Vivía entre los ashanti un joven llamado Kwasi Benefo.
Sus campos daban buenas cosechas tenía ganado, y lo único que faltaba en su
vida era una buena esposa que le diera hijos, cuidara su casa y lo llorara
cuando tuviera que dejar este mundo. Kwasi Benefo se enamoró de una muchacha de
su aldea, se casaron y vivieron muy felices hasta que la jovencita enfermó y
murió. El dolor del joven marido fue muy grande. Vistió su querido cuerpo con
el amoasi, una pieza de tela de algodón sedoso que hacía de mortaja, colocó en
su cuello un hermoso collar de cuentas, como manda la costumbre, y la enterró. Pero
también enterró con ella su alegría de vivir. Llegaba a su casa esperando ver a
su mujer y solo lo recibía su ausencia. Pensaba en ella todo el día, con el
corazón pesado de dolor.
-Kwasi, no puedes seguir así -le decían sus amigos y
parientes. Lo que te ha sucedido es muy tiste, pero tienes que recuperarte y
volverte a casar.
Pasado un año, Kwasi Benefo sintió que comenzaba a
consolarse de su pérdida. En una aldea cercana conoció a una jovencita muy
hermosa y decidió casarse con ella. Era una chica de buen carácter y todo
parecía perfecto. Pronto quedó embarazada. Pero la perversa Enfermedad
la tocó con su mano amarilla. La muchacha se debilitó, al punto que ya no podía
tenerse en pie y finalmente murió. Envuelta en su amoasi y con su collar de
cuentas fue enterrada.
Kwasi se encerró en su casa. Su pena no tenía límites
ni aceptaba consuelo.
-Kwasi, la muerte existió y existirá siempre sobre la
tierra -le decían sus amigos. Pero tú estás vivo. Sal de tu casa, vuelve al
mundo.
Viendo el duelo y el dolor de Kwasi, los padres de su
esposa pensaron que el muchacho era una buena persona y había amado de veras a
su mujer. Entonces enviaron mensajeros a buscarlo:
-Los vivos tienen que estar con los vivos, Kwasi. No
se puede cambiar el pasado, pero tenemos que vivir en el presente. ¿Por qué no
te casas con nuestra segunda hija?
-¿Cómo puedo casarme con otra, si siento que mi
querida mujer todavía me reclama? -les dijo.
-Así sientes ahora, pero el tiempo curará tu duelo -le
dijeron.
Y tenían razón. Pasado un tiempo, Kwasi Benefo se
sintió mejor. Comenzó a trabajar duro en sus campos, y pudo pensar en un nuevo
matrimonio. Con su tercera esposa, Kwasi volvió a su casa y recomenzó su vida.
La mujer quedó embarazada y nació un hermoso varón, que fue festejado por toda
la aldea con un gran banquete. Kwasi repartió regalos para todos los invitados.
Nunca en su vida había sido tan feliz.
Un día, cuando Kwasi estaba trabajando en el campo,
unas mujeres de la aldea llegaron llorando.
-¡Se ha caído un árbol! -le dijeron.
-Bueno, pero ¿quién llora por un árbol caído?
-contestó el hombre.
Solo entonces levantó la cabeza, vio las caras de las
mujeres y se puso pálido, porque comprendió.
-Tu mujer regresaba de buscar agua en el río. Se sentó
a descansar a la sombra de un árbol. El árbol cayó sobre ella y la aplastó -le
explicaron.
Cuando Kwasi llegó a su casa y vio el cadáver de su mujer,
cayó al suelo como si estuviera muerto. No podía ver ni oír. No podía hablar.
No sentía nada. El médico de la tribu consiguió revivirlo. Moviéndose como un
muñeco sin vida, Kwasi dispuso el funeral. Vistió a su mujer con el amoasi y le
puso su collar de cuentas. Después del entierro, le entregó su hijo a los
abuelos y se fue de la aldea.
-No quiero casarme nunca más -dijo Kwasi. Algún ser
maligno está contra mí. Además, si alguna vez quisiera volverme a casar, ¿qué
padres me darían a su hija?
Y aunque nadie le contestó, en el fondo todos pensaban
lo mismo. Ser la esposa de Kwasi Benefo se había vuelto muy peligroso.
«Para qué quiero campos, cosechas, ganados» pensaba
Kwasi. «Ya no tienen ningún sentido para mí». Deambuló durante días,
internándose en la selva.
Allí se construyó una miserable choza y vivió recolectando
semillas y raíces. Cazaba con trampas. Pronto sus ropas se convirtieron en
harapos y se vistió con pieles de animales. Su vida era dura, pero no le
importaba. Llegó casi a olvidar su nombre y la historia de su vida, y eso era
lo que deseaba, convertirse él mismo en un animal salvaje para no sufrir con el
corazón de un hombre.
Así pasaron varios años. Pero como nada dura para
siempre, poco a poco Kwasi fue volviendo a la vida. Un día decidió
quemar la selva alrededor de su choza y sembrar. Y cuando recogió la cosecha,
le dieron ganas de mejorar su vivienda y comprarse ropa nueva. En un par de
años, Kwasi se había convertido otra vez en un próspero granjero. Y otra vez
quiso una mujer que compartiera su prosperidad. Así fue como se casó por
cuarta vez.
Su cuarta esposa enfermó y se murió poco después.
Esta vez Kwasi no podía seguir viviendo. Dejó sus
nuevos campos, regaló su ganado y regresó tristemente a su aldea natal. Lo
recibieron con mucha alegría, pero él alejó a sus antiguos amigos.
-No hay motivos para alegrarse. Solo vine para morir
en mi tierra.
Su casa estaba destruida, pero no la reparó. Sus campos
estaban cubiertos de maleza, pero no los limpió ni quiso sembrar. Se quedó
encerrado en su casa ruinosa, atormentado por el recuerdo de sus cuatro mujeres
y por la certeza de que, cuando llegara su turno de morir, no habría una viuda
para hacer duelo por su pérdida y nadie cantaría por él las canciones de
alabanza al difunto.
Una triste noche de insomnio decidió que necesitaba ir
a Asa-mando, el país de los muertos. Se levantó y caminó en la oscuridad hasta
dejar atrás el cementerio, que estaba en la selva. No había
senderos, no había luces. Caminando, llegó a un lugar donde la selva terminaba.
Estaba en penumbras, y la débil iluminación no venía del cielo. Allí no vivía
nadie, ni hombres ni animales, ni pájaros ni insectos. El silencio era
sobrenatural. Kwasi Benefo llegó hasta un río demasiado rápido y profundo para
poder cruzarlo a nado. Creyó que ese era el final de su camino.
Pero en aquel momento vio a una anciana sentada en la
orilla, que tenía a su lado una fuente llena de amoasis, las mortajas de las
mujeres ashanti, y muchos collares de cuentas. Era Amokye, la anciana que da la
bienvenida a las almas de las mujeres que llegan a Asamando, el país de los
muertos.
-¿Qué buscas? -preguntó Amokye.
-Mis cuatro esposas han muerto y yo he venido a
visitarlas. No puedo comer, no puedo dormir, no quiero nada de lo que el mundo
les ofrece a los vivos.
-Tú debes de ser Kwasi Benefo; he oído hablar de ti
-dijo Amokye. Mucha gente que pasó por aquí me habló de tu desgracia. Tus
esposas te nombraron con mucho cariño. Pero no puedo dejarte pasar porque estás
vivo. Solo las almas pueden cruzar el río de los muertos.
-Entonces me quedaré aquí hasta que muera y me
convierta en un alma -dijo Kwasi.
Amokye, la guardiana, sintió compasión por ese pobre
hombre. Hizo que el río se volviera más lento y menos profundo.
-Has sufrido demasiado. Te dejaré pasar. Encontrarás a
tus mujeres por allí -dijo, señalando una dirección. Pero aquí ellas son tan
transparentes como el aire. Oirás sus voces, pero no podrás verlas.
Kwasi cruzó el río y entró en la tierra de Asamando.
Llegó a una casa y entró. Desde fuera llegaba el sonido de una aldea en plena
actividad: voces de personas, balidos de animales, el grano pisado en los
morteros... Pero no veía nada.
Como por arte de magia, aparecieron un cubo de agua y
unas toallas para que pudiera lavarse el polvo del viaje. Ahora oía las voces
de sus cuatro mujeres cantando una canción de bienvenida. Una fuente con sus
platos preferidos y una jarra de agua clara surgieron de la nada. Mientras
comía, las voces de sus mujeres entonaban una canción de alabanza, que hablaba
de lo buen marido que había sido para ellas, de su bondad y su gentileza. Sin
dejar de cantar, mientras Kwasi se recostaba y se adormecía, le dijeron que
Kwasi debía seguir viviendo hasta morir de viejo, que debía casarse otra vez y
que su quinta mujer no moriría antes que él. Y cuando su alma llegara a
Asamando, todas lo estarían esperando para amarlo otra vez.
Mientras escuchaba esas dulces palabras, Kwasi se
durmió profundamente. Al despertar, se encontró otra vez en la selva. Volvió a su
casa y apenas se hizo la mañana, llamó a sus amigos y les pidió que lo ayudaran
a reparar su casa. Después, con ayuda de todos los pobladores de la aldea,
quemó la maleza de sus campos. Kwasi sembró y cosechó y pronto volvió a ser un
próspero granjero. Su quinta esposa no murió. Tuvieron muchos hijos y vivieron
una vida larga y feliz.
Así cuentan los ancianos la historia de Kwasi Benefo.
0.009.1 anonimo (africa-ashanti) - 059
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