Rosalía miró ávidamente. El interior estaba muy
oscuro y no se veía nada. Sin embargo, oyó la vocecita que decía:
-¡Gracias, Rosalía! ¡A ti te debo mi libertad!
La voz parecía venir del suelo. Rosalía miró y vio
en un rincón dos ojillos brillantes que la miraban con malicia.
-Mi treta ha tenido éxito, pues si no hubiese
cantado y hablado te hubieras vuelto a tu casa y yo hubiese estado perdida sin
remedio. Ahora que me has libertado, tú y tu padre estáis en mi poder.
Rosalía, sin comprender aún la extensión del daño
que acababa de causar por su desobediencia, adivinó, sin embargo, que aquella
era una peligrosa enemiga que su padre retenía cautiva y quiso retirarse y
volver a cerrar la puerta.
-¡Alto, Rosalía! -chilló la voz-. Ya no puedes
retenerme en esta odiosa prisión de donde no habría salido nunca s: hubieras
tenido paciencia para esperar que cumplieses tus quince años.
En el mismo instante la casita desapareció. Sólo la
llave quedó en las manos de la consternada muchacha. Vió entonces junto a ella
a una ratita gris que la miraba con sus ojillos relucientes y que se puso a
reír con voz discordante.
-¡Ji, ji, ji! ¡Qué aspecto tan asustado tienes,
Rosalía! En verdad que me diviertes enormemente. ¡Qué buena muchacha has sido
al ser tan curiosa! ¡Hacía ya cerca de quince años que estaba en aquella odiosa
prisión no pudiendo hacer ningún daño a tu padre, a quien odio, y a ti, a quien
detesto por ser su hija!
-¿Quién eres, pues, infame ratita?
-¡Soy la enemiga de tu familia, niña mía! Me llaman
el Hada Detestable y te aseguro que llevo muy bien el nombre. Todo el mundo me
detesta y yo detesto a todo el mundo. Te seguiré a todas partes, Rosalía.
-¡Déjame en paz, miserable! Una rata no es de temer,
y ya hallaré el modo de desembarazarme de ti.
-Ya lo veremos, niñita; por lo pronto, me voy
contigo. Rosalía escapó corriendo hacia su casa. Cada vez que volvía la cabeza
veía a la rata que galopaba tras ella mientras se reía burlonamente. Al llegar a
la casa quiso aplastar la rata con el quicio de la puerta, pero ésta se mantuvo
abierta a pesar de sus esfuerzos, mientras la rata se pavoneaba tranquilamente
en el umbral.
-¡Ahora verás, animalucho! -exclamó Rosalía, fuera
de sí por la rabia y el espanto.
Cogió una escoba e iba a golpear a la rata cuando
la escoba ardió y le quemó las manos; entonces la tiró al suelo y la empujó con
el pie a la chimenea para que no se quemase la casa. Después cogió
una caldera de agua hirviendo y la echó sobre su enemiga; pero el agua
hirviente, al caer, se había vuelto leche fresca y la rata se puso a beberla,
diciendo:
-¡Qué amable eres, Rosalía! ¡No contenta con
haberme libertado, ahora me proporcionas un excelente almuerzo!
-¡Mi padre! -dijo. ¡Mi padre! ¡Oh rata, por favor,
vete, para que mi padre no te vea!
-No me iré, pero me esconderé detrás de tus talones
hasta que tu padre sepa tu desobediencia.
Apenas la rata se había acurrucado tras de Rosalía,
cuando Prudente entró. En seguida miró a su hija, cuyo aspecto y palidez
denotaban su espanto, y dijo con voz temblorosa:
-Rosalía, me he dejado en casa la llave de la
casita, ¿la has encontrado?
-Aquí la tengo, padre mío -dijo Rosalía poniéndose
muy colorada.
-¿Por qué hay leche en el suelo? -El gato ha sido.
-¿Cómo el gato? El gato no puede haber tirado esa
caldera al centro de la habitación.
-No, padre mío. Yo la he volcado al traerla.
Rosalía hablaba con voz baja y no se atrevía a
mirar cara a cara a su padre.
-Coge la escoba, Rosalía, y quita la crema de aquí.
-Es... que... no está la escoba.
-¡Bien estaba cuando yo he salido!
-La he quemado yo... sin darme cuenta...
mientras...
Rosalía se detuvo. Su padre la miró fijamente,
suspiró y se dirigió lentamente hacia la casita del jardín. Rosalía se sentó en
una silla, sollozando. La rata ni se movió. Pocos instantes después, Prudente
entró precipitadamente y, con la cara alterada por el espanto, dijo:
-¿Qué has hecho, desgraciada? Has cedido a la
curiosidad y has libertado a nuestra más cruel enemiga.
-¡Perdóneme usted, padre! Yo ignoraba el daño que
hacía -excla-mó Rosalía arrojándose a sus pies.
-Eso es lo que sucede siempre cuando se desobedece,
Rosalía. Creemos no obrar mal y hacemos un daño inmenso a los demás.
-Pero, padre mío, ¿quién es esa rata que de tal
modo le asusta? ¿Cómo, si tiene tanto poder, la retenía prisionera y por qué no
podía volverla a encerrar de nuevo?
-Esa rata, hija mía, es un Hada mala y poderosa; yo
mismo soy el Genio Prudente y, puesto que has libertado a tu enemiga, voy a
revelarte lo que sólo te hubiera podido decir después de cumplir tú los quince
años.
"Yo soy, pues, como te decía, el Genio
Prudente; tu madre era una simple mortal, pero sus virtudes y su belleza
comnovieron a la Reina
de las Hadas y al Rey de los Genios y me dieron permiso para casarme con ella.
"Di grandes fiestas cuando mis bodas, pero
desgraciadamente me olvidé de convidar a ellas al Hada Detestable, quien, ya
irritada por mi casamiento con una Princesa terrestre después de haber rehusado
la mano de una de sus hijas, me juró un odio implacable, lo mismo que a mi
mujer.
"No me asusté de sus amenazas porque mi poder
casi igualaba al suyo y además la
Reina de las Hadas me quería mucho. Varias veces impedí con
mis encantamientos los efectos del odio de Detestable. Pero pocas horas después
de tu nacimiento, tu madre sintió unos dolores muy fuertes que no pude calmar.
Entonces me ausenté un momento para invocar el auxilio de la Reina de las Hadas. Cuando
volví, tu madre ya no existía: la infame Hada había aprovechado mi ausencia para
hacerla morir y entonces estaba ocupada en dotarte con todos los vicios
imaginables. Por fortuna llegué yo entonces y paralicé su maldad, pero ya te
había dotado de Curiosidad, que es lo que ha causado tu desgracia y es la
causante de que ahora estés bajo su completa dependencia. Por mi poder, unido
al de la Reina
de las Hadas, disminuimos su maleficio en lo posible. Al mismo tiempo la Reina , para castigar a
Detestable, la transformó en rata, la encerró en la casita que vistes y declaró
que no podría salir de ella a menos que tú, Rosalía, le abrieses la puerta. Además
decretó que no podría volver a tomar su forma de Hada más que en el caso de que
sucumbieses por tres veces a la curiosidad antes de la edad de quince años, y
que si al menos resistías una sola vez a tu funesto vicio quedarías para
siempre, lo mismo que yo, libertada del poder de Detestable. No obtuve estos
favores más que después de mucho trabajo, Rosalía, y prometiendo que yo
compartiría tu suerte y que sería, como tú, esclavo de Detestable si tú
sucumbías por tres veces a la curiosidad. Desde entonces me dediqué a educarte
de modo que mi influencia destruyese en ti el fatal defecto que podía ser causa
de tantas desgracias.
"Por eso te encerré en esta casa sin criados y
no te permití ver a tus semejantes. Yo te procuraba, valiéndome de mi poder
mágico, todo lo que podías desear, y ya me felicitaba de haber logrado mi
objeto, pues sólo faltaban tres semanas para cumplirse el plazo, cuando he aquí
que se te ocurrió pedirme la llave en la que nunca hasta entonces habías
pensado. No pude ocultarte la dolorosa impresión que me produjo tu petición; al
turbarme se excitó tu curiosidad y, a pesar de tu alegría y de tu
despreocupación ficticia, adiviné tus pensamientos. ¡Calcula mi dolor cuando la Reina de las Hadas me ordenó
hacer la tentación posible y la resistencia meritoria dejando la llave a tu
alcance cuando menos una vez! Tuve, pues, que obedecer y dejarte la llave,
facilitándote con mi ausencia los medios de sucumbir. Imagínate, Rosalía, lo
que he sufrido durante la hora en que te he dejado sola y mi pena al ver tu
turbación, que demasiado me indicaba que no habías tenido el valor de resistir.
Tampoco podía decirte cuál era tu nacimiento y los peligros que habías corrido,
hasta el día que cumplieses los quince años, so pena de verte caer en poder de
Detestable.
"Y ahora, Rosalía, no está todo perdido;
puedes aún redimir tu falta resistiendo en estos quince días a tu funesta
inclinación. Debías casarte con un Príncipe pariente tuyo, el Príncipe
Gracioso; esta unión aún es posible.
"¡Ay Rosalía, querida hija mía, por piedad
hacia ti, si no por mí, ten valor y resiste!
Rosalía estaba entre las rodillas de su padre y
lloraba amarga-mente con la cara escondida entre sus manos. Al oír estas
últimas palabras cobró un poco de ánimo y, abrazándole tiernamente, le dijo:
¡Sí, padre mío, se lo juro, yo repararé mi falta y
buscaré a su lado el valor que podría faltarme estando privada de su paternal
vigilancia!
-¡Ay Rosalía, ya no me es posible quedarme a tu
lado!
Ahora estoy bajo el poder de mi enemiga, y ella no
me dejará que te advierta de los lazos que va a tenderte su maldad. Me extraño
de no haberla visto aún, pues el espectáculo de mi aflicción debe serle muy
agradable.
-¡Estaba cerca de ti y junto a los pies de tu hija!
-dijo la rata gris con su vocecita agria, mostrándose al desgraciado. Me he
divertido mucho con el relato de lo que yo te he hecho sufrir y ésta es la causa
de no haberme presentado antes. Dile adiós a tu querida Rosalía, pues me la
llevo y te prohibo que la sigas.
Dichas estas palabras, cogió la falda de Rosalía
con sus agudos dientes y quiso arrastrarla con ella. Rosalía empezó a gritar
mientras se agarraba a su padre; pero una fuerza irresistible se la llevaba. El
infortunado Genio cogió un palo y lo levantó para golpear con él a la rata,
pero antes de que tuviera tiempo de dejarlo caer, la rata puso su patita sobre
el pie del Genio, que se quedó entonces inmóvil como una estatua. Rosalía se
había abrazado a las rodillas de su padre y pedía misericordia a la rata, pero
ésta, riendo diabólicamente, le dijo:
-Ven, ven, amiguita. No es aquí en donde sucumbirás
las dos veces que te faltan a tu gentil defecto; vamos a correr el mundo las
dos juntas en estos quince días.
La rata tiraba siempre de Rosalía, cuyos brazos
enlazados alrededor de su padre resistían a la fuerza extraordinaria que
empleaba su enemiga. Entonces la rata profirió un grito rabioso y súbitamente
toda la casa empezó a arder. Rosalía tuvo la suficiente presencia de ánimo para
reflexionar que dejándose quemar perdía todo medio de salvar a su padre, el
cual quedaría ya para siempre bajo el poder de Detestable.
-¡Adiós, padre mío! -exclamó. ¡Hasta dentro de
quince días! ¡Su Rosalía le salvará después de haberle perdido!
Y marchó corriendo para no ser devorada por las
llamas.
Anduvo durante algún tiempo no sabiendo a dónde
dirigirse; al fin, cansada y medio muerta de hambre, se atrevió a acercarse a
una buena mujer que estaba sentada a la puerta de su casa.
-Señora -dijo, dejadme guarecer aquí; me muero de
hambre y de fatiga y no sé donde pasar la noche.
-¿Cómo es que siendo tan guapa vas sola por los
caminos? ¿Y quién es esta bestezuela que te acompaña con cara de demonio?
Rosalía volvió la cabeza y vió a la rata gris que
la miraba con cara burlona. Quiso hacerla marchar de su lado, pero la rata
rehusaba obstinadamente. La buena mujer, viendo esta lucha, inclinó la cabeza y
dijo:
-Sigue, sigue tu camino, hermosa. Yo no alojo en mi
casa al diablo y sus protegidos.
Rosalía se puso a llorar y siguió andando en busca
de un refugio; pero en todas partes rehusaron admitirla a causa de la rata que la acompañaba. Andando ,
andando, entró en un bosque en donde halló felizmente un arroyo en el que
apagar su sed y frutas en abundancia; bebió, comió y se sentó junto a un árbol
pensando con inquietud en su padre. Mientras reflexionaba tenía los ojos
cerrados para no ver a la maldita rata gris. La fatiga y la oscuridad trajeron
al sueño y Rosalía se quedó profundamente dormida.
0.012.1 anonimo (alemania) - 066
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