Un
zorro vivía con el tigre. Era su tío. Siempre lo llamaba tío
tigre. Cuando carniaban un cabrito o cualquier otro animal, siempre
comía él lo mejor y le daba al zorro las achuras, y tenía que
conformarse el pobre zorro porque debía ser obediente a su tío
tigre.
Cuando
el tío tigre se llenaba bien, y el zorro le desobedecía en algo, le
daba una penitencia. Decía:
-¡Zorro!
-Tío
-contestaba el zorro.
-Vení,
vamos a la cueva, llevame de la cola.
Iba
obediente el pobre zorro porque le tenía miedo. Levantaba la cola
del tigre y seguían los dos a la cueva. De rato en rato, el pobre
zorro sentía un olor poco agradable. Pero no tenía que decir que
eran olores dehagradables. El tigre le echaba bosta encima. El zorro
tenía miedo.
-¿Qué
sientes? -le decía el tigre.
-Florestica,
florestica -decía por detrás, el zorro.
-¡Ah,
bueno!
Seguían
caminando y llegaban a la cueva. El zorro estaba cansado di hacer
este trabajo y de ser obediente a su tío. Su tío era muy severo con
él.
Un
día, el zorro le dijo:
-Ya
no voy a sufrir más mucho. Ahora lo voy a denunciar. Voy a avisar a
los vecinos que es él el que se come la hacienda de todos los que
estamos cerca de esta cueva. Voy avisar -dijo el zorro.
Durmió
pensando, y al otro día temprano se fue a la casa de un señor
vecino y le dijo:
-Señor,
señor, el tigre se come toda la hacienda de todos los vecinos que
están cerca de la cueva de él.
-¿Y
dónde es la cueva? ¿Dónde 'tá ese animal bandido, po? -dijo el
hombre.
-Por
allá cerca, allá, en la montaña. Lejos, áhi 'tá la cueva del
tigre. Ése es ¡malo, malo! Se come la hacienda di ustedes.
-¡Ahora
va a ver el tigre! -dijo el hombre.
Se
fue... el zorro, después de comunicar lo que él tenía la intención
de hacer. Al día siguiente el tigre fue cazado por el hombre. Y le
dice:
-No
te voy a matar, pero vas a morir aquí, seco de hambre. Ponete abajo
de esta piedra. Poné, te digo, tus patas bajo de esta piedra. Esta
piedra aquí te va tener hasta que mueras.
Puso
el animal las patas. Allí estuvo mucho tiempo. Y gritaba:
-¡Socorro!
¡Socorro! ¡Que me muero di hambre! ¡Por favor, socorro! ¡Socorro!
Oyó
un hombre que pasaba por allí cerca ese clamor. Llegó hasta el
lugar y encontró al tigre. Entonces al verlo, el tigre se alegró y
le dijo:
-¡Ay,
por favor! ¡Señor hombre, haceme un favor! ¡Nunca más voy a
volver hacer lo que hacía! ¡Perdoname! ¡Perdoname! ¡Haceme un
favor! ¡Un favor! Es la última vez que me voy a portar mal. ¡Sacame
esta piedra de encima! ¡Sacame esta piedra de encima!
-Güeno
-dice el hombre.
Le
sacó la piedra y le dejó libre.
Cuando
estuvo libre, se abalanzó sobre él y le dijo:
-¡Te
como! ¡Te como porque tengo hambre!
-¡No!
¡No me vas a comer vos! ¡No me vas a comer! -le dijo el hombre-
porque yo te he salvado la vida. ¿Es posible que ahora me quieras
comer? ¡No puede ser! ¡No puede ser! Vamos a buscar justicia. Vamos
a apelar a un juez. Él tiene que resolver cuál de los dos tenemos
razón. Yo que te he hecho un favor o vos que tienes hambre.
Se
fueron los dos a buscar un juez. Encontraron un burro, un burro
flaco, en el camino. Bien flaco. Le dijo el hombre:
-Mirá,
burro, vos sos el juez de este lugar. Cuál de los dos tenemos razón,
yo he librado a él debajo de una piedra grande, que se iba a morir.
Pero él me quiere comer, me quiere comer porque dice que tiene
hambre. Que no puede irse a buscar qué comer por otro lado, que me
tiene que comer a mí. No puede ser, ¿no cierto, señor Burro?
Y
entonce el burro, como tenía, resentimiento con el hombre, porque le
hacía trabajar mucho, le dice:
-Que
te coma, porque el hombre ha sido malo conmigo, me ha tratado mal.
¡Que te coma!
-¡Ha
visto! ¡Tiene razón, tiene razón! -dijo el tigre.
-No,
vamos a buscar otro juez -dijo el hombre.
Fueron
a buscar otro juez y encontraron en el camino un caballo flaco, flaco
el caballo. Y le dijo el hombre:
-Señor
juez, este tigre me quiere comer. No puede ser.
Dijo
el tigre:
-Pero
yo te he salvado, po. Te he salvado, po -le dijo el hombre. ¿No es
cierto que tengo razón, que debe reconocer?
-No,
que te coma no más -dice el caballo- porque los hombres han sido muy
malos conmigo, muy malos.
-¡No
puede ser! ¡No puede ser! -dijo el hombre.
Se
fueron otra vez en busca de otro juez. Encontraron en el camino al
muy singular zorrito. 'Taba muy sentado en una piedra.
-¿Usté
es el juez de este lugar? -le preguntó el hombre.
-Sí
-dijo el zorrito, como siempre muy alerto. Yo soy el juez, y el juez
que hace justicia. ¿Qué les pasa a ustedes dos?
-El
tigre me quiere comer. Yo le hi hecho un favor. Le hi sacado una
piedra grande de encima. Le 'taba apretando las patas delanteras. Se
iba a morir di hambre ahí. Yo lu hi soltado. Ahora me quiere comer.
¿Es justo, señor juez?
-¡No!
¡No, no, no! Eso no es justo. Vamos al lugar y vamos a ver cómo
estaba el tigre, y cómo libró usté al tigre.
Se
fueron al lugar. Llegaron, y dijo:
-Señor
Tigre, ponga usté sus patas como estaban. Y señor, usté, pongalé
la piedra en la forma que lo encontró.
Puso
el hombre la piedra. Dejaron de nuevo preso al pobre tigre.
-¡No!
¡No! -exclamó el tigre.
-Pero
no, eso es justicia. Así se hace justicia -dijo el zorrito.
Y
se fueron los dos con el hombre. Entonces le dijo el hombre:
-Ahora,
por el favor que me has hecho, ¿qué puedo darte? ¿Cómo puedo
pagarte este favor?
-Hombre,
no tienes mucho que hacer. Me tienes que dar corderitos chiquitos,
tiernitos, cuando yo te los pida y tenga hambre. ¿Quedamos así?
-Bueno,
bueno -dijo el hombre.
-¿Sabes
cómo vamos hacer para que vos sepas cuándo te dejo yo un corderito?
En la estancia, en un chiquero, te voy a dejar un corderito chiquito,
que te voy a criar a propósito para vos. Vos, cuando tengas hambre,
llegas y dices: ¡Chita! ¡Chita! Y entonces el corderito sale y vos
lo comés. ¿Conforme?
-¡Muy
bien, amigo hombre! ¡Muy bien!
Quedaron
así. Pasó mucho tiempo. El hombre, todas las veces que tenía
hambre el zorro, tenía que dejarle un corderito. Y él llegaba:
¡Chita!, ¡Chita!, ¡Chita!, y se comía el corderito.
Bueno,
se cansó el hombre. Un buen día dijo:
-¡Oh,
este zorro ya me tiene cansado, muy cansado me tiene este zorro!
Ahora no voy a dejar cordero. Nada voy a dejar. Ahora voy a criar
perros, perros malos, que lo coman.
Crió
los perros. Cuando llegó un buen día el zorro: ¡Chita!, ¡Chita!,
¡Chita!, junto al chiquero, salieron los perros grandes y lo han
corrido y hasta darle alcance. Pero mientras corrían, el zorro
gritaba, gritaba:
-¡Nietos
y biznietos, quedan a cobrar esta deuda del hombre hasta el fin del
mundo! ¡Nietos y biznietos, quedan a cobrar esta deuda del hombre
hasta el fin del mundo!
De
allí que el zorro se hizo dañino porque el hombre no había
cumplido con él. Antes nu era. Cuando tenía necesidá de comer,
pedía. Desde entonces, no pide, es dañino.
Santusa
Osedo, 42 años. Rinconada. Jujuy, 1968.
La
narradora es maestra. Nativa de este lugar lejano de la Puna,
aprendió el cuento de la madre que era una gran narradora, pero que
a los 80 años ha perdido la memoria. La familia es indígena.
Cuento
581. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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