Este era un viudo que tenía una hija ya mayorcita y
muy guapa. Enfrente de ellos vivía una viuda que también tenía una hija, pero que
era muy fea. La viuda le estaba diciendo siempre a la hija del viudo:
-Oye, María, ¿por qué no vas y le dices a tu padre que
se case conmigo? Así tú y mi hija seréis buenas amigas y yo te daré sopita de
miel.
María fue y se lo dijo a su padre:
-Padre, cásese usted con la vecina, que me dará sopita
de miel.
-No, hija mía -contestó el padre. Que primero te dará
sopita de miel, y después, sopita de hiel.
La muchacha no se quedó muy conforme, y tanto
insistió, que al fin su padre consintió en casarse con la viuda.
Al poco tiempo de vivir juntos la madrastra empezó a
maltratar a María. Le obligaba a hacer todas las cosas: ir por agua, lavar,
limpiar, y siempre la tenía en la cenicera, mientras que a su hija no la dejaba
hacer nada. María se lo dijo a su padre y su padre le contestó:
-Ya te lo decía yo, que primero te daría sopita de
miel, y después sopita de hiel.
Conque un día mandó la madrastra a la muchacha a lavar
una montaña de ropa toda llena de tizne, y solo con un trocito de jabón.
También le dio un puchero de sopa para que comiera y le dijo:
-Cuando vuelvas, tienes que traer toda la ropa muy
limpia, dos libras de jabón y el puchero lleno de sopa.
Se fue María muy triste para el río, pero por el
camino se encontró a una viejecita que le preguntó:
-¿Por qué vas tan triste, hija mía?
María se echó a llorar y le contó lo que le pasaba.
Entonces la viejecita le dijo:
-Pues tú no te apures. Toma esta cesta y mete en ella
la ropa y el jabón. Después te comes la sopa y después miras al cielo. Entonces
te concederé tres gracias: que cuando te peines, caigan perlas; que cuando te
rías, caigan rosas, y que cuando te metas la mano en el bolsillo, halles
siempre dinero.
La muchacha hizo cuanto le había dicho la viejecita.
Cuando levantó la cabeza para mirar al cielo, se le puso una estrellita de oro
en la frente y, cuando volvió a mirar en la cesta, ya estaba la ropa muy blanca
y además había dos libras de jabón. Y cuando se comió el puchero de sopa, este
se volvió a llenar en seguida.
Cogió la niña todas las cosas y se fue a su casa.
Cuando la madrastra la vio llegar con todo lo que le había mandado y con una
estrellita de oro en la frente, le preguntó que cómo había conseguido aquello.
Y María se lo contó todo: desde que se encontró con la viejecita hasta que se
volvió a la casa. La madrastra, muy envidiosa, llamó a su hija y le dijo:
-Mañana sin falta vas tú con la ropa al río para que
vuelvas con una estrellita de oro en la frente.
Al día siguiente, la madrastra le dio a su hija un
montón de ropa, pero no sucia, sino limpia, y por eso la viejecita se dio
cuenta de lo que pasaba. La hija de la madrastra se encontró con ella, y ella
dijo todas las cosas equivocadas; que primero tenía que mirar al cielo, luego
comerse el puchero y luego meter la ropa y el jabón en el cesto. Así lo hizo la
hija de la madrastra, y en cuanto miró al cielo le cayó un rabo de burro en la
frente y allí se le quedó. Cuando fue a comer, el puchero estaba vacío; luego
la ropa estaba negra y no había jabón por ninguna parte. Así se tuvo que ir a
su casa llorando venga a llorar y cada vez más fea, con aquel rabo de burro en
la frente.
Cuando la madre la vio llegar, se puso rabiosa y desde
ese momento determinó tratar a María cada vez peor y tenerla siempre en la
cenicera para que no la viera nadie. Pero la gente ya le decía «Estrellita de
Oro»; a la otra, «Rabo de Burro», y se reían de ella.
Una vez tuvo que ir el padre a un viaje muy largo y
les preguntó a sus hijas que qué querían que les trajera. Rabo de Burro le
pidió que le trajera un traje, unos zapatos y un sombrero de plumas. Estrellita
de Oro dijo que solo quería que le trajera una ramita del primer árbol que se
encontrara por el camino.
Se marchó el padre, y al primer árbol que vio fue y le
cortó una ramita y se la guardó. En la ciudad compró todas las cosas que le
había pedido su hijastra. Así, cuando volvió, entregó a sus hijas todo lo que
le habían pedido.
Poco tiempo después se empezó a celebrar en el palacio
del rey un gran baile que iba a durar tres noches para que el príncipe pudiera
elegir una novia para casarse. Entonces la madrastra arregló muy bien a Rabo de
Burro con el traje, los zapatos y el sombrero de plumas, mientras que a
Estrellita de Oro le echó lentejas en las cenizas, le dijo que no saliera de
allí hasta que las limpiara, y además la dejó encerrada. Pero Estrellita de Oro
cogió la rama de árbol que le había traído su padre, y que era la varita de las
siete virtudes, y dijo:
-Varita de virtud, por el poder que tú tienes, que
vengan los pajaritos a ayudarme.
Al instante se presentaron muchos pajaritos y le
limpiaron las lentejas en un momento. Luego le pidió a la varita de las siete
virtudes un vestido de plata con encajes y unos zapatos de oro para ir al
baile. Inmediatamente lo tuvo todo allí; se vistió y se fue por la chimenea.
Cuando llegó al palacio, el príncipe se fijó en ella y
le pidió un baile. Luego otro, y así todo el tiempo, de manera que estuvo
bailando toda la noche con ella sin hacerles caso a las demás. Se enamoró de
Estrellita de Oro y le pidió que se casara con él. Pero Estrellita de Oro le
dijo que ya le contestaría, porque era muy tarde y tenía que irse. El príncipe
quiso acompañarla hasta su casa, pero Estrellita de Oro aprovechó un descuido y
desapareció.
Al llegar a casa, le dijo a la varita de las siete
virtudes:
-Varita de virtud, por el poder que tú tienes,
devuélveme a mi anterior estado.
Al momento volvió a quedar con su ropa sucia y todo
como antes. Rabo de Burro y su madre llegaron poco después del baile y venían
diciendo:
-¡Ay, qué muchacha más bonita estaba en el baile!
¿Quién será, quién no será?
Y Estrellita de Oro nada decía.
Llegó la segunda noche y volvió a ocurrir todo como la
noche anterior, y llegó la tercera y ya el príncipe no quería descuidarse para
que Estrellita de Oro no se le escapara. Pero esta, cuando llegó la hora, echó
a correr tan deprisa, que se le cayó un zapato.
El príncipe se agachó a cogerlo y, cuando se volvió a
levantar, ya no vio a la muchacha. Se puso muy triste y publicó un bando
diciendo que se casaría con la que fuera la dueña del zapato.
Fueron sus criados por todas partes, probando el zapato
a todas las muchachas, pero a ninguna le estaba bien, a pesar de que algunas se
cortaban un dedo y otras hasta dos. Por fin llegaron a casa de Rabo de Burro y
esta se cortó medio pie, pero ni así le vino bien el zapato. Preguntó el
príncipe si no habría otra muchacha en la casa, y contestó la madrastra que no,
que solo quedaba la que estaba siempre en la cenicera, pero que era muy fea y
muy sucia.
El príncipe dijo que la llamaran y, cuando apareció
Esterilla de Oro, ya venía con traje de plata con encajes, y todos se quedaron
maravillados. Se probó el zapato y le quedó muy bien.
Dijo entonces el príncipe que se casaría con ella,
pero que lo esperase allí, porque tenía que volver a recogerla con la comitiva
para llevarla al palacio.
En cuanto el príncipe se marchó, dijeron la madrastra
y su hija: -A esta la matamos.
La cogieron ,y se la llevaron al campo arrastrando y
allí, sobre una piedra, la golpearon hasta que la creyeron muerta. Luego le
sacaron los ojos y la lengua, y la abandonaron.
Poco después pasó por allí un pastor de ovejas, y como
se encontró a la niña chorreando sangre, aunque no estaba muerta, la cogió y se
la llevó a su choza, con su mujer. Entre los dos la cuidaron y la limpiaron muy
bien. Al cabo de algún tiempo la niña se puso buena, aunque no veía ni podía
hablar. Un día se metió la mano en el bolsillo y la sacó llena de dinero y se
lo entregó al pastor. Como adivinó la cara de sorpresa que puso el hombre, se
echó a reír y al momento cayeron muchas rosas. Por señas le dijo al pastor que
fuera a venderlas, pero que no las vendiera por dinero, sino por una lengua.
Bajó el pastor al pueblo y se puso a pregonar:
-¡Rosas, vendo rosas!
Rabo de Burro lo oyó desde su casa y dijo:
-¿Rosas en este tiempo? Madre, cómpremelas usted, que
ahora nadie las tiene.
Llamaron al pastor y le preguntaron que cuánto valían
las rosas. Pero el pastor dijo que no quería dinero, sino solo una lengua. Rabo
de Burro le dijo a su madre:
-¿Por qué no le damos la lengua de Estrellita de Oro,
que la tenemos guardada?
Y la madre respondió:
-No, hija. Que eso puede tener resultado.
Pero tanto insistió la hija, que al fin consintió la
madre. Volvió el pastor a su choza muy contento y le entregó la lengua a la
muchacha. Esta, con ayuda de su varita de virtud, se la puso y en seguida
empezó a hablar. Otro día la mujer del pastor estaba peinando a la niña y
cayeron perlas. Estrellita de Oro le dijo al hombre que fuera a venderlas, pero
que solo las entregara a cambio de unos ojos.
Otra vez bajó el pastor al pueblo, se puso a pregonar
sus perlas, y otra vez Rabo de Burro consiguió de su madre que le comprara las
perlas con los ojos de Estrellita de Oro, que también tenían guardados.
Cuando el pastor regresó a su choza y le entregó los
ojos a la muchacha, esta dijo:
-Varita de virtud, por la gracia que tú tienes, que me
pongas mis ojos como los tenía antes.
Así ocurrió y Estrellita de Oro volvió a ver. Entonces
pudo escribirle una carta al príncipe contándole todo lo que había pasado y
pidiéndole que viniera por ella. El príncipe se alegró y se sorprendió mucho,
porque las otras le habían contado que Estrellita de Oro se había escapado de
la casa para no tener que casarse con él. Fue por ella corriendo, se arreglaron
las bodas y se casaron. El príncipe le preguntó después a su mujer que qué
castigo quería que les pusiera a su madrastra y a Rabo de Burro. Estrellita de
Oro dijo que ninguno, porque ella las perdonaba. Pero el príncipe mandó que las
detuvieran, que las ahorcaran y que echaran sus cuerpos en una caldera de
aceite hirviendo. Y así se hizo.
Y aquí se acabó el cuento con pan y pimiento, y el que
levante el culo se encuentra un duro.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
No hay comentarios:
Publicar un comentario