Había una vez un rey que tenía tres hijas. Un día las
llamó a las tres y les preguntó que cuánto le querían. La mayor le dijo:
-Yo,
más que a mi corazón.
Y la de en medio:
-Yo, más que a la niña de mis ojos.
Por último, la más pequeña contestó:
-Pues yo, más que la vianda quiere la sal.
Al rey le disgustó mucho esta respuesta y mandó a unos
criados que se la llevasen al monte y allí la mataran, le sacaran los ojos y le
cortaran un dedo meñique, y se los trajeran. Los criados se la llevaron, pero
les daba compasión de la niña y solo le cortaron el dedo meñique. Mataron una
perra, le sacaron los ojos, y se los presentaron al rey, junto con el dedo,
como prueba de que habían cumplido sus órdenes.
La niña, cuando se vio en el monte sola, se puso a
andar, venga a andar, sin saber adónde dirigirse, hasta que en la mitad de un
camino se encontró con un pastor, que estaba allí muy mal vestido.
Comprendiendo que no podía ir a ninguna parte vestida
como estaba de princesa, la niña le ofreció al pastor comprarle la ropa que él
llevaba. El pastor le dijo que bueno y entonces la niña se disfrazó de pastor,
guardando en un lío sus trajes.
Siguió su marcha y así llegó a un palacio donde
buscaban un pavero. Se ofreció ella para hacer este oficio y se lo dieron. Le
preguntaron que cómo se llamaba y ella dijo que «Juanón», por lo que ya le
llamaban «Juanón el de los pavos». Desde entonces se encargaba todos los días de
sacar los pavos al campo, pero, como se aburría de estar siempre sola, se
llegaba a un pozo que había por allí cerca, se quitaba la ropa de pavero y se
ponía sus vestidos de princesa, recreándose en mirar su retrato en el agua del
pozo. Los pavos, que la veían tan hermosa, se le quedaban mirando fijamente y
ella les decía:
-Paví, paví, paví, si el hijo del rey me viera, ¿se
enamoraba de mí? Y todos los pavos contestaban:
-Sí, sí, sí. Sí, si, sí.
Y como son tan tontos, seguían mirando a la niña
fijamente y hasta se olvidaban de comer, de modo que todos los días se moría
uno, el más viejo; y todas las tardes, al volver al palacio, llevaba el pavero
un pavo muerto bajo el brazo, por lo que le reñían mucho. Pero el rey no
parecía darle mucha importancia.
La niña, temiendo ser reconocida si estaba mucho
tiempo a la luz, cuando volvía del campo y se sentaba cerca de la lumbre, se
rascaba con mucha fuerza y se echaba sal. Luego, como si los sacase del pecho,
echaba a la candela puñados de sal, que restallaban como si fueran piojos, por
lo cual todos gritaban de asco:
-¡Al rincón, Juanón, al rincón!
Y él se iba al rincón, donde corría menos riesgo de
que descubriesen que era mujer y no hombre.
Pero ocurría que al hijo del rey ya le estaba chocando
que todos los días se muriera un pavo y dio en pensar si el pavero no les haría
alguna cosa. Así que decidió espiarlo y un día se escondió detrás de un árbol para
no perder de vista al pastor. La princesa, no recelando de nada, se llegó al
pozo y empezó a cambiarse de trajes, como de costumbre, y vio el príncipe todo
lo hermosa y deslumbrante que era. Y el príncipe quedó enamorado de ella, hasta
el punto de pensar que tenía que casarse con ella inmediatamente. Pero al no
saber quién era, y como los príncipes tienen que casarse con princesas, volvió
a su casa muy preocupado.
Entonces se metió en su habitación y decidió hacerse
el enfermo, diciendo que no tenía ganas de comer y que solo quería que le
trajesen una taza de caldo, pero que se lo tenía que traer Juanón el de los
pavos. La madre se escandalizó mucho al enterarse de esto, y le decía al
príncipe:
-Pero, hijo, ¿cómo se te ocurre semejante cosa? Ese
muchacho, tan torpe que todos los días se le muere un pavo, y tan piojoso que
hasta los gañanes lo apartan del fuego...
-Nada, nada, tiene que ser él -decía el príncipe. Si no,
no como.
Y la madre no tuvo más remedio que aceptar, creyendo
que era un capricho, y mandó llamar a Juanón el de los pavos, que subiera con
una taza de caldo. La cocinera le dijo que se arreglase un poco, porque no
podía entrar de aquella manera en la cámara de un príncipe.
Cuando Juanón entró en la cámara con la taza de caldo,
le temblaban hasta las piernas. El príncipe le mandó que se acercara y se
sentase en la cama. Al momento le cogió de una mano y le confesó que sabía
quién era, porque la había visto desnudarse en el pozo. Entonces ella no tuvo
más remedio que contarle su historia, cómo su padre la creía muerta, y que si
se enteraba de que vivía seguramente la mandaría matar otra vez.
El príncipe se puso muy contento de saber que era una
princesa, porque así sería más fácil que sus padres consintieran en la boda,
aunque ella no pudiera aportar nada a su reino, por lo pobre que era.
Pocos días después se celebró la boda, a la cual
convidó el príncipe a todos los reyes de los reinos próximos, entre los cuales
estaba el padre de su novia. Llegó este y no reconoció a su hija, por el tiempo
que había pasado.
La princesa lo distinguió más que a los demás
convidados, pero hizo que de todo lo que se iba a comer en el banquete hiciesen
una parte sin sal, y esto fue lo que le sirvieron a su padre. Este no comía de
nada, y entonces el príncipe le preguntó cuál era la razón de que no probase
bocado, a lo que el padre de la princesa contestó:
-Porque nada tiene sal, y ahora comprendo lo mucho que
me quería mi hija la más pequeña.
-¿Y cuánto daría usted por recuperar a su hija?
-preguntó entonces la princesa.
-Mi reino entero -contestó el rey con lágrimas en los
ojos.
A todo esto, la princesa se le había ido acercando y
le había puesto sobre un hombro la mano a la que le faltaba el dedo meñique. El
rey se quedó mirando la mano y luego a ella, que le dijo:
-Pues ya me estáis nombrando vuestra heredera, porque
yo soy vuestra hija.
El rey comprendió que era verdad y de la emoción
perdió el conocimiento y se cayó al suelo. Pero cuando se recuperó, cumplió lo
prometido, después de hacerse perdonar y de llorar amargamente, y los príncipes
vivieron muchos años reinando en los dos reinos, y yo fui y vine y no me dieron
ni para unos botines.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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