Érase una vez un pobre escobero que tenía tres hijas.
Todas las mañanas iba al campo a buscar matas de palma para hacer sus escobas.
Un día encontró una mata muy grande y, cuando fue a arrancarla, oyó una voz que
le gritaba:
-¡Por favor, no me tires de los pelos!
-¿Quién eres? -preguntó el hombre.
Y al momento se apareció un dragón que le dijo:
-Si mañana me traes lo primero que te encuentres hoy
al llegar
a tu casa, tendrás todo lo que quieras.
El hombre no se preocupó, porque todos los días lo
primero que salía a recibirle era el perro. Pero ese día no fue el perro, sino
su hija menor.
El hombre se quedó entonces muy triste. A la mañana
siguiente mandó a su hija mayor que se fuera al monte y le explicó lo que tenía
que hacer. Pero, al tirar de la mata, la voz le dijo a la muchacha que se
marchara y que viniera la hermana menor.
Al día siguiente el escobero mandó a la hija mediana,
y la voz dijo lo mismo. Por fin, el hombre no tuvo más remedio que mandar a la
pequeña, y cuando esta tiró de la mata, al momento apareció un palacio muy
grande con un jardín hermosísimo. Entró en él y vio que había mucha comida en
las mesas, camas para dormir y todo lo que hacía falta. Pero no veía a nadie.
La niña recorrió el palacio de arriba abajo, y tuvo que pasearse sola durante
todo el día y comer sola, hasta que llegó la noche y se fue a acostar.
Cuando estaba dormida, sintió un peso en la cama y una
voz que decía:
-No te preocupes. De día no me verás, porque soy un
dragón. Pero de noche puedo quitarme la piel y soy un príncipe. Lo que hace
falta es que a nadie del mundo le cuentes este secreto y que no me pierdas la
piel cuando me la quito.
De día la joven paseaba sola y todo lo hacía sola. Por
la noche siempre llegaba el dragón, que se quitaba la piel y se convertía en un
hermoso príncipe. Así pasó mucho tiempo, hasta que un día la niña le dijo al
dragón que si la dejaba ir a su casa. El dragón le contestó que sí, pero que
solo tenía tres días para ir y volver.
Cuando la niña llegó a su casa, sus hermanas le
dijeron:
-¡Anda, tonta, que te has casado con un dragón!
Y tanto se lo repitieron, que no pudo ella contenerse
y dijo:
-¡Pues no! Que mi marido es un príncipe muy hermoso.
-¿Cómo puede ser eso? -preguntaron las otras.
Ella entonces les explicó lo que pasaba. Pero, como
sus hermanas no acababan de creérselo, le dijeron que irían con ella al palacio
y que encendiera una vela, cuando el príncipe estuviera dormido, para poder verlo.
Y así fue. Primero le quemaron la piel y luego ella
arrimó una vela para que sus hermanas vieran al príncipe, pero con tan mala
suerte, que una gota de cera le cayó sobre la cara y el príncipe se despertó.
-¡Ay! -exclamó. ¡Que ya se estaba terminando mi
encantamiento! Ahora no tengo más remedio que irme. Y tú tendrás que buscarme
hasta gastar siete pares de zapatos de hierro. Anda, vete y pregunta por el
castillo de Oropel. Toma también estas tres ascuas. En caso de necesidad, las
enciendes y conseguirás todo lo que hayas menester.
Y al momento desapareció el palacio con lo que había
en él.
A los pocos meses ella dio a luz y, cuando el niño ya
era mayor, compró siete pares de zapatos de hierro para él y otros siete para
ella y se fueron a buscar el castillo de Oropel. Venga a andar venga a andar,
cuando se les gastaba un par se ponían otro, hasta que no les quedó más que
uno. Pero ya se estaban acercando a una casa, que era la casa de la Luna. Llamó
a la puerta y salió una vieja, a la que preguntó por el castillo de Oropel.
-No sé -contestó la vieja. Esperen ustedes que venga
la Luna. Tal vez ella sepa darles razón. Pero escóndanse en esta tinaja,
porque, si no, la Luna se los comerá cuando llegue.
Así lo hicieron, y se pusieron a esperar dentro de la
tinaja.
Por fin llegó la Luna, que era un águila, gritando:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la
das, te mato!
Pero la vieja le dijo que era una pobre muchacha con
su hijo que andaban buscando el castillo de Oropel. La Luna dijo que ella no
sabía dónde estaba, pero que tal vez su primo, el Sol, lo supiera. Y fue la
joven a la casa del Sol, con los zapatos que todavía le quedaban, y llamó a la
puerta. Salió otra vieja y les preguntó que qué querían. Cuando se enteró, les
dijo:
-Está bien, pero meteos en esta tinaja, porque, si no,
el Sol os comerá cuando llegue.
Por fin llegó el Sol, que era otra águila muy
brillante, gritando:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das,
te mato!
Pero la vieja le explicó quiénes eran y lo que querían, por si él
podía ayudarles.
-Yo no. Pero mi primo el Aire seguramente sabe dónde
está ese castillo.
Se fue la muchacha a la casa del Aire, y allí salió
otra vieja, que les dijo lo mismo, y otra vez la muchacha y su hijo se metieron
en una tinaja. Cuando llegó el Aire, soplando muchísimo, dijo:
-¡A carné humana me huele! ¡Si no me la das, te mato!
Pero la vieja le dijo que era una pobre muchacha con
su hijo, que venían de parte de su primo el Sol a ver si él sabía dónde estaba
el castillo de Oropel. Entonces dijo el Aire que él sí lo sabía y que los
llevaría hasta allí.
Así, en un momento, los dejó en la puerta del
castillo.
Al llegar, la muchacha se dio cuenta de que había
mucho jaleo, y, cuando preguntó, le dijeron que el príncipe se había casado
aquel mismo día.
Entonces la muchacha encendió las tres ascuas y les
pidió una rueca muy hermosa. Al momento se cumplió su deseo y se puso a hilar a
la puerta del castillo. Una criada la vio y fue a decirle a la princesa:
-¡Ay, señora, si viera usted qué rueca tan hermosa
tiene una peregrina que hay en la puerta!
-Anda, ve y dile que cuánto quiere por ella -dijo la
princesa. Así lo hizo la criada, pero la muchacha contestó:
-Decidle a la princesa que le daré mi rueca si me
permite dormir esta noche con el príncipe.
-¡Qué barbaridad! ¡Cómo se le habrá ocurrido semejante
cosa! -exclamó de muy mal humor la princesa.
-Ande usted -dijo la criada. Por una noche... Le
daremos al príncipe unas dormideras y así no se enterará de nada.
Así lo hicieron. La muchacha subió a la habitación y
le dijo:
-Mira que aquí está tu mujer y tu hijo también.
Pero como el príncipe estaba dormido, no se enteró.
Al día siguiente la muchacha les pidió a sus tres
ascuitas que le trajeran una rueca de plata, y al momento la tuvo. Otra vez la
criada la vio desde el castillo, fue a contárselo a la princesa y esta la mandó
a ver cuánto quería la peregrina por ella.
-Quiero que me permitáis dormir otra noche con el
príncipe. La princesa también se escandalizó, pero la criada volvió a convencerla
de que nada pasaría, si le daban dormideras al príncipe. La muchacha subió a la
habitación del príncipe y le dijo:
-Mira que aquí está tu mujer y tu hijo también. Pero
el príncipe, dormido como estaba, no se enteró tampoco. A la mañana siguiente
la muchacha les pidió a las ascuitas que le trajeran una rueca de oro. Y volvió
a pasar lo mismo. Pero esta vez el príncipe, que sospechaba algo, hizo como que
se tomaba la dormidera, pero en realidad la tiró a un lado.
Aquella noche, cuando entró la muchacha, dijo:
-Mira que aquí está tu mujer y tu hijo también.
Y el príncipe, como estaba despierto, en seguida la
recordó, se abrazó a ella y le dijo que ya estaba desencantado del todo.
Al otro día aparecieron los tres juntos y el príncipe
mandó llamar a todo el mundo. Entonces les dijo:
-Una vez tenía yo una preciosa cajita con una llave de
oro, que se me perdió. Entonces mandé hacer otra tan bonita como la primera.
Después de mucho tiempo encontré la primera, y ahora yo os pregunto: ¿Con cuál
de las dos debo quedarme?
-¡Con la primera! -respondieron todos.
-Pues tienen ustedes razón. Por eso yo me quedo con
esta hermosa peregrina, que es mi verdadera esposa, y dejo a la segunda. Y
también me quedo con este, que es mi hijo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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