Había un hombre viudo que se llamaba Prudente y que
vivía con su hija. Su mujer había muerto pocos días después del nacimiento de
la niña, que se llamaba Rosalía.
El padre de Rosalía era rico y vivía en una gran
casa que era de su propiedad. La casa estaba rodeada de un gran jardín, en
donde Rosalía iba a pasearse siempre que quería.
Había sido criada con mucho cariño, pero su padre
la acostumbró a una estricta obediencia. Le tenía prohibido dirigirle preguntas
inútiles e insistir para saber lo que él no quería decirle. Casi había logrado
a fuerza de cuidados y vigilancia desarraigar en ella un defecto
desgraciadamente muy común: la curiosidad.
Rosalía no salía nunca del parque, que estaba
rodeado de elevados muros. Nunca veía a nadie más que a su padre, pues en
aquella casa no había ningún criado y todo parecía hacerse por sí solo. Rosalía
tenía siempre lo que le hacía falta en vestidos, libros, labores y juguetes. Su
padre la educaba por sí mismo y Rosalía, aunque tenía cerca de los quince años,
no se aburría y no pensaba en que podía vivir de otro modo.
Al final del parque que rodeaba la casa había una
casita sin ventanas y con una sola puerta siempre cerrada. El padre de Rosalía
entraba en ella todos los días y llevaba siempre la llave de la puerta encima.
Rosalía creía que aquella casita servía únicamente para guardar las
herramientas del jardín y nunca había pensado en hablar acerca de ello.
Un día que buscaba una regadera para sus flores,
Rosalía dijo a su padre:
-Padre mío, déme usted la llave de la casita del
jardín.
-¿Para qué la quieres, Rosalía?
-Necesito una regadera y pienso que allí tal vez
habrá una.
-No, Rosalía. No hay ninguna regadera allí dentro.
La voz de Prudente estaba tan alterada al pronunciar
estas palabras que Rosalía le miró y vió con sorpresa que estaba muy pálido y
que el sudor inundaba su frente.
-¿Qué le pasa, padre? -preguntó Rosalía, asustada.
-Nada, hija mía, nada.
-Ha sido mi petición la que le ha trastornado a
usted tanto. ¿Qué hay en esa casa, que le causa un terror tan grande?
-Rosalía, no sabes lo que dices. Vete a buscar la
regadera en el invernadero.
-Pero, ¿qué hay, pues, en la casita?
-Nada que te interese, Rosalía.
-¿Por qué, pues, va usted a ella todos los días y no
me deja que le acompañe?
-Rosalía, ya sabes que no me gustan las preguntas.
La curiosidad es un defecto muy feo.
Rosalía no dijo nada más, pero se quedó muy
pensativa. La casita, en la cual nunca había pensado hasta entonces, la tenía
ahora muy preocupada.
"¿Qué habrá allí dentro? -se decía. ¡Mi padre
ha palidecido cuando le he dicho que me dejase entrar en ella!... Eso es que
cree que si entraba yo correría algún peligro. Pero, entonces, ¿por qué va él
allí todos los días? Sin duda hay encerrada una bestia feroz y él le lleva de
comer... Pero si hubiese una fiera yo la oiría rugir o agitarse en su prisión.
Nunca se oye ruido en la casita, por lo tanto no hay en ella ninguna bestia.
Además, si la hubiese, devoraría a mi padre cuando va... a menos que esté
sujeta con una cadena... Pero si está atada no hay peligro para mí tampoco.
¿Qué habrá allí? ¡Un prisionero! ¡Pero no, porque mi padre es bueno y no
querría privar de aire y de libertad a un pobre inocente!... Necesito descubrir
este misterio... ¿Cómo me las arreglaré? ¡Si pudiese quitarle a mi padre la
llave, aunque sólo fuese por media hora!... Puede que algún día se la deje
olvidada..."
Su padre interrumpió estas reflexiones llamándola
con voz alterada:
-¡Rosalía!
-¡Aquí estoy, padre mío!
La muchacha volvió a casa corriendo y examinó a su
padre, cuyo rostro pálido y descompuesto indicaba una fuerte agitación.
Esto la intrigó más aún y resolvió fingir alegría y
despreocupación para que su padre recobrase la confianza.
Era la hora de la comida. Prudente
comió poco y estuvo silencioso y triste a pesar de sus esfuerzos para no
parecerlo. Rosalía, en cambio, estuvo tan alegre y despreocupada que su padre
acabó por tranquilizarse completamente.
Rosalía iba a cumplir quince años dentro de tres
semanas; su padre le había prometido para el día de su cumpleaños una agradable
sorpresa.
Pasaron unos cuantos días y ya sólo faltaban quince
para la fecha fijada.
Una mañana, Prudente dijo a Rosalía:
-¡Hija mía! Tengo que marcharme de casa durante una
hora. A causa de la fiesta de tu cumpleaños tengo que salir. Espérame sin
moverte de la casa y, créeme, Rosalia, no te dejes dominar por la curiosidad. Dentro
de quince días sabrás lo que tanto deseas saber, pues leo en tus pensamientos y
sé lo que te tiene preocupada. Adiós, hija mía, y guárdate de la curiosidad.
Prudente abrazó con ternura a su hija y se marchó
como si le supiese mal tenerse que alejar de ella.
Apenas se hubo marchado, Rosalía corrió al cuarto
de su padre y ¡con alegría vió la llave de la casita del jardín olvidada encima
de la mesa!
La cogió y, sin tomar aliento, corrió hasta el
extremo del jardín; al llegar junto a la casita se acordó de las palabras de su
padre: "Guárdate de la curiosidad", vaciló y estuvo a punto de volver
sobre sus pasos sin haber mirado en el interior de la casita. Pero
precisamente entonces oyó un largo gemido. Se acercó a la puerta y oyó una
vocecita que cantaba en voz baja:
-... ¡Estoy
prisionera
de mala
manera!
¡No puedo
salir
y aquí he de
morir!
"¡No hay duda! -se dijo Rosalía. ¡Aquí dentro
hay una desgraciada criatura que mi padre ha encerrado!"
Y, golpeando suavemente en la puerta, preguntó:
-¿Quién sois y qué puedo hacer para serviros?
-¡Ábreme, Rosalía! ¡Por favor, ábreme!
-Pero, ¿por qué estáis prisionera? ¿Habéis cometido
algún crimen?
-¡Ay, no, Rosalía! Es un encantador quien me
retiene. Sálvame y te testimoniaré mi reconocimiento contándote quién soy.
Rosalía ya no dudó más. Su curiosidad pudo más que
su obediencia y, metiendo la llave en la cerradura, trató de abrir. Temblaba
de tal manera que no acertaba e iba a renunciar a ello cuando la vocecita
continuó diciendo:
-Rosalía, lo que tengo que decirte es para ti muy
interesante. Tu padre no es lo que aparenta ser.
Al oír estas palabras, Rosalía hizo un último
esfuerzo. La llave rechinó al dar la vuelta en la cerradura y la puerta se
abrió.
0.012.1 anonimo (alemania) - 066
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