En
una ciudad de la India ,
vivía un pobre matrimonio que tenía siete hijas. Como no podía pagarles ninguna
distracción dejaba que cada tarde fuesen a jugar con la hija del jardinero de
Palacio.
-Cuando
yo me case -decía la joven- tendré un hijo que llevará una luna en la frente y
una estrella en la barbilla.
Al
oír esto, las siete hermanas se echaban siempre a reír. Sin embargo, un día el
rey acertó a pasar cerca del grupo y prendado de la hermosura de la hija del
jardinero, se detuvo a oír lo que hablaban, oyéndole decir que al casarse
tendría un hijo hermosísimo.
Esto
agradó aún más al rey, a quien sus demás esposas no habían dado hijos, y al día
siguiente llamó al jardinero y le pidió la mano de su hija.
El
hombre accedió entusiasmado a la petición del rey, y a los pocos días se
celebraron las bodas.
Pasó
un año, y la joven comunicó a su esposo que iba a nacer un niño. El rey la
abrazó complacido y dio órdenes para que las demás esposas la cuidasen con todo
amor.
Pero
éstas eran unas envidiosas, y a los pocos días dijeron a la favorita:
-Nuestro
señor el Rajá marcha cada día de caza. Sería convenien-te que le pidieras que
no se alejase tanto, pues podría nacer el niño, sin que él lo viese.
Aquella
noche, la joven dijo a su esposo lo que le habían indicado las demás mujeres, y
el Rajá contestó:
-La
caza es el mayor de mis placeres. Como no puedo dejarla, te daré un tambor muy
grande y si por casualidad te encuentras mal o me necesitas, no tienes más que
hacerlo sonar. Yo lo oiré y esté donde esté acudiré enseguida.
Cuando
las demás esposas vieron el tambor, preguntaron a la favorita para qué servía,
y ésta se lo explicó:
-Hazlo
andar para ver si es verdad que nuestro esposo lo oye -dijo una.
-No
me atrevo; podría castigarme al ver que le he llamado sin necesidad.
Pero
tanto insistieron las mujeres, que la joven golpeó el tambor.
Aún
no había transcurrido media hora, cuando ya el rey estaba en la habitación de
su esposa, preguntándole qué le ocurría.
-Nada;
sólo quería verte.
El
soberano besó a su mujer y le dijo que no volviera a tocar el tambor sin
necesidad.
La
joven prometió hacerlo así, mas al día siguiente, apenas había partido el rey,
las demás esposas insistieron en que volviera a tocar el tambor.
-No
quiero hacerlo porque mi esposo se disgustaría conmigo.
-Te
quiere demasiado para disgustarse -dijo una de las mujeres.
-No
quiero hacerlo.
-Anda
hazlo, así veremos si es verdad que está dispuesto a sacrificarse por ti.
Y
tanto insistieron, que al fin la joven golpeó el tambor, cuyo sonido llegó
hasta el rey, haciéndole interrumpir la caza y volar hacia el palacio.
-¿Qué
ocurre? -preguntó al ver a su esposa.
-Nada,
sólo quería ver si me sigues queriendo.
-¿Sólo
por eso me has hecho interrumpir la caza? En adelante, no vuelvas a hacerlo,
pues me disgustaría mucho contigo.
Con
los ojos bañados en lágrimas, la joven prometió no hacerlo más; pero al día
siguiente se encontró muy mal y pidió a sus esclavas que hicieran sonar el
tambor.
El
rey lo oyó perfectamente, pero creyendo que se trataba de otro capricho de su
mujer, siguió cazando.
Entretanto
nació un niño hermosísimo, con una luna en la frente y una estrella en la
barbilla.
Las
otras esposas del Rajá, llenos de envidia, cogieron al recién nacido y
metiéndolo en una caja ordenaron a un esclavo que fuera a enterrarlo en el
jardín. Para sustituir al niño, metieron en la cuna una piedra, y cuando llegó
el Rajá le dijeron que aquello era el hijo que le había dado su esposa.
El
monarca se enfureció grandemente y ordenó que la joven fuese ocupada en los más
bajos menesteres.
El
esclavo que debía enterrar al niño hizo lo que le habían ordenado, pero
Chankar, el perro del Rajá, le vio y cuando se hubo retirado, desenterró al
niño. Al verlo tan hermoso, decidió salvarle la vida, y como no tenía dónde
ocultarlo, se lo tragó.
Al
cabo de seis meses, el perro salió al campo y sacando al niño vio que seguía
viviendo. Lo acarició muy contento y cuando se hubo cansado de jugar con él
volvió a tragarlo.
Pasaron
otros seis meses, y de nuevo Chankar fue al campo a ver al niño de la luna en
la frente y la estrella en la barbilla, que entonces contaba ya un año. Jugó
con él y se lo tragó de nuevo. Por desgracia, el guardián de los perros le
había seguido y le vio, yendo enseguida a comunicar la noticia a las esposas
del Rajá, diciéndoles:
-Dentro
del perro de Su Majestad, hay un niño con una luna en la frente y una estrella
en la barbilla.
Al
oír esto, las mujeres creyeron morir de miedo, y enseguida desgarraron sus
ropas y fueron a ver al Rajá, diciéndole:
-Vuestro
perro Chankar nos ha mordido. Hacedle matar.
-Perfectamente
-contestó el soberano. Mañana por la mañana morirá.
El
perro oyó por casualidad su sentencia de muerte, y temiendo por la vida del
niño que llevaba en el estómago, decidió dejarlo al cuidado de alguien. Este
alguien resultó ser la vaca Suri, que estaba en el establo del palacio.
-Óyeme,
Suri -le dijo;-quisiera que me guardases algo, pues mañana el rey me hará
matar.
-Enséñame
eso que quieres que te guarde -replicó la vaca.
El
perro mostró el principito a la vaca, la cual lanzó un mugido de asombro ante
su belleza.
-Lo
guardaré con muchísimo gusto -declaró. Y después de besar al niño se lo tragó.
Al
día siguiente, Chankar fue muerto por el guardián, y las esposas del Rajá
respiraron tranquilas.
Al
cabo de un año, Suri, la vaca, quiso ver al principito, y quedó más prendada
que nunca de su hermosura. Para librarlo de todo mal, volvió a tragárselo, y
así lo guardó diez años.
Por
desgracia, un día la vio el guardián del establo, quien enseguida corrió a
decir a las reinas que la vaca tenía dentro un hermoso joven con una luna en la
frente y una estrella en la barbilla.
Las
cuatro esposas del Rajá se estremecieron de miedo, y rasgándose sus vestiduras,
fueron a ver a su esposo, diciéndole:
-Señor,
vuestra vaca ha entrado en nuestras habitaciones y nos ha roto los vestidos. Ha
sido un verdadero milagro que no nos haya matado. De ahora en adelante
tendremos mucho miedo.
-No
temáis -les tranquilizó el monarca. Mañana mismo haré matar a la vaca.
Un
pajarillo comunicó a Suri su sentencia de muerte, y la buena vaca sólo pensó en
el principito que guardaba en su estómago. Royendo la cuerda que la ataba al
pesebre, fue en busca de Katar, un caballo salvaje que se guardaba en las
cuadras.
-Óyeme,
Katar -le dijo. Mañana moriré, y antes quisiera pedirte que me guardases una
cosa.
-Enséñame
la cosa que es, y entonces te diré si quiero guardarla -contestó el caballo.
Suri
mostró a Katar el hermoso príncipe, y el caballo accedió enseguida a guardarlo.
Al
día siguiente, la buena vaca fue sacrificada por el matarife de palacio.
Katar
era un caballo al que nadie había podido montar jamás. Era tanta su fiereza,
que tenía aterrorizados a todos los guardianes de las cuadras. Sin embargo,
nadie sabía que era un caballo encantado.
Cinco
años guardó Katar el príncipe de la luna en la frente y la estrella en la
barbilla. Cada seis meses lo sacaba de su estómago para recrearse con su vista,
y en una de estas ocasiones, fue visto por el palafrenero mayor de palacio,
quien, lleno de miedo, comunicó su descubrimiento a las cuatro reinas.
Estas
creyeron morir del susto. El príncipe que ellas creían muerto volvía a
resucitar; y como temían por sus cabezas, corrieron al Rajá, después de
desgarrar sus vestiduras, y le dijeron:
-Vuestro
caballo Katar ha irrumpido en nuestras habitaciones y nos ha destrozado las
ropas. Desde hoy no podremos comer en paz. Siempre teme-remos ser destrozadas
por ese salvaje animal.
-No
temáis -las tranquilizó el Rajá.- Mañana mismo haré matar a Katar.
Como
el caballo era muy fiero, el rey no se atrevía a hacerlo matar por un hombre
solo, y por ello mandó formar a todos sus soldados, ordenándoles que lanzaran
sus flechas contra el caballo en cuanto éste saliera de la cuadra.
El
mismo se armó de un arco, para tomar parte en la ejecución.
Pero
Katar, como ya hemos dicho, era un caballo mágico, y cuando oyó llegar a los
soldados comprendió a lo que iban. Sacando al príncipe, le dijo:
-Entra
en ese cuarto de la derecha y en él encontrarás una silla de montar que me
pondrás enseguida. También encontrarás un traje de príncipe y una armadura de
oro. Son para ti.
El
príncipe entró en la habitación indicada y ensilló el caballo, poniéndose él el
traje y la armadura, que Katar le había regalado, creándolos gracias a su
magia.
Fuera
de las cuadras, el Rajá había ordenado formar a todo su ejército, pero antes de
que los soldados pudieran poner las flechas en los arcos, se abrió la puerta
del establo y Katar, montado por el príncipe de la luna en la frente y la
estrella en la barbilla, se precipitó fuera a todo galope, perdiéndose en la
lejanía antes de que los asombrados cipayos pudieran disparar sus flechas.
Como
el mismo rey había sido burlado no les castigó, y para evitarse la vergüenza de
la derrota, no dijo nada a sus mujeres, que respiraron tran-quilas, creyendo
muerto al príncipe.
Mas
éste no estaba muerto, sino que cabalgaba sobre Katar, brillando al sol su
armadura, y golpeándole las piernas la hermosa espada.
Días
y días cabalgó sin descansar, hasta que al fin Katar se detuvo a las puertas de
una rica ciudad, a la que afluían gran número de personas.
-¿Qué
ocurre? -preguntó el príncipe.
-Esta
es la ciudad de Calcuta, la más hermosa de la India -contestó Katar.- Te he
traído aquí para que tomes parte en el gran torneo que se celebrará. El ganador
obtendrá la mano de la princesa Armina, la más bella entre las bellas.
-Pero
yo no sé luchar -replicó el príncipe.
-No
temas -le dijo el caballo.- La espada que llevas al cinto está encantada, y con
ella ganarás a todos los enemigos que se pongan ante ti.
Al
entrar en el palenque donde debía celebrarse la justa, el príncipe de la luna
en la frente y la estrella en la barbilla, causó verdadera sensación, sobre
todo en la princesa Armina, que enseguida quedó enamorada de él, y deseó con
toda su alma que fuese el vencedor en la lucha.
Empezó
ésta, entre trescientos príncipes de todas las regiones de la India, y hasta de
Egipto y Arabia. La espada del joven hacía maravillas, y pronto tuvo derribados
a más de treinta enemigos. Al fin sólo quedaron dos, un gigantesco árabe y el
príncipe de la luna en la frente y la estrella en la barbilla.
El
árabe poseía un hacha mágica y como la espada del príncipe también lo era, la
lucha estaba completamente igualada. Fue Katar quien lo solucionó, derribando
al caballo del árabe de un fuerte mordisco.
El
Rajá de Calcuta entregó su hija al vencedor, y al día siguiente se celebraron
los esponsales, que fueron los más brillantes que se habían celebrado en la
ciudad. Tres meses duraron las fiestas, y cuando hubieron terminado, el
príncipe y su esposa fueron a visitar al padre del joven.
El
Rajá, enterado de la visita del yerno del rey de Calcuta, preparó una fiesta
muy grande, a la que fue invitado todo el mundo.
Cuando
el príncipe de la luna en la frente y la estrella en la barbilla fue recibido
con toda pompa, y cuando él y su esposa entraron en la sala del festín, todos
los cortesanos y el pueblo se levantaron en señal de admiración, ya que la
belleza de ambos esposos era enorme.
-¿Está
todo el pueblo aquí? -preguntó el príncipe.
-Todo
-contestó el Rajá.
-¿No
falta la hija de vuestro jardinero, que en un tiempo fue vuestra esposa?
-siguió preguntando el joven, a quien Katar había enterado de su historia.
-En
efecto, me olvidé de invitarla -dijo el rey, ordenando enseguida que fueran a
buscarla en su mejor palanquín.
Los
criados que partieron en busca de la antigua reina, la bañaron en agua
perfumada, la peinaron con el mayor cuidado, la vistieron con trajes magníficos
y al fin le acompañaron ante el príncipe, quien inclinándose ante ella la
saludó con estas palabras:
-Que
el Señor sea con vos, madre mía.
La
antigua reina reconoció enseguida al hijo con quien tanto había soñado, y presa
de gran emoción, cayó en sus brazos, llenos de lágrimas los ojos.
Cuando
madre e hijo se separaron, éste desenvainó su espada, y de un solo tajo cercenó
las cuatro cabezas de las mujeres del Rajá, que mudas de espanto asistían a la
escena.
Después
explicó a su padre la verdad de lo ocurrido, y el Rajá se prosternó ante su
esposa, pidiéndole humildemente perdón por su injusto comporta-miento.
La
reina, que había adorado siempre a su esposo, le perdonó de buen grado, y las
fiestas con que el monarca celebró el hallazgo de su hijo duraron un año
entero.
Al
terminarse, murió el Rajá de Calcuta, y este reino se unió con el del padre del
príncipe, formando la mayor nación de la India.
En
cuanto a Katar, cumplido ya su cometido, desapareció de las cuadras, y sólo
reaparece cuando nace un príncipe en Calcuta. Y por eso, allí los caballos, son
animales sagrados, que sólo pueden montar los hijos del rey.
004. Anonimo (india),
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