Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

El lobo es desollado vivo

Pasaban todos los días por el camino dos panaderos con un carro cargado de cestas de pan, que iban a vender a un pueblo cercano. Y todos los días los veía la zorra pasar y se le hacía la boca agua, viendo y oliendo aquellos panes tan hermosos. Un día ya no pudo resistirse más y se tiró en mitad del camino, haciéndose la muerta.
-Compañero, mira, una zorra muerta -dijo uno de los panaderos. ¿Qué hacemos?
-Cógela y échala al carro -contestó el otro, que, cuando lleguemos al pueblo, la desollaremos y venderemos la piel.
Así que echaron a la zorra entre los cestos de pan y siguieron su camino. La zorra no esperó mucho tiempo para cumplir sus deseos, que era hartarse de aquellos panes tan ricos. Y sin que los otros se dieran cuenta, se zampó un bollo detrás de otro, hasta dar cuenta de un cesto entero. Luego pegó un brinco desde lo alto del carro y echó a correr por el campo. Cuando los panaderos llegaron al pueblo, vieron que no había rastro de la zorra... ni de los panes.
La zorra iba tan contenta para su madriguera, tan harta como no
lo había estado en su vida, cuando se encontró con el lobo. Este le dijo:
-Zorrita, zorrita, ¡qué contenta estás! Se conoce que has comido bien. Pues mira por dónde yo hoy todavía no he probado bocado. De manera que...
-Compá lobo, no seas así -le dijo la zorra. ¡Para un día que me lleno la barriga...! En vez de comerme, mejor será que te explique dónde está la despensa y así comerás todos los días.
-Bueno es el trato. A ver, ¿dónde está esa bicoca?
-Muy fácil, hombre -dijo la zorra. Lo único que tienes que hacer es esperar todos los días que pase el carro de los panaderos. Te tiras en mitad del camino, haciéndote el muerto. Ellos se compadecen de ti y te suben al carro. Una vez allí te hartas de comer pan y luego te escapas. Mira cómo traigo la barriga. No dirás que te engaño.
-No sé, no sé...
-Sí, hombre. Solo tienes que procurar no moverte siquiera cuando te recojan, para que crean que estás bien muerto. Por mucho que hagan o digan, tú nada, quietecito, quietecito.
-Está bien. Pero ¡ay de ti como me estés engañando!
El lobo ya se relamía las patas de pensar en el atracón que iba a darse, y al día siguiente lo hizo todo como le había dicho la zorra. Se fue al camino y se tiró allí en medio todo lo largo que era. Al rato vio venir el carro de los panaderos y pensó: «Pues es verdad lo que decía la zorrita».
Pero, claro, los panaderos se bajaron del carro y empezaron a darle puntapiés, para ver si estaba realmente muerto. Lo insultaron y lo agarraron por las orejas, diciendo:
-Pues, sí. Este parece que está muerto de verdad. De todas formas, lo desollaremos aquí mismo, no nos vaya a pasar como con la zorra. Sacaron las navajas y se pusieron a la tarea. Dice uno:
-La cabeza y las patas no hay que desollarlas, que dicen que trae mala suerte.
Así que empezaron a arrancarle todo lo demás, y el lobo, quietecito, quietecito, pasando mil tormentos, pero sin decir ni pío. Todo fuera por el banquete que iba a darse acto seguido. Lo malo es que, en cuanto le quitaron la piel, la echaron en el carro, pero a él lo tiraron en el mismo sitio donde lo habían encontrado.
-Lo que es este no come pan -dijo uno de los hombres, mientras se alejaban.
El lobo sufría tanto, que empezó a dar aullidos. Acudió entonces la zorra y le dice:
-¿Qué te pasa, lobito? ¿Cómo te fue con los panaderos?
Pero la zorra no podía aguantarse la risa de ver al lobo despellejado, excepto la cabeza y las patas.
-Bastante bien lo sabes, so tuna. Pero ya te dije que me las pagarías -dijo el lobo, y echó a correr detrás de la zorra.
Pero con lo dolorido que estaba y el hambre que tenía, la zorra se alejaba de él todo lo que quería y hasta se paraba de cuando en cuando a reírse.
-¡Traidora, me las vas a pagar, me las vas a pagar! -gritaba el lobo.
La zorra entonces se metió entre unas zarzas y el lobo detrás, sin darse cuenta de que, por no tener piel, se iba a escocer y a rabiar. Y así fue, que daba unos gritos que llegaban al cielo, y sin atreverse a moverse por no herirse más. Desde lejos la zorra le decía:

¡Eh, el de las medias y el sombrero!,
¿qué tal te fue con los panaderos?

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