Esto era un pescador que llevaba mucho tiempo sin
pescar nada. Todos los días, cuando regresaba a su casa, le decía su mujer:
-¿Traes algo hoy?
Y el pescador contestaba:
-No, mujer. Otro día será.
Y así un día y otro día.
El pobre pescador llegó a pensar que dejaría aquel
oficio si pronto no traía algún pez. Por fin un día, en que se fue más lejos
que de costumbre, sintió que no podía tirar de la caña. Al principio creyó que
el hilo se le habría enredado, pero después de mucho tirar se dio cuenta de que
traía un pez muy grande. Al fin consiguió sacarlo fuera del agua. Entonces el
pez le dijo:
-Pescador, pescadorcíto, si me echas otra vez al agua,
tendrás tantos peces que necesitarás un carro para llevártelos.
-¡Estaría bueno! -dijo el pescador. Para una vez que
cojo un pez tan grande, cómo quieres que te suelte.
-Échame al agua -insistió el pez, y te daré todo lo
que tú quieras.
Al fin el pescador lo echó al agua y regresó a su casa
a por una red y un carro. Cuando le contó a su mujer lo que pasaba, ella no
quiso creerlo y se estuvo metiendo con él por lo tonto que era. Luego, cuando
lo vio llegar otra vez con el carro lleno de peces, se puso muy contenta de pensar
en todo el dinero que podría ganar vendiéndolos. Pero no se creyó lo del pez
grande.
Así ocurrió unos cuantos días, hasta que la mujer le
dijo a su marido:
-Mira, si vuelves a coger a ese pez tan grande, quiero
que me lo traigas, a ver si es verdad.
Al día siguiente el pescador volvió a coger el pez
grande y ya no quiso soltarlo, por más que el otro se lo pedía. Entonces el pez
dijo:
-Está bien. Puesto que te empeñas, te diré cómo tienes
que matarme y todo lo que tienes que hacer. Me cortas la cabeza y se la das a
la perra. La cola, y se la das a la yegua. Las tripas las entierras en el
corral. Y el cuerpo se lo das a tu mujer.
-Te podría vender por mucho dinero -dijo el pescador.
-No -dijo el pez. Haz lo que te digo y saldrás
ganando.
Y así lo hizo el pescador. Repartió el pez de aquella
manera y al año siguiente la perra parió dos perritos, la yegua dos potros, en
el corral salieron dos lanzas, y la mujer tuvo dos mellizos.
Cuando los mellizos ya eran muchachos, el mayor dijo:
-Padre, como somos tan pobres y aquí no hago nada,
quiero ir por el mundo a buscar fortuna.
-Es mejor que me vaya yo -dijo el menor-, porque
nuestros padres están ya viejos y tú les haces más falta.
Entonces el padre lo echó a suerte y le tocó al mayor.
Este cogió una botella de agua y le dijo al menor:
-Si el agua está siempre clara, quiere decir que no me
pasa nada. Pero si se pone turbia, es que voy mal.
Luego el padre le entregó una de las lanzas del
corral, un caballo y un perro, para que se fuera por el mundo.
Después de mucho cabalgar, el muchacho entró en un
pueblo donde todas las mujeres estaban llorando. Les preguntó:
-¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué lloráis?
-Mire usted -le respondieron, todos los años, cuando
llega este día, se presenta una serpiente de siete cabezas a la que hay que
entregar una doncella. Y este año le ha tocado a la hija del rey, que es muy
guapa y la queremos mucho.
-¡Yo mataré a la serpiente de siete cabezas! -exclamó
el muchacho.
Las mujeres le dijeron que el rey había publicado un
bando prometiendo casar a la princesa con quien fuera capaz de librarla del
sacrificio. Y le preguntaron:
-¿Está usted seguro de que puede matar a una serpiente
de siete cabezas?
-Sí que lo estoy. Pero tenéis que decirme dónde se
encuentra.
Las mujeres lo llevaron a donde estaba ya la hija del
rey, esperando su hora. Esta le dijo que se marchara de allí, pues, si no, la
serpiente los mataría a los dos. Pero el muchacho dijo que no se iba, y al
momento llegó la serpiente dando unos grandes rugidos. El muchacho gritó:
-¡Aquí mi perro, aquí mi lanza, aquí mi caballo!
El perro se abalanzó a la serpiente y se puso a darle
mordiscos, mientras el muchacho, montado en su caballo, le clavó la lanza y la
mató. Luego les fue cortando la lengua a las siete cabezas, se las guardó en un
pañuelo y se marchó.
Las mujeres se pusieron a dar voces, diciendo que la
hija del rey se había salvado. Empezaron a tocar las campanas y todo el mundo
se congregó en la plaza a bailar y a cantar y el rey mandó que se diera una
gran fiesta en honor de su hija.
Un príncipe que pretendía a la hija del rey se enteró
de lo que había pasado y fue al lugar donde yacía la serpiente. Le cortó las
siete cabezas y se presentó con ellas en el palacio, diciendo que él había
salvado a la hija del rey. La princesa decía que aquel no era, pero, como el
príncipe traía las siete cabezas, el rey dijo que no tenía más remedio que
cumplir con su palabra y mandó que se prepararan los torneos y las fiestas para
la boda. Pero la princesa seguía diciendo que no era aquel, y estaba muy
triste.
El primer día de las fiestas estaban todos en el
comedor y, cuando el príncipe mentiroso se disponía a comer, llegó el perro del
muchacho y de un salto le quitó el bocado que se iba a comer. Salió corriendo
con él en la boca. La princesa, que reconoció al animal, le dijo a su padre que
si no mandaba seguirlo, no se casaba. Mandó el rey seguir al perro y vieron que
entraba en una casa. Entraron y vieron al muchacho, y le dijeron que tenía que
presentarse inmedia-tamente ante el rey, pero él dijo:
-La misma distancia hay de aquí al palacio que del
palacio aquí.
Fueron los criados a contárselo al rey y este se
indignó. Pero la princesa le pidió que fuera a ver al muchacho, y entonces el
rey fue y le invitó a comer con ellos en la fiesta para que les explicara por
qué había mandado a su perro para que le quitara la comida al príncipe que se
iba a casar con la princesa. Cuando ya estaban en el palacio, el muchacho dijo:
-¿Y cómo prueba usted que ese ha sido el que mató a la
serpiente de siete cabezas?
El otro enseñó entonces las siete cabezas. Pero el
muchacho dijo:
-Examinen ustedes las cabezas, a ver si están
completas.
Las examinaron y dijeron que estaban bien, pero él se
acercó, fue abriendo las bocas, y dijo:
-¿Han visto ustedes alguna vez bocas sin lenguas? Pues
aquí están. Y se sacó del bolsillo el pañuelo, lo abrió y enseñó las siete
lenguas. Inmediata-mente cogieron al otro, le dieron una paliza y lo echaron del
palacio. El rey dijo que se casaría el muchacho con la princesa, y se casaron.
Al poco tiempo de estar casados, salieron un día a
pasear, y el joven se fijó en un castillo muy grande que se veía a lo lejos.
-¿Qué castillo es aquel? -le preguntó a la princesa.
-Ese es el castillo de Irás y no Volverás -contestó
ella. No se te ocurra por nada del mundo acercarte, porque todo el que va no
vuelve.
Pero el príncipe se resistía a no ir, y un día salió
con su caballo, su perro y su lanza, diciendo que iba a cazar. Después de
atravesar un bosque, subió al castillo, que tenía unas puertas muy grandes con
argollas de hierro. Llamó una vez y no le contestó nadie. Llamó otra vez más
fuerte y salió a abrirle una vieja hechicera, que le preguntó:
-¿Qué deseas, muchacho?
-¿Se puede entrar? -preguntó él.
-Claro que sí. Pero tienes que dejar el caballo en la
puerta -contestó la hechicera.
-Es que no tengo con qué atarlo.
-No importa. Toma un cabello de mi cabeza -dijo la
hechicera.
El muchacho se echó a reír, pero la vieja le dio un
cabello de su cabeza, que al momento se convirtió en una soga. El muchacho ató su
caballo y entró solo en el castillo. Inmediatamente quedó encantado en forma de
perro y las puertas se cerraron luego detrás de él.
Al ver que su marido no regresaba, la princesa supuso
que había ido al castillo de Irás y no Volverás.
El agua de la botella que el muchacho le había dejado
a su hermano se había puesto turbia y el hermano dijo:
-Mi hermano debe de estar en un gran peligro, porque
el agua está cada vez más turbia. Padre, no tengo más remedio que irme.
Y el padre le entregó la otra lanza, el otro caballo y
el otro perro. Y el muchacho se fue.
Después de mucho cabalgar llegó al pueblo donde su
hermano se había casado con la princesa. Al verlo venir, todos creyeron que era
el príncipe que al fin regresaba, y salieron a recibirlo muy contentos. Tanto
se parecía a su hermano, que hasta la princesa creyó que era su marido y se
echó en sus brazos, diciendo:
-¡Hombre, qué intranquilos hemos estado! ¿No te dije
que no fueras al castillo de Irás y no Volverás?
Él no la abrazaba. Comprendió lo que había pasado y
nada dijo. Por la noche, al acostarse, puso la lanza entre los dos, y ella
dijo:
-¿Por qué haces esto?
-Es que he hecho una promesa, y hasta que no la cumpla
no te puedo abrazar.
Al día siguiente salieron a pasear, y él hizo la misma
pregunta que había hecho su hermano, cuando vio el castillo a lo lejos. Y la
princesa dijo:
-¿Pues no te lo dije el otro día? Ese es el castillo
de Irás y no volverás. ¿Cómo es que no te acuerdas?
Entonces él pensó que allí seguramente estaría su
hermano y determinó ir al día siguiente, sin decirle nada a nadie.
Al día siguiente, cuando llegó al castillo, llamó a la
puerta una vez y no contestó nadie. Llamó otra vez más fuerte y al fin salió la
vieja hechicera, que le dijo:
-¿Qué deseas, muchacho?
Y él preguntó:
-¿Se puede entrar?
-Claro que sí -contestó la vieja. Pero tienes que
dejar el caballo a la puerta.
-No, que no lo dejo -dijo el muchacho.
Y subido como estaba en su caballo se echó sobre la
vieja hechicera, de manera que esta tuvo que apartarse para dejarle paso. El
muchacho le dijo:
-Ahora mismo me dirás dónde está mi hermano y cómo
tengo que desencantarlo. Si no, te mato.
Como la amenazaba con la lanza, la vieja no tuvo más
remedio que decírselo:
-Has de entrar y clavarle la lanza en un ojo al león
que hay abajo. En seguida fue el muchacho y le clavó su lanza al león, que
quedó muerto, y su hermano quedó desencantado.
Cuando iban de vuelta al palacio, el hermano menor le
dijo al mayor que había dormido con su mujer, pensando explicarle cómo había
sido.
Pero el otro no le dejó terminar y le clavó su lanza
en el pecho. Creyendo que lo había matado, salió corriendo hacia el palacio.
Cuando llegó, le dijo la princesa:
-Poco has tardado esta vez; de lo que me alegro.
Por la noche, al acostarse, vio que su marido no ponía
la lanza entre los dos, y le dijo:
-¿Es que ya has cumplido tu promesa y no pones la
lanza entre los dos?
Entonces el marido comprendió lo que había pasado,
regresó corriendo al lugar adonde había dejado a su hermano, que solo estaba
malherido, se lo llevó al palacio en sus brazos, de modo que al entrar nadie
podía creer lo que estaba viendo. Explicó lo que había pasado y después de
muchos cuidados se recuperó el hermano menor. Y todos se pusieron muy contentos
y vivieron felices durante muchos, muchos anos.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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