Ni siquiera el león se atrevía a discutir el poder del
enorme elefante. Y sin embargo un atrevido canario lo desafió sin temor.
-Te propongo una prueba -le dijo. Aquel de los dos que
sea más poderoso, se convertirá en el rey de la selva.
Cuando consiguió controlar su risa, el elefante
preguntó en que podría consistir esa extraña prueba, capaz de medir sus fuerzas
contra las de un canario.
-Es muy sencillo -dijo el canario. Veremos quién de
los dos es capaz de tomar más agua.
El elefante aceptó sin ningún temor. La propuesta era
simple-mente ridícula.
-Yo soy un animal muy sediento -dijo entonces el
canario. Las lagunas y los arroyos no son suficientes para mi sed. Te llevaré
al único lugar donde tendremos bastante agua para nuestra prueba.
Y llevó al elefante a las orillas del mar. El elefante
estaba un poco impresionado por la audacia del pajarillo. Era la primera vez
que llegaba hasta allí y hasta un elefante se siente pequeño frente al océano.
-Por el momento, eres el rey -dijo el canario. Y, por
lo tanto, te corresponde ser el primero. Después veremos si soy capaz de beber
tanto como tú.
El elefante metió la trompa para absorber el agua del
mar y llevársela a la boca.
Pero el líquido salado le hizo arder el tierno interior de su
larguísima nariz y, resoplando furioso, la dejó salir. Entonces lo intentó otra
vez, adentrándose un poco más en el mar y metiendo la boca directamente dentro
del agua. El primer sorbo lo escupió: jamás había probado algo tan
desagradable. Pero después, con un enorme esfuerzo de voluntad, comenzó a tomar
y tomar. Entretanto, tal como el canario lo había calculado, subía la marea.
-¡Elefante, estás haciendo trampa! En lugar de tomar
agua, solo
estás arrojando más con tus resoplidos. ¡Mira cómo el mar crece y crece!
estás arrojando más con tus resoplidos. ¡Mira cómo el mar crece y crece!
El tonto elefante seguía bebiendo desesperado hasta
que ya no pudo más. Y él mismo veía cómo las olas devoraban la playa: cada vez
parecía haber más y más agua.
-Ahora te toca a ti -dijo malhumorado, con un
espantoso dolor de barriga.
El canario había calculado los tiempos con mucha
precisión. Cuando acercó su piquito al agua fingiendo que bebía, la marea había
empezado a bajar.
-¡Mira, mira cómo se achica el mar! -le decía al
elefante entre trago y trago.
El elefante veía con sus propios ojos cómo el canario
se estaba bebiendo el océano entero, que retrocedía sobre la arena. Hasta que,
admirado, se dio por vencido.
Nunca había tenido el bosque un rey tan inteligente y
tan sabio como el pequeño canario, que supo dar la felicidad a todos su
súbditos.
0.009.1 anonimo (africa-sahara) - 059
No hay comentarios:
Publicar un comentario