Todo el día transcurrió de este modo.
Rosalia padecía cruelmente a causa de la sed.
-¿No debo sufrir aún mucho más -se decía- para
castigarme por lo que he hecho sufrir a mi padre y a mi primo? Aquí esperaré
mis quince años.
Empezaba a hacerse de noche, cuando una vieja que
pasaba por allí se acercó y le dijo:
-Hermosa niña, ¿querrías hacerme el favor de
guardarme esta cajita, que pesa mucho, mientras yo voy a visitar una parienta
mía que vive aquí cerca?
-Con mucho gusto, señora -dijo Rosalía.
La vieja le entregó la cajita diciéndole:
-Gracias. No estaré mucho rato ausente. No mires lo
que hay dentro de la caja porque contiene cosas... contiene unas cosas como tú
nunca has visto... y como nunca más verás. No la aprietes muy fuerte, pues está
hecha de corteza de árbol y podría romperse... y verías lo que contiene... y
nadie debe ver lo que hay encerrado en ella.
Mientras decía estas palabras se marchó. Rosalia
puso la caja junto a ella y reflexionó en todo lo que le había sucedido hasta
entonces. Era ya de noche y la vieja no volvía. Rosalía echó una ojeada a la
cajita y vió con sorpresa que alumbraba el suelo de alrededor.
-¿Qué debe ser lo que brilla en el interior de la
caja?
La cogió y se puso a examinarla en todos los
sentidos, pero no encontró en ella nada que le pudiese explicar aquella luz
extraordinaria. Entonces la puso nuevamente en el suelo y dijo:
-¿Qué me importa lo que haya dentro de la caja? No
es mía, sino de la buena anciana que me la ha confiado. No quiero pensar más en
ella para que no me vengan deseos de abrirla.
En efecto, no la miró más. Llegó hasta cerrar los
ojos para esperar así la luz de la mañana.
-Entonces tendré quince años, volveré a ver a mi
padre y a Gracioso y no tendré nada que temer de la mala Hada.
-¡Rosalía! ¡Rosalía! -dijo precipitadamente la voz
agria de la rata, ya estoy a tu lado y ya no soy enemiga tuya; y para
probártelo voy a hacerte ver, si quieres, lo que contiene la cajita.
Rosalía no respondió.
-¡Rosalía! ¡Rosalía! ¿Oyes lo que te digo?... Soy
amiga tuya. Créeme, por favor.
La joven continuó sin responder.
Entonces la rata gris, que no tenía tiempo que
perder, se lanzó sobre la caja y se puso a roer la tapa.
-¡Monstruo! -gritó Rosalía cogiendo la caja y apretándola
contra su pecho. ¡Si tocas la caja te retuerzo el cuello!
La rata lanzó a Rosalía una mirada diabólica, pero
no se atrevió a afrontar su cólera. Mientras combinaba el modo de intrigar la
curiosidad de la joven, sonaron las doce en un reloj. En el mismo instante la
rata emitió un chillido lúgubre y dijo a Rosalía:
-Rosalía, ya ha sonado la hora de tu nacimiento y
ahora tienes quince años. Ya no tienes nada que temer de mí, pues estás fuera
de mi alcance lo mismo que tu odioso padre y tu horrible Príncipe. Y yo estoy
condenada a continuar siendo una rata hasta que caiga en mis lazos una joven
bella y bien nacida como tú. Adiós, Rosalía. Ya puedes abrir la caja.
Y, dicho esto, la rata desapareció.
Rosalia, que desconfiaba de su enemiga, no quiso
seguir su último consejo y resolvió guardarla intacta. Apenas hubo tomado esta
resolución cuando un buho que revoloteaba por encima de su cabeza dejó caer una
piedra sobre la caja, que se rompió en mil pedazos. Rosalía lanzó un grito de
terror; en el mismo instante vió ante ella a la Reina de las Hadas, que le
dijo:
-¡Ven, Rosalía! Por fin has triunfado de la cruel
enemiga de tu familia. Voy a devolverte a tu padre.
Al punto, un carro del que tiraban dos dragones
llegó junto al Hada, la cual subió en él e hizo subir con ella a Rosalía.
Rosalía, vuelta de su sorpresa, dió las gracias al Hada por su protección y le
preguntó en dónde hallaría a su padre.
-En el palacio del Príncipe Gracioso.
-Pero, señora, ¿no está el palacio destruído? Yo
misma vi al Príncipe Gracioso salir de él herido y destrozado.
-No era más que una ilusión para lograr que
aborrecieses más tu curiosidad, Rosalía, y para impedir que cayeses en ella por
tercera vez. Vas a encontrar el palacio tal como era antes de que rasgases la
tela que cubría el precioso árbol que se te destina.
Mientras decía el Hada estas palabras, el carro se
detenía ante la escalinata del palacio. El padre de Rosalía y el Príncipe los
esperaban con toda la
corte. Rosalía se arrojó en brazos de su padre y en los del
Príncipe. Todo estaba a punto para la ceremonia del casamiento, que se celebró
inmediatamente. Todas las Hadas asistieron a las fiestas, que duraron varios
días.
Rosalia quedó curada para siempre de su curiosidad.
Gracioso la quiso mucho y tuvieron hijos hermosos a los que dieron por madrinas
Hadas poderosas para que les protegiesen contra las malas Hadas y las malos
Genios.
0.012.1 anonimo (alemania) - 066
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