Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

Juan soldado, cristo y san pedro

Cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo, se encontraron un día con Juan Soldado. Este acababa de salir de la mili y estaba sentado a la vera del camino. Cristo le dijo a San Pedro que se acercara y le pidiera uno de los dos cigarros que tenía. Fue San Pedro, le pidió el cigarro, y el otro se lo dio. Luego, también de parte de Cristo, San Pedro le pidió dos reales de cuatro que tenía, y también se los dio. Y por último le pidió la mitad de un pan que llevaba, y Juan Soldado le dio la mitad de su pan.
Entonces Juan Soldado se unió a Cristo y a San Pedro y juntos se pusieron a caminar. Cuando ya llevaban mucho tiempo andando, se encontraron con un pastor y, como tenían mucha hambre, le compraron un carnero para comérselo. Dijo Cristo:
-¿Quién lo va a matar?
Y contesta Juan Soldado:
-Yo, yo lo mato.
-¿Y quién va a cocinarlo?
-Yo, que también sé prepararlo.
Bueno, pues Juan Soldado mató y asó el carnero, pero, antes de servirlo, se comió la asadura él solito y no dijo nada. Se pusieron a comer, y dice Cristo:
-¿Dónde está la asadura?
-Eso -dijo San Pedro, ¿dónde está la asadura?
-Los demonios me lleven si yo lo sé -contestó Juan Soldado. Bueno, pues quedó ahí la cosa.
Después llegaron a un pueblo y oyeron doblar a muerto.
-¿Por quién tocan? -preguntaron.
Y les respondieron que se había muerto la hija de un conde y la iban a enterrar. Cristo le dijo a uno:
-Enséñanos la casa.
Le enseñaron dónde era y Cristo le dijo a la familia que si le dejaban él resucitaba a la niña. Y le dijeron que estaba muy bien.
Se metió Cristo en el cuarto de la muerta y mandó que le trajeran una caldera de agua hirviendo. Metió tres veces a la muerta en la caldera de agua hirviendo y la muerta resucitó. Le pagaron cuatro mil reales y se fueron.
-Anda, tonto, ¿y por qué no les pidió usted ocho mil? -dijo Juan Soldado.
Entonces Cristo dividió el dinero en cuatro partes; y Juan Soldado preguntó que para quién era la cuarta, si ellos solo eran tres. Entonces Cristo le contestó:
-Las tres primeras, una para cada uno, y la cuarta, para el que se comió la asadura del carnero.
-¡Pues entonces es para mí!
Y con eso se delató Juan Soldado. Cuando se dio cuenta, él mismo dijo:
-Bueno, a partir de ahora me iré solo.
-Como tú quieras -dijo Cristo. Pero cuenta que ya te he favorecido una vez.
Llegó Juan Soldado a otro pueblo que tocaban a muerto. Preguntó que por quién tocaban y le dijeron que se había muerto la hija del rey y ya la iban a enterrar. Pidió Juan Soldado que le indicaran dónde estaba el palacio y allí que se presentó diciendo que por ocho mil reales podía él resucitar a la princesa. El rey le dijo que estaba bien, pero que, si no lo conseguía, lo ahorcaban sobre la marcha.
Pidió Juan Soldado un caldero de agua hirviendo y lo dejaron solo con la muerta. Metió a la princesa tres veces en el caldero, pero nada. Aquello no resucitaba ni nada. Como veían que Juan no salía, abrieron la puerta y lo hallaron con la muerta sin saber qué hacer. Entonces lo detuvieron y lo montaron en una burra para llevarlo al sitio donde lo tenían que ahorcar.
Pero en el camino se encontraron con Cristo y San Pedro.
-Esos bribones son los que me han enseñado a resucitar -dijo Juan Soldado.
Preguntaron los otros que por qué lo llevaban así y, cuando se lo explicaron, dice Cristo:
-Vamos otra vez al palacio, que yo reviviré a la princesa.
Y así lo hizo. El rey se puso muy contento de ver a su hija resucitada y soltó a Juan Soldado.
-Mira -le dijo Cristo a Juan Soldado, no te creas que puedes hacer todo lo que yo hago, y ten en cuenta que ya te he favorecido dos veces. La próxima será la última.
-No seas tonto y pide la gloria, que es tu última oportunidad -le dijo San Pedro a Juan Soldado.
-¡Qué gloria ni qué ocho cuartos! -dijo Juan Soldado. Quiero un peral que todo el que se suba no pueda bajarse hasta que a mí me dé la gana. Una porra que cuando yo diga: «¡Porrita, componte!», se líe a palos con el que sea. Y un saco que solo se abra y se cierre cuando yo lo mande, y que esté lleno de oro.
Todo se lo concedieron y marchó Juan Soldado otra vez por el mundo. Pasó mucho tiempo, y Juan Soldado no hacía más que darse
la gran vida con todo aquel dinero, defendiéndose con su porra de todos los que le querían robar y divirtiéndose de todo el que quería, haciéndole subir al peral y dejándolo allí una temporadita. Pero, como ya había pasado mucho tiempo, dice el demonio:
-Ya está viejo Juan Soldado. Hay que ir a buscarlo, que es nuestro, porque no quiso la gloria. A ver, ¿quién quiere ir? Y dice otro demonio:
-Que vaya judas.
-Muy bien, que vaya judas.
Así que fue judas y llamó a la puerta de Juan Soldado:
-¿Quién es?
-Judas.
-¿Y tú qué quieres?
-Te vengo a buscar.
Entonces Juan Soldado se asomó a la puerta y dice:
-Está bien. Ahora mismo me preparo. Pero como el camino es muy largo, necesitaremos algo para comer. Anda, súbete al peral y coge todas las peras que puedas.
Se subió Judas al peral y por más que quiso no se pudo bajar de allí. Entonces Juan Soldado le dijo a su porra: «¡Porrita, componte!», y la porra se lió a darle palos a judas, venga palos, venga palos, que lo dejó hecho polvo. Luego le permitió marcharse y el diablo no tuvo más remedio que mandar a otro demonio. Este llamó a la puerta de Juan Soldado y dice:
-Venga, Juan, que es tu hora.
-Entra, hombre, entra -dijo Juan. Pero, mira, como el viaje es muy largo, vamos a necesitar mucho dinero. Mete la mano en ese saco y coge todo el que puedas.
Metió el demonio la mano en el saco y, claro, ya no la pudo sacar, porque Juan cerró el saco con su voluntad. Entonces Juan Soldado le dice a su porra: «¡Porrita, componte!», y al momento se puso a darle palos al demonio, que lo dejó destrozado.
Siguió viviendo Juan Soldado unos cuantos años, y ya era tan viejo, tan viejo, que él solito llegó a las puertas del infierno, con su saco al hombro, donde ya apenas quedaba dinero. Llamó y desde dentro preguntaron:
-¿Quién es?
-Juan Soldado.
-Juan Soldado? Pues estás listo si te crees que te vamos a abrir, con lo que le hiciste al pobre judas y al otro demonio. ¡Vete por ahí con viento fresco, que aquí hace mucho calor!
Así que no tuvo más remedio Juan Soldado que seguir andando, andando con su saco al hombro, hasta que llegó a las puertas del cielo. Llamó y le abrió San Pedro:
-¡Hombre!, ¿tú por aquí? Cuando te ofrecieron entrar en la gloria, dijiste que no, y preferiste ese saco de dinero.
-¿Dinero? -dijo Juan Soldado. Tú mismo puedes comprobar que no he gastado casi nada.
Entonces San Pedro abrió el saco y metió la cabeza para ver cuánto dinero había. Y, claro, ya no pudo sacar la cabeza, porque Juan no quiso. San Pedro empezó a protestar:
-¡Sácame de aquí, bribón! ¡Sácame de aquí!
Tanto gritaba, que salió Cristo a ver lo que ocurría, y dice:
-¡Hombre, Juan Soldado! ¿Por qué le haces esto a San Pedro? ¿No ves que con la cabeza dentro del saco no puede vigilar la puerta y se nos  puede colar cualquiera?
Y como Juan Soldado no cedía, pues Cristo no tuvo más remedio que dejarlo entrar en la gloria, a cambio de que el otro permitiera que San Pedro sacara la cabeza del saco.
Y colorín colorao, este cuento se ha acabao.

0.003.1 anonimo (españa) - 075

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