Dicen que la zorra y el lobo se casaron una vez. Al
día siguiente de la boda dice el lobo:
-No sé yo si he hecho bien en casarme contigo, que me
han dicho las lobas que las zorras sois demasiado listas. Sé que me vas a
engañar.
-No te engaño, hombre -dijo la zorra. Ahora que
estamos casados, ya no te engaño más.
Lo primero que hicieron juntos fue ir a un colmenar y
entre los dos llenaron una olla de miel.
-La guardaremos para el carnaval -dijo el lobo, y
metió la olla en el hueco de un roble.
Pero a los pocos días a la zorra le entraron ganas de
comer miel, y le dice al lobo:
-Una amiga mía ha parido una raposina y me ha invitado
al bautizo.
-¡Qué bien! -dijo el lobo. Yo voy contigo.
-Eso no puede ser, hombre -dijo la zorra. A las bodas
y a los bautizos no van más que los invitados. Pero no te preocupes, que yo te
traeré algún huesecito.
Conque se puso la zorra bien guapa y, claro, derechita
al roble donde tenían guardada la olla de miel. Le pegó un toque que la dejó
bastante más que empezada. Luego regresó a su casa muy contenta y relamiéndose
de gusto.
-Vaya, mujer, vaya. Bien se nota cómo te has puesto
-dijo el lobo. ¿Y mi huesecito?
-¡Ah, caramba! Se me olvidó. ¡Qué mala memoria tengo!
-¿Y qué nombre le pusisteis a la raposina? La zorra se
quedó un momento pensando y dice: -Le hemos puesto «Empecela».
-¡Qué nombres más raros usáis los zorros! -comentó el
lobo.
Pasaron otros cuantos días y a la zorra le entraron
unas ganas tremendas de volver al roble. Va y le dice al lobo:
-Resulta que otra de mis amigas ha parido también y me
ha invitado al bautizo.
-¡Qué suerte tienes! ¿Y no podré ir yo?
-No me parece bien, hombre. Solo me han invitado a mí.
Pero descuida, que esta vez te traeré un buen hueso.
Se fue la zorra, y otra vez derechita al roble. Sacó
la olla y le pegó otro tiento que la dejó temblando. Volvió a su casa,
relamiéndose, y le dice el lobo:
-¡Menudo banquete te habrás pegado! ¿Y mi hueso?
-¡Qué contrariedad! -dijo la zorra. Ya lo tenía
preparado para cogerlo, pero, como no dejaban de mirarme, me dio vergüenza y
allí lo he tenido que dejar. Pero no te preocupes, que vendrán más bautizos.
-¡Sí que es mala suerte! -dijo el lobo. ¿Y cómo le
habéis puesto esta vez a la niña?
-Pues le hemos puesto «Mediela».
-¡Vaya nombrecitos que os gastáis los raposos!
A los dos o tres días, la zorra ya no podía resistir
las ganas de liquidarse la olla y va y dice:
-Se conoce que es el tiempo, porque otra amiga mía
acaba de tener una raposina lindísima.
-Y de seguro que te ha invitado al bautizo y que yo no
puedo ir.
-Hombre, ya sabes que estas cosas son así -dijo la
zorra, y pegó un salto. En un momento llegó al roble, cogió su olla y la
relamió hasta el fondo. De vuelta a su casa, le pregunta el lobo:
-¿Y mi hueso?
-No te lo querrás creer -dijo la zorra, pero ya lo
tenía guardado cuando vino otra zorra por detrás y me lo quitó.
-Está bien, mujer. Ya no me coge de sorpresa. ¿Y a la
raposina, cómo le habéis puesto?
-Pues le hemos puesto «Acabela», y seguramente ya no
habrá más bautizos en una temporada.
Bueno, pues llegaron los carnavales y dice el lobo:
-¿Te acuerdas de la olla de miel que guardamos en
aquel roble?
-Claro que me acuerdo. Pero mejor la dejaremos para el
año que viene. Es bueno que endurezca más.
-No, que puede perderse. Mejor vamos a comérnosla.
La zorra en seguida discurrió otra cosa, y dice:
-De acuerdo, pero vamos a ir cada uno por un sitio, y
el que llegue antes se lleva la mejor parte.
Y así lo hicieron. La zorra no se dio ninguna prisa,
sino que se entretuvo todo cuanto quiso y más. En cambio, el lobo fue corriendo
como el rayo y llegó al roble mucho antes que su compañera. Cuando cogió la
olla y la vio completamente vacía, se dijo:
-Con razón me decían a mi las lobas que las zorras son
muy listas.
Al rato llegó la zorra.
-¡Ay, zorrita, cómo me has engañado!
-¿Yo? ¿Por qué dices eso?
-De sobra lo sabes. No has dejado ni rastro de miel.
-¿Y no habrás sido tú? -dijo la zorra.
-¿Cómo te atreves a decir tal cosa?
-A ver. Tú has llegado antes que yo y nadie ha visto
lo que aquí ha pasado.
-Está bien, mujer. ¿Para qué vamos a porfiar entonces?
Mejor será que nos echemos la siesta, y el que la sude, ese es el que se ha
comido la miel.
La zorra estuvo de acuerdo y los dos se echaron a los
pies del roble a dormir la siesta. Pero la zorra no se durmió, aunque cerró los
ojos. El lobo, en cambio, al poco rato estaba como un tronco. La zorra entonces
se levantó y le meó en los hocicos. Luego se volvió a echar. Se despertó el
lobo al ratito y llamó a la zorra:
-Vamos a ver quién la ha sudado.
-Vamos a verlo -dijo la zorra. ¡Anda, mírate los
hocicos! ¡Si todavía estás babeando de gusto!
El lobo no pudo comprender lo que había pasado, pero
pensó: «Con razón me decían a mí las lobas...»
0.003.1 anonimo (españa) - 075
muy chevre me gusto pal colegio lo escribi pal colegio
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