Pues, señor, esto era un rey que tenía una hija que
siempre estaba muy aburrida y nada ni nadie conseguían distraerla. El rey
decidió que tenía que casarla y publicó un bando diciendo que aquel que le
propusiera a la princesa un acertijo que fuera incapaz de adivinar se casaría
con ella. Pero que mataría a todo el que ella se lo acertara.
De todas partes vinieron príncipes y nobles a
proponerle acertijos a la princesa, pero a todos se los acertaba y a todos les
daban muerte.
Un pastor que vivía cerca del palacio se enteró de lo
que ocurría y fue y le dijo a su madre:
-Madre, prepáreme usted el almuerzo para el camino,
que me voy a decirle un acertijo a la princesa, a ver si me caso con ella.
-¡Pero, hijo, tú estás tonto! -dijo la madre. ¿Cómo
vas tú a hacer eso cuando han fracasado todos los grandes señores que han
venido de todas partes?
-No importa, madre -replicó el pastor. Arrégleme usted
el almuerzo, mientras voy por la burra.
La madre se quedó muy triste, y como prefería que su
hijo muriera por el camino antes que lo ahorcara el rey, envenenó tres panes y
los echó en el zurrón. El pastor cogió su escopeta, se montó en la burra y se
marchó.
Cuando iba de camino, se le levantó una liebre. Apuntó
con su escopeta, pero no le dio. En cambio, sí dio a otra liebre que pasaba por
allí, y la mató. Entonces se dijo: «Ya llevo una parte del acertijo: Tiré al
que vi y maté al que no vi». Luego se dio cuenta de que la liebre estaba
preñada. Le abrió la barriga y le sacó los gazapos. Los puso a asar y se los
comió. «Pues ya tengo otra parte del acertijo -pensó: Comí de lo engendrao, ni
nacío ni criao».
Mientras él se comía los gazapos, la burra se comió
los tres panes envenenados. Reventó y se murió. Luego llegaron tres grajos y se
comieron las tripas de la burra muerta, de manera que se murieron también, y el
pastor dijo: «Pues ya tengo para acabar el acertijo: Mi madre mató a la burra y
la burra mató a tres».
Conque siguió andando y cuando llegó al palacio pidió
licencia para hablar con la princesa, diciendo que quería echarle un acertijo.
Se lo concedieron y cuando estuvo delante de ella, le dijo:
Tiré al que
vi
y maté al
que no vi.
Comí de lo
engendrao,
ni nacío ni
criao.
Mi madre
mató a la burra
y la burra
mató a tres.
Aciérteme
usted lo que es.
La princesa estuvo mucho tiempo venga a pensar, venga
a pensar, pero por más que discurría no daba con lo que era. Su padre le
concedió tres días de plazo, y entre tanto el pastor se quedó a vivir en una
habitación del palacio.
La primera noche la princesa envió a una de sus
doncellas a la habitación del pastor, a ver si conseguía que le revelara el
acertijo. La doncella se llegó hasta la cama y dijo:
-Señor, vengo a que me diga usted el acertijo.
El pastor no le dijo ni que sí ni que no, pero durmió
con ella y por la mañana todavía no había soltado prenda.
A la noche siguiente mandó la princesa a otra de sus
doncellas, y le ocurrió lo mismo que a la anterior. Por fin lo intentó ella
misma y el pastor le dijo que se lo revelaría al amanecer. Pero, cuando se
despertaron, ya habían transcurrido los tres días, y el pastor dijo que no
tenía por qué revelar su adivinanza. Más tarde el rey le dijo a la princesa:
-Pues bien, el pastor ha ganado. Y como yo tengo que
cumplir mi palabra de rey, te casarás con él inmediatamente.
Pero la princesa protestó y dijo que no estaba
dispuesta a casarse con un pastor, a menos que fuera capaz de hacer tres cosas.
Si no, lo mataría. Preguntó el pastor qué tres cosas eran y contestó la princesa:
-Primero tienes que llevarte al campo cien liebres,
ponerlas a pastar y volver con ellas a la tarde, sin haber perdido ninguna. Así
durante tres días. Después tienes que encerrarte en una habitación con cien
panes y comértelos todos en un día. Y en tercer lugar, tienes que separar el
grano de cien fanegas de trigo mezcladas con cien fanegas de cebada, en una
noche.
Y todavía la princesa añadió una cosa más:
-Por último, tendrás que llenar un saco de embustes
tan grandes, que nadie diga que pueden haber sido verdad.
El pastor salió muy afligido del palacio, pensando que
de nada le había servido el acertijo, cuando se encontró con una hechicera, que
le dijo:
-¿Por qué estás tan apenado, hombre?
-¿Por qué estás tan apenado, hombre?
El pastor le contó todo lo que había pasado, y las
cosas que ahora le pedían que hiciera, y ella le dijo:
-No te apures por eso, que yo te ayudaré. Toma esta
flauta y sal mañana con las cien liebres. No tengas preocupación de que corran por donde les
dé la gana. Cuando sea de noche no tienes más que tocar la flauta y todas
acudirán corriendo a donde tú estés.
Así lo hizo el pastor. A las ocho de la mañana se fue
con sus cien liebres y en todo el día no se preocupó de ellas. Cuando se fue
haciendo de noche, tocó la flauta y al instante se presentaron todas y se fueron
tras él hasta el palacio.
La princesa y todo el mundo se quedaron maravillados y
decían:
«¿Cómo se las arreglará este para no perder ni una liebre en el campo?».
«¿Cómo se las arreglará este para no perder ni una liebre en el campo?».
Al día siguiente el rey mandó a uno de sus criados, a
ver si conseguía quitarle aunque fuera una sola liebre.
El criado se puso a decirle al pastor que le compraba
una liebre por tanto y cuanto y el pastor decía que no tenía ningún interés en
vender, y que no vendería por nada del mundo. El rey entonces decidió ir él
mismo, disfrazado de aldeano. Pero el pastor lo reconoció y no dijo nada. El
rey le preguntó que cuánto quería por una liebre, y entonces el pastor le dijo:
-No quiero dinero, sino que me dé usted un beso en el
ojo del culo.
El rey al pronto se llenó de indignación, pero luego
pensó que merecía la pena, con tal de que su hija no tuviera que casarse con un
pastor. De manera que fue y le dio un beso en el ojo del culo, y el pastor
entonces le entregó una liebre.
Pero, cuando el rey ya regresaba a su palacio con la
liebre en los brazos, el pastor tocó su flauta y la liebre pegó un brinco y
salió corriendo hasta donde estaba el muchacho.
El rey entonces dijo:
-Está bien. Ya has superado la primera prueba. Ahora
te encerraremos en una habitación con cien panes, para que te los comas en un
solo día.
Otra vez se puso el pastor muy triste, hasta que se le
apareció la hechicera y le dijo:
-No te preocupes, hombre. Solo tienes que tocar la
flauta y vendrán las aves y se comerán los cien panes.
Y así lo hizo el pastor. Tocó la flauta y al momento entraron
por la ventana muchos pájaros de todas clases, que se comieron los cien panes
sin dejar migaja.
El rey mandó entonces que encerraran de nuevo al
pastor con cien fanegas de trigo mezcladas con cien de cebada, a ver si era
capaz de separar los granos en una sola noche. El pastor se puso otra vez muy
triste, pero se le apareció la hechicera y le dijo:
-Tú toca la flauta y échate a dormir, que pronto
vendrán las hormigas a separar el grano de trigo del grano de cebada.
Y efectivamente, cuando el pastor despertó por la
mañana vio dos montones a un lado y a otro de la habitación, cada uno de una
cosa.
Conque se presentó ante el rey y ante toda la corte y
dijo que ya había superado las tres pruebas.
-Sí -dijo el rey. Pero te queda llenar un saco de
embustes tan grandes, que nadie diga que pueden haber sido verdad.
-Está bien -contestó el pastor. Pues esta y esta
-señalando
a las dos doncellas que se habían acostado con él- que
vayan entrando en el saco, porque dormí con ellas a cambio de nada. Y la
princesa también, porque también dormí con ella sin tener que cumplir lo
prometido. Y su majestad también, porque le di una liebre a cambio de que me
besara...
-¡Basta! ¡Basta! -gritó el rey. ¡Que ya está lleno el
saco, que ya está lleno.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCuento muy sorprendente en muchos aspectos. Primero la madre que quiere matar a su hijo. Después la princesa y el rey que no cumplen lo prometido. Más tarde vemos a una hechicera buena. A un rey que le besa el ojo del culo a un pastor. Y al final todos al saco. De verdad que en los cuentos hay muchas transgresiones, pero no son perversas, nos reímos, esto es la gracia y el valor del cuento, que debemos reivindicar, pero desgraciadamente el pueblo ya no tiene la palabra...
ResponderEliminarQue tristeza
ResponderEliminarsoy tonta
ResponderEliminar