Por
el camino, los cuervos pelaron las avellanas y, siguiendo aquel
rastro de cáscaras, Julián llegó a la guarida del lobo, en lo más
intrincado del bosque.
Llamó
a la puerta y gritó:
-He
venido a buscar los corderos que robaste.
-¿Qué
corderos? -exclamó el lobo, sin querer abrir la puerta. No sé nada
de esos corderos.
Pero,
en aquel preciso instante, los corderos, que le habían oído llamar
a la puerta, se pusieron a balar ruidosamente y el lobo tuvo que
soltarlos.
-No
vuelvas a hacerlo -le aconsejó Julián. De lo contrario...
Desde
aquel día, el lobo no volvió a robar un solo cordero.
0.999.1
anonimo cuento - 064
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