Vivían una vez en un pueblo tres hermanas costureras,
huérfanas de un sastre que, al morir, no les había dejado más que el oficio.
Las tres hermanas pasaban muchas necesidades. Un día que estaban las tres
cosiendo con la ventana abierta, dio la mayor un suspiro y dijo:
-Me gustaría casarme con el hijo del rey para hartarme
de pasteles y de cosas ricas.
Y la de en medio, dando otro suspiro, dijo:
-Pues a mí me gustaría casarme con el hijo del rey
para ir en carroza a todas partes y no tener que fregar suelos ni nada.
Entonces la más pequeña dijo:
-Pues yo quisiera casarme con él para darle dos hijos:
un varón muy guapo y una niña con una estrellita en la frente.
El hijo del rey, que pasaba por allí y se había
quedado escuchando al pie de la ventana, se fue a su palacio y las mandó
llamar. Al pronto, las tres hermanas se asustaron, pensando que algo malo les
iba a ocurrir, pero el príncipe les contó que se había enterado de su
conversación y que escogía a la más pequeña para casarse. Las dos mayores
podrían quedarse en palacio, ayudando y acompañando a su hermana. Estas
sintieron una gran envidia de la pequeña, pero aceptaron.
Se celebraron las bodas y al poco tiempo la princesa
se quedó encinta. En esto se declaró una guerra y el hijo del rey tuvo que
marcharse, dejando a su mujer a cargo de las dos hermanas. Estando el príncipe
en la guerra, dio a luz su mujer dos mellizos: un varón muy guapo y una niña
que tenía una estrellita en la frente.
La madre estaba todavía inconsciente, cuando sus dos
hermanas decidieron meter a los dos niños en un cajón y tirarlos al río para
que se ahogasen. También mataron un perro y un gato, los desollaron y se los
presentaron a la princesa y a la corte como frutos de ella; también le
escribieron al príncipe, diciéndole que su mujer había tenido dos monstruos.
El príncipe, muy afligido, contestó que mataran a los
monstruos y que a su mujer la emparedaran viva.
Un molinero, que vivía con su familia río abajo, se
encontró el cajón flotando en las aguas, lo recogió y, al ver que eran dos
niños, se los llevó a su casa. A su mujer, al pronto, no le hizo mucha gracia,
pues ya tenían otras cuatro bocas que alimentar y eran muy pobres; pero al fin
sintió lástima y aceptó que se quedaran con ellos, criándolos como a sus otros
hijos.
Pasaron los años, y un día, estando los chicos en la
escuela, hubo una pelea entre uno de los hijos de los molineros y el que había
sido salvado de las aguas. El primero le dijo al otro:
-Pues tú y tu hermana sois unos mal nacidos, porque no
tenéis más padre ni madre que el río, como los sapos y las ranas.
El niño se quedó muy triste y fue a preguntarle al
molinero. Este entonces le contó la verdad, de cómo él mismo los había sacado
del río metidos en un cajón.
Los hermanos pensaron que lo mejor sería marcharse, y
a la mañana siguiente, muy temprano y sin decirle nada a nadie, cogieron lo
imprescindible y se fueron al bosque. Allí se construyeron una cabaña, y
vivieron de lo que él cazaba y la niña vendía, bajando al pueblo para ello y
volviéndose a la cabaña.
Un día se acercó por allí una pobre vieja pidiendo
limosna. La niña le dio algo de comer y entonces la viejecita le dijo:
-¡Qué cabaña más linda tenéis! Lástima que no tengáis
el pájaro que habla, el árbol que canta y el agua amarilla. Con eso ya lo
tendríais todo. Y sin decir nada más, se fue.
La niña se quedó pensando qué querría decir aquello y,
cuando llegó su hermano, se lo contó. El muchacho dijo:
-Sea lo que sea, hay que encontrar esas tres cosas.
Así que me voy por el mundo a buscarlas. Te dejo mi espada. El día que veas
correr sangre por ella, es que estoy en peligro.
Se despidió de su hermana y se marchó. Caminando,
caminando, se encontró a un ermitaño subido en lo alto de una peña y con una
barba blanca que le llegaba hasta el suelo.
-¿Adónde vas, muchacho? -le preguntó.
-Voy a buscar el pájaro que habla, el árbol que canta
y el agua amarilla.
-¡Vuélvete! ¡Vuélvete, que muchos fueron a buscarlos y
ninguno regresó!
El muchacho entonces insistió, dándose cuenta de que
aquel hombre sabía lo que a él le interesaba.
-Está bien -dijo el ermitaño. Pues tú lo quieres,
súbete aquí arriba y tápate bien los oídos para no oír nada. Toma esta bola,
échala a rodar y síguela hasta que se detenga. Pero por más voces, ruidos,
insultos y alaridos que oigas no mires más que hacia adelante. Si no, te
convertirás en piedra negra.
El muchacho siguió sus instrucciones; se subió a la
peña, tiró la bola y echó a correr tras ella. Pero los gritos, los ruidos y los
insultos eran tan fuertes, que no pudo resistir la tentación de mirar hacia
atrás, y se quedó convertido en una piedra negra, como muchas que había por
allí.
La niña vio en seguida correr la sangre por la espada
y se puso en camino. Después de mucho andar se encontró con el ermitaño, que le
dijo:
-¿Adónde vas, muchacha?
-Voy a buscar a mi hermano, que salió a buscar el
pájaro que habla, el árbol que canta y el agua amarilla -contestó ella.
El viejo le advirtió lo mismo que a su hermano, pero
también le explicó lo que tenía que hacer, si quería. La niña echó a rodar la
bola, se fue tras ella y por mucho que le gritaron y le insultaron por la
espalda siguió mirando hacia adelante hasta que la bola se detuvo.
De este modo se encontró en el jardín donde estaban el
pájaro que habla, el árbol que canta y el agua amarilla. Lo primero que vio fue
el pájaro, que le dijo:
-¿Vienes a buscarme?
-Sí, ¿qué tengo que hacer? -preguntó la niña.
-Mira, ese que ves ahí es el árbol que canta. Coge una
rama. Allí tienes el manantial de agua amarilla, con siete caños. Llena una
jarra, pero cuida hacerlo del caño que menos mana. Después ve echando agua a
las piedras negras, hasta que encuentres a tu hermano.
Todo lo hizo la niña tal como había dicho el pájaro.
Fue echando gotas de agua a las piedras negras, que al momento se convertían en
príncipes y otros personajes, hasta que dio con la piedra de su hermano, que
también se desencantó y se abrazó a su hermana.
Volvieron los dos a su cabaña, y, cuando llegaron, le
preguntó la niña al pájaro:
-¿Y ahora qué hacemos con la rama y la jarra?
-La rama la plantáis delante de la casa y a su lado
vertéis la jarra de agua -dijo el pájaro.
Así lo hicieron y en seguida la rama se convirtió en
un árbol igual que el que había encontrado la niña, y a su lado se formó un
manantial de agua amarilla. El pájaro echó a volar y se subió al árbol, del que
brotaron melodías muy hermosas.
Otro día salió el hermano a cazar y coincidió que el
hijo del rey también estaba cazando, aunque no había podido coger ninguna
pieza. En cambio el muchacho había cazado varias liebres y le regaló una al
príncipe. Este, agradecido, le invitó a ir al palacio, pero el otro dijo que
tenía que consultar.
Cuando volvió a la cabaña, le explicó a la hermana su encuentro
con el príncipe, y esta le preguntó al pájaro:
-¿Conviene que mi hermano vaya al palacio del
príncipe?
Conviene que
el príncipe venga a esta cabaña contestó el pájaro.
Así que el hermano fue a decirle al príncipe que él y
su hermana tenían mucho gusto en invitarle a su cabaña porque querían enseñarle
algunas cosas que seguramente el príncipe no había visto en su vida. El
príncipe sintió curiosidad y aceptó la invitación. Cuando llegó a la cabaña,
empezó a cantar el árbol de una forma muy melodiosa que dejó al príncipe
embelesado. Se fijó también en el manantial de agua amarilla y vio que los
hermanos hablaban con el pájaro como si tal cosa. Entonces dijo:
-¿Cómo es que yo, siendo ya rey, no tengo estas tres
maravillas? Tenéis que venir al palacio con vuestro pájaro, porque, si no, no
se lo creerán.
Fijaron la fecha de la visita y, cuando llegó el día,
el pájaro les dijo a los dos hermanos:
-Hoy vais a comer en casa de vuestro padre.
Los dos hermanos se quedaron mudos de asombro.
Entonces el pájaro les contó su verdadera historia y añadió:
-Cuando estéis allí, no probéis nada de ningún plato,
mientras no me veáis que yo doy con el pico en el mío, porque vuestras tías os
han de reconocer y tratarán de envenenaros.
En efecto, llegaron al palacio y el rey los recibió
muy bien. Cuando los vieron sus tías, una de ellas le dijo a la otra:
-Fíjate la estrellita que ella tiene en la frente.
Esos son nuestros sobrinos. Además, son casi iguales, porque son mellizos.
Se inició la comida y los platos ya venían servidos de
la cocina para los dos hermanos. Ellos miraban al pájaro y, como veían que no
tocaba con el pico en su plato, no comían de nada y dejaban pasar todo lo que
les traían. El rey se dio cuenta y les preguntó:
-¿Por qué no coméis?
Y entonces el pájaro contestó por ellos:
-Porque son vuestros hijos y no quieren morir
envenenados.
El rey quedó muy sorprendido al oír aquello y le pidió
al pájaro
que se explicara mejor. Y el pájaro contó toda la
historia. El rey, muy conmovido, se fue para sus hijos y los besó. Mandó que
inmediatamente sacaran de la pared a aquella pobre que fue su mujer, la cual
salió muy debilitada, pues solo había comido pan y agua durante todos aquellos
años. Pero sus hijos le dieron agua amarilla y se fortaleció muy pronto.
Plantaron en el jardín otro árbol, que acompañó siempre con sus bellas
canciones a todos los que vivían en el palacio, y formaron otra fuente de agua
amarilla para curar toda clase de enfermedades, por lo que siempre fueron
felices. Y a las tías envidiosas las emparedaron vivas hasta que se murieron.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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