Esto
era una vez una vieja que no tenía más que una nietecita en el
mundo. La había criado con tanto mimo que le había enseñado muy
pocas cosas, sin pensar que algún día sería mayor y tendría que
casarse. La niña sería poco más o menos de la edad del príncipe,
y cuando la reina pensó que su hijo ya tenía que buscarse novia,
mandó publicar un bando diciendo que aquella muchacha que fuera
capaz de hilar en tres días todo el lino que llenaba una habitación
que había en palacio, esa se casaría con el príncipe.
La
vieja, que se enteró, fue corriendo a palacio y dijo que ella tenía
una nieta muy guapa que era capaz de hacer aquello.
-¿Está
usted segura?
-¿No
he de estarlo, si se bebe las madejas como si fueran vasos de agua?
Así
que mandaron a por la niña y la metieron en la habitación que
estaba llena de lino. Cuando se vio allí encerrada, la niña se puso
a llorar, porque ella no había hilado en su vida. No paraba de
llorar, cuando se le presentaron tres hechiceras muy simpáticas que
le dijeron:
-Vamos
a ver, ¿qué es lo que te pasa?
-Pues
nada, que tengo que hilar todo este lino y en mi vida he cogido una
rueca -dijo, y se echó a llorar otra vez.
-¿Y
por eso te apuras? Mira, vamos a hacer una cosa. Nosotras te
ayudaremos a hacer este trabajito, pero con una condición.
-Sí,
sí, lo que ustedes quieran -dijo la niña.
-Pues
que nos tienes que invitar a la boda y sentarnos al lado del
príncipe.
La
niña aceptó muy contenta aquella condición, y en seguida las tres
hechiceras se pusieron a hilar un hilo muy fino. Una le daba al huso,
otra mojaba la hebra y la otra movía la manezuela. Y al mismo tiempo
se cantaban y se alegraban comentando lo bien que lo iban a pasar en
la boda, siendo la envidia de todo el mundo por estar junto al
príncipe. Tan solo se callaban y se escondían entre las madejas de
lino cuando le traían de comer a la niña. Pero salían de nuevo, y
sin comer ni nada seguían hilando, venga a hilar, una con el huso,
otra mojando la hebra y otra moviendo la manezuela. Pero tanto y tan
rápidamente hilaron, que a la una se le gastó el brazo y se quedó
manca, a la otra se le puso el labio gordo, gordísimo, que casi le
llegaba al techo y a la otra se le hinchó tanto el pie, que le costó
trabajo salir de la habitación.
Cuando
ya pasaron los tres días, vino la reina a la habitación y vio todo
el lino muy finamente hilado y dijo:
-Pues
nada, te casas con mi hijo.
Llegó
el día de la boda y la niña dijo que ella tenía que invitar a tres
primas de su abuela, que eran un poco raras, pero que no tenía más
remedio que invitarlas. Y que además tenía que sentarlas al otro
lado del príncipe. Al pronto, la reina y el rey protestaron,
diciendo que eso no podía ser, estando ellos y tantos cortesanos.
Pero la niña insistió y el príncipe intervino diciendo que tenía
que ser como ella decía.
Mandaron
llamar entonces a las tres invitadas, y cuando entraron en el salón
por poco le da una cosa al príncipe y a todos los que estaban allí.
Venían las tres viejas, una manca, otra con el labio tan gordo que
casi le llegaba al techo y, por último, la otra que venía cojeando
con su pie todo hinchado y tropezándose con todos los invitados. Y
se fueron derechitas a sentarse al lado del príncipe, que no salía
de su asombro. Y el príncipe le preguntó a la primera:
-¿Cómo
es que ha perdido usted un brazo?
-Hijo
mío, de tanto darle al huso.
Y
a la segunda:
-¿Y
ese labio tan gordo?
-Hijo
mío, de tanto mojar la hebra.
Y
a la tercera:
-¿Y
ese pie?
-Pues,
hijo, de tanto mover la manezuela. Es que somos muy aficionadas a eso
de hilar. Casi tanto como su linda esposa.
Al
oír esto, el príncipe se asustó. Llamó a los criados y les dijo:
-Ahora
mismo vais a la habitación de mi mujer. Cogéis la rueca, y la
tiráis al pozo o la quemáis, ¡pero que yo no la vea nunca más!
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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