El
lión se quería separar de la liona. Andaba con otros amores por
áhi. No había qué motivos dar pa dejar a la liona, su mujer, pa
que la liona no lo persiga. Al fin de tanto pensar, le dice una
güelta:
-Mirá,
liona, yo me voy a separar de vos porque tenés mal aliento y yo no
puedo soportar más tu jedor. Siempre ando con asco y no puedo comer.
Áhi
la liona pegó unos bramidos, furiosa, y dice:
-De
ónde sacás eso, yo no tengo mal aliento. Vos andás jodiendo porque
andás con picardías. Naides me ha dicho que tengo mal aliento.
Bueno,
se asustó un poco el lión, y pensó, y dice:
-Vamos
a llamar a otros testigos, a los animales del Montiel.
El
lión pensaba que de miedo a él, todos los animales del monte le
iban a dar la razón.
-Sí,
sí, que vengan todos los animales del Montiel y me tomen el olor del
aliento. Ya vamos a ver tu calunia. Ya te vas a joder por mentir.
Y
comenzaron a llamar los animales del monte, pero ¡qué pucha!,
tenían miedo y vinieron unos pocos no más. La llamaron a la liebre,
pero la pobre, de miedo, que 'taba temblando, se había quedao muda,
no pudo decir nada, no pudo hablar.
Lo
llamaron al carpincho.
Éste
pensó que si decía una cosa en contra de la liona quedaba mal, como
mentiroso, y dice:
-Yo
no tomo ningún olor -y se retiró.
Áhi
lo cazó di un zarpazo el lión y lo mató.
Pasó
el ñandú y como vio lo que le pasó al carpincho, dijo:
-¡Ah!,
¡qué olor, como jiede el aliento de la liona!
Y
se iba retirando muy contento, cuando la liona le tiró un zarpazo y
lo mató.
Entonce
le tocó al zorro. Y éste, con la suerte que había visto que
corrieron el carpincho y el ñandú, no sabía a quién dar la razón.
Pasó ande 'taban los liones, y iba tosiendo, y tosiendo a más no
poder. Sacó el pañuelo, se sono como diez veces las narices,
estornudó, y con una voz muy ronca, dijo:
-Me
he resfriado anoche. Tuve que pasar a pie un estero. Toy muy mal de
mis narices. No puedo oler nada. Aura mismo voy a un médico, me hago
unos remedios y mañana temprano vengo para ser testigo de cómo es
el aliento de esta señora.
Y
áhi lo dejaron al enfermo que se juera. Y al día siguiente lo
esperaron. Pero hasta el presente no ha güelto. Y así se salvó el
zorro, de vicho que es.
Dora
Pasarella, 30 años.
Villaguay.
Entre Ríos, 1960.
La
narradora es trabajadora del servicio doméstico.
Aarne-Thompson,
Tipo 51 A.
Cuento
814 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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