Cuentan que un día de Difuntos paseaban tres
estudiantes borrachos por las afueras de una ciudad, después que habían estado
de francachela. Acertaron a pasar por delante de un cementerio, y les dio por
entrar a burlarse de los muertos. Nada más entrar estaba la huesera. Uno de los
estudiantes tropezó con una calavera y estuvo a punto de caer. Los otros dos se
echaron a reír, y el que había tropezado se vuelve y, dándole un puntapié a la
calavera, le dice:
-¡Pues no estás bonito tú ni ná! No te enfades, pelón,
que esta noche te convido a comer en mi casa.
Siguieron los estudiantes su juerga y no se volvieron
a acordar del percance. El que le había dado el puntapié a la calavera estaba
ya durmiendo en su casa, cuando a esto se oyen unos golpes tremendos en la
puerta.
-¿Quién es? -preguntó el criado, que dormía en otra
habitación. Y viendo que no contestaba nadie, bajó a ver qué pasaba.
Como era noche cerrada, no pudo distinguir bien quién
era. Pero este le dijo:
-¿Está el señorito en casa?
-Pues... depende.
-Dígale usted que está aquí el que convidó esta noche
a cenar. Subió el criado y despertó al estudiante, y le contó lo que pasaba.
-Tú estás loco o desvarías? -dijo el estudiante. Pero
al momento se acordó de lo del cementerio. Se levantó y le dijo al criado que
pasara al que fuera.
Cuando estuvo dentro, vieron que el convidado era una
estatua muy pálida. El señorito ordenó que le pusieran de cenar de todo lo
mejor que hubiera en la casa, y así lo hizo el criado. Puso una gran mesa a
base de lechón, pavo y frutas de todas clases. Pero la estatua no probó nada, y
le dijo:
-Yo nada de esto puedo comer, pero he tenido mucho
gusto en acudir a su casa. Ahora tengo el honor de convidarlo a usted a mi
mesa, mañana, en el mismo sitio donde hoy nos hemos encontrado y a la misma
hora.
El estudiante les contó a sus amigos lo que había
pasado y a todos les dio mucho miedo y dijeron que ellos no iban. Pero el
estudiante, que se las daba de valiente, dijo:
-Pues yo sí que voy.
También se enteró un cura de lo que pasaba y le dio al
estudiante una reliquia para que se la pusiera en el cuello, con una cadena.
Conque aquella noche fue el estudiante al cementerio,
y como iba solo ya empezó a darle un poco de miedo. Todavía más miedo le entró
cuando vio que la puerta se abría sola, y que en la misma huesera había una
mesa con unos candelabros. En una punta de la mesa estaba aquel señor, la
estatua, que era que se había bajado del nicho del muerto, y que le dijo:
-Siéntate.
El estudiante empezó a temblar y se sentó.
-Come, hombre, come -le dijo la estatua.
Pero todo lo que había para comer era un plato de
ceniza. El estudiante lo miraba sin decir nada.
-¿Qué te pasa? ¿Es que no tienes apetito?
Y el estudiante nada decía. Al cabo de un rato le dice
la estatua:
-Así aprenderás a no reírte de los muertos. Y conste
que te va a salvar esta noche la reliquia que llevas. Anda, vete ya.
Pero el estudiante se puso muy enfermo y, cuando llegó
a su casa, se metió en la cama. No duró ni dos días.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
No hay comentarios:
Publicar un comentario