Se
acercaba la temporada de caza, cuando el bosque se llena de
cazadores.
El
guardabosques iba siempre acompañado por una liebre, como si de un
perro de caza se tratara, y por un mirlo que se posaba sobre su
sombrero. Cuando llegaba esta época, le entraban ganas de esconder a
todos los conejos, perdices y ciervos en su cabaña hasta que pasase
la temporada, pues tenía muy buen corazón.
Pero
como no cabían en ella, iba de un lugar a otro del bosque
explicando, ansioso, a sus amigos los animales dónde podían
esconderse cuando llegaran al bosque los cazadores.
-¿Por
qué no mojas la pólvora de sus escopetas? -preguntó la liebre.
-Porque
soy un guardabosques.
-Precisamente
por eso, tu trabajo consiste en guardar el bosque, ¿no?
Y
el guardabosques tuvo que darle la razón.
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anonimo cuento - 064
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