Otro día iba la zorra por un camino, muerta de hambre,
cuando vio venir a unos sardineros. Venían estos en sus borricos con las
albardas llenas de sardinas. Va entonces la zorra y se tumba en medio del
camino, haciéndose la muerta.
Se acercan los sardineros y dice uno:
-Mirad qué zorra más bonita. La pobre seguramente se
ha muerto de hambre. Me la llevaré a mi casa para quitarle la piel.
Se apea de su borrico, coge la zorra, que sigue
haciéndose la muerta, y la sube a las albardas.
Siguieron los sardineros su camino, y mientras iban
conversando, la zorra iba atracándose de sardinas. Cuando ya había llenado bien
la panza, dio un salto y echó a correr. Ya en el monte, se paró un momento a
sacarse unas espinas que se le habían quedado entre los dientes, y a esto que
llega el lobo y le dice:
-Caramba, zorrita, bien se nota lo mucho que ha comido
usted. ¿Se puede saber qué ha sido?
-Pues mire usted, compá lobo, he ido al río a comer
truchas y me he hartado. Porque está el río así de truchas. No hay más que
meter una cesta y en seguida se llena.
-Pues lléveme usted a ese río, comá zorra, que estoy
que me muero de hambre. Pero tenga usted mucho cuidado, que, si no es verdad lo
que dice, me la como a usted.
-Descuide, compá lobo. ¿Cómo iba yo a engañarlo a
usted? Eso, ni pensarlo. Solo nos hace falta una cesta.
Camino del río se encontraron una cesta que unos
arrieros habían dejado por allí.
-Bueno, compá lobo -dijo la zorra, lo mejor será que
yo le ate a usted la cesta al rabo, y así no tiene más que pasearse un ratito
por el agua, mientras la cesta se va llenando de truchas. Yo iré detrás,
jaleándolas.
Y así lo hicieron. El lobo, con su cesta atada al
rabo, empezó a dar vueltas por el agua, y la zorra le iba echando en la cesta
piedras y cantos del río. Cuando venía una corriente, decía el lobo:
-Zorrita, zorrita, venga usted, que ya no puedo tirar
de la cesta.
-Tenga usted paciencia, compá lobo, que ya se va
llenando.
Y seguía metiendo piedras y guijarros, sin que el otro
se diera cuenta de nada. Venía otra corriente, y el lobo decía:
-Zorrita, zorrita, venga usted que me ahogo.
Pero, cuando volvió la cabeza, la zorra había echado a
correr y no paró hasta llegar a su madriguera, mientras al lobo se lo llevaba
la corriente. Por fin pudo agarrarse a las ramas de un árbol que caía sobre el
río y empezó a tirar y a dar saltos, con la cesta cargada de piedras. Tanto
tiró, que se le arrancó el rabo. Y así salió del agua además de mojado y muerto
de hambre, jurando venganzas en cuanto le echara la vista encima a la zorra.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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