Cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo, se
encontraron un día con Juan Soldado. Este acababa de salir de la mili y estaba
sentado a la vera del camino. Cristo le dijo a San Pedro que se acercara y le pidiera
uno de los dos cigarros que tenía. Fue San Pedro, le pidió el cigarro, y el
otro se lo dio. Luego, también de parte de Cristo, San Pedro le pidió dos
reales de cuatro que tenía, y también se los dio. Y por último le pidió la
mitad de un pan que llevaba, y Juan Soldado le dio la mitad de su pan.
Entonces Juan Soldado se unió a Cristo y a San Pedro y
juntos se pusieron a caminar. Cuando ya llevaban mucho tiempo andando, se
encontraron con un pastor y, como tenían mucha hambre, le compraron un carnero
para comérselo. Dijo Cristo:
-¿Quién lo va a matar?
Y contesta Juan Soldado:
-Yo, yo lo mato.
-¿Y quién va a cocinarlo?
-Yo, que también sé prepararlo.
Bueno, pues Juan Soldado mató y asó el carnero, pero,
antes de servirlo, se comió la asadura él solito y no dijo nada. Se pusieron a
comer, y dice Cristo:
-¿Dónde está la asadura?
-Eso -dijo San Pedro, ¿dónde está la asadura?
-Los demonios me lleven si yo lo sé -contestó Juan
Soldado. Bueno, pues quedó ahí la cosa.
Después llegaron a un pueblo y oyeron doblar a muerto.
-¿Por quién tocan? -preguntaron.
Y les respondieron que se había muerto la hija de un
conde y la iban a enterrar. Cristo le dijo a uno:
-Enséñanos la casa.
Le enseñaron dónde era y Cristo le dijo a la familia
que si le dejaban él resucitaba a la niña. Y le dijeron que estaba muy bien.
Se metió Cristo en el cuarto de la muerta y mandó que
le trajeran una caldera de agua hirviendo. Metió tres veces a la muerta en la
caldera de agua hirviendo y la muerta resucitó. Le pagaron cuatro mil reales y
se fueron.
-Anda, tonto, ¿y por qué no les pidió usted ocho mil?
-dijo Juan Soldado.
Entonces Cristo dividió el dinero en cuatro partes; y
Juan Soldado preguntó que para quién era la cuarta, si ellos solo eran tres.
Entonces Cristo le contestó:
-Las tres primeras, una para cada uno, y la cuarta,
para el que se comió la asadura del carnero.
-¡Pues entonces es para mí!
Y con eso se delató Juan Soldado. Cuando se dio
cuenta, él mismo dijo:
-Bueno, a partir de ahora me iré solo.
-Como tú quieras -dijo Cristo. Pero cuenta que ya te
he favorecido una vez.
Llegó Juan Soldado a otro pueblo que tocaban a muerto.
Preguntó que por quién tocaban y le dijeron que se había muerto la hija del rey
y ya la iban a enterrar. Pidió Juan Soldado que le indicaran dónde estaba el
palacio y allí que se presentó diciendo que por ocho mil reales podía él
resucitar a la princesa. El rey le dijo que estaba bien, pero que, si no lo
conseguía, lo ahorcaban sobre la marcha.
Pidió Juan Soldado un caldero de agua hirviendo y lo
dejaron solo con la muerta. Metió a la princesa tres veces en el caldero, pero
nada. Aquello no resucitaba ni nada. Como veían que Juan no salía, abrieron la
puerta y lo hallaron con la muerta sin saber qué hacer. Entonces lo detuvieron
y lo montaron en una burra para llevarlo al sitio donde lo tenían que ahorcar.
Pero en el camino se encontraron con Cristo y San
Pedro.
-Esos bribones son los que me han enseñado a resucitar
-dijo Juan Soldado.
Preguntaron los otros que por qué lo llevaban así y,
cuando se lo explicaron, dice Cristo:
-Vamos otra vez al palacio, que yo reviviré a la
princesa.
Y así lo hizo. El rey se puso muy contento de ver a su
hija resucitada y soltó a Juan Soldado.
-Mira -le dijo Cristo a Juan Soldado, no te creas que
puedes hacer todo lo que yo hago, y ten en cuenta que ya te he favorecido dos
veces. La próxima será la última.
-No seas tonto y pide la gloria, que es tu última
oportunidad -le dijo San Pedro a Juan Soldado.
-¡Qué gloria ni qué ocho cuartos! -dijo Juan Soldado.
Quiero un peral que todo el que se suba no pueda bajarse hasta que a mí me dé
la gana. Una porra que cuando yo diga: «¡Porrita, componte!», se líe a palos
con el que sea. Y un saco que solo se abra y se cierre cuando yo lo mande, y
que esté lleno de oro.
Todo se lo concedieron y marchó Juan Soldado otra vez
por el mundo. Pasó mucho tiempo, y Juan Soldado no hacía más que darse
la gran vida con todo aquel dinero, defendiéndose con
su porra de todos los que le querían robar y divirtiéndose de todo el que
quería, haciéndole subir al peral y dejándolo allí una temporadita. Pero, como
ya había pasado mucho tiempo, dice el demonio:
-Ya está viejo Juan Soldado. Hay que ir a buscarlo,
que es nuestro, porque no quiso la gloria. A ver, ¿quién quiere ir? Y dice otro
demonio:
-Que vaya judas.
-Muy bien, que vaya judas.
Así que fue judas y llamó a la puerta de Juan Soldado:
-¿Quién es?
-Judas.
-¿Y tú qué quieres?
-Te vengo a buscar.
Entonces Juan Soldado se asomó a la puerta y dice:
-Está bien. Ahora mismo me preparo. Pero como el camino
es muy largo, necesitaremos algo para comer. Anda, súbete al peral y coge todas
las peras que puedas.
Se subió Judas al peral y por más que quiso no se pudo
bajar de allí. Entonces Juan Soldado le dijo a su porra: «¡Porrita, componte!»,
y la porra se lió a darle palos a judas, venga palos, venga palos, que lo dejó
hecho polvo. Luego le permitió marcharse y el diablo no tuvo más remedio que
mandar a otro demonio. Este llamó a la puerta de Juan Soldado y dice:
-Venga, Juan, que es tu hora.
-Entra, hombre, entra -dijo Juan. Pero, mira, como el
viaje es muy largo, vamos a necesitar mucho dinero. Mete la mano en ese saco y
coge todo el que puedas.
Metió el demonio la mano en el saco y, claro, ya no la
pudo sacar, porque Juan cerró el saco con su voluntad. Entonces Juan Soldado le
dice a su porra: «¡Porrita, componte!», y al momento se puso a darle palos al
demonio, que lo dejó destrozado.
Siguió viviendo Juan Soldado unos cuantos años, y ya
era tan viejo, tan viejo, que él solito llegó a las puertas del infierno, con
su saco al hombro, donde ya apenas quedaba dinero. Llamó y desde dentro
preguntaron:
-¿Quién es?
-Juan Soldado.
-Juan Soldado? Pues estás listo si te crees que te
vamos a abrir, con lo que le hiciste al pobre judas y al otro demonio. ¡Vete
por ahí con viento fresco, que aquí hace mucho calor!
Así que no tuvo más remedio Juan Soldado que seguir
andando, andando con su saco al hombro, hasta que llegó a las puertas del
cielo. Llamó y le abrió San Pedro:
-¡Hombre!, ¿tú por aquí? Cuando te ofrecieron entrar
en la gloria, dijiste que no, y preferiste ese saco de dinero.
-¿Dinero? -dijo Juan Soldado. Tú mismo puedes
comprobar que no he gastado casi nada.
Entonces San Pedro abrió el saco y metió la cabeza
para ver cuánto dinero había. Y, claro, ya no pudo sacar la cabeza, porque Juan
no quiso. San Pedro empezó a protestar:
-¡Sácame de aquí, bribón! ¡Sácame de aquí!
Tanto gritaba, que salió Cristo a ver lo que ocurría,
y dice:
-¡Hombre, Juan Soldado! ¿Por qué le haces esto a San
Pedro? ¿No ves que con la cabeza dentro del saco no puede vigilar la puerta y
se nos puede colar cualquiera?
Y como Juan Soldado no cedía, pues Cristo no tuvo más
remedio que dejarlo entrar en la gloria, a cambio de que el otro permitiera que
San Pedro sacara la cabeza del saco.
Y colorín colorao, este cuento se ha acabao.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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