Entre los monjes y lamas
tibetanos, la campana tiene un gran simbolismo y se utiliza siempre en la
liturgia. Un monje tenía un gran deseo de poder disponer de una campana
propia. El abad del monasterio, teniendo noticias de ello, le dijo:
-Si limpias a fondo el
monasterio y lo tienes así bien dispuesto para el próximo festival que hemos de
celebrar, te prometo regalarte una campana.
El monje se sintió muy
satisfecho. Por fin podría tener una campana para él solo. Con entusiasmo,
pues, trabajó para ordenar y limpiar todo el monas-terio. Fueron días de dura
labor, pero merecía la pena. Cuando por fin hubo terminado, fue a visitar al
abad y éste, como le había prometido, le regaló una campana.
Se había hecho de noche.
Cada monje se había retirado a su minúscula y sobria celda. El monje que había
merecido la campana, muy ilusionado, se sentó sobre su jergón, tomó la campana
y empezó a moverla. ¡Cuál fue su desilusión al comprobar que la campana no
sonaba! «Pero ¿qué sucede?», se preguntó. Miró la campana en su interior y vio
que no tenía badajo. Se sintió entonces muy irritado. El abad lo había engañado. Era ya tarde, pero el monje no pudo controlarse y llamó a la puerta de la
celda del abad.
-Entra -dijo el abad,
suponiendo que era el monje.
El monje entró en la
celda del abad y le dijo:
-¡Qué descaro! Me
regaláis una campana y no tiene badajo. ¿Cómo voy a hacerla sonar?
El abad dijo:
-Tú debes poner el
badajo. Es tu felicidad interior la que debe hacer sonar a la campana, y no un
badajo de bronce.
El monje obtuvo un golpe
de luz espiritual. ¿Por qué tanto apego a una campana? Y además: no hay sonido
más sugerente que el inaudible sonido interior.
El Maestro dice: No hay campana más sonora que la del auto-conocimiento.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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