Mientras la joven dormía, el Príncipe Gracioso
cazaba en aquel bosque a la luz de las antorchas. Un cuervo perseguido por los
perros fué a acurrucarse cerca de la mata junto a la que descansaba Rosalía. De
repente los perros cesaron de ladrar y se agruparon silenciosamente. El
Príncipe bajó de su caballo, intrigado, y recibió una gran sorpresa al ver a la
hermosa joven apaciblemente dormida. Al examinarla de cerca vió en sus mejillas
huellas de lágrimas. El traje de Rosalía, aunque no era llamativo, denotaba en
su poseedora más que bienestar; sus lindas manos, sus cabellos de color castaño
cuidadosamente recogidos con un peine de oro, sus elegantes zapatos y un collar
de perlas finas en torno de su cuello dejaban traslucir su elevada alcurnia.
El Príncipe, estupefacto, no se cansaba de mirar a
Rosalía. Ninguna de las personas de su corte que ahora se hallaban junto a él la conocía. Inquieto
por su sueño tan profundo, Gracioso le cogió la mano con suavidad, pero Rosalía
continuó durmiendo.
-No puedo abandonar así a esta desgraciada niña
que, sin duda, ha sido extraviada a propósito, víctima de alguna odiosa maquinación.
Pero ¿cómo llevárnosla dormida?
-Príncipe -le dijo su montero Hubert, ¿no podríamos
transportarla en unas parihuelas hechas con ramas?
-Es una buena idea -dijo el Príncipe. Haced las
parihuelas y llevadla en ellas a mi palacio. Esta joven debe de ser de alto
nacimiento y es bella como un ángel.
Hubert y los restantes cazadores arreglaron pronto
las parihuelas, sobre las cuales extendió el Príncipe su propio manto. Después,
aproximándose a Rosalía, la cogió en sus brazos y la puso sobre el manto. En
aquel instante Rosalía parecía soñar y murmuró en voz baja:
-¡Padre mío... padre mío... salvado para siempre! ¡La Reina de las Hadas... el
Príncipe Gracioso... ya lo veo... ya lo veo... qué guapo es!
El Príncipe, sorprendido al oír pronunciar su
nombre, no dudó ya de que Rosalía era una Princesa bajo el yugo de un
encantamiento y dió orden a sus criados de que anduvieran despacio para que el
movimiento no despertase a Rosalía.
Al llegar al palacio, el Príncipe Gracioso hizo
preparar la cámara de la Reina
y, no queriendo que nadie tocase a la joven, la llevó él mismo en brazos hasta
la cama y recomendó a las doncellas que habían de servirla que le avisasen
cuando despertase.
Rosalía durmió hasta el día siguiente muy tarde;
miró a su alrededor sorprendida y, como no vió a la maligna rata, se quedó muy
contenta.
-¿Será -dijo -que estoy en casa de algún Hada más
poderosa que Detestable?
Se levantó y fué a la ventana; desde allí vió
hombres de armas y oficiales con brillantes uniformes. Cada vez más
sorprendida, iba a llamar a uno de aquellos hombres que ella creía otros tantos
encantadores, cuando oyó pasos en su habitación. Al volverse vió al Príncipe
Gracioso que iba vestido con un traje de caza muy elegante y estaba mirándola
con admiración. Rosalía reconoció en él inmediatamente al Príncipe de su sueño
y exclamó involun-tariamente:
-¡El Príncipe Gracioso!
-¿Me conocéis, señorita? -dijo el Príncipe,
sorprendido.
-No os he visto más que en sueños, Príncipe -dijo
Rosalía ruborizandose.
Rosalía le contó entonces todo lo que le había
dicho su padre el día anterior y le confesó candorosamente su culpable
curiosidad y las fatales consecuencias que había tenido para ella y para su
padre.
El Príncipe, por su parte, le contó como le había
encontrado dormida en el bosque y añadió:
-Lo que vuestro padre no os ha dicho, Rosalía, es
que la Reina de
las Hadas, nuestra pariente, había decidido que me casara con vos cuando
tuvieseis quince años. Sin duda es ella misma la que me ha inspirado el deseo
de ir a cazar por la noche a fin de poderos encontrar en el bosque. Puesto que
tendréis quince años dentro de pocos días, Rosalía, podéis considerar el
palacio como vuestro y mandar en él como Reina y Señora. Pronto estará libre
vuestro padre y podremos celebrar nuestras bodas.
Rosalía dió las gracias a su primo y le acompañó en
un paseo por el palacio. Al llegar al invernadero vio una pequeña rotonda
adornada con flores escogidas. En medio de ellas había como un árbol cubierto
por completo de una tela muy recia.
0.012.1 anonimo (alemania) - 066
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