El
rey de los pajaritos tiene el poder de comerse a todos los pájaros.
Él los llama con un silbidito largo y perdido, y áhi vienen
todos revolotiando alrededor d'él, y áhi elige el que quere y lo
come. Ése es el poder que tiene.
Que
la lechuza había sacau pichones y ya 'taban grandecitos los hijitos.
Y si anotició de qui andaba por esos mundos el rey de los pajaritos
haciendo de las suyas. Y no sabía cómo hacer para que éste no le
coma los hijos. Y resolvió de ir a conocerlo y hacerse amiga.
Y
áhi jue y lu habló y s'hicieron muy amigos y le pidió tamén que
li alce los hijos, que si hagan compadres. Y han quedau en eso.
Y
güeno, que le dice la lechuza:
-Vea,
compadre, no me vaya a comer los hijitos cuando yo salga a buscar
comida, ¿oye?
Y
güeno, comadre, pero yo no los conozco a sus hijitos, digamé cómo
son.
-Mire,
compadre, usté los va a conocer cuando los vea, son los más
bonitos. Usté los va a ver entre los otros y los va diferenciar por
bonitos que son.
Y
que un día el rey de los pajaritos 'taba con hambre y empieza a
llamar a los pajaritos. Y ya comenzaron a cáir de todos los
pajaritos chicos y a revolotiar, ¡pobrecitos!, asustados alrededor
del cazador. Y cuando iba a cazar, si acuerda, pues, del pedido de la
comadre lechuza. Y empezó a mirar y a remirar. Y claro, había
muchos pajaritos bonitos y no sabía cuáles eran los más bonitos.
Entonces pensó de comer los más feos, para acertar. Y áhi vio unos
pichones ojos saltones, con el pico ganchudo, con las plumas
descoloridas y alborotadas, los más fieritos de todos, y se los
comió. Y justo, eran esos los hijos de la comadre lechuza.
Ya
cuando vino la lechuza y vio que andaba por áhi el rey de los
pajaritos, claro, se dio cuenta de lo qui había pasado, y llorando,
muy sentida, le va a decir al compadre:
-Pero,
compadre, ¿no le dije que no me comiera los hijitos? Yo le dije,
tuavía pa que los reconociera, que eran los más bonitos.
-Sí,
comadre, pero yo m'hi como los fieritos que han estau áhi. ¡Cómo
puede ser eso!
Y
claro, como nu hay hijos feos para la madre, la lechuza lo confundió
al compadre. Y por eso, cuando una madre alaba a los hijos, dicen la
gente, los hijos de la lechuza han de ser.
José
García, 80 años. San Martín. San Luis, 1933.
Cuento
665. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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