El viaje duró seis meses, tal como había dicho la Tortuga. Tres meses
necesitaron para salir del bosque y entonces se hallaron en una árida llanura
que les costó seis semanas de atravesar. Al final de la llanura, Blondina vió
un palacio que le recordó el de Buena-Cierva y Misino. Más de un mes les costó
el llegar hasta la avenida principal del parque. Blondina no podía más de
impaciencia. ¿Era allí donde debía saber lo que había sucedido a sus amigos? Si
hubiese podido bajar, hubiera recorrido en diez minutos la distancia que la
separaba del palacio, pero la
Tortuga continuaba caminando y Blondina se acordaba de la prohibición. La Tortuga
parecía andar cada vez más despacio y necesitó quince días, que le parecieron
un siglo, para recorrer esta avenida. Blondina no perdía de vista el palacio y
la puerta, pero no distinguía el menor movimiento ni percibía el más pequeño
ruido. Por fin, al cumplirse los ciento ochenta días de viaje, la Tortuga se detuvo y dijo a
Blondina:
-¡Baja, Blondina! Has ganado, por tu valor y
obediencia, la recompensa que te había prometido. Entra en el palacio por la
puerta que está delante de ti y pregunta a la primera persona que veas por el
Hada Afectuosa.
Blondina saltó rápidamente al suelo y, después de
dar las gracias a la Tortuga ,
abrió precipitadamente la puerta que le habían indicado y se halló ante una
joven que le preguntó qué deseaba.
-¡Quisiera ver al Hada Afectuosa! Dígale que la Princesa Blondina
desea verla.
-Seguidme, Princesa -dijo la joven.
Blondina la siguió temblando. De este modo atravesó
varios salones en los que encontró a otras jóvenes que la miraban como si la
conociesen de antiguo. Por fin llegó a un salón en todo parecido al que tenía Buena-Cierva
en el palacio del bosque. Sólo había un mueble que allí no estaba, y era un
armario de oro y de marfil de un trabajo exquisito. En aquel momento se abrió
una puerta y una dama joven, bella y magníficamente vestida, se acercó a
Blondina.
-¿Qué quieres, hija mía? -le dijo con voz
acariciadora.
-Señora -exclamó Blondina arrojándose a sus pies,
me han dicho que podéis decirme el paradero de mis amigos Buena Cierva y
Misinito. Sin duda sabéis que por desobediencia los perdí, pero la Tortuga que me ha traído a
cuestas me ha dado la esperanza de encontrarles un día. ¿Qué debo hacer para
volverlos a ver de nuevo?
-Blondina -dijo el Hada tristemente, vas a conocer
el paradero de tus amigos. Pero, veas lo que veas, ten valor y no pierdas la
esperanza.
Diciendo esto, ayudó a levantar a la temblorosa Blondina
y la condujo ante el armario de oro, añadiendo:
-Aquí tienes la llave de este armario. Ábrelo.
Blondina metió la llave en la cerradura y abrió. En
el armario sólo estaban las pieles de Buena-Cierva y Misino colgadas en clavos
de diamantes. La pobre joven no pudo resistir aquella nueva emoción y cayó
desvanecida en brazos del Hada, dando un grito desgarrador.
Entonces la puerta volvió a abrirse y apareció un
Príncipe tan bello como un sol, que se precipitó hacia Blondina, diciendo:
-¡Madre mía, la prueba ha sido demasiado fuerte
para nuestra querida Blondina!
-Ya lo sé, hijo mío, y lo siento mucho, pero ya
sabes que este último castigo era necesario para libertarla para siempre del
yugo del genio del bosque de las Lilas.
Mientras decía estas palabras, el Hada tocó a
Blondina con su varita y la joven volvió en sí en el acto, pero para sollozar
desesperadamente:
-¡Dejadme morir! ¡Así me juntaré con mis pobres
amigos!
-Blondina, querida Blondina -dijo el Hada
abrazándola cariñosamente. Tus amigos viven y te quieren. Yo soy Buena
Cierva y éste es mi hijo Misinito. El mal Genio del
bosque, aprovechando un descuido de mi hijo, nos había transformado en los
animales que conociste. No debíamos recobrar nuestra primitiva forma más que si
cortabas la Rosa
que yo había colocado lejos del palacio a fin de que no la vieras, pues
sabíamos lo que sufrirías al hacerlo. De buena gana hubiéramos continuado
siendo Buena-Cierva y Misinito toda la vida con tal de no dejarte en poder del
Genio del bosque. Pero ahora, por fin, han terminado tus penas.
Blondina no se cansaba de hacer preguntas al Hada.
-¿Dónde están las gacelas que nos servían?
-Ya las has visto, Blondina. Son las jóvenes que te
han acompañado hasta aquí.
-¿Y la vaca que me traía su leche?
-Nosotros obtuvimos de la Reina de las Hadas ese
favor. También el cuervo lo enviamos nosotros.
-Entonces, ¿también enviasteis la Tortuga ?
-Sí, Blondina. La Reina de las Hadas, conmovida por tu dolor,
retiró al Genio del bosque todo poder sobre ti, a condición, sin embargo, de
una prueba de sumisión de seis meses y castigarte con la visión de nuestras
pieles. Supliqué a la Reina
que te evitase esto último, pero no quiso acceder.
Blondina no se cansaba de escuchar y de abrazar a sus
amigos. El recuerdo de su padre se presentó de pronto en su pensamiento. El
Príncipe Perfecto adivinó su deseo y lo dijo al Hada.
-Prepárate, Blondina -dijo el Hada, pues vas a
verle. Ya le he avisado.
En el mismo momento Blondina se halló en una carroza
de perlas y de oro. A su derecha estaba el Hada y a sus pies el Príncipe
Perfecto, que la miraba con ternura. Del carro tiraban cuatro cisnes de una
blancura inmaculada; volaron con tal rapidez que no tardaron más que cinco
minutos en llegar al palacio del Rey Benigno.
Toda la corte estaba junto al Rey y, al ver el
carro y a la Princesa ,
profirieron tales gritos de alegría que los cisnes estuvieron a punto de
equivocar el camino. Gracias a que el Príncipe vigilaba y los hizo descender
junto a la escalera principal.
El Rey Benigno y Blondina estuvieron largo rato
abrazados. Todo el mundo lloraba de alegría.
Cuando el Rey pudo serenarse se dirigió al Hada y
le besó tiernamente la
mano. También abrazó al Príncipe Perfecto, al que encontró
encantador.
Hubo ocho días de fiestas para festejar la vuelta
de Blondina. Al cabo de este tiempo, el Hada quiso volver a su casa, pero el
Príncipe y Blondina estaban tan tristes por tenerse que separar, que el Rey y
el Hada convinieron en que lo mejor sería juntarlos para siempre.
Blondina se casó, pues, con el Príncipe Perfecto, y
el Rey pidió la mano al Hada, quien accedió a ser su esposa. Y de este modo
fueron todos felices.
0.012.1 anonimo (alemania) - 066
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