En el país de los Nishad,
a la muerte del anciano rey, subió al trono su hijo Nala, un hombre valiente,
generoso y excelente conocedor de las tradiciones sagradas de su pueblo.
Sabía domar caballos salvajes y era hábil en el manejo de las armas. Sin
embargo, sentía una pasión irresistible por el juego. Su hermano menor,
Pushkar, débil y envidioso, siempre se había aprovechado de esta circunstancia
en provecho propio.
Aun después de subir al
trono, Nala se pasaba horas enteras jugando a los dados. Sin embargo, las
ganancias del juego las entregaba a los pobres y no descuidaba el gobierno del
reino.
En el reino vecino, el de
los Vidarbha, gobernaba el rey Bhim, quien tenía una hija que era considerada
por todos como la mujer más hermosa del mundo. Su nombre era Damayanti. La
fama de su belleza había llegado a todas partes y el mismo Nala se sintió
impresionado por las descripciones que de ella hacían todos cuantos la veían.
De esta manera llegó a enamorarse de la joven aun sin haberla visto.
Otro tanto le sucedía a
la hermosa princesa, pues Nala era un rey joven y apuesto, dotado de grandes
virtudes. El amor de ambos creció en la distancia y era inminente el que
llegaran a conocerse en persona.
Un día, mientras paseaba
por sus jardines, el rey Nala encontró a un cisne que dormía y se apoderó de
él. El animal se asustó y dijo lo siguiente:
-¡Oh, rey! ¡No me hagas
daño!
Quedó sorprendido Nala al
escuchar a un cisne hablar como una persona.
-¿Qué me puedes dar, si
te perdono la existencia? -le preguntó, por divertirse con la turbación del
animal, pues en absoluto pretendía hacerle ningún mal.
-Puedo servirte bien
-replicó el ave-. Volaré, si quieres, hasta el palacio de la bella Damayanti y
le diré cuánto piensas en ella. Seré el mensajero de tu amor.
Nala accedió gustoso y el
cisne voló hasta llegar a un estanque de lotos en el que la princesa se estaba
bañando.
-¡Oh, bella Damayanti!
Soy el enviado del rey Nala, que te ama ardiente-mente y desea que le
correspondas.
Damayanti se complació
con estas palabras del cisne y envió a su vez un mensaje para su amado. De
este modo, ambos jóvenes mantuvieron el contacto y su amor creció.
Pasado un tiempo, el
monarca creyó que había llegado el momento de casar a su hija. De acuerdo con
las normas del reino, la princesa tenía la prerrogativa de elegir esposo. Se
enviaron mensajeros a todas las cortes y príncipes de todos los lugares,
deseosos de obtener la mano de Damayanti, acudieron a la ceremonia. La fama de la
joven era tal que hasta el dios Indra y otras deidades se encaminaron al reino
de Vidarbha.
Pero más hermoso que
todos era Nala, quien llegó al palacio montado en su deslumbrante carro,
causando la envidia de los demás pretendientes.
Una vez que estuvieron
todos reunidos en el salón del trono, el rey Bhim hizo una seña y la princesa
Damayanti penetró en él. Los allí reunidos contuvieron la respiración al
observar la belleza de la joven.
Ésta avanzó entre los
pretendientes, llevando en las manos una guirnalda de flores de loto, que
habría de colocar en el cuello del elegido. Todos se hallaban expectantes.
Damayanti se detuvo ante
el príncipe Nala y ya iba a ponerle las flores, cuando sucedió algo insólito. Y
fue que los dioses, sintiéndose humillados por haber sido vencidos por un
mortal, tomaron todos la apariencia de Nala, para confundir a la princesa. Ella
se encontró de repente ante innumerables hombres que se asemejaban a su amado.
Entonces habló de esta
manera:
-¡Oh, venerables
deidades! Ya sé que sólo vosotros sois capaces de llevar a cabo este prodigio.
Pero, ¡os lo ruego!, adoptad de nuevo vuestra apariencia verdadera. Amo al
Nala desde que el cisne me trajo su mensaje de amor. Bendecid nuestra unión en
lugar de obstaculizarla.
La súplica de Damayanti
conmovió a los dioses, que recobraron su aparien-cia y bendijeron a la pareja,
permitiendo que los desposorios se llevasen a término.
Pero uno de los dioses no
había perdonado a Damayanti el haberle rechazado y decidió vengarse de la
pareja. Para ello instó al ambicioso Pushkar a que invitase a Nala a una
partida de dados, con el propósito de derrotarle mediante trampas.
Pushkar así lo hizo y
Nala, sin sospechar nada, inició una partida con su hermano. Jugaron durante
mucho tiempo y Nala, aun empleando toda su habilidad, nunca conseguía ganar.
De esta manera perdió su anillo real, sus caballos, sus carros, sus elefantes,
sus armas, sus joyas y, por último, su reino. Nala se hallaba inmerso en la
pasión del juego y, pese a sus pérdidas, no se decidía a abandonar la partida,
que ya duraba tres días consecutivos. Damayanti le rogó en vano, pero Nala no
cejó hasta que lo perdió todo. Aun así quería seguir jugando.
-Pero ya has perdido
todas tus pertenencias y hasta tu reino -manifestó Pushkar-. Ya nada puedes
apostar. Aunque, pensándolo bien...
-Di -le instó Nala.
-Aún te queda algo,
hermano; una valiosa posesión. ¿Quieres jugártela también?
-¿A qué te refieres?
-quiso saber Nala.
-Hablo de tu esposa,
Damayanti.
Aquello hizo reaccionar a
Nala, que se levantó, abandonando la partida y sintiéndose muy avergonzado.
Al día siguiente Nala y
Damayanti abandonaron el palacio, ahora posesión de Pushkar, y emprendieron una
vida de mendigos. Caminaron sin rumbo durante varios días hasta que se
detuvieron en un bosque, para que Damayanti recobrara fuerzas.
Mientras ella dormía, su
esposo se sintió preso de la desespera-ción. Él había sido el causante de
aquella triste situación en la que se veían. Se reprochaba el haberlo perdido
todo, pero más aún el obligar a su mujer a compartir unas penalidades de las
que ella no era responsable.
Nala tomó en aquel
momento una decisión. Continuaría solo su peregrinaje y, de esta manera,
Damayanti volvería a casa del rey, su padre, y no se vería privada de ninguna
comodidad.
Cuando Damayanti
despertó, no encontró a su esposo. Le esperó un tiempo, pensando que habría
marchado a buscar algún alimento, pero cuando anocheció sin que él volviese,
se sintió totalmente desesperada. Llamó a Nala a gritos por el bosque, mas sin
resultado alguno. Finalmente, tomó la decisión de emprender el camino y no
parar hasta encontrar a su esposo.
La búsqueda duró mucho
tiempo. Damayanti recorrió varios reinos, sin dejar de preguntar a todas las
gentes por Nala, pero sus esfuerzos resultaban inútiles. Nadie le conocía,
nadie le había visto.
Al cabo de un tiempo, una
partida de soldados encontró a la princesa. La habían estado buscando desde
hacía ya tiempo, por orden del rey Bhim. Damayanti fue conducida a su palacio y
allí toda su familia se dedicó a proporcionarle cuidados y a hacerle olvidar su
triste destino; pero ella no cejaba en su empeño de salir en búsqueda de su
esposo, por lo que su padre, pese al dolor que esto le ocasionaba, hubo de
colocar guardias en la puerta de sus aposentos, para impedirle la salida.
Lo que sí hizo el rey
Bhim fue enviar a uno de sus consejeros, de nombre Sudev, para que buscase a
Nala.
Éste, mientras tanto,
había seguido vagando de lugar en lugar. Un día llegó a un espeso bosque que
se había incendiado. Los animales huían, aterro-rizados por las llamas. Nala
escuchó entonces una voz que pedía ayuda y, arriesgando su vida, acudió en
auxilio del que gritaba.
Éste resultó ser un naga o genio de los bosques, con la
mitad del cuerpo de hombre y la mitad de serpiente. Se encontraba encadenado a
un árbol. Nala le liberó y ambos huyeron del fuego. Una vez a salvo, el
hombre-serpiente contó su historia:
-Yo siempre he sido de
natural muy alegre y solía burlarme de un asceta que moraba en este bosque. Le
hacía víctima de mis tra-vesuras y siempre le molestaba cuando iba a hacer
algún sacrificio sagrado. Por fin, el asceta se enojó mucho y quiso vengarse
de mí. Me encadenó al árbol, como has visto, y prendió fuego al bosque. Sin tu
intervención, hubiese perecido. No sé cómo agradecértelo.
-No tiene importancia.
Hice lo que cualquiera en mi lugar habría hecho.
-No todos los hombres
arriesgan la vida por otros seres. Pero, en fin, me has salvado la vida y he
de recompensarte, príncipe Nala.
-¿Cómo sabes mi nombre?
¿Me conoces?
-Nuestra raza tiene
muchos poderes y pocas cosas se nos ocultan. Sé que has perdido tu reino y que
has abandonado a tu esposa para que no sufriera a tu lado. Pero te aseguro que
un día tus males se acabarán. Por lo pronto, dirígete hacia ese río cercano;
verás un árbol en su orilla. Cava entre sus raíces y hallarás un manto rojo.
Cúbrete con él y quedarás transformado en un ser feo y repugnante. Permanece
disfrazado y desempeña los oficios más humildes y bajos para expiar tu pecado.
Un día Damayanti se cruzará en tu camino. Despójate entonces del manto y
recobrarás tu forma original.
Nala se despidió del
hombre-serpiente e hizo lo que se le había indicado. Se cubrió con el manto
rojo y continuó de esta forma su peregrinación, hasta llegar a un reino, en
donde se compadecieron de su aspecto y le dieron un trabajo consistente en
limpiar las cuadras reales. Pronto todos en las caballe-rizas se dieron cuenta
de las habilidades de Nala para la doma de caballos.
Algunos meses más tarde
llegó a aquella corte Sudev, el conseje-ro del rey Bhim, en su búsqueda del
esposo de Damayanti. Éste desesperaba ya de dar con el paradero de Nala. Se
hallaba reclinado en el alféizar de la ventana de su habitación del palacio
real, cuando vio a uno de los caballerizos domar hábilmente a un caballo
salvaje. Sospechó que aquel hombre pudiese ser el que buscaba e ideó una
estratagema para descubrirle.
Le anunció al monarca de
aquel reino que Damayanti, creyéndose viuda, iba a elegir en breve nuevo marido
y que él debía presentarse a la elección. El monarca arguyó que no habría
tiempo para llegar a la ceremonia, pero Sudev le contó que uno de sus
caballerizos parecía muy hábil y le podría hacer llegar a tiempo para los festejos.
El soberano mandó que
llevasen a su presencia a ese caballerizo y, cuando Nala llegó ante su
presencia, le contó lo que esperaba de él.
Nala se sobresaltó,
temeroso de que su esposa volviera a casarse, creyéndole muerto. Respondió que
sería capaz de llevarle a tiempo al reino de Vidarbha. Eligió los cuatro
caballos más rápidos que encon-tró y emprendió la marcha junto con el monarca.
El monarca quedó
sorprendido por la habilidad de Nala y, en un alto que hicieron para descansar,
le instó a que le enseñase a domar a los caballos.
-Quisiera saber manejar a
las bestias como tú lo haces. Enséñame. A cambio, yo puedo enseñarte una de
mis varias habilidades, si lo deseas.
-¿Cuál, majestad?
-preguntó Nala.
-Soy especialmente hábil
en el manejo de los dados -repuso el monarca.
Ambos quedaron de acuerdo
y, en los descansos del camino, se enseñaron mutuamente estas dos habilidades.
Por fin llegaron a la corte del rey Bhim con una gran velocidad, penetrando en
el palacio como un torbellino.
Allí se encontraba la
bella Damayanti, mas no reconoció a su esposo bajo aquella apariencia horrible
y repulsiva, y retrocedió asustada.
Entonces, Nala, se
desprendió del manto mágico y se mostró en su aspecto original. Damayanti creyó
morir de dicha y se arrojó a los brazos de su esposo.
El rey Bhim estaba muy
contento por su hija y propuso un ataque de su ejército contra el reino de
Nishad, para arrebatarle el trono al traidor Pushkar.
Pero Nala no quiso
acceder a este plan. Se dirigió él solo al reino que ahora gobernaba su hermano
y retó a éste a una partida de dados. Con la habilidad y la técnica que había
aprendido, ganó todas las partidas y recuperó todo lo que una vez perdiera. No
quiso vengarse de su hermano, sino que se mostró generoso con él, nombrándole
gobernador de una lejana provincia. Sólo entonces hizo llamar a Damayanti, que
se reunió con él para ya no separarse nunca de su lado.
(Del Mahâbhârata de Vyâsa)
Fuente: Enrique Gallud Jardiel
004. Anonimo (india),
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