Esto era una niña muy guapa, que por el día de su
santo su madre le regaló un anillito de oro. La verdad es que le quedaba un
poco grande, pero estaba la niña tan contenta, que a todas partes iba con él.
Un día su madre la mandó a la fuente a por un cantarillo de agua. Cuando llegó,
la niña se quitó el anillo, no se le fuera a caer al agua, y lo puso encima de
una piedra. Pero terminó de enjuagar y de llenar el cántaro, lo cogió y se fue,
y no se acordó del anillo hasta que llegó a su casa.
Salió corriendo entonces en busca de él, pero, al
llegar a la fuente, el anillo ya no estaba sobre la piedra ni en ninguna parte.
Por más que miró y remiró no estaba. En cambio, había allí un viejo mendigo,
sentado al lado de la fuente. El viejo le dijo:
-¿Qué es lo que buscas, niña guapa?
La niña empezó a llorar y contestó:
-Busco un anillito de oro, que hace un momento lo dejé
aquí, encima de esta piedra, y ya no está. Y si no lo encuentro, mi madre me va
a pegar mucho.
-Por eso no te preocupes, hija -dijo el viejo. Anda,
mete la mano en este zurrón y cógelo tú misma, que ahí lo he metido yo hace un
momento.
La niña metió la mano en el zurrón, y en ese momento
el viejo la empujó y la metió dentro. Luego ató con una cuerda la boca del
zurrón, y se lo cargó al hombro.
La niña gemía y suplicaba que la sacara de allí, y el
viejo le decía: -Si quieres que te saque, tienes que cantar cuando yo te diga:
«Canta,
zurrón, canta,
o, si no,
te doy con la palanca».
Así se la llevó por los pueblos a ganarse la vida. A
todas partes que llegaba, en vez de pedir limosna, ponía el saco en medio de la
calle y le decía: «Canta, zurrón, canta, o, si no, te doy con la palanca».
Entonces la niña se ponía a cantar:
-En un
zurrón voy metida,
en un
zurrón moriré,
por un
anillo de oro,
que en la
fuente me dejé.
La gente le daba al viejo mucho dinero, pues se creían
que aquello era un zurrón encantado. El viejo lo recogía y otra vez se echaba
el saco al hombro y se iba para otro pueblo. Allí hacía lo mismo y así por
todas partes, hasta que juntó mucho dinero. «Ahora voy a darme la gran vida»,
se dijo, y se fue a una pensión y pidió de cenar. Cuando se hartó de todo lo
que quiso, para pagar la cena, puso el zurrón en medio del comedor y le dijo:
-Canta,
zurrón, canta,
o, si no,
te doy con la palanca.
Y la niña cantó otra vez:
-En un
zurrón voy metida,
en un
zurrón moriré,
por un
anillo de oro,
que en la
fuente me dejé.
Pero como cantaba entre sollozos, a la dueña de la
pensión le dio que pensar aquello. El viejo preguntó que dónde quedaba la
taberna, y dijo que si podía dejar allí el zurrón mientras se daba una
vueltecita. En cuanto se marchó, la posadera abrió el zurrón y sacó de allí a
aquella niña tan guapa, que estaba la pobrecita muerta de hambre y de frío. La
cuidaron inmediatamente y la escondieron. En su lugar, metieron en el saco
todos los bichos que encontraron por allí: sapos, ratas, culebras, víboras,
lagartos, de todo lo más malo que había.
Por la mañana el viejo quiso pagar la cama haciendo
cantar al saco otra vez. Lo puso en mitad del patio, pero por mucho que le
dijo: «Canta, zurrón, canta, o, si no, te doy con la palanca», aquello no decía
ni pío. Así que tuvo que pagar con dinero, pero se la guardó. Por no abrir el
saco delante de la gente, se lo llevó a un monte. Allí empezó a darle palos,
venga palos, y a decir palabrotas. Pero, claro, lo único que conseguía era
enfurecer a todos los bichos que había dentro. De manera que, cuando lo abrió,
le saltaron a la cara y se pusieron a morderle y a picarle por todas partes,
hasta que lo mataron. Y a la niña la llevaron con sus padres y fue muy feliz, y
este cuento se ha acabao, con pan y pimiento y rábanos asaos.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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