y, cuando ya estaba
delante de ella, le dice:
¿Eres
tú, prenda adorada,
la
que no te rís de nada?
Y
la princesa muy seria. Y sigue el otro diciendo:
¿Sabes
lo que comí ayer?
Pues
garbanzos con sopa
almorcé
y cené.
Y
la princesa, muy seria, va y le dice:
-Lo
primero que tienes que hacer es descubrirte. Entonces el pastor
contesta:
Descubrirme
sí me descubro;
pero
no te quiero
aunque
mil veces me quite el sombrero.
La
princesa siguió sin reírse y además le molestó lo último que
aquel había dicho. De manera que lo mandó a la mazmorra.
Viendo
que no regresaba, dice el segundo de los hermanos:
-Ahora
me toca a mí.
-No,
hijo, no vayas, que te puede pasar lo que al mayor -dijo el padre.
Pero el segundo insistió y se fue.
Cuando
llegó al palacio, pidió permiso para ver a la princesa. Ya está
delante de ella y le dice:
¿Eres
tú, prenda adorada,
la
que no te rís de nada?
Y
la princesa muy seria, más seria que nunca. Siguió diciendo el
segundo:
¿Sabes
lo que comí ayer?
Pues
de un solo bocao
la
oveja más grande de mi ganao.
Y
la princesa, sin sonreírse siquiera, le dice igual que al otro:
-Lo
primero que tienes que hacer es descubrirte.
Dándose
cuenta el pastor de que no se había quitado el sombrero,
contesta:
Descubrirme,
sí me descubro.
Pero
no te quiero
porque
eres igualita que un mortero.
No
solamente no se rió la princesa, sino que se indignó por lo que le
había dicho y lo mandó a la mazmorra con su hermano y con todos los
demás.
Al
ver que sus hermanos no regresaban, dice Juanillo a su padre:
-Padre,
déjeme usted probar suerte.
-No,
hijo, que tú eres medio tonto y te puede pasar lo peor.
Pero
Juanillo le cogió las vueltas a su padre, y sin que se diera cuenta,
una mañana muy temprano salió de su casa.
Juanillo
era aficionado a la guitarra y por el camino fue parando en una venta
y en otra, tocando para ganarse la vida.
Cuando
le preguntaban que adónde iba, él contestaba:
-Voy a hacer reír a
la princesa para casarme con ella. Entonces se echaban a reír y le
convidaban a comer. Le decían:
-Anda, hombre, a esa ni Dios la hace
reír.
En
una venta tanto se rieron y se animaron con él, que una criada,
después de pasar la noche con él, va y le' dice:
-Yo
no tengo nada que darte más que esta servilleta. Pero cuando tú
digas: «Servilleta, componte», y la extiendas así en el aire, en
seguida aparecerá una mesa repleta de los manjares más ricos del
mundo.
En
otra venta le pasó lo mismo. Después de tocar su guitarra y de
hacer reír a todo el mundo diciendo que se iba a casar con la
princesa, otra criada, después de pasar la noche con él, le dijo:
-Mira,
nada tengo que darte, pero llévate este vaso, y cuando tú digas:
«Vasito, componte», en seguida aparecerá una mesa llenita de los
mejores licores de todo el mundo.
Siguió
Juanillo camino adelante y en otra venta también se puso a bailar, y
cuando dijo que se quería casar con la princesa le advirtieron:
-Ten
cuidado, no vayas a acabar tú también en la mazmorra, que a esa ni
Dios la hace reír.
En
aquella venta otra criada le dijo:
-Mira,
Juanillo, lo único que puedo darte es esta guitarra, que, cuando la
toques, todo el mundo se pondrá a bailar sin parar, hasta que tú no
pares.
Pues
así llegó Juanillo al palacio y pidió hablar con la princesa.
Cuando estaba delante de ella, lo primero que hizo fue quitarse el
sombrero. Después le dice:
¿Eres
tú, prenda adorada,
la
que no te rís de nada?
Pues
verás con este tiro
si
quedas desencantada.
Y
se tiró un pedo tan grande, que se le rompieron los calzones y se le
vio el culo. En ese momento la princesa empezó a reírse un poquito,
pero el padre, que estaba allí, se puso indignado y dijo:
-¡Este
es un grosero y yo no puedo casar a mi hija con él! ¡A la mazmorra!
Y
en la mazmorra lo metieron. Allí se encontró Juanillo con sus
hermanos y con un montón de gente la mar de triste y muy canijos, de
lo poco que comían y bebían. Entonces Juanillo dice:
-¿Que
no os traen de comer? No se apuren ustedes, que esto lo arreglo yo en
un minuto.
Sacó
su servilleta y le dice: «Servilleta, componte», y nada más
extenderla en el aire apareció una mesa grandísima toda repleta de
manjares exquisitos. Los presos se tiraron a ella y se pusieron a
comer hasta que se hartaron y luego empezaron a cantar y a bailar.
Todo
aquel jaleo llegó a oídos de la princesa, que preguntó:
-¿Qué
pasa en la mazmorra?
Y
mandó a averiguarlo a una doncella. Esta se enteró y le dijo:
-¡Ay,
señorita, si viera usted la servilleta que tiene el tonto -y le
explicó que solo con decir: «Servilleta, componte», aparecía una
mesa con todos los manjares del mundo. Parece mentira que usted,
siendo reina, no tenga esa servilleta.
-Pues
anda y dile que cuánto quiere por ella.
Fue
la doncella a la mazmorra a preguntarle a Juanillo, pero este le
dijo:
-Dinero
no quiero. Dígale usted a su ama que se la doy si me permite verle
el dedo gordo del pie.
Cuando
la doncella se lo dijo a la princesa, dice esta:
-¡Ay,
qué grosero y qué atrevido! ¡Que lo maten! Pero la doncella le
dice:
-Mire
usted, señorita. Se puede usted hacer un agujero en el zapato. ¿Qué
le importa a usted que un tonto le vea el dedo gordo del pie? ¡Y se
queda usted con la servilleta!
La
princesa no quería al principio, pero lo pensó mejor y dijo que
bueno. Se hizo un agujero en el zapato y vino Juanillo, le vio el
dedo gordo y le dio la servilleta. Cuando volvió a la mazmorra otra
vez estaban sus compañeros muy tristes y dijo:
-Esto
lo arreglo yo en un minuto.
Se
sacó su vaso y le dijo: «¡Vasito, componte!». Al momento apareció
una mesa llena de licores. Los presos se abalanzaron sobre ella y se
pusieron a beber hasta que cayeron borrachos, y cantaban y bailaban
que todo el palacio los podía oír. Entonces preguntó la princesa:
-Y
ahora, ¿qué es lo que pasa en la mazmorra?
Mandó
otra vez a su doncella y le dice Juanillo:
-Dinero
no quiero, pero dígale usted a su ama que se lo regalo si me deja
verle la rodilla.
-¡Ay,
qué grosero! -dijo la princesa cuando se enteró. ¡Que lo maten
ahora mismo!
-Mire
usted, señorita, que total, porque un tonto le vea la rodilla... Se
hace usted un agujero en el vestido, y ya está.
La
princesa se hizo insistir por lo que le decía la doncella, pero al
final consintió. Así que vino Juanillo, la princesa sacó su
rodilla por un roto y el tonto le entregó el vaso. Cuando volvió a
la mazmorra vio otra vez a todos los presos muy tristes y dijo:
-Esto
lo arreglo yo en un minuto.
Y
empezó a tocar su guitarra, de manera que todo el mundo se puso a
bailar, y hasta los guardianes bailaban y se jaleaban. Se formó tal
griterío, que llegó a oídos del rey, y este mandó averiguar lo
que pasaba. Le explicaron entonces que Juanillo tenía una guitarra
irresistible y que todo el que la oía se ponía a bailar sin
remedio. Comprendiendo el rey que aquello podía ser un peligro para
su reino, mandó a preguntarle que cuánto quería por la guitarra.
Esta vez Juanillo contestó:
-Díganle
ustedes al rey que le doy la guitarra con tal de que su hija me
conteste que no a todo lo que yo le pregunte.
El
rey se quedó un poco mosca y fue a contárselo a su hija. La
princesa también se quedó pensativa, sin saber si aquello le
convenía o no. Entonces la doncella dijo:
-Lo
más que puede pasar es que el tonto le pregunte si quiere usted
casarse con él y usted le dice que no.
Bueno,
pues aceptó la princesa y vino Juanillo con su guitarra y se la
entregó. Estaba todavía en la habitación de la princesa cuando le
pregunta:
-¿Quiere
usted que me salga?
-No
-dijo la princesa, porque se había comprometido a decir a todo que
no, y Juanillo dice:
-Pues
aquí me quedo.
Después
le pregunta:
-¿Va
usted a salir del cuarto?
-No.
Y
la princesa se quedó en el cuarto con el tonto. Va este y le hace
otra pregunta:
-¿Va
a quedarse la doncella con nosotros?
-No.
Y
la doncella se salió, con lo que se quedaron solos Juanillo y la
princesa. Allí se estuvieron hasta que llegó la noche y la princesa
se sentó en una silla.
-¿Va
usted a quedarse en esa silla toda la noche?
-No.
Y
tuvo que acostarse la princesa.
-Y
yo, ¿me voy a quedar sin dormir toda la noche? -preguntó
Juanillo.
-No
-contestó la princesa, y Juanillo se metió en la cama con ella.
De
manera que durmieron toda la noche juntos y por la mañana la
princesa estaba que se moría de risa. El rey no tuvo más remedio
que consentir la boda. Y se casaron Juanillo y la princesa y fueron
felices, y yo me vine con tres palmos de narices.
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