Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

Juan y medio

Esto era un matrimonio muy rico, pero que no tenían hijos. La mujer se pasaba la vida suspirando:
-¡Ay, si Dios nos diera un hijo para que se comiera la hacienda!
Tanto lo pidió, que por fin tuvieron un hijo muy hermoso. Pronto se echó de ver que venía dispuesto a comerse la hacienda de sus padres y muchas más, por lo fuerte y lo valiente que era. De muchacho ya era capaz de comerse una vaca todos los días, más una fanega de garbanzos y otra de pan. En todas las peleas salía vencedor, de manera que poco a poco le fueron dando de lado, y sus padres lo mandaron al campo a que labrase la tierra. Para esto le entregaron un azadón tan grande que tuvieron que traérselo entre tres hombres. En un santiamén cavaba todas las tierras, y cuanto más trabajaba más comía, hasta que acabó con la hacienda de sus padres.
Entonces Juan y Medio, que así le llamaban, se echó el azadón al hombro y marchó camino adelante. Llegaba a servir en los cortijos y trabajaba por muchos, pero a la hora de comer lo hacía por muchos más.
Así que a nadie le traía cuenta y en seguida lo despedían; pero con mucho miramiento, no fuera a enfadarse:
-Mira, Juan y Medio, aquí no te puedes quedar, porque pronto esto sería una ruina, y entonces ni para ti ni para nadie.
Seguía Juan y Medio su camino, y en todas partes le ocurría lo mismo. Por último llegó al palacio del rey. Como iba precedido de tanta fama, el rey mostró un gran interés por contratarlo, pensando que le vendría bien para labrar sus tierras, que estaban muy abandonadas. Juan y Medio se puso a trabajar con su azadón y en una mañana las dejó todas listas. Y como todavía le sobró la tarde, se metió en el jardín y arrancó todas las flores, convirtiéndolo también en terreno de labranza. Esto le enfadó mucho a la reina, y entonces el rey se convenció de que aquel hombre no le convenía. Como también le llegaban muchas protestas, decidió que lo mejor sería perderlo, y así su reino volvería a estar en paz.
Entonces lo mandó a moler trigo al molino de los gigantes, de donde nadie había regresado jamás. Pero Juan y Medio se fue para allá y desafió a los gigantes. Estos, como ya sabían quién era, se subieron al tejado, y desde allí empezaron a tirarle piedras de molino. Pero Juan y Medio las cogía en el aire y se las devolvía como si nada. Los gigantes se asustaron y salieron huyendo. Juan y Medio entró entonces en el molino y lo recorrió tranquilamente. En una habitación vio el montón de huesos de todos los que habían muerto a manos de los gigantes, y en otra sus armas. Molió su trigo y se llevó las armas para el rey. Este pudo entonces mejorar su ejercito.
Y así fue que el rey, después de deliberar con sus caballeros, determinó mandar todo su ejército contra Juan y Medio. Salieron todos al campo a luchar contra él, pero él nada más llegar cogió un caballo por el rabo y empezó ¡pim-pam, pim-pam!, y acabó con todos en un minuto.
Entonces el rey llamó a los artesanos de su reino, y les dijo:
-¡Señores, yo ya no sé cómo acabar con este hombre, que a todos nos sería tan útil pero que a nadie le hace falta! Ustedes dirán qué hacemos.
Parece que fue el gremio de zapateros el que ideó construir un muñeco de pez. Juntaron toda la pez que había en el reino y con ella hicieron un muñeco muy grande, y lo pusieron junto al río. Entonces le dijeron a Juan y Medio:
-Anda, Juan y Medio, que ha llegado uno al pueblo que dice que tú no vales para nada y que eres un fanfarrón.
Juan y Medio se fue para donde estaba el muñeco. Se le acercó y le dijo:
-¡Qué! ¿No me saludas? -y como el otro no hizo nada, dice: Pues ahora te vas a enterar de quién soy yo.
Y le pegó un puñetazo tan fuerte, que se le enterró la mano en la pez y no pudo despegarla.
-¡Conque esas tenemos! ¡Suéltame o te doy con la otra mano! -dijo Juan y Medio.
Y como el otro nada hizo, le arreó fuerte con la otra mano, que también se le quedó pegada.
-¡Vaya, hombre! No te quieres enterar. ¡Pues toma! Y le dio un puntapié, que se le quedó el pie dentro.
-¡Suéltame o te pego con el otro pie!
Y así lo hizo, pero también se le quedó pegado.
-¡Pues ahora te doy un barrigazo!
Y se le quedó pegada la barriga.
-¡Ah!, ¿así? ¡Pues te muerdo!
Y al morderle se le quedó la boca también pegada, con lo que no pudo decir nada más.
Al ver los demás que ya estaba indefenso, se acercaron con un palo, empujaron al muñeco, que cayó al agua, y con él Juan y Medio, que allí se ahogó.

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