La
niña que era amiga de los guisantes llamó a la puerta del pato y,
cuando este abrió, apuntó con un dedo hacia las vainas vacías que
yacían esparcidas junto a la casa.
-Ha
debido de traerlas el viento -dijo el pato.
La
pequeña, entonces, llamó a la puerta de la oca.
-¿Qué
insinúas? -se indignó la oca. Nunca pierdo de vista a mis hijitos y
no les dejo ir a la huerta.
Las
dos aves insistieron en que, de cualquier forma, los guisantes no son
del gusto de patos y ocas, sino más bien de las maleducadas
gallinas. La pobre niña vio, entonces, que lo único que le quedaba
por hacer era recoger todos los guisantes que quedaban, los que no le
habían quitado. Y así lo hizo, con ayuda de su madre, aquella misma
tarde.
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anonimo cuento - 064
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