Era un joven buscador,
pero su propia insatisfacción le consumía. Recorrió buena parte del mundo
buscando enseñanzas y conociendo a maestros de todas las tradiciones; pero
nada terminaba de satisfacerle. Vivió asimismo toda clase de experiencias
mundanas, diversiones y aventuras, pero su insatisfacción iba en aumento; hizo
muchos amigos y tuvo muchos amores, poseyendo a las mujeres más bellas y
fascinantes, pero era su insatisfacción, como una bola de nieve, iba creciendo
sin parar. Años de búsqueda, diversio-nes y aventuras; años de investigaciones
filosóficas y místicas, encuentros y desencuentros, viajes y conocimientos,
alegrías y desventuras. Hizo una fortuna considerable y obtuvo honores y
privilegios. ¡Tanto más crecía su insatisfacción! Las primeras canas
salpicaban sus cabellos y las arrugas empezaban a surcar su rostro. Pero la
insatisfacción seguía mordiéndole en el alma, sin poder mitigarla. Oyó hablar
de un gran sabio. Pero ¡tantos había visitado ya y conocido! Nada, empero,
tenía que perder. Era un viaje más, un encuentro más, unas enseñanzas más a
recibir. Se trataba de un sabio que vivía en la India , al borde de la
frontera con el Tíbet.
Viajó hasta esas remotas
tierras. ¡Había viajado tanto a lo largo de su vida; tantas remotas regiones
había explorado!
El sabio era un yogui
solitario. Daba enseñanza a aquellos que lo buscaban, pero él nunca buscaba a
los discípulos. El hombre insatisfecho llegó a su ermita y se sentó a su
puerta. Guardó silencio. Transcurrieron unos días y el sabio le invitó a pasar.
-¿En qué puedo ayudarte?
-preguntó el sabio.
El hombre le puso al
corriente de su larga búsqueda espiritual y material, cotidiana y
supracotidiana. Concluyó diciendo:
-Mi insatisfacción es
cada día mayor. Tengo conocimientos merafisicos y místicos; he obtenido mucho
dinero y he disfrutado de los más leales amigos y las más bellas mujeres; he
recibido honores; he conocido casi todo el mundo y he experimentado muchas
diversiones. Ha habido épocas en las que el fantasma de la instatisfacción se
ha debilitado, pero luego se ha presentado con más fuerza que nunca lo hiciera.
Aparentemente todo lo tengo, pero en realidad todo me falta. ¿Qué puedo hacer?
-Eres un buscador -dijo
el sabio-, pero no has sabido buscar. Eres como un sabueso sin olfato, vagando
por dónde no debe vagar. Te has llenado de todo, pero has dejado vacío tu
cuenco interior.
-¿Mi cuenco interior?
-preguntó sorprendido el hombre. ¿A qué te refieres?
A los buscadores, a
aquellos que tienen miras espirituales o inquietudes místicas, el Absoluto les
pone un cuenco vacío cuando toman este cuerpo y esta mente. Ese cuenco vacío no
puede llenarse jamás con experiencias externas, conocimientos por sublimes que
sean, vivencias cotidianas o diversiones. Ese cuenco, amigo mío, sólo puede
llenarse con uno mismo, con la propia felicidad que mana de la fuente interior
cuando uno la halla. Para encontrarla, no basta llenarse de conocimientos, sino
que hay que realizarlos a través de la práctica interior, la disciplina ética y
la meditación. Llena de ti tu cuenco interior y desaparecerá toda esa
descomunal insatisfacción que lo externo jamás logrará aplacar.
El Maestro dice: No es acumulando como hallarás felicidad,
sino empezando a ser.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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